La santidad y la cruz
Annamarie Sauter: Estamos llamadas a ser santas como Dios es santo, pero esa santidad no la producimos nosotras mismas.
Nancy DeMoss Wolgemuth: El gozo es que, como Él es santo, podemos ser santas. Le pertenecemos a Él, somos Sus hijas. Él quiere lograr Su semejanza en nosotras. Él es nuestra justicia. Nuestra carne nunca será santa, pero el Santo vive en nosotras, y quiere expresar Su vida santa a través de nosotras. Él es la fuente de toda santidad.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Hay algo muy importante que no podemos pasar por alto al leer el libro de Levítico, y es la santidad de Dios. En estos días hemos estado terminando este libro de la Biblia en el Reto Mujer Verdadera 365, de hecho, la lectura para hoy es Levítico capítulos 21 al 23. Pero entonces, ¿por …
Annamarie Sauter: Estamos llamadas a ser santas como Dios es santo, pero esa santidad no la producimos nosotras mismas.
Nancy DeMoss Wolgemuth: El gozo es que, como Él es santo, podemos ser santas. Le pertenecemos a Él, somos Sus hijas. Él quiere lograr Su semejanza en nosotras. Él es nuestra justicia. Nuestra carne nunca será santa, pero el Santo vive en nosotras, y quiere expresar Su vida santa a través de nosotras. Él es la fuente de toda santidad.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Hay algo muy importante que no podemos pasar por alto al leer el libro de Levítico, y es la santidad de Dios. En estos días hemos estado terminando este libro de la Biblia en el Reto Mujer Verdadera 365, de hecho, la lectura para hoy es Levítico capítulos 21 al 23. Pero entonces, ¿por qué debemos nosotras ser santas? En la serie a la que damos inicio hoy Nancy nos estará hablando más acerca de esto.
Nancy: ¿Alguna vez has sentido como que ser santa es realmente difícil? ¿Que ser espiritual requiere tomar decisiones difíciles todo el tiempo? Tengo que ser honesta y confesar que hay momentos, muchos momentos, en los que estoy pensando, «es simplemente muy difícil ser piadosa todo el tiempo. ¿Por qué no puedo simplemente tomarlo con calma, relajarme y hacer lo que es natural para mi carne?»
Te diré lo que es natural para mi carne, lo que no es santo. A veces esos deseos naturales, los deseos pecaminosos, ejercen una atracción muy fuerte sobre nosotras. Entiendo que cuando hablamos de santidad, no estamos hablando solo del esfuerzo humano puramente o de tu propio esfuerzo de intentarlo por tus propias fuerzas. Estamos hablando de dejar que el Espíritu Santo haga Su obra en nosotras.
Estamos hablando de dejar que Jesús viva Su vida santa en y a través de nosotras. Estamos hablando de que la gracia de Dios nos capacita y nos hace santas. Pero siendo honesta, ¿No encuentras que a veces es muy difícil seguir adelante contra la corriente todo el tiempo? No solo la corriente de nuestra cultura pecaminosa, sino también contra la corriente de nuestra propia carne.
Entonces, ¿por qué debemos «nadar contra la corriente» en contra de la cultura y en contra de nuestra propia carne todo el tiempo? ¿Qué nos puede motivar a hacer esto? ¿Por qué admitir que has pecado y buscar el perdón de tu hijo a quien le gritaste o acusaste falsamente a alguien o alguien le hablaste mal, o por mentirle a tu jefe o criticar a ese compañero miembro de la iglesia?
¿Por qué ir en contra de tu carne y admitir que hiciste todas esas cosas y confesarlas y pedir perdón? ¿Por qué tomarse la molestia de refrenar la lengua y no decir lo que quieres decir? ¿Por qué comer y dormir y vestirte e ir a la iglesia e ir a trabajar y como madre dar y orar y hacer todo lo que haces para la gloria de Dios, cuando a veces parece tan difícil?
Bueno, en el transcurso de estas próximas sesiones, quiero darte ocho incentivos bíblicos poderosos para una vida santa…motivaciones que me han ayudado en mi propia búsqueda personal de la santidad. Quiero responder «el porqué». Hay muchas razones en las Escrituras, pero quiero destacar estas ocho.
La número uno, por encima de todas las otras razones de por qué debemos ser santas, es porque Dios es santo. Esa es la motivación que encontramos más a menudo y la más explícitamente declarada en la Escritura. Más que cualquier otra, y es, porque Dios es santo.
1 Pedro 1:15-16, dice: «Más bien, sean ustedes santos en todo lo que hagan, como también es santo quien los llamó; pues está escrito: “Sean santos, porque yo soy santo”» (NVI). Ahora, Pedro está citando el libro de Levítico, donde el lema: «Sed santos, porque yo soy santo», se afirma una y otra vez. Se encuentra en medio de cientos, tal vez miles de regulaciones detalladas, prácticas en relación con todos los aspectos de la vida: la adoración, los hábitos alimenticios, las relaciones sexuales, el parto.
Todas estas reglas y regulaciones se encuentran en el libro de Levítico, y luego tienes este tema recurrente: «Sed santos, porque yo soy santo». Dios quería que Su pueblo entendiera el corazón del asunto cuando Él hablaba de todas esas reglas y reglamentos, lo importante no era el hacer o el no hacer. Esas leyes estaban simplemente apuntando y resaltando o destacando lo más importante, «tú debes ser santo porque yo soy santo».
«Tú debes ser santa». ¿Cuál era la razón fundamental por la que tenían que ser santos? Porque Dios es santo. Y así, Pedro dice: «El que os llamó es santo». Y eso se convierte en nuestra principal motivación para ser santas, para elegir el camino de la santidad, para resistir a nuestra carne, para resistir la corriente de la cultura, debemos elegir la santidad porque Dios es santo.
Quiero que nos detengamos y hagamos algo que no hacemos frecuentemente, pensemos por un momento en lo que significa que Dios es santo. La santidad es, creo yo, el atributo fundamental, que define a Dios. Todos Sus otros atributos son también santos. Su justicia es una justicia santa. Su amor es un amor santo. Su sabiduría es una sabiduría santa.
Todo lo que Dios es, es santo. Todo lo que Dios hace es santo. De hecho, la imagen que tengo es la de un insecto diminuto e insignificante sentado en las faldas de los impactantes Himalayas nevados que se elevan sobre la tierra. Y tienes este enorme, majestuoso, magnífico e imponente escenario, y entonces este pequeño, insignificante, diminuto insecto a sus faldas tratando de apoderarse de todo.
No podemos entender la santidad de Dios. No podemos comprenderla. Podemos estudiarla, podemos hablar de ella, podemos reflexionar desde diferentes ángulos, pero nunca podremos captar plenamente su grandeza o escalar sus alturas de este lado de la eternidad.
A lo largo de las Escrituras, la santidad de Dios inspira a los que la encuentran, pero también les aterra. Tratar de mirar la santidad de Dios es como tratar de salir a la calle y mirar fijamente hacia el sol. No puedes hacerlo, porque si no, te cegará.
Así es como la santidad de Dios es. En la Escritura, cuando la gente venía a la presencia de Dios, hacía algo. Ellos caían al suelo como muertos, cantaban, danzaban. Pero nadie entraba en la presencia de Dios, salía y bostezaba. Porque no hay nada aburrido en la presencia de Dios.
A.W Tozer fue un escritor del siglo pasado que comprendió algo de la grandeza de la santidad de Dios. En su libro, El conocimiento del Santo, él dijo esto:
«No podemos comprender el verdadero significado de la santidad Divina pensando en alguien o algo muy puro y después elevar ese concepto hasta el grado más alto del que somos capaces».
La santidad de Dios no es simplemente lo mejor que sabemos, sino infinitamente mejor. No sabemos nada sobre la santidad divina. Se distingue, es única, inaccesible, incomprensible e inalcanzable. El hombre natural está ciego a ella. Él podría temer el poder de Dios y admirar Su sabiduría, pero Su santidad, no la puede ni siquiera imaginar.
Y la Escritura nos dice en varios lugares, uno de ellos es Isaías 57:15, que el nombre de Dios es Santo, con una «S» mayúscula… Su nombre es Santo. Por eso es que le llamamos… Padre Santo, Dios Santo.
Ese mismo versículo en Isaías capítulo 57, nos dice que Dios habita en un lugar alto y santo. Así que Su nombre es Santo, ¿y dónde vive? Él vive en la santidad… Esa es Su dirección. La santidad de Dios significa que Él es único que Él está separado de los pecadores. Él es trascendente por encima de toda Su creación.
Él es absolutamente «incomparable», distinto, diferente, separado del pecado. Éxodo capítulo 15:11 dice: «¿Quién, Señor, se te compara entre los dioses? ¿Quién se te compara en grandeza y santidad?» Y en 1 Samuel capítulo 2:2 dice: «No hay santo como el Señor».
Y luego, en el último libro de la Biblia, Apocalipsis 15:4, dice: «¿Quién no te temerá, oh Señor? ¿Quién no glorificará tu nombre?
Solo Tú eres santo». No hay ninguna mancha, ningún indicio, ninguna sombra de pecado o engaño o de algo mal en Dios. ¡Ni un indicio! Ni una sombra de variación.
Salmo 92:15: «El Señor es justo… en Él no hay injusticia». El Salmo 145:17, dice: «El Señor es justo en todos sus caminos». Todos los caminos de Dios son santos, todo lo que Él hace es santo. Él es santo, Su nombre es Santo y Su morada es santa. Él es el único que es santo. No hay santo como Él.
Él es absolutamente santo en todos Sus caminos. Todo lo que Dios hace es bueno, lo que, por cierto, nos dice que cuando Dios toma decisiones para nuestras vidas, cuando Dios trae circunstancias a nuestras vidas, Dios está actuando de acuerdo con Su santidad.
No acuses a Dios de haberse equivocado, y si algo ha ido mal en tu vida, en lugar de culpar a Dios, di: «Puede haber algo que yo no estoy viendo, algo que perdí de vista, algo que hice mal, pero Dios es absolutamente santo en todos Sus caminos».
La Escritura dice que debemos ser santas porque Dios es santo. Y habiendo descrito lo que es la santidad de Dios, pensamos, «¿cómo podemos ser santas? Porque ¡esto es abrumador! ¿Cómo podemos ser puras como Él es puro?»
El gozo es que, como Él es santo, podemos ser santas. Es ese Santo que vive en nosotras. Le pertenecemos a Él, somos Sus hijas. Él quiere lograr Su semejanza en nosotras. Él es nuestra justicia. Nuestra carne nunca será santa, pero el Santo vive en nosotras, y quiere expresar Su vida santa a través de nosotras. Él es la fuente de toda santidad.
Y la misma cosa que nos aterra de la santidad de Dios también nos da la esperanza de que podemos ser santas, porque Él es un Dios personal. Él se dio a conocer a nosotras, vive en nosotras, si somos Sus hijas, y vive en nosotras para que se conozca Su santidad a través de nuestras vidas.
Yo creo que una de las cosas más importantes que definen una cultura o un individuo es su actitud hacia el pecado. En el mundo evangélico de hoy, hemos redefinido el pecado. Hemos llegado a verlo como un comportamiento normal, aceptable, en muchos sentidos, y lo hemos enterrado a tal grado, que muchas de nosotras podemos no solo pecar sin pensar, sino que incluso podemos reírnos del pecado y ser entretenidas por él.
Es increíble cómo hay muchas cosas hoy en día en la televisión que nunca hubiéramos permitido en nuestros hogares; este tipo de pensamientos, o esas acciones. Ahora encendemos la televisión o vamos a ver una película y nos entretienen y nos reímos de las cosas que alguna vez pensamos que eran inconcebibles.
Y tengo que decir que he escuchado casi todo pecado, consentido, racionalizado y defendido por gente que profesa ser cristiana.
Hemos estado hablando acerca de la santidad de Dios, y una de las cosas que definen la santidad de Dios es Su forma de ver el pecado. ¿Cómo ve Dios el pecado? Bueno, la actitud de Dios hacia el pecado es muy diferente de la actitud de nuestra cultura, y muy diferente de lo que vemos en la mayor parte de las iglesias evangélicas en el día de hoy.
La santidad de Dios significa, no solo que Él es Santo, sino que Él no puede ver el pecado sin un profundo dolor y odio. Dios odia el pecado. La mayor emoción negativa de Dios, si se quiere decir así, se reserva para el pecado.
Y quiero compartir con ustedes algunos ejemplos bíblicos, solo tenemos que ir a través de la Escritura rápidamente, para ayudarnos a entender cómo se siente Dios acerca del pecado. Comenzando en el libro del Génesis, en los primeros capítulos allí, cuando Adán y Eva cometieron un solo acto de desobediencia, Dios los expulsó del jardín. Y colocó los querubines y una espada encendida para evitar que volvieran a entrar al jardín de nuevo.
¿Por qué? Bueno, en cierto modo, era un acto de misericordia, para no mantenerlos viviendo para siempre ahora en su condición pecaminosa, pero la razón esencial fue porque Dios es santo, y el pecado nos separa de un Dios santo. No muchos capítulos después, cuando una de las primeras civilizaciones se convirtió moralmente en impura y violenta, la Escritura dice que Dios se entristeció. Dice que «Su corazón estaba lleno de dolor».
Y luego, afligido, el Dios Santo, envió un diluvio para destruir prácticamente toda la civilización. ¿Por qué Dios se fue a tales extremos para hacer frente al pecado? Porque Dios es santo.
Dios apartó un lugar sagrado en el tabernáculo, un lugar donde las personas vendrían a reunirse con Dios y adorarlo. Era un lugar donde moraba Su santa presencia, Su gloria. Ese lugar santísimo, ese santuario interior sagrado, no podía ser visto ni visitado por cualquier ser humano pecador. Estaba fuera de los límites.
Y ahí era donde la gloria Shekinah de Dios descansaba sobre el Arca del Pacto. Solo una vez al año, en el día de la expiación, al sumo sacerdote se le permitía entrar a ese lugar santo, para ofrecer un sacrificio por el pecado del pueblo. Pero debido a que él era un pecador, él estaba en peligro cuando entraba a ese lugar, por lo que tenía que usar campanillas en el borde de su túnica sacerdotal y una cuerda atada alrededor de su tobillo…¿por qué?
Porque si él pecaba en la presencia de ese Dios Santo y moría, las personas no podían entrar a buscarlo o todos ellos morían también. Si ellos dejaban de oír las campanas que tintineaban, podrían arrastrar su cuerpo fuera de ese lugar santo.
¿Por qué? ¿Por qué tenían que pasar por todos esos problemas? Porque Dios es santo.
¿Recuerdas la historia del Arca del Pacto cuando fue transportada ese día en el carro de bueyes filisteo? Y Uza, bien intencionado tal vez, extendió su mano para sostener el arca para evitar que se cayera. ¿Recuerdas cómo Dios se enojó y lo hirió de muerte al instante, por atreverse a tocar el arca sagrada donde moraba la presencia de Dios? ¿Recuerdas cómo Dios se enojó y lo hirió de muerte al instante, por atreverse a tocar el arca sagrada donde moraba la gloria de Dios?
Entonces, ¿por qué Dios actuó tan severamente en ese caso? Porque Dios es santo.
En ninguna parte la santidad de Dios es más evidente que en la cruz. Si quieres saber cómo se siente Dios acerca del pecado, haz un viaje al Calvario, a la colina llamada Gólgota. ¿Por qué Dios ofreció a Su único, Santo y amado Hijo, para ser condenado a muerte por hombres perversos?
¿Por qué Dios se quedó en silencio mientras Su hijo exclamaba: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» La Escritura nos da la respuesta en el Salmo 22, que es donde por primera vez leemos ese clamor, «¿por qué me has abandonado?» Y la respuesta es, porque Dios es santo.
En ese día, el día más oscuro en la historia del universo, Jesús, libre de culpa, sin pecado, sin mancha, el perfecto Cordero de Dios, el Hijo de Dios, se hizo pecado. Él lo tomó sobre Sí.
Y Habacuc nos dice en el Antiguo Testamento, que «Dios es muy limpio de ojos para mirar el mal y no puede contemplar la opresión». ¿Entonces qué pasó cuando Jesús se hizo pecado por nosotros? Dios tuvo que darle la espalda al Señor Jesús. En ese momento, toda la furia del infierno, que es la separación definitiva de Dios, fue desatada sobre el santo Hijo de Dios, cuando Dios volteó Su rostro de Su amado Hijo. Porque Dios es santo.
Si no vemos la santidad de Dios, nunca veremos la pecaminosidad del pecado. El pecado nunca nos parecerá realmente pecaminoso si no tenemos una visión cada vez mayor de cuán santo es Dios. Si no vemos la santidad de Dios, si no comprendemos algo de Su santidad, –limitada, claro, como nuestra comprensión puede ser– no habrá estándares absolutos para nuestras vidas.
Entonces, ¿cómo podríamos decir que hay algo que está mal, quiero decir, cualquier cosa? Y ahí es exactamente donde nuestra cultura tiene problemas, ya que no tiene un concepto de la santidad de Dios, y por lo tanto, «todo se vale». No hay bien o mal. Puede que sea adecuado para ti, puede ser incorrecto para alguien más, pero no hay un estándar absoluto para el bien o mal, si no hay un Dios santo.
Y si no vemos la santidad de Dios, nunca nos daremos cuenta de lo mucho que necesitamos un Salvador. La cruz no significará nada para nosotros. Estaba hablando con una amiga la semana pasada, quien llevó a una vecina a ver la película de Mel Gibson La pasión de Cristo. Y después de ver la película, mi amiga le dijo a su vecina, quien ella sabía que no conocía al Señor, «¿qué piensas de la película?»
Y la vecina le contestó: «No veo por qué tuvo que pasar por todo eso». No era algo en lo que ella realmente estaba interesada, y a ella le pareció que no tenía sentido. ¿Sabes por qué? Debido a que ella no tenía ni idea de cuán santo es Dios.
Y mi amiga empezó a conversar con su amiga al respecto: «¿Nunca te has percatado de que eres pecadora? ¿Nunca has hecho cosas que verdaderamente están mal?» Ella trató de ayudarla a ver que Jesús estaba cargando su pecado. Y esta vecina le dijo: «Yo nunca he hecho nada malo».
Nuestro pecado es minimizado, se trivializa, si no vemos la santidad de Dios. Si Dios no es verdaderamente santo, entonces el Calvario parece una pérdida colosal. Nunca podrás apreciar la cruz hasta que conozcas la santidad de Dios.
El problema es que nuestra generación ha desarrollado una visión deformada de Dios, que hace hincapié en Su amor, en Su gracia y Su misericordia, pero ha perdido grandemente de vista Su santidad. Y sí, Dios es infinitamente amoroso, misericordioso y clemente, pero Su amor y Su gracia son despojados de todo su sentido si no son vistos a la luz de Su santidad.
No significan nada si no hay nada a través de lo cual Dios te pueda amar, o no hay ninguna razón para que Dios te dé de Su gracia o de misericordia. Si no nos vemos a nosotras mismas como pecadoras, a la luz de la santidad de Dios, entonces ¿cuál es la gran cosa acerca del amor de Dios, Su misericordia y Su gracia?
Y así, hoy en día, tenemos tan poco temor en la presencia de Dios. Estoy sorprendida de mi propia vida, y cuando pienso en la condición de la iglesia en general, hoy en día, la forma en que se pasean ante la presencia de Dios con menos respeto y reverencia y temor del que le mostraríamos a un huésped en nuestra casa.
Tratamos mejor a la empresa, tratamos mejor a nuestros jefes, de lo que tratamos a Dios, cuando se trata de respetar. Hemos perdido nuestro sentido de asombro ante Su santidad. Nos hemos olvidado de que nos encontramos y vivimos y caminamos y servimos y respiramos ante un Dios santo.
El Dios que Isaías vio en Isaías capítulo 6, estaba sentado en un trono en Su santo templo. Y Él era alto y exaltado. Su majestad era tan grande que hizo que los pilares del templo temblaran, se estremecieran. Su resplandor era tan deslumbrante y tan cegador que los serafines que estaban a su alrededor tuvieron que cubrir sus rostros y sus cuerpos.
Y ¿qué estaban clamando a gritos el uno al otro? «Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el Señor de los ejércitos». Ellos no cantan, «misericordia, misericordia, misericordia» o «amor, amor, amor». Ellos cantan, «santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso».
Y esa escena tuvo lugar hace más de 2,700 años y los acordes de «santo, santo, santo» nunca han dejado de retumbar a través de la sala del trono del cielo. Han continuado una y otra y otra vez. Esas huestes angelicales nunca han cambiado de tema o de tonada. Ellos nunca se han cansado o se han aburrido de cantar lo mismo una y otra y otra vez.
Ese mismo mensaje se escuchará mañana y el día siguiente y el siguiente y el siguiente. Y un día, cuando tú y yo, finalmente, estemos en Su impresionante y santa presencia, los santos y los ángeles seguirán cantando la misma canción: «Santo, santo, santo es el Señor».
Annamarie: Si no entendemos la santidad de Dios, no entenderemos la severidad de la cruz. Esto es de lo que Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha estado hablando al dar inicio a la serie titulada, ¿Por qué debemos ser santas? Hoy profundizamos en la primera y más importante razón para ser santas, y es que el Dios que mora en nosotras por Su Espíritu, es Santo.
¿Alguna vez te has frustrado al ver a una persona incrédula actuar como tal? Hay algo que te debería frustrar más, y es ver a los creyentes actuar como incrédulos.
Nancy DeMoss Wolgemuth: El mundo desde Génesis capítulo 7, con el diluvio, siempre ha sido oscuro. No esperas que los no creyentes vivan como Dios dice. Ellos no tienen la capacidad de parecerse a Dios, de ser santos.
El problema en el mundo actual no es tanto que las personas no creyentes están viviendo en oscuridad. El problema es que los hijos de un Dios santo están viviendo en oscuridad.
Annamarie: Mañana Nancy nos hablará más acerca de esto aquí en Aviva Nuestros Corazones.
Siendo santificadas juntas, Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.
Todas las Escrituras son tomadas de la Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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