El Padre Nuestro, día 27
Annamarie Sauter: Muchas veces oramos de esta manera. Pero Dios nos hace una importante invitación cuando se trata de lidiar con el pecado.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Sal a la luz; reconócelo por lo que es. Debes estar dispuesta a confesar y a abandonar ese pecado.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Libertad…¿qué viene a tu mente al escuchar esta palabra? Bueno, la Biblia nos habla de la mayor libertad posible. Nancy nos explica más.
Nancy: Hace un tiempo conversé con un amigo que me compartió que frecuentemente lucha con el hecho de recibir el perdón de Dios. Este amigo es un hombre «grande», pero en la medida en que hablaba conmigo los ojos se le llenaban de lágrimas y me decía: «con frecuencia le confieso a Dios los mismos pecados una y otra vez; pero vuelvo a pecar de …
Annamarie Sauter: Muchas veces oramos de esta manera. Pero Dios nos hace una importante invitación cuando se trata de lidiar con el pecado.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Sal a la luz; reconócelo por lo que es. Debes estar dispuesta a confesar y a abandonar ese pecado.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Libertad…¿qué viene a tu mente al escuchar esta palabra? Bueno, la Biblia nos habla de la mayor libertad posible. Nancy nos explica más.
Nancy: Hace un tiempo conversé con un amigo que me compartió que frecuentemente lucha con el hecho de recibir el perdón de Dios. Este amigo es un hombre «grande», pero en la medida en que hablaba conmigo los ojos se le llenaban de lágrimas y me decía: «con frecuencia le confieso a Dios los mismos pecados una y otra vez; pero vuelvo a pecar de la misma forma, a veces llego al punto en que simplemente me da vergüenza pedirle a Dios que me perdone otra vez».
Él ha estado verdaderamente luchando con esto y también lo compartió con otro amigo, otro hombre que le dijo: «cuando tu hijo viene y te pide perdón, ¿tú lo perdonas?» Siendo también un padre, le respondió: «Claro que sí, si mi hijo quiere que lo perdone, claro que lo voy a perdonar».
La persona que estaba hablando con mi amigo le dijo: «si tú como padre, un padre humano e imperfecto, puedes perdonar a tu hijo, ¿cuánto más crees tú que Tu Padre celestial está deseoso de perdonarte? Fue un momento en que mi amigo tuvo que decir: «ah, ok». Solo un padre es capaz de entender algo sobre el corazón de otro padre.
Cuando hablamos sobre el tema del perdón y de que nuestros pecados han sido perdonados, es importante que recordemos el contexto de esta oración que comienza diciendo: «Padre nuestro». Cuando pedimos perdón y decimos, «perdona nuestros pecados», ¿a quién se lo estamos pidiendo? A nuestro Padre; nos estamos dirigiendo a un Padre.
Pienso que muchas de nosotras al lidiar con nuestros pecados pasamos por momentos donde decimos: «¿Cómo es posible que yo me dirija a Dios otra vez pidiéndole perdón por el mismo pecado, o quizás por algún otro pecado que considero demasiado grande como para que Él me perdone? No nos podemos imaginar dirigiéndonos a Él otra vez».
Recuerden que nuestra petición de perdón se encuentra en el contexto de una relación familiar: un Padre que ama a sus hijos; un Padre que ha hecho posible para nosotras que a través de la muerte de Cristo seamos Sus hijas y tengamos una relación familiar con Él; un Padre que se deleita en extendernos Su perdón y Su misericordia.
Ahora, nos encontramos estudiando esta petición: «perdona nuestros pecados» y pensamos que algunas personas tienden a minimizar el pecado, dicen: «esto no es tan malo», «no soy tan mala», básicamente se creen buenas personas.
Si nos comparamos con Dios nunca llegaríamos a esta conclusión, pero tenemos la tendencia a compararnos con otras personas; si nos comparamos con un asesino, claro que nos veremos como «buenas». Tenemos la tendencia a minimizar nuestro pecado, a pensar que no es tan serio.
La otra tendencia que tenemos es la de minimizar la gracia de Dios; decimos: «mi pecado es tan grande, soy tan pecadora que no es posible que Dios pueda perdonarme». Quiero que recordemos hoy que la solución para ambas perspectivas, que son incorrectas, se encuentra en la cruz. Cuando ponemos nuestra mirada en la cruz, se nos hace difícil tomar el pecado a la ligera.
Cuando nos damos cuenta de que nuestro pecado –no el de los demás si no el mío– le costó a Dios enviar a Su hijo, entonces entendemos que el pecado no es algo trivial. Esto es algo tan grande a los ojos de Dios que requirió que el Cordero de Dios derramara Su sangre, Cristo el Cordero sin pecado.
La cruz nos muestra de una manera inequívoca lo que Dios piensa, no sobre los pecados de los demás, sino sobre nuestros propios pecados. Nos revela el alto costo que Él tuvo que pagar para redimirnos de nuestras debilidades que a veces trivializamos en nuestras mentes, de pasar por alto algunas cosas que pensamos que no merecen ser traídas delante de la presencia del Señor cuando confesamos nuestros pecados.
Cuando oramos: «perdona nuestros pecados», estamos reconociendo a la luz de la cruz que estas son faltas graves; que somos grandes transgresoras contra Dios. La cruz nos muestra esto. La cruz también les habla a aquellos que tienden a minimizar la gracia de Dios, muestra de una forma brillante y multicolor el amor y la misericordia de Dios aun para el peor de los pecadores.
Cuando éramos jóvenes solíamos cantar un himno evangélico y si has asistido a alguna iglesia por un buen tiempo seguro que también te será familiar, siempre recuerdo las ricas palabras de este himno que dice:
Años mi alma en vanidad vivió, ignorando a quien por mí sufrió. Oh, que en el Calvario sucumbió, el Salvador.
Por la Biblia miro que pequé, y Su ley divina quebranté; mi alma entonces contempló por fe, al Salvador.
¿Qué encontramos en el Calvario? También cantábamos esto en el coro:
Mi alma allí (en el Calvario) divina gracia halló, Dios allí perdón y paz me dio; del pecado allí me libertó, el Salvador ( William Newell, 1895).
También tenemos este gran himno que dice: «Aleluya, que gran Salvador». Siempre recuerdo esta estrofa que dice:
«Levantado fue Jesús, en la vergonzosa cruz, para darme la salud. Aleluya, gloria a Cristo.
Soy indigno pecador, Él es justo salvador, dio Su vida en mi favor. Aleluya, gloria a Cristo» (Aleluya gloria a Cristo, Philip P. Bliss, 1875).
Es la cruz que nos muestra de una forma magnífica la gracia, el amor y la misericordia de Dios por los pecadores. El evangelio, las buenas nuevas de que Cristo murió para pagar por nuestros pecados, no importa cuáles sean, pecados grandes o pecados «pequeños». Pongo «pequeños» entre comillas porque no existen pecados que sean pequeños.
Pecamos de omisión, pecamos de comisión; pecados «tan pequeños» que no sentimos la necesidad de arrepentirnos y pedir perdón. La cruz nos recuerda que no existen estos pecados tan pequeños. Tampoco existen los pecados que «son tan grandes» que nos lleven a pensar «¿cómo puede Dios perdonarlos?»
Algunas veces he escuchado mujeres decir lo que escuché recientemente después de una conferencia; esta mujer estaba toda emocionada, se le notaba en la cara, en los ojos y en la voz cuando me dijo: «es que yo no me puedo perdonar a mí misma». Cuando una persona dice esto, lo que quiere decir exactamente es: «He cometido un pecado demasiado grave».
Pienso que lo he escuchado todo:
«He abandonado a mis hijos». «He destruido mi matrimonio»; esto me lo dijo una mujer recientemente cuando su marido la abandonó y como esto no es algo que se oye muy frecuentemente le pregunté: «¿Cuál fue la raíz de los problemas en tu matrimonio?» Ella me respondió: «Yo soy muy controladora, esto me llevó a destruir mi matrimonio». Un gran pecado y ella estaba sintiendo el peso de este pecado.
Otro puede ser: «Le fui infiel a mi esposo». «Maté mi bebé antes de nacer».
Algunas de estas cosas pueden comerse viva a una persona durante años. Vemos cómo estas personas viven su vida, van a su trabajo, pero el peso, la carga y el sentimiento de culpa que sienten es bastante grande cuando dicen: «no me puedo perdonar a mí misma». Lo que en realidad están expresando es: «he cometido un pecado que me parece tan grande que no creo que Dios pueda perdonarme por ello». No puedo creer que Dios ni siquiera pueda perdonarme. No siento que he sido perdonada. Todavía siento la carga, el peso, la culpa y una vergüenza muy grande por esto que he hecho.
Cuando hablamos de personas que cargan con este peso y esta culpa por haber pecado, pensamos en el apóstol Pablo, quien se consideró a sí mismo el peor pecador de todos los tiempos. Cuando pensamos en Pablo después de haber sido redimido, decimos: ¿Cómo pudo Pablo haber pensado de esta forma? Pero cuando pensamos en cómo trató de eliminar completamente la iglesia de Jesucristo y casi lo logra, podemos imaginarnos que al ver la muerte pensó: «Yo soy el primero de los pecadores».
Humanamente hablando podemos decir que Pablo tenía la autoridad y los medios para destruir la iglesia de Cristo. Por eso él dijo: «Yo soy el más grande de los pecadores»; pero cuando Pablo fue a la cruz encontró allí la gracia, el amor, la misericordia y el perdón de Cristo en abundancia.
Conocemos a un hombre que a través de todos estos años ha escuchado nuestro programa Aviva Nuestros Corazones, este hombre se encuentra en una de las cárceles de mayor seguridad, cumpliendo una sentencia múltiple de por vida, sin ninguna posibilidad de salir bajo fianza. Él es culpable de haber cometido uno de los crímenes más violentos en la historia de los Estados Unidos. He aquí un hombre que nunca más verá la luz del sol. Yo no conozco la condición de su corazón, pero sí sé que él ha estado escuchando este programa y que Dios ha estado hablando a su corazón.
Cuando pienso en el apóstol Pablo también pienso en este hombre. ¿Puede ser perdonado? ¿Completamente? ¿Totalmente? ¿Puedes tú ser perdonada de todos los pecados de tu pasado, cuando hoy, en el presente, se ven tan grandes y pesan tanto en tu vida?
Permítanme relatarles la historia de un hombre que vivió en la época de John Newton. John Newton fue un traficante de esclavos que se convirtió y compuso el himno, «Sublime Gracia». Es la historia de uno de sus amigos llamado William Cowper; y hace un tiempo tuve la oportunidad de visitar en Inglaterra el lugar donde Cowper vivió y la iglesia donde Newton predicó.
Cowper fue un dotado y prolífico escritor y poeta inglés; amigo cercano de John Newton. A lo largo de toda su vida Cowper luchó contra severas crisis de depresión y con una inestabilidad mental y emocional.
En una ocasión, cuando se encontraba en medio de un severo ataque de ansiedad y casi al borde de la locura, atentó contra su propia vida. Primero trató de tirarse a un río, luego se tomó una sobredosis de opio y después trató de matarse con un cuchillo. Pero no tuvo éxito en ninguno de sus intentos. Finalmente decidió ahorcarse, pero la soga con la cual se amarró se rompió y cayó al suelo inconsciente antes de ser rescatado.
Encontré un artículo que fue publicado años después de la muerte de Cowper donde se describía el acuciante remordimiento y la ansiedad que Cowper experimentó después de sus intentos de suicidio. Este artículo decía: «Él sentía por sí mismo un desprecio tal, que no puede ser expresado o imaginado. Él sentía que había ofendido a Dios de una forma tan profunda, que su culpa nunca podría ser perdonada. Todo su corazón estaba lleno de tumultuosos sentimientos de desesperación». 1
Quizás haya alguien aquí que se identifique con este tipo de intenso sentimiento de convicción. «¿Cómo pude haber hecho esto, cómo podré alguna vez ser perdonada?»
No fue hasta que Cowper se recuperó físicamente de esta dura experiencia que entendió que ningún pecado deja una mancha tan grande que Dios no pueda borrar. Fue después de esta tortuosa experiencia que él se motivó a escribir las palabras de este himno que han movido a millones de pecadores invadidos por su culpa a mirar a la cruz; la cruz como la única fuente de libertad y consuelo, no importa cuál haya sido nuestro pecado.
¿Sabes a qué himno me refiero?
Hay un precioso manantial, de sangre de Emmanuel, que purifica a cada cual, que se sumerge en él.
¿A cuántos? A todos. Todos somos pecadores purificados en el manantial de la sangre de Cristo. El himno continúa diciendo:
Y el malhechor se convirtió, pendiente de una cruz. Él vio la fuente y se lavó, creyendo en Jesús. Esta fuente (la sangre de Cristo siendo vertida), este malhechor (un criminal convicto), y yo también mi pobre ser, allí logré lavar. Allí, ¿dónde? En la Cruz. (Hay un precioso manantial, 1772).
- ¿Dónde encontró el apóstol Pablo perdón, consuelo y libertad de su culpa por tratar de exterminar la iglesia de Cristo? En la cruz de Cristo.
- ¿Dónde puede el hombre que se encuentra en una prisión sirviendo una cadena perpetua encontrar consuelo y perdón por sus pecados? En la cruz de Cristo.
- ¿Dónde encontró Cowper alivio, consuelo, perdón y libertad por sus pecados? En la cruz de Cristo.
- ¿Dónde puedes tú encontrar alivio, perdón, consuelo y libertad por tus pecados? Lo que sea que se encuentre en tu lista, en la cruz de Cristo.
«Completamente perdonado» escribió Cowper, «purifica a cada cual que se sumerge en él». Él puede lavar todos mis pecados.
Completamente perdonado. ¿Es esa tu experiencia? Permítanme decirles que Dios no puede simplemente borrar nuestros pecados y ser justo. La deuda debía ser pagada. Él pudo hacer que nosotras pagáramos nuestras deudas por toda la eternidad y aún así permanecer justo. Sin embargo, Dios diseñó un plan para que nuestras deudas fueran pagadas y pudiéramos ser reconciliadas con Él. ¿Cómolo hizo? Enviando a Su Santo Hijo, quien no tenía ninguna culpa, para que asumiera las nuestras.
Nuestra deuda, todo lo que debíamos, fue transferido a Cristo en la cruz. Como esos adoradores del Antiguo Testamento de quienes hablábamos en la sesión anterior, cuando ponían sus manos sobre la cabeza del cordero que iba a ser sacrificado para que sus pecados fueran transferidos a ese inocente sustituto. Nuestra deuda fue pagada por el Cordero de Dios, Jesucristo, cuando entregó Su vida en el Calvario.
Los que confían en Cristo
- No en sí mismos
- No en sus esfuerzos religiosos
- No en sus propios esfuerzos
- No en sus propias penitencias
- No en su propia confesión
Sino aquellos que confían en Cristo para que lleve sus culpas, para que sea su sustituto, son pronunciados libres de toda deuda. Limpios delante de un Dios santo. La deuda es perdonada, es saldada.
Quisiera recordarles, y sé que estoy siendo repetitiva con este tema, porque pienso que esto es algo que no escuchamos lo suficiente. Simplemente es algo a lo que le pasamos por encima. Nos olvidamos lo crucial que es la cruz y la sangre de Cristo para que podamos tener una correcta relación con Dios. Por eso quiero recordarles, y recordarme a mí misma, que el sacrificio de Cristo en el Calvario es suficiente para perdonar cada pecado que ha sido cometido, aún el tuyo.
El perdón no es algo que podemos darnos a nosotras mismas. De hecho, no hay ningún sitio en la Biblia que diga que nosotras debemos perdonarnos a nosotras mismas. Dios es el único que puede perdonar los pecados. El perdón es algo que Él compró para ti y te lo ofrece como un regalo. Recíbelo. Recíbelo por fe.
Algunas de nosotras preferiríamos trabajar, luchar, pelear y hacer algo para ganar este perdón en vez de recibirlo por fe como algo que no merecemos. Pero Dios lo ofrece y nosotras decimos: «Sí, lo acepto, lo recibo. Yo recibo el perdón de Dios».
Si Dios dice, «Yo he perdonado tu deuda. He perdonado tus pecados. He pagado lo que debes, tu deuda ha sido saldada; eres libre. ¿Quiénes somos nosotras para decir: «No sé si puedo ser perdonada»?
Cuando digo que no me puedo perdonar a mí misma, lo que estoy diciendo es: «Dios me puede perdonar, ¿pero yo no?»
Realmente lo que estamos haciendo al decir esto es poniéndonos en el lugar de Dios. Dios ha dicho: «Yo puedo. Yo te perdono. Yo te quiero perdonar. Soy abundante en misericordia. Quiero perdonarte. ¿Puedes tú recibirlo por fe?
¿Sabes por qué es tan difícil? Porque no hay nada que podamos hacer. Nada que podamos hacer para ganarlo. Nada que tú puedas hacer para merecerlo. Se necesita fe para decir: «Yo acepto lo que Cristo ha hecho por mí como pago suficiente por mis pecados». Ycada vez que pecamos, aun como hijas de Dios, tenemos que mirar otra vez hacia la cruz y poner nuestros ojos en Cristo.
Cuando tenía cuatro años confié por primera vez en Cristo como mi Salvador y en ese momento no sabía suficiente teología ni siquiera para llenar un dedal. Pero tenía un entendimiento básico del evangelio, lo suficiente para salvarme. Yo sabía que no podía salvarme a mí misma pero sabía que Cristo sí podía. Sabía que Él había muerto por mis pecados. Como niña que era, simplemente puse mi fe en Cristo Jesús el 14 de mayo de 1963.
Sin embargo, puedo decirles que desde ese momento para mí ha sido una batalla. Cada vez que peco quisiera probarme a mí misma para con Dios; hacer algo para obtener de nuevo Su favor. Si quieres ser perdonada lo único que tienes que hacer es ir a la cruz. Mirar de nuevo hacia la cruz y decir, «gracias, gracias porque la culpa de mi pecado ha sido pagada en la cruz. Cristo murió en mi lugar».
«Plenitud de gracia allí encontré, gracia para perdonar mis pecados», dijo Charles Wesley (Jesus, Lover of my Soul, 1740). ¿Qué cantidad es plenitud de gracia? ¿Crees que es suficiente? ¡A mí me suena que es más que suficiente! «Plenitud de gracia allí encontré, gracia para perdonar todos mis pecados».
Sin embargo, para poder apropiarnos de esta gracia de Dios debemos ser honestas con Dios. Debemos estar dispuestas a venir y reconocer que somos pecadoras en necesidad de ese perdón. Esto nos lleva de nuevo al Padrenuestro: «perdona nuestras deudas» (Mat. 6:12). Lo que estamos diciendo es: «soy una pecadora que necesita ser perdonada». Dios perdona nuestros pecados, pero debemos reconocer que hemos pecado.
No es decir, «Dios, por favor ayúdame a ser mejor. Por favor ayúdame a no tener tantas debilidades. Ayúdame a ser una mejor cristiana». ¿Has pecado? Confiésalo como pecado.
«Dios, soy una pecadora culpable. Esto es lo que he hecho. He aquí los pecados que he cometido por los que merezco morir. He aquí por lo que merezco ser echada de Tu presencia. Reconozco que soy una pecadora. Reconozco que soy una pecadora culpable.
¡Ven a la luz! No te quedes en las tinieblas. No trates de encubrir tu pecado, racionalizarlo, excusarlo, buscar un culpable o decir que no es tan grande. Sal a la luz; reconócelo por lo que es. Debes estar dispuesta a confesar y a abandonar ese pecado.
Entonces podrás apropiarte de esta gran promesa de Proverbios 28:13: «El que encubre sus pecados no prosperará, más el que los confiesa y los abandona hallará misericordia».
Misericordia. Misericordia significa que no lo mereces. ¿Cómo obtienes misericordia? Confesando tus pecados. ¿Qué significa confesarlos? Es estar de acuerdo con Dios, es decir: «He pecado, confieso mi falta». Dilos. Es traer tus pecados a la luz. Dios los sabe, pero necesitas ser honesta con Dios y confesarlos en humildad.
Confiésalos. «Dios, hice esto. Mentí. Robé. Sentí envidia. Fui egoísta. Fui soberbia. Hablé mal. Violé mi conciencia. No tuve dominio propio. Sí, le hablé mal a una persona, o traté mal a este niño, o no respeté a mi esposo en la forma en que le respondí». Sé honesta. Llama el pecado por su nombre. Confiésalo y entonces apártate.
¿Cómo te apartas del pecado? Por la gracia de Dios. «El que los confiesa y los abandona hallará misericordia».
Padre, te damos gracias por el Calvario. Te agradecemos por la cruz. Te damos las gracias por el Señor Jesucristo. Te damos las gracias por la sangre que fue derramada por nuestros pecados, por nuestra paz, nuestra reconciliación, nuestra redención y nuestro perdón que fue completo y gratuito.
Oh Padre, te oro que el mensaje de la cruz, el evangelio, las buenas nuevas del Señor Jesucristo atrapen nuestros corazones, muevan nuestros corazones; que seamos maravilladas, asombradas, regocijadas, que seamos sobrecogidas con las maravillas que Cristo ha hecho por nosotras. Que culpables pecadoras como nosotras encontremos alivio, libertad y perdón en la cruz de Cristo en el día de hoy. Oh Dios, Nuestro Padre, perdona nuestras deudas, en el nombre de Jesús. ¡Amén!
Annamarie: ¡Amén! Este es un día de libertad para ti. El evangelio del que Nancy nos ha compartido hoy es el tema más importante en la vida. Si no lo habías escuchado antes, visítanos en AvivaNuestrosCorazones.com y haz uso del buscador para conocer más.
Jesús nos dice, «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia» (Juan 10:10). Si has sido honesta respecto a tu pecado con la disposición de vivir una vida de obediencia a Dios, y has recibido el regalo de Su perdón, has dado un paso esencial para una vida de libertad, plenitud y abundancia. Ahora, ¿están tus raíces arraigadas en la verdad de la Palabra de Dios de modo que des mucho fruto, por Su gracia y para Su gloria? Esto es algo que queremos hacer juntas en la próxima Conferencia Mujer Verdadera titulada, «Libertad, plenitud y abundancia».
Únete a miles de mujeres como tú y como yo, pecadoras redimidas, para crecer en el conocimiento de Dios y disfrutar de Su plenitud. Esta conferencia tendrá lugar del 31 de marzo al 1 de abril del próximo año 2023, en Guadalajara, México. Aparta la fecha y entérate de todos los detalles en MujerVerdadera23.com.
El evangelio es glorioso, pero, muchas veces, cuando se trata de ser un reflejo de este a otras personas nos quedamos cortas. ¿Qué pasaría si Dios te perdonara de la misma manera en la que tú perdonas a los demás? Mañana consideraremos esto en la continuación de nuestro estudio del El Padre nuestro.
Orando «perdónanos nuestras deudas» juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la temporada de podcast.
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