Lléname de Ti, día 2
Nancy DeMoss Wolgemuth: Andrew Murray dijo: «En la vida cristiana, el amor a Cristo lo es todo». Y ese amor por Cristo no es solo un sentimiento de felicidad. Es una inclinación de corazón que se deleita en guardar Sus mandamientos y en hacer Su voluntad. Y eso se ve en vidas que son desinteresadas, abnegadas, sacrificadas. Es amar a los demás como Él nos ha amado.
Annamarie Sauter: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
En este mundo enfrentamos luchas y hay momentos donde –especialmente en las relaciones– nos queremos dar por vencidas. Ayer Nancy nos habló sobre la importancia de guardar nuestros corazones y ser llenas de Cristo y de Su Palabra. Hoy ella nos anima a ser llenas del amor de Dios para poder amar a los que nos rodean.
Nancy: Quiero preguntarte: «¿Cómo está tu vida …
Nancy DeMoss Wolgemuth: Andrew Murray dijo: «En la vida cristiana, el amor a Cristo lo es todo». Y ese amor por Cristo no es solo un sentimiento de felicidad. Es una inclinación de corazón que se deleita en guardar Sus mandamientos y en hacer Su voluntad. Y eso se ve en vidas que son desinteresadas, abnegadas, sacrificadas. Es amar a los demás como Él nos ha amado.
Annamarie Sauter: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
En este mundo enfrentamos luchas y hay momentos donde –especialmente en las relaciones– nos queremos dar por vencidas. Ayer Nancy nos habló sobre la importancia de guardar nuestros corazones y ser llenas de Cristo y de Su Palabra. Hoy ella nos anima a ser llenas del amor de Dios para poder amar a los que nos rodean.
Nancy: Quiero preguntarte: «¿Cómo está tu vida amorosa?» Algunas de ustedes deben estar pensando, «¿qué vida amorosa? ¡Me gustaría tener una vida amorosa!» No, en serio, ¿cómo está tu vida amorosa?
Se nos dice en 1 Corintios que si tenemos todo tipo de dones increíbles y somos sacrificiales, servimos al Señor en nuestras vidas y tenemos todos los tipos de conocimiento y fe, pero no tenemos amor, entonces todo lo demás queda anulado. Es nada, vale menos que nada en algunos casos. Puede hacer mucho ruido, se puede hacer un montón de ruido, pero no tiene ningún valor eterno si no estamos ceñidas por el amor, si el amor no es la fuente de nuestro servicio.
Si la forma en que usamos nuestros dones no es por amor, entonces nos deja sin fruto. El amor es la clave de lo que la Escritura habla allí. Se nos dice en 1 Corintios 14: 1, que persigamos el amor, justo después del capítulo 13 en 1 Corintios: «Seguid el amor». Eso significa ser intencional en aprender a amar, y el punto de partida es simplemente orar al respecto, decir: «Señor, lléname con Tu amor. Necesito más amor por Ti y más amor por los demás».
Colosenses capítulo 3 nos dice que «nos vistamos de amor», debemos vestirnos con amor. Tú te vistes cada mañana, todo el mundo aquí se puso ropa hoy. ¿Te vestiste de amor? Se nos dice en 1 Pedro capítulo 4 que debemos ser fervientes en el amor, no a medias, sino fervientes en el amor.
Luego hay una serie de versículos que nos dicen que debemos crecer y abundar en amor. No se supone que estemos estancadas en nuestra vida de amor a Dios y a los demás. No debemos solo conformarnos con permanecer donde estamos actualmente en nuestra vida amorosa. Pablo dice en Filipenses capítulo 1 versículo 9: «Y esto es lo que pido en oración: que el amor de ustedes abunde cada vez más en conocimiento y en buen juicio. Que el Señor los haga crecer y abundar en amor unos para con otros, como también nosotros lo hacemos para con vosotros». Amor creciente, amor abundante. Este es un gran tema, sobre todo en el Nuevo Testamento: «… porque su fe aumenta grandemente, y el amor de cada uno de vosotros hacia los demás abunda más y más».
Entonces, déjame preguntarte de nuevo: «¿Cómo está tu vida amorosa? ¿Amas más hoy de lo que amabas hace un año?»
¿Estoy amando más? ¿Estoy creciendo en amor, abundando en amor? Cuando pienso en eso, pienso en un arroyo que se desborda e inunda las orillas. No se queda dentro de los límites, se desborda. Ahora, eso no es siempre algo bueno cuando se trata de agua, pero es una gran cosa cuando se trata del amor. ¿Está mi amor abundando?, ¿se está desbordando?, ¿está aumentando?
¿Sabes cuáles son los dos grandes mandamientos que Jesús dijo? Hay cientos de mandamientos en el Antiguo Testamento, pero cuando se le preguntó a Jesús: «¿Cuál es el más grande mandamiento, el número uno?» (Ellos le pidieron escoger uno). ¿Cuál dijo Él que era el mandamiento más grande? «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma, mente y fuerzas». ¿Y el segundo? «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Si esos son los dos mandamientos más grandes, y lo son, porque Jesús dijo que lo eran (y ambos tienen que ver con el amor), ¿cuál crees que sería el mayor pecado? ¿No sería amar a Dios y a los demás menos de lo que debemos?
Así que el carecer de amor, el no estar creciendo en el amor, el no estar abundando en amor, el ser mezquinas, tacañas en nuestro amor, el ser medidas en nuestro amor no es solo algo en lo que tenemos que trabajar o pensar, ¡es algo que realmente importa! El amor le importa a Dios, porque Dios es amor y el que está en Dios, ama.
Lee 1 Juan y simplemente encierra en un círculo todas las referencias al amor: el amor de Dios por nosotros, el amor de Cristo por nosotros, el amor de Dios por Cristo y nuestro amor unos por otro, y luego nuestro amor por los demás. ¡Está por todas partes! Es una parte integral del evangelio. De hecho, Romanos 13 dice que el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Hay muchas leyes en la Escritura, pero cuando unes todo, ¿en qué se resume todo? En el amor. Tú cumples la ley, porque el amor es el cumplimiento de la ley, dice Romanos 13.
Aquí está el problema: Todas nosotras somos infractoras de la ley. No podemos amar a Dios o a los demás de la manera que se supone que debemos. El hecho es que nos amamos a nosotras mismas, en primer lugar. Jesús dijo: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». Y quizás tú digas: «No me amo a mí misma, tengo una autoimagen terrible». Incluso la terrible autoimagen, en cierto modo, es un signo de amor propio, porque nos preocupa lo que los demás piensan de nosotras, ¿no es cierto? ¡Lo hacemos! Nos importa.
Así que nosotras nos amamos a nosotras mismas, pero nuestro amor natural por Dios y por los demás es débil, es condicional, es voluble, es insuficiente. Vemos que el mayor mandamiento es amar a Dios y el segundo más grande mandamiento es amar a los demás y luego nos damos cuenta de que no podemos amar de esa manera, somos infractores de la ley, y eso nos lleva a la conclusión de que Dios es la única fuente de amor verdadero.
No podemos amar sin Él, sin Su ayuda. No puedes amar a Dios, no puedes amar a tu pareja, no puedes amar a tus hijos, no puedes amar a tus amigos, ni hablar de amar a tus enemigos, sin el amor de Dios llenándote y fluyendo a través de ti.
Nuestro amor tiene fronteras, tiene límites: «¡Hasta aquí, no busques más!» Pero el amor de Dios no tiene límites. No conoce fronteras. Nuestro amor está calculando; el amor de Dios es generoso, es abundante, desafía la lógica, ¿verdad que sí? Nuestro amor es condicional, se ve afectado por cómo responden los demás. Tú vas al altar y dices, «acepto, acepto, acepto, lo haré, lo haré, lo haré…» Y luego diez minutos o diez semanas o diez meses o diez años más tarde, estás pensando, «¡no lo haré!»
«¡Yo no amo más a esta persona!» ¿Por qué? «Porque no me ama en la forma en que solía hacerlo, no me trata como solía hacerlo». Eso es amor condicional. Pero el amor de Dios no se ve afectado por la forma como es recibido; se basa en el hecho de que Él es amor. Eso es todo lo que Él puede hacer, amar, es Su carácter.
Nosotros somos receptores. ¡Nacemos recibiendo! Queremos lo mejor, lo máximo, lo primero para nosotras mismas. Pero Dios es el dador por excelencia. Él siempre está dando lo que Él sabe que es mejor para nosotras. Estamos ensimismadas en nosotras mismas. ¡Así somos! Somos egoístas, pero Dios lleva sobre sí nuestras cargas. Él es amor.
Nosotras de manera natural nos amamos a nosotras mismas; Dios, naturalmente, está centrado en los demás. Nuestros afectos naturales, nuestros apegos naturales, son cosas de este mundo presente, visible, temporal, fugaz. Amamos este mundo. Queremos echar raíces aquí, queremos tenerlo, queremos ser parte de Él, queremos ser aceptadas por Él. Ahí es donde nuestros afectos y nuestros apegos gravitan.
Pero Dios nos llama a poner nuestros afectos, lo que amamos, en las cosas de arriba, en Cristo, en Su reino, en lo invisible, en el mundo eterno. ¿Ves qué diferente es el amor de Dios en comparación a cómo amamos nosotros? Ahora Jesús dijo en Juan 15: «Así como el Padre me ha amado a mí, también yo los he amado a ustedes. Permanezcan en mi amor».
Él nos está ofreciendo Su amor. Jesús dice: «Dios me ha amado con este amor increíble!» El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, desde toda la eternidad pasada, se aman profunda, sincera, apasionada y puramente. ¡Es un amor increíble! Jesús dijo: «El Padre me ha amado. Ese es el mismo amor con que yo los he amado!»
Lo que tienes que hacer es vivir en el entorno, nadar en la piscina, poner tus raíces profundamente en el terreno del amor de Dios que hemos recibido a través de Jesucristo. Mientras vivamos en ese amor, podremos amarle a Él y a otros con el amor que hemos recibido de Dios a través de Jesucristo.
Así que Él derrama Su amor en nuestras vidas para que podamos llegar a ser canales a través de los cuales Él pueda amar a otros. Él quiere amar a otros a través de ti. Él quiere amar a tu marido a través de ti, Él quiere amar a tus hijos a través de ti, Él quiere amar a esa compañera que vive en el mismo piso, a tu hermana, a tu jefe, a tus empleados, a tus padres, a tus compañeros, Él quiere amarlos a través de ti.
No es de tu amor del que dependes, ni de mi amor. Eso no llega muy lejos. Es el amor de Dios. Podemos amar porque hemos sido amadas. La medida del amor de Cristo cuando hemos sido amadas, debe convertirse en la medida de nuestro amor. Es por eso que queremos siempre crecer y abundar en amor, porque siempre estamos recibiendo más y más del increíble amor eterno e inquebrantable de Dios. Él quiere que eso siempre esté aumentando en nosotras y a través de nosotras.
El amor de Dios por nosotras y nuestro amor por Él, se convierten en las motivaciones más poderosas y puras para nosotras servir a los demás. «Amar al Señor nuestro Dios», ¡ese es el primer mandamiento! Amarlo con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas, y el amor de Dios por nosotras y nuestro amor por Él, es la fuente de la que nuestro servicio desborda.
Ves, es el amor de Dios que nos da fuerza y nos mantiene cuando nos cansamos en la carrera. Si no tienes amor como el combustible para tu trabajo, tu servicio, tu ministerio y tus relaciones, entonces vas a tener que correr con el vapor del tanque, por obligación, por hábito. No vas a ser capaz de amar a tus hijos cuando estés cansada y ellos estén irritables.
No vas a ser capaz de amar a tu marido cuando él no cumpla con tus expectativas. No vas a ser capaz de amar a ese jefe cuando él no cumpla sus promesas, si no estás siendo alimentada día tras día por el amor de Cristo, ¡permaneciendo en Su amor!
El amor de Dios por nosotras es siempre expresado en dar; esa es una gran característica del amor. «Tanto amó Dios al mundo, que dio…» 2 Corintios 8 nos dice que nuestro dar es una prueba, una evidencia, de la sinceridad de nuestro amor. Si dices que amas a alguien, pero no estás dispuesta a dar a él o ella, entonces realmente no le amas.
Cuando amamos se puede ver cuán dispuestas estamos a dar. La disposición a desprendernos de lo que nos es querido por el bien de los demás, que decimos que amamos, es una evidencia, es una prueba de la sinceridad de nuestro amor.
Lo que damos puede ser dinero. El dar generosamente es una expresión de amor. Pero también puede ser tiempo. A veces es más fácil escribir un cheque que dar un poco de tiempo para ayudar a una persona a nuestro alrededor que tiene una necesidad. Puede ser hospitalidad. Pienso en una de mis hermanas que tiene cinco hijos en edad de secundaria y universidad. Ellos tienen una vida muy ocupada, pero siempre están abriendo su casa a los demás para compartir sus comidas, su amistad, su tiempo, sus camas, su todo.
Ella no se estresa por tener una multitud en su casa o porque alguien haya hecho un desastre. Los inconvenientes que surgen son trabajo duro, tiempo, esfuerzo. Pero ella es generosa en dar. Ella es una mujer amorosa, su familia es una familia amorosa, y ellos muestran esto a través de la hospitalidad.
A veces es solo estar dispuestas a renunciar a nuestra privacidad. Especialmente para aquellas que son solteras, que les gusta tener más una vida tranquila, o tal vez son más introvertidas. Permitir que la gente entre en nuestro espacio, frente a nosotras requiere amor, requiere esfuerzo. Nuestro instinto natural es el de aferrarnos fuertemente a nuestra privacidad, a nuestras cosas, a nuestra conveniencia, a nuestro tiempo, ¡a nosotras mismas! Naturalmente queremos encerrarnos (a menos que seas una de esas personas extrovertidas, que desde luego yo no soy).
Yo preferiría quedarme en casa con mis libros, mi computadora portátil, en mi estudio, estar tranquila, en privado, en mi pequeño mundo protegido y ser un poco introvertida, tener mi privacidad, mi espacio, mi lugar. Pero el amor nos llama a tener un corazón abierto, a ser generosas, no tacañas, ni mezquinas, a ser proactivas y expresivas. Extendernos hacia los demás, tomar tiempo, para cuidar a los hijos o a personas mayores, no ignorar a personas que consideramos como invisibles.
He comido varias veces con una amiga que siempre está preguntando al personal del restaurante, «¿cuál es tu nombre?» Necesitamos simplemente mostrar interés por los demás, atraerlos, abrir nuestros corazones, no simplemente ser ciegas a las personas mientras caminamos junto a ellas, sino que necesitamos abrir nuestro corazón a los demás.
Así que, a medida que nos llenamos de Su amor, seremos vaciadas de nosotras mismas. Eso significa que no habrá espacio para la ambición egoísta, para la autoprotección. Vamos a ser capaces de amar a los demás como a nosotras mismas. Y como dijo Jesús, vamos a hacer a los demás como nos gustaría que nos hicieran a nosotras.
Cuando estás publicando ese comentario en Facebook o en el blog de alguien, pregúntate: «¿Sería yo bendecida o motivada si alguien escribiera ese comentario sobre mí en mi página de Facebook?» Nunca deja de sorprenderme cómo algunas personas sienten tanta libertad de explotar, o de asumir cosas negativas, o llegar a conclusiones negativas, y estoy hablando de cristianos haciendo esto, asumir lo peor en lugar de lo mejor.
Yo pienso que ellos creen que si ellos tan solo lo escriben con un teclado está bien, que eso no es falta de amor. ¡No, no está bien! Si no es algo que te gustaría que dijeran acerca de ti, si no edifica, si no alienta, ¡no lo digas! Si hay herejía involucrada, eso es una cosa, pero solo por el hecho de que no estás de acuerdo o no lo ves de la misma manera o no lo entiendes… Tenemos que pedirle a Dios que refrene nuestras lenguas y nuestros corazones y nos llene de Su amor, de modo que la forma en que nos expresemos hacia los demás sea realmente amorosa.
Amar a los demás significa poner sus necesidades y preferencias antes que las nuestras, ceder nuestras preferencias ante las de los demás; valora las relaciones más de lo que valora el hacer las cosas a nuestra manera.
Una amiga me envió una foto anoche de su sala de estar y había un sofá de color verde lima, que un buen decorador que vino los ayudó a comprar y a poner en su casa, con otros muebles que coordinaban.
Pero al marido de esta amiga le encantó una alfombra azul que encontró y decidió que quería también ponerla en la sala de estar. Pero, como te imaginarás, el sofá color lima no combina con la alfombra azul. Estoy en lo cierto. Se ve un poco raro. Así que esta mujer me dijo: «Mis hijos siempre me dicen: ¡Tú necesitas decirle a papá que se deshaga de esa alfombra!» Pero a él le gusta esa alfombra. ¡Él la quiere!
Así que esta mujer me dijo: «¡He decidido que mi relación con mi marido es más importante que el hecho de que la alfombra haga juego con los muebles! Voy a dejarlo pasar». Ella le preguntó al respecto y él dijo: «¿Qué es lo que los niños siempre están diciendo sobre esto?, ¿cuál es su problema?» Ella dijo: «Bueno, es la alfombra y el sofá».
Y él preguntó: «¿Qué hay de malo en ello?» Ahora, tal vez él es daltónico, no lo sé. Pero me encanta lo que ella dijo: «La relación es más importante para mí. El amor importa más que tener mi sala de estar combinada». Bien, eso es práctico, ¿no es así? ¡Eso es amor!
Y esto se pone muy práctico. Si leemos 1 Juan 3, dice: «Si alguien que posee bienes materiales ve que su hermano está pasando necesidad, y no tiene compasión de él, ¿cómo se puede decir que el amor de Dios habita en él?» Así que si ves a alguien que tiene una necesidad, lo que el escritor está diciendo es: «No te quedes ahí, no lo añadas simplemente a la lista de oración en el boletínde la iglesia. ¡No endurezcas tu corazón! ¡Haz algo para satisfacer la necesidad! «No amen de palabra ni de lengua, sino amen de hecho y en verdad».
Estaba en una farmacia, no hace mucho, una a la que yo nunca había ido antes, porque necesitaba algo del departamento de cosméticos. Había una señora amable allí que me ayudó a encontrar justo lo que estaba buscando, y cuando nos pusimos a hablar, salió en la conversación que ella tiene ocho hijos, si no estoy mal. La mayoría son adoptados, niños con necesidades especiales, varios de los cuales todavía están en la casa, o sea, viven en la casa.
En medio de todo esto, su esposo (que creo tenía unos cincuenta y tantos años), cayó muerto mientras estaba haciendo las compras del supermercado una noche. Así que recientemente se ha convertido en viuda, y es la única proveedora para su familia, trabajando ahí en el departamento de cosméticos. Conversamos y ella es creyente, está confiando en Cristo, pero está pasando por un momento muy duro.
Ella lloró, yo lloré, hablamos, la abracé y después de que me fui (yo sabía que probablemente nunca iba a verla de nuevo, pero le pedí su dirección, y me sentí motivada a enviarle algunos recursos que pensé podrían ser de estímulo para ella). Pensé: «Amar de hecho y en verdad». Coloqué un cheque en ese paquete. No era un gran cheque, no le ayudará a vivir para siempre, pero solo algo para animar su corazón.
¡Haz algo cuando veas a alguien en necesidad! Ahora, me gustaría decir que pienso de esa manera todo el tiempo, pero la realidad es que no lo hago. Necesitamos pedirle al Señor que nos haga sensibles a cómo podemos expresar el amor. Jesús le dijo a la iglesia de Éfeso: «Yo conozco tus obras, conozco tu trabajo, conozco tu perseverancia. Sé que no puedes soportar a aquellos que son malos. Sé que estás soportando con paciencia y soportando por causa de mi nombre, y no estás desmayando. Hay muchas cosas buenas que puedo decir acerca de ustedes en esta iglesia. Pero, tengo en tu contra que has abandonado tu primer amor» (Apoc. 2:2-4, parafraseado). Ellos estaban entusiasmados acerca de la verdad, trabajaban arduamente, pero les faltaba fervor, amor tierno por Jesús y por los demás. Sin eso, nada más importa mucho y me estoy predicando a mí misma.
Andrew Murray dijo: «En la vida cristiana, el amor a Cristo lo es todo». Y ese amor por Cristo no es solo un sentimiento de felicidad. Es una inclinación de corazón que se deleita en guardar Sus mandamientos y en hacer Su voluntad. Y eso se ve en vidas que son desinteresadas, abnegadas, sacrificadas. Es amar a los demás como Él nos ha amado.
El Padre, el Hijo y el Espíritu se aman fervientemente, y ellos nos aman fervientemente, y esa clase de amor debe ser una marca evidente en cada hijo de Dios. Cuando amamos de esa manera, ¡hace que nuestro testimonio al mundo sea tan poderoso! Más que todos nuestros argumentos, nuestros libros, nuestras conferencias…es cuando nos ven realmente amando.
En los tiempos bíblicos eran romanos, judíos, griegos, romanos y paganos, y ¡todos ellos se odiaban entre sí! Siempre estaban compitiendo por el control. No existía ese concepto de autosacrificio. Y entonces Jesús, el amante por excelencia, vino a esta tierra, y amó a los judíos, amó a los griegos, amó a los hombres, amó a las mujeres, amó a las personas con diferentes colores de piel, amó a aquellos con diferentes trasfondos socioeconómicos.
Y cuando Él regresó al cielo envió a Su Espíritu Santo para poner ese mismo amor en los corazones de Sus seguidores. ¡Eso fue asombroso en el mundo del primer siglo! Nunca habían visto nada parecido. Así, en la iglesia primitiva había esclavos y dueños de esclavos que iban juntos a la iglesia, que aprendieron a amarse.
De hecho, todo el sistema esclavista fue derrocado en última instancia por el amor que Dios puso en los corazones de los creyentes a principios del primer siglo. En esa iglesia del primer siglo, las mujeres que se consideraban una propiedad no valían mucho según el mundo secular. Ellas fueron recibidas, fueron valoradas; oraban y adoraban con los hombres.
Diferentes etnias adoraban y servían juntas. Todo esto hizo el evangelio de Cristo creíble para el antiguo mundo romano. ¿Cómo se vería en nuestro mundo que nosotros realmente nos amaramos unos a otros? Debemos orar: «Señor, llénanos de tu amor». Poner las necesidades e intereses de los demás por encima de los nuestros, extender la compasión y el cuidado a aquellos que son diferentes a nosotras. Perdonar, ser generosas, asumir lo mejor, estimar a los demás como mejores que nosotros mismos.
¿Cómo se vería recibir y tratar a los demás que son diferentes a nosotros, como familia, como invitados muy importantes? «Seguid el amor», dice Pablo en 1 Corintios 14. ¡Pídeselo a Dios! Pídele a Dios amor por tu pareja, por tus hijos, por tus amigos, por tus compañeros de trabajo, por tus vecinos. Pídele a Dios la clase de amor que da y da y da y da para satisfacer las necesidades de los demás, sin esperar nada a cambio. ¡Eso es amor!
Y luego, pídele a Dios, como hago a menudo, más amor por Jesús, más amor por Dios. Tenemos una gran cantidad de himnos y coros que cantamos en la iglesia contemporánea en los que estamos pidiéndole a Dios una mayor medida de Él mismo: «Queremos más de Ti; queremos más de Tu Espíritu». Y no creo que esté mal cantar y pedir esas cosas, pero me encanta este antiguo himno que lo transforma un poco y le pide a Dios que aumente nuestro amor por Él. Ese es el lugar de humildad:
Anhelo amarte más, o Salvador
Oye Tú mi oración, quiere mi corazón, amarte más, amarte más.
Esta es mi petición, amarte más, amarte más.
Y así, mientras inclinamos nuestros corazones en oración, haz esta tu oración: Padre, mi amor siempre será débil, inconstante y frágil, pero Tu amor es infinito, infalible, firme, grandioso. Gracias por el don de Tu Espíritu, que ha derramado Tu amor en mi corazón, y me ha concedido la fe para recibir y responder a ese amor.
Oh Espíritu Santo, abre mis ojos y mi corazón para conocer el amor del Padre, para recibirlo, para que permanezca y habite allí. Ayúdame a amarte con todo mi corazón, con toda mi alma, con toda mi mente y con todas mis fuerzas. Y luego haz que Tu amor fluya a través de mí a los demás. Hazme compasiva y sensible a las necesidades de los demás a mi alrededor.
Y oh, Señor Jesús, Tú que diste Tu vida por mí, lléname con amor del Calvario, para que gustosamente me gaste y sea gastada, y que diariamente dé mi vida por Ti y por los demás. Llénanos, Señor, con Tu amor, oramos. En el nombre de Jesús, amén.
Annamarie: Amén. ¿Estás siendo llena de Cristo y de Su Palabra de modo que Su amor fluya hacia las personas que te rodean? Nancy DeMoss Wolgemuth te ha estado invitando a reflexionar sobre esto. Y no que podamos vivir de esta manera por nosotras mismas. Solo es posible en el poder del Espíritu Santo. Escucha más acerca de esto en el próximo episodio.
Adornando el evangelio juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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