
Los cielos declaran: el bautismo de Cristo
Nancy DeMoss Wolgemuth: Cada cuatro años, aquí en Estados Unidos, tenemos algo que se llama «la toma de posesión». Es una ceremonia oficial y pública en la que el Presidente presta juramento frente a una gran multitud de espectadores. La toma de posesión marca el inicio del mandato del presidente escogido, electo. Y es el momento en el que asume su cargo o posición de autoridad o poder.
Débora: Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth dirigiendo nuestra atención a momentos importantes que marcan comienzos.
Nancy: Pensando en otro tipo de ceremonia, hace unas semanas tuve el privilegio de asistir a un servicio de ordenación de un joven que estaba siendo apartado por su iglesia para el ministerio del evangelio. En este servicio fue reconocido públicamente como pastor, como anciano, y se le encargó cumplir fielmente su llamado al ministerio.
Durante estos últimos días, hemos estado analizando la vida de Jesús y …
Nancy DeMoss Wolgemuth: Cada cuatro años, aquí en Estados Unidos, tenemos algo que se llama «la toma de posesión». Es una ceremonia oficial y pública en la que el Presidente presta juramento frente a una gran multitud de espectadores. La toma de posesión marca el inicio del mandato del presidente escogido, electo. Y es el momento en el que asume su cargo o posición de autoridad o poder.
Débora: Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth dirigiendo nuestra atención a momentos importantes que marcan comienzos.
Nancy: Pensando en otro tipo de ceremonia, hace unas semanas tuve el privilegio de asistir a un servicio de ordenación de un joven que estaba siendo apartado por su iglesia para el ministerio del evangelio. En este servicio fue reconocido públicamente como pastor, como anciano, y se le encargó cumplir fielmente su llamado al ministerio.
Durante estos últimos días, hemos estado analizando la vida de Jesús y Su obra antes de venir a esta tierra. Hemos visto Su encarnación, Su niñez, Su juventud, Su juventud adulta, Su vida laboral como carpintero y constructor. Y hoy, queremos centrarnos en un evento que fue, en cierto sentido, Su ordenación.
Hoy veremos que existen ciertas similitudes entre estas ceremonias. Esta fue una ceremonia pública que marcó el final de Su vida privada e inició Su ministerio terrenal público.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Incomparable», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 14 de marzo de 2025.
Durante estas semanas previas a Semana Santa y al Domingo de Resurrección, estamos viendo una imagen de Jesús. Esta serie de enseñanzas se basan en el nuevo libro de Nancy «Incomparable: 50 días con Jesús». Y de hecho, probablemente estás siguiendo el plan de lectura de Incomparable.
Ella eligió los temas de su libro basándose en un antiguo libro llamado «El Cristo incomparable»de Oswald Sanders. Hoy veremos el capítulo 7 que trata sobre el bautismo de Cristo: otro aspecto de Jesús, que es verdaderamente incomparable. Escuchemos a Nancy.
Nancy: Ahora, cada vez que un creyente es bautizado, es un evento trascendental. Pero en Su bautismo, Jesús fue incomparable. Nunca ha habido ni habrá un bautismo como el Suyo.
Permítanme pedirles que busquen en el Evangelio de Mateo el capítulo 3. Mateo, el primer libro del Nuevo Testamento.
«En aquellos días llegó Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea diciendo: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos se ha acercado”» (vv. 1-2).
Entonces Juan fue enviado a anunciar la venida del reino de los cielos y la venida del Rey. Versículo 5:
«Entonces Jerusalén, toda Judea y toda la región alrededor del Jordán, acudían a él y confesando sus pecados, eran bautizados por Juan en el río Jordán» (vv. 5-6)
El bautismo es un rito, una ceremonia que significaba lavado, limpieza del pecado. Estas personas que venían a ser bautizadas reconocían públicamente que eran pecadores y que necesitaban ser limpiados. Se estaban entregando a la misericordia de Dios, al darse cuenta de que no podían salvarse a sí mismos. El bautismo no los salvaba, pero era una expresión visible de una obra que se había realizado, que se había hecho en sus corazones. Una obra que la Biblia llama arrepentimiento.
El arrepentimiento significa un cambio de mentalidad, un cambio de corazón, un cambio de dirección. Has estado yendo por tu propio camino, viviendo tu propia vida, haciendo lo tuyo, y Dios te detiene y te das cuenta de que eres una pecadora que necesita la salvación de Dios. Te detienes y, por la gracia de Dios, te arrepientes. Te das la vuelta. Vas ahora en otra dirección. Pones tu fe en Cristo para que te cambie, para darte un corazón nuevo, una nueva inclinación. Ese acto de fe, ese acto de arrepentimiento es lo que se simboliza en la ceremonia del bautismo.
El acto del arrepentimiento está simbolizado en la ceremonia del bautismo.
Ahora, estos eran creyentes que estaban siendo bautizados antes de que Jesús muriera en la cruz. Así que, este fue un período de transición, ya que estaban mirando hacia adelante en la fe, a lo que ahora nosotras miramos hacia atrás en la fe, para el perdón y la liberación que Cristo traería.
Cuando Cristo murió en la cruz, nosotros miramos hacia atrás y vemos la liberación y el perdón de nuestros pecados, cuando contemplamos a Cristo que murió en la cruz. Por eso nos confesamos a Él, no a cualquier persona para que nos perdone nuestros pecados, sino a Dios, quien es el único que puede perdonar los pecados.
Entonces, al ser bautizadas, estas personas confesaban sus pecados, y ellos esperaban con ansias la venida de Cristo y declaraban su lealtad al reino de los cielos. Nosotras somos seguidoras de Cristo, el Rey. Ellos sabían muy poco acerca de Cristo. Sabían lo que estaba escrito en el Antiguo Testamento. Ellos veían oscuramente, como a través de un velo, y esperaban a Cristo y Su venida.
Pero nosotras sabemos mucho más sobre Él. Al ver hacia atrás nos gozamos en el hecho de que Él ha venido. En el bautismo declaramos nuestra lealtad a Cristo Rey y a Su reino.
En los versículos 7 al 10, los fariseos y los saduceos, los gobernantes religiosos, llegan al lugar donde Juan está bautizando. Uno podría esperar que Juan se emocionara al verlos venir. «¡Wow! Están aceptando mi ministerio. Creen que esto es importante. Se han tomado tiempo en sus apretadas agendas para asistir a los servicios que estoy teniendo aquí en el desierto de Judea».
Pero en lugar de eso, Juan los reprende públicamente, y les da una reprimenda muy dura, por su falta de verdadero arrepentimiento de corazón. Les advierte que su linaje espiritual y sus actuaciones religiosas no tienen sentido si sus corazones no han cambiado.
Les advierte que todos los que no estén verdaderamente arrepentidos, sin importar cuál sea su título: maestro, fariseo, sin importar cuál era su título, sin importar su educación en el seminario, sin importar cuánto respeto recibieran de otras personas, les advierte que cualquiera que no esté verdaderamente arrepentido en su corazón enfrentará el juicio eterno y la ira de Dios. Luego, de haberles advertido, los dirige a ellos y a toda la multitud hacia Cristo. Continuamos en el versículo 11 de Mateo 3:
«Él dice: “Yo, en verdad, los bautizo a ustedes con agua para arrepentimiento, pero Aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, a quien no soy digno de quitar las sandalias; Él los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego. El bieldo está en Su mano y limpiará completamente Su era; y recogerá Su trigo en el granero, pero quemará la paja en un fuego que no se apaga”» (vv. 11-12).
Este es un texto al que podríamos dedicar mucho tiempo. No lo haremos porque quiero llegar al bautismo. Pero esencialmente está diciendo que Cristo va a separar a los que le pertenecen de los que no. Unos irán a la salvación eterna, otros a la condenación y al juicio eterno. Ahora el versículo 13 dice:
«Entonces Jesús llegó de Galilea al Jordán, a donde estaba Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan trató de impedirlo, diciendo: “Yo necesito ser bautizado por Ti, ¿y Tú vienes a mí?”» (vv. 13-14).
Él dijo: «Ni siquiera soy digno de llevar sus sandalias», y ahora Jesús viene y me dice: «Quiero que me bautices». Juan dice: «Necesito ser bautizado por Ti, ¿y ahora vienes a mí?».
«Jesús le respondió: “Permítelo ahora; porque es conveniente que así cumplamos toda justicia”. Entonces Juan consintió» (v. 15).
En este pasaje vemos nuevamente la humildad de Cristo. Vemos Su humildad desde Su nacimiento, a través de Su vida, a través de Su muerte, a lo largo de los Evangelios vemos la humillación de Cristo. El Hijo de Dios, el Rey de gloria, el Rey del reino de los cielos.
Aquí viene, Él es sin pecado. Él no tiene necesidad de arrepentirse, y se somete al bautismo de arrepentimiento. Me recuerda a Isaías 53, ese maravilloso pasaje sobre el sufrimiento de Cristo. Dice que «fue [contado] enumerado con los transgresores». Él quiso ser bautizado. Él se identificó con los pecadores, con aquellos a quienes vino a salvar. Esto lo hace un Salvador humilde. Eso es lo que lo hizo apto para ser nuestro Salvador, que estuvo dispuesto a identificarse con nosotros como pecadores.
Vemos la obediencia de Cristo. No solo humildad, sino también Su obediencia. Él dijo: «Conviene que cumplamos toda justicia». Cristo cumplió perfectamente toda la ley de Dios y toda la voluntad de Su Padre celestial. ¿Hay alguien ha hecho esto alguna vez? Nunca antes otra persona ha hecho algo semejante. No importa lo religioso que sea, lo respetado que sea, lo alto que esté en su sistema religioso. Nunca, nadie más que Cristo, ha cumplido completamente la voluntad de Dios. Él es incomparable.
Pero la buena noticia del evangelio es que Su vida justa y obediente es puesta a nuestra cuenta. Los teólogos utilizan el término «imputada». Su justicia puede contarse como nuestra. Eso es lo que significa ser justificado. Ser contados como justos, no porque seamos justos, sino porque la justicia de Cristo ha sido acreditada a nuestra cuenta.
Por eso le convenía cumplir toda justicia, porque de lo contrario, no podría habernos justificado. No nos hubiera hecho justos.
Romanos capítulo 8 dice: «Enviando a Su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, [Dios] condenó al pecado en la carne, para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros» (vv. 3-4). La justicia de Dios puede cumplirse en nosotras porque Jesús cumplió toda justicia.
Esto me lleva a preguntarte: ¿Hay alguna área de justicia que no hayas cumplido? Incluso pudiera ser en esta misma área del bautismo. Vemos un patrón y una enseñanza en las Escrituras de que aquellos que han puesto su fe en Jesucristo deben demostrarlo al pasar por las aguas del bautismo.
El bautismo no te salvará. No te hará más espiritual. De hecho, si no es una expresión exterior de una realidad interior, lo único que hace es mojarte. Pero si tu corazón ha sido cambiado, si crees en Cristo para salvación, te has arrepentido de tu pecado, entonces bautizarte es un acto de obediencia.
Jesús dijo que convenía cumplir toda justicia. Me pregunto si has obedecido a este simple acto de obediencia de ser bautizada después de haber llegado a la fe en Jesucristo.
Y volviendo a Mateo 3:16, «Después de ser bautizado, Jesús salió del agua inmediatamente». Con el bautismo de Cristo tenemos esta imagen poderosa con la que he estado lidiando durante estos últimos días. Encuentro que me cuesta encontrar palabras para expresar todo lo que está simbolizado en el bautismo de Cristo.
Entró en el agua del bautismo y salió del agua. Este es un cuadro de Su muerte y resurrección a nuestro favor. Romanos 6 lo expresa de esta manera: «Por tanto, hemos sido sepultados en Él por medio del bautismo para muerte, a fin de que como Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida» (v. 4)
Es una imagen de lo que nos sucede cuando venimos a Cristo. Estamos unidas a Él en Su muerte, y luego en Su resurrección. Nos sumergimos como una criatura vieja y emergemos como una nueva criatura. No en las aguas físicas del bautismo. Las aguas físicas del bautismo simbolizan lo que nos está sucediendo espiritualmente cuando hemos sido sepultadas con Cristo a semejanza de Su muerte y resucitadas con Él a semejanza de Su resurrección.
El bautismo de Jesús es el cumplimiento de algo más. Es un cumplimiento de una imagen en el Antiguo Testamento refiriéndose a los sacerdotes. Los sacerdotes del Antiguo Testamento comenzaban su ministerio a los treinta años. ¿Qué edad tenía Jesús cuando fue bautizado? Treinta años. Los sacerdotes eran lavados ceremonialmente con agua. Jesús estaba cumpliendo ese modelo porque Él es nuestro gran Sumo Sacerdote.
En Levítico 8 vemos una descripción extensa de la primera vez que Aarón, quien fue el primer sumo sacerdote, y de sus hijos, también sacerdotes, fueron consagrados o apartados para el ministerio. Cuando esto ocurrió, toda la congregación se reunió para una ceremonia pública. Permítanme leer solo unos pocos versículos de Levítico capítulo 8:
«Entonces Moisés hizo que Aarón y sus hijos se acercaran y los lavó con agua. Puso sobre él la túnica, lo ciñó con el cinturón y lo vistió con el manto… Después derramó del aceite de la unción sobre la cabeza de Aarón y lo ungió para consagrarlo» (vv. 6-7, 12).
Los sacerdotes eran lavados con agua, vestidos con vestiduras especiales y luego solo el sumo sacerdote era ungido con aceite. Ahora, el aceite en las Escrituras es a menudo una imagen del Espíritu Santo: una capacitación divina para el servicio. Jesús cumplió con esta imagen, con este tipo del Antiguo Testamento al entrar en las aguas del bautismo, representando el lavado con agua (aunque no tenía ningún pecado propio para ser lavado), Él fue lavado con agua, vestido con el poder de Dios y ungido con el aceite del Espíritu Santo al iniciar Su ministerio público.
Lo veremos a medida que continuamos en Mateo capítulo 3. ¿Qué sucedió después de que Jesús sale del agua del bautismo?
«Y los cielos se abrieron en ese momento y él vio al Espíritu de Dios que descendía como una paloma y venía sobre Él. Y se oyó una voz de los cielos que decía: “Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido”» (vv. 16-17).
Ahora está claro que Jesús no era simplemente otro hombre siendo bautizado. Él es el Cristo incomparable. Juan lo sabía. Los espectadores que ese día escucharon esa voz del cielo, lo sabían. Los ángeles lo sabían. Lo sabemos mientras lo leemos. No se trata solo de un hombre más siendo bautizado.
Entonces, vamos a analizar las tres cosas que sucedieron cuando Jesús salió de las aguas del bautismo.
- Primero, los cielos fueron abiertos.
- Luego el Espíritu de Dios descendió sobre Él.
- Y el Padre habló desde el cielo.
Veamos cada uno de estos puntos. Primero, los cielos fueron abiertos. Por cierto, es interesante que en el relato paralelo del bautismo de Jesús en Lucas capítulo 3, nos da un pequeño detalle que no vemos en el Evangelio de Mateo. Dice: «Cuando Jesús fue bautizado y oraba, los cielos se abrieron» (v. 21).
Jesús tenía comunión con Su Padre. Él estaba orando. Él estaba usando los medios de gracia. La intimidad con Dios se produce cuando utilizamos los medios de gracia que Dios ha puesto a nuestra disposición.
Pensemos en los cielos abiertos. Debido al pecado, desde Génesis 3, cuando Adán y Eva fueron expulsados del jardín del Edén, se les cerró el camino para regresar a ese paraíso terrenal. Y desde ese momento hasta el día de hoy, el acceso a la presencia de Dios en el cielo quedó cerrado a la humanidad.
Ninguna de nosotras por nosotras mismas podemos llegar a la presencia de Dios, no podemos llegar al cielo, no podemos disfrutar de la amistad y el compañerismo con Dios para el cual fuimos creadas. El cielo está cerrado para nosotras debido a nuestro pecado que nos ha separado de Dios. Pero Jesús, el Cristo incomparable, tiene acceso a la presencia de Dios, al trono en el cielo. ¿Por qué? Por los méritos de Su vida sin pecado. Él nunca pecó. Él nunca desobedeció a Su Padre, Él nunca resistió la voluntad de Su Padre.
Él tiene acceso constante al trono de Dios, a la presencia misma de Dios. Esto es lo que me encanta de esto. ¡Jesús vino a esta tierra para que el cielo se nos abriera, y se nos concediera acceso a la presencia de Dios!
Hermanas, ¿saben lo que eso significa? Todas las religiones del mundo, en esencia, son personas que intentan llegar a Dios a través de sus propias obras, de sus propios esfuerzos, de sus propios sacrificios, sus propias luchas, su propia religión. El camino está cerrado. El cielo está cerrado. Jesús dijo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por Mí» (Juan 14:6).
No hay otro camino, solo a través de Cristo. Debido a que Él vino a esta tierra y no solo vivió una vida sin pecado, sino que murió la muerte que los pecadores merecíamos, porque Él murió como nuestro sustituto en nuestro lugar, tenemos acceso al cielo.
¿Recuerdas cuando Esteban fue martirizado, el primer mártir cristiano en el libro de Hechos capítulo 7? ¿Qué fue lo él que vio? Mientras iba a morir, dijo: «He aquí veo los cielos abiertos, y al Hijo del Hombre de pie a la diestra de Dios» (v. 56). Esteban nunca pudo haber dicho eso. Tú y yo nunca podríamos decir esto si el Hijo del Hombre, el Hijo de Dios, no hubiera venido a esta tierra, cumplido toda justicia y pagado nuestra muerte para que los cielos se abrieran. Para darnos acceso al Padre.
Me encanta ese versículo en Apocalipsis 4 cuando Juan tiene esa visión de lo que está sucediendo en el cielo. Él dice: «Después de esto miré, y vi una puerta abierta en el cielo. Y la primera voz que yo había oído, como sonido de trompeta que hablaba conmigo, decía: “Sube acá”» (v. 1). Esto nunca hubiera podido ser dicho, porque el cielo no se abriría, la puerta estaría cerrada para siempre, Dios nunca habría dicho: «Sube acá a Mi lugar y vive conmigo para siempre» si Jesús no hubiera venido aquí y vivido una vida sin pecado y pagado nuestra muerte.
Algunas de ustedes han estado en la iglesia toda su vida, han sido religiosas toda su vida, o tal vez todo esto suena nuevo para ti, pero quizás nunca has comprendido el hecho de que el cielo está abierto solo para aquellas que van por el camino de Jesús. Él nos abrió ese camino para nosotras a través de Su cruz. ¿Estás agradecida? ¿No es increíble que el cielo está abierto para nosotras? No porque seamos buenas, no porque actuemos, no porque atravesamos por obstáculos, sino porque Jesús murió por nuestros pecados.
En segundo lugar, el Espíritu de Dios descendió como paloma y se posó sobre Él. Me recuerda ese versículo de Isaías 61 que dice: «El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido Jehová para llevar buenas nuevas a los pobres» (v. 1).
Jesús vino a esta tierra y con la plenitud del Espíritu Santo fue ungido para el servicio, ungido para proclamar el evangelio, ungido para llevar las buenas nuevas a aquellos que estaban indigentes y necesitaban desesperadamente un Salvador. ¿Cómo lo hizo? El Espíritu de Dios estaba sobre Él.
De hecho, después de Su bautismo, después de esta unción del Espíritu Santo para el servicio, después de este comienzo de Su ministerio, las Escrituras nos dicen en Lucas capítulo 4: «Y Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu» (v. 1), y Él entonces continúa en Su ministerio terrenal.
Aunque Jesús era Dios durante toda su vida terrenal, como hombre, Él ejerció dependencia del Espíritu Santo, y nosotras también debemos hacerlo. Tú y yo no podemos hacer lo que Dios nos ha llamado a hacer, sea lo que sea. Puedes lavar platos, puedes tener hijos, puedes trabajar en tu trabajo, pero no puedes hacerlo de una manera que sea espiritualmente efectiva para la gloria de Dios a menos que lo hagas con el poder del Espíritu Santo.
Lo bueno es que Él nos ha dado Su Espíritu para capacitarnos para el servicio. No solo el Espíritu Santo viene sobre nosotras, sino que si eres hija de Dios, la Escritura dice que el Espíritu de Jesús vive en ti. Hay poder para servir a Dios y a los demás gracias al ministerio del Espíritu Santo.
Luego la número tres: el Padre habló desde el cielo: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia» (Mateo 3:17). Jesús recibió la afirmación, la aprobación, la complacencia de su Padre. Esta fue una aprobación del cielo, la evaluación celestial de Jesús. Mientras Dios miraba hacia atrás, a los últimos treinta años que Jesús había estado en esta tierra, entonces miraba a toda esa eternidad anterior a esto, se alegró de que Jesús nunca se hubiera desviado ni un iota de la voluntad de Su Padre celestial. No había nada en Sus acciones, actitudes, palabras, nada que no fuera agradable al Padre: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».
Dios estaba satisfecho con Su Hijo que era completamente obediente, puro, sin pecado, que cumplió todos los mandamientos de Dios, incluidos los dos primeros, amar al Señor Dios y amar a los demás. Él cumplió esos mandamientos perfectamente.
Jesús haría un sacrificio aceptable por nuestro pecado y se convertiría en nuestro sustituto, moriría en nuestro lugar y Dios aceptaría ese sacrificio. Porque este era Su Hijo amado en quien tenía complacencia.
Así que tenemos en el bautismo de Jesús, el comienzo de Su ministerio público. Él sale en el poder del Espíritu y con la seguridad de que Su vida, Su sacrificio y la ofrenda de Sí mismo son aceptables, satisfactorios y agradables a Su Padre.
Solo dos comentarios más para cerrar aquí. «Este es mi Hijo amado», dijo Dios de Jesús. Gracias a la vida obediente de Jesús y a Su muerte sacrificial por nosotras, podemos ser hijos e hijas de Dios, y experimentar el amor del Padre y ser aceptados por Él.
De hecho, 1 Juan 3:1 dice: «Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios. Y eso somos». Entonces Dios dijo: «Este es mi Hijo amado». Si estamos en Cristo, ¿qué dice Él de nosotras? «Eres mi amada hija. Eres mi hijo amado». Jesús vino para que pudiéramos tener esa relación con Dios.
«Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia». Se me ocurre la idea de que si Dios estaba complacido y deleitado con Su Hijo, ¿cuál debería ser nuestra visión del Hijo?
- ¿Te deleitas en Él?
- ¿Él te agrada?
- ¿Te satisface?
- ¿Es Él suficiente para ti?
- ¿Puedes decir: «Él es mi amado Salvador, y con Él estoy satisfecha. Estoy muy contenta»?
Débora: ¿Alguna vez habías pensado así del bautismo de Jesús? Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha dado mucho en qué pensar con respecto al comienzo del ministerio de Jesús.
Este mensaje forma parte de la serie «Incomparable: La Persona de Cristo». A lo largo de la serie, Nancy considera aspectos importantes de la vida de Jesús. Es posible que descubras que nunca antes habías considerado algunos de estos temas y que bendición que podamos considerarlos juntas. Para escuchar todos los mensajes que se han transmitido hasta ahora en esta serie, visita AvivaNuestrosCorazones.com, o dirígete a tu plataforma de pódcast favorita y busca Aviva Nuestros Corazones.
Las enseñanzas de Nancy se basan en su libro más reciente, Incomparable: 50 días con Jesús. Este recurso es sin duda una excelente manera de alinear tu corazón a la palabra de Dios mientras meditas en la vida y las palabras de Jesús. Puedes leer Incomparable en cualquier época del año.
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