La santidad y los mandamientos de Dios
Annamarie Sauter: Tan a menudo pensamos en guardarnos de pecar por las consecuencias que podríamos enfrentar pero, ¿pensamos en lo que le estamos diciendo a Dios cuando pecamos?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Cuando permitimos el pecado en nuestras vidas, cuando lo vemos como un problema pequeño o como si no fuese problema alguno. Cuando nos negamos a deshacernos del pecado, lo que en verdad estamos haciendo es despreciando el amor y la gracia de Cristo. Estamos pisoteando Su cruz, y estamos diciendo que Su sacrificio de muerte en la cruz no tiene ningún valor.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Hoy continuamos en la serie titulada, ¿Por qué debemos ser santas? Ayer comenzamos a ver la primera razón para ser santas, y es que Dios es santo. Y en la medida en que contemplamos Su belleza podremos ver Sus mandamientos …
Annamarie Sauter: Tan a menudo pensamos en guardarnos de pecar por las consecuencias que podríamos enfrentar pero, ¿pensamos en lo que le estamos diciendo a Dios cuando pecamos?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Cuando permitimos el pecado en nuestras vidas, cuando lo vemos como un problema pequeño o como si no fuese problema alguno. Cuando nos negamos a deshacernos del pecado, lo que en verdad estamos haciendo es despreciando el amor y la gracia de Cristo. Estamos pisoteando Su cruz, y estamos diciendo que Su sacrificio de muerte en la cruz no tiene ningún valor.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Hoy continuamos en la serie titulada, ¿Por qué debemos ser santas? Ayer comenzamos a ver la primera razón para ser santas, y es que Dios es santo. Y en la medida en que contemplamos Su belleza podremos ver Sus mandamientos de una forma diferente. Estos no nos fueron dados para hacernos vivir vidas aburridas—que es lo que muchas personas piensan cuando hablamos de santidad. Aquí está Nancy para ayudarnos a pensar más acerca de estas cosas.
Nancy: Poco después de la muerte de mi padre, hace más de veinticinco años, mi madre nos dio a cada uno de sus hijos un hermoso portarretratos de plata con una foto de mi padre de tamaño 8 x 10. Algún tiempo después me mudé, y ese marco con la foto terminó en un almacén con algunas otras pertenencias, y no lo encontré hasta años más tarde.
Ya para ese entonces, ese portarretratos que una vez fue bello, se había manchado y estaba negro y feo. Cuando mirabas la foto, no notabas la foto tanto como lo feo del marco. Así que decidí limpiar el marco. Yo quería poder admirar la foto de mi papá en él.
Compré un paño para abrillantar plata y empecé a trabajar en ese marco. Y te diré que no fue fácil. El marco había estado ahí por años, y limpiarlo me tomó mucho tiempo y esfuerzo. Algunas de esas manchas se habían fijado y no iban a salir fácilmente. Pero valió la pena el esfuerzo. Cuando terminé, el marco ya no llamaba la atención, sino que resaltaba y halagaba la foto de mi papá.
Nuestras vidas no están hechas para llamar la atención hacia nosotras mismas. Más bien, Dios tiene la intención de que como Sus hijas, nuestras vidas enmarquen, halaguen, y llamen la atención hacia la imagen de Dios en nosotras.
De esta forma las Sagradas Escrituras nos dicen que así como Aquel que nos llamó es santo, así mismo nosotras estamos llamadas a ser santas en todo lo que hagamos.
Estamos hablando de las motivaciones para la santidad, y nos hemos detenido en la motivación que es más frecuentemente citada en las Escrituras. Dios nos dice: «Porque Yo soy santo, tú estás llamada a ser santa».
Ahora, es interesante ver cuántos de los mandamientos de Dios siguen ese mismo patrón. Dios dice: «Yo soy justo, así que tú sé justa; Yo soy amoroso, tú sé amorosa; Yo soy misericordioso, tú sé misericordiosa; Yo soy perdonador, tú sé perdonadora; Yo soy santo, tú estás llamada a ser santa».
Así que Dios nos da Sus mandamientos, no para limitarnos, no para agobiarnos, sino para enseñarnos cómo es Él y para ayudarnos a convertirnos en personas semejantes a Él. Cuando obedecemos Sus mandamientos, nos convertimos en personas semejantes a Él.
Ahora, era difícil para nosotros poder ver cómo era Dios, así que Dios envió a Su Hijo, Jesús, Su Hijo perfecto, la representación exacta, la imagen exacta de Dios. Dios lo envió a este mundo para enseñarnos cómo es Él, para mostrarnos cómo luce la santidad en forma humana.
En Su primer sermón, el Sermón del Monte, que encontramos en el Evangelio de Mateo capítulo 5, Jesús nos describe los rasgos de carácter y los caminos de un Hijo de Dios. Si vamos a vivir para ser como Dios, así es como todo esto va a lucir. Allí vemos un retrato de una persona santa.
¿Y cómo termina este pasaje en Mateo capítulo 5? Él dice: «Sé perfecta como tu Padre es perfecto. Tú debes lucir como Él. Tú debes reflejarlo a Él. Tú debes hacer que Él sea atractivo para otros» (ver v.48).
El apóstol Pedro repite este mismo sentir de Dios en 1 Pedro capítulo 1. Él dice: «Si tú llamas a Dios tu Padre, tú debes ser como tu Padre en cada aspecto de tu vida. Él es santo; así que tú debes ser santa» (ver vv.16-17).
Ahora, en el versículo justo antes de este mandato positivo a ser santa, Pedro da un mandato contrastante que representa la alternativa a la santidad. Él dice en el versículo 14, «como hijos obedientes», aquí está la relación padre/hijo, «no te amoldes a las pasiones que tenías antes, cuando vivías en la ignorancia».
Entonces, ¿qué es lo que está diciendo en este pasaje? Como tú eres hija de Dios, no vivas como la persona que desconocía a Dios, quien eras antes de que nacieras en la familia de Dios. En cambio, sé obediente a tu Padre Celestial. En todo lo que hagas, sé santa como Él es santo. Refleja Su imagen en vez de reflejar la semejanza de tu vieja vida carnal no regenerada, aquella que eras antes de que fueras hija de Dios.
Y ves este principio a través del Nuevo Testamento. El apóstol Pablo establece el mismo punto en Filipenses capítulo 2 donde él dice: «Háganlo todo sin quejas ni contiendas». ¿Por qué? «Para que sean intachables y puros, hijos de Dios sin culpa en medio de una generación torcida y depravada. En ella ustedes brillan como estrellas en el firmamento» (v.15, NVI).
Sabes, Pablo está diciendo que tu vida está reflejando algo, aun cuando se trata de cosas pequeñas como murmurar o discutir. Él nos dice: «Cuando haces eso, no estás reflejando a Dios».
El problema en nuestro mundo actual no es tanto que el mundo es oscuro. El mundo ha sido siempre oscuro desde Génesis capítulo 7 con el diluvio. Tú esperas que las personas no creyentes vivan como no creyentes. No esperas que ellos vivan como Dios manda. No debes esperar esto. Ellos no tienen la capacidad de ser como Dios, de ser santos.
El problema en el mundo actual no es tanto que los no creyentes están viviendo en la oscuridad. El problema es que los hijos de un Dios santo están viviendo como en oscuridad.
El interés supremo de Dios es que Su santidad sea manifiesta y que Su nombre sea santificado, que sea reverenciado, que permanezca santo, que nosotras reflejemos Su santidad en nuestra conducta.
Y de la misma forma, cuando nuestras vidas no son santas, profanamos Su santo nombre. O santificamos Su nombre, o lo profanamos. Hacemos que se mantenga santo, o les damos razones a las personas para profanar Su santo nombre.
Esa fue la mayor acusación de Dios a los judíos en el Antiguo Testamento. La encontramos una y otra vez. Por ejemplo, en Ezequiel capítulo 43, Dios dijo: «No volverán a profanar mi santo nombre con sus infidelidades» (ver v.7, NVI).
Mira, cuando pecamos, no es algo pequeño, no importa lo pequeño que puedas pensar que es ese pecado. Cuando pecamos, estamos profanando el carácter santo y el nombre de Dios. Estamos tratando Su santidad como si fuera algo para tirar a la basura, algo para pisotear, algo para desechar o que tiene poco significado o valor.
El propósito de Dios en redimirnos está en que Él pueda hacernos personas santas que manifestemos Su santidad en este mundo.
Permíteme leer algunos versículos de Ezequiel capítulo 36, para que veamos en el Antiguo Testamento lo que Dios quiso lograr a través de la redención. Dios dijo:
«Vindicaré la santidad de Mi gran nombre profanado entre las naciones, el cual vosotros habéis profanado en medio de ellas. Entonces las naciones sabrán que Yo soy el SEÑOR, declara el Señor Dios, cuando demuestre Mi santidad entre vosotros a la vista de ellas» (v. 23).
Sabes, esta es la visión para un avivamiento en la iglesia, que ha estado en mi corazón desde que era una niña, y es que llegue el día cuando el mundo sepa que Dios es Dios, que Dios es santo.
Y Dios dijo: «Las naciones sabrán que Yo soy el Señor cuando demuestre Mi santidad entre vosotros a la vista de ellas».
Y Dios continúa diciendo: «Os rociaré con agua limpia, y quedaréis limpios; de todas vuestras inmundicias…entonces sabrán que Yo soy el Señor» (v.25).
Este es el testimonio más grande, el instrumento más poderoso para que el mundo sepa que Dios es Dios.
De manera que en nuestra vida y conducta diaria, debemos reflejar cómo es Dios y lo que significa pertenecer a Él y ser redimidas, separadas de entre los demás. Nuestras vidas deben hacer a Dios creíble ante el mundo. A medida que ellos vean Su imagen reflejada en nosotras, ellos se verán inclinados a adorar y a glorificar a Dios.
¿Recuerdas lo que dijo Jesús en Mateo capítulo 5:16? «Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
Así que cuando ellos vean cómo actúas, ellos estarán viendo un reflejo de Dios. Tú serás ese portarretratos que estará llamando la atención a la foto de un Dios santo. Por eso, en todo lo que hacemos, en todo lo que somos, en nuestras relaciones, en la manera en que las personas en la iglesia mantienen sus matrimonios unidos, cuando permaneces fiel a tu esposo, cuando escoges el camino de la humildad, la honestidad, y la santidad, en vez de hacer lo que tu naturaleza humana quiere, estás reflejando la imagen de Dios al mundo.
Pero cuando no permaneces con tu compañero, cuando escoges no obedecer a Dios, cuando escoges decir lo que piensas aun cuando no es amable, cuando escoges hablar con palabras críticas, cuando escoges ser abrupto, irritable o cruel, también estás reflejando una imagen al mundo.
Todo el tiempo reflejamos una imagen al mundo, y esa imagen es la semejanza de un Dios santo, cuyas hijas afirmamos que somos, o es la imagen de nuestra vieja naturaleza corrupta no regenerada.
Así que, en cualquier medida en que nuestras vidas no sean santas, en esa misma medida nosotras oscurecemos y manchamos la visión que el mundo tiene de Dios. Este, en mi opinión, es el problema más grande en el mundo actual—que los cristianos en la iglesia evangélica, las personas que dicen ser hijos de Dios, están manchando la imagen de Dios.
Mira, los que no son cristianos trabajan a nuestro lado en negocios, comparten el transporte con nosotros, con sus hijos, en la escuela. Ellos miran cómo respondemos ante las situaciones de la vida. Notan cómo manejamos las presiones y los problemas. Observan las decisiones que tomamos, y no están impresionados para nada. No se sienten atraídos o empujados hacia Dios.
Estoy segura de que si alguna vez los miembros de la iglesia nos convirtiéramos en santos hijos de Dios, las personas correrían a formarse en línea para poder entrar a nuestras iglesias. No porque tengamos programas maravillosos, sino porque ellos estarán viendo a un gran Dios reflejado en nosotros.
Me entristece cuando me detengo a pensar en las tantas veces en que le he mostrado al mundo una visión sucia de Dios, una percepción distorsionada de Dios por medio de mis decisiones, reacciones, actitudes, y palabras que no van de acuerdo con Él.
Entonces, ¿qué refleja tu vida a los que te rodean?
- ¿Le brinda al mundo un verdadero retrato de Dios?
- Tus palabras, tus actitudes, tu comportamiento, ¿muestran a las personas cómo es Dios en realidad?
¿O profanan la santidad de Dios quizás por un espíritu quejoso, un espíritu controlador, palabras furiosas o hirientes, quizás por participar en conversaciones groseras, reirte de chistes vulgares o denigrantes, disputas ociosas, divorcios en la iglesia? Todo eso le muestra al mundo una imagen equivocada de un Dios que es fiel y cumple Sus pactos y promesas.
Entonces, nosotras estamos llamadas a ser santas porque la santidad es el objetivo de Dios para cada creyente. La santidad es la meta de Dios para todo creyente. Hemos sido llamadas a ser santas. Esa es nuestra meta final. Si eres hija de Dios, un día serás santa.
Las Escrituras dicen en Efesios 1:4, que Dios nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santas y sin mancha delante de Él.
Ahora, desde la eternidad pasada, Dios estaba en el cielo como la perfecta Trinidad –Padre, Hijo, y Espíritu Santo– coeternos. Ellos vivían en una relación perfecta y feliz, en amor perfecto, confianza perfecta, gozo perfecto, felicidad perfecta en esta santa Trinidad. No necesitaban que formáramos parte de ellos. Estaban muy bien sin nosotros.
Pero en Su sabiduría, amor, soberanía, y todas las cosas que Dios es, ellos concibieron un plan para que otros se unieran a ellos, para tener otros que Dios crearía y luego haría a Su semejanza, que pudiéramos unirnos en eterna comunión, unidad y gozo con ellos, personas que encajaran en Su entorno, personas que se sintieran cómodas y como en casa con ellos.
Y encuentras este mismo mensaje a través de toda la Escritura, el corazón de Dios que dice, «sé santa como Yo soy santo porque para eso te hice».
De manera que cuando les presentamos el evangelio a otras personas, necesitamos aclararles que Cristo viene a tu vida con una agenda, que es transformarte en una persona que refleje la imagen de Dios, hacerte santa.
En vez de esto, tendemos a presentar a un Cristo que vino a perdonar tus pecados, y luego sin cambiar tu vida, te lleva al cielo. Así que «te conviertes», vives como tú quieres, y luego te vas al cielo.
Y las Escrituras dicen: «¡No!» Dios te está llevando por un proceso que las Escrituras llaman santificación, para hacerte santa, de manera que tú estés apta para disfrutar Su presencia por siempre. Dios está llevándonos hacia una meta.
La meta no es hacer una oración, caminar por un pasillo, decir la oración del pecador, y luego todo se termina. Si ese fuera el caso, creo que entonces solo deberíamos lograr que las personas se convirtieran, se bautizaran, y luego dispararles. Quiero decir, para evitarles el sufrimiento. (¡Claro que no estoy sugiriendo que hagamos eso!) Pero Dios tiene un propósito desde el principio para la salvación, y es que Él nos toma y nos hace santas. Esta es la meta que Dios expresó, ese es el objetivo final.
Dios nunca ha abandonado Su plan de convertirnos en personas como Él, con el fin de que vivamos con Él en comunión con la Trinidad por los siglos de los siglos. Ese es el propósito de Dios para nosotras.
Entonces déjame decirte esto: Tu santidad no es secundaria a cualquier otra meta que puedas tener en tu vida. Es la meta principal de Dios para tu vida.
Y permíteme decir que nuestro llamado a ser santas no es solo individual, sino que también es nuestro llamado colectivo como el cuerpo de Cristo que somos, la novia de Cristo, llamadas a ser santas. Sabes, la iglesia es un organismo vivo. Es una familia. Es la novia. Está habitada por el Espíritu Santo de Dios, y está siendo preparada para ser la esposa del Señor Jesús.
Todos los creyentes de todos los tiempos, de todos los siglos, todas las generaciones a través del mundo entero son en conjunto la prometida de Cristo. Y es la intención declarada del Prometido, este santo Novio, para Su prometida, conforme a Efesios 5, «presentársela a Sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que sea santa e inmaculada» (v.27).
Pienso en cómo un novio anticipa ardientemente el momento en que su prometida camine hacia él por el pasillo de la iglesia con ese vestido de novia blanco y sin mancha, para unirse a él. Imagino que el Señor Jesús, como nuestro santo Prometido celestial, anticipa el día en que nosotras caminemos individual y colectivamente a Su presencia, puras, santas, consagradas, novias radiantes, vestidas y listas para encontrarse con Él, vestidas con Su justicia, listas para ser Su esposa santa para siempre.
Pienso en cómo una mujer comprometida anticipa ansiosamente el momento de su boda, y ella se prepara llena de amor para esa boda. Ella quiere lucir bella para su prometido. Y así mismo, el solo pensamiento de estar casadas con nuestro prometido santo y celestial, debe motivarnos a pasar nuestras vidas aquí en la tierra preparándonos para la boda, persiguiendo la santidad, porque sabemos que este es nuestro gran fin, y el gran deseo del Señor Jesús para Su prometida.
Ahora, hay otra razón para ser santas, y es que Jesús murió para salvarnos de nuestros pecados, para hacernos santas. Pero si no te detienes a pensar en esto, tú dirás, «¿y qué tiene esto de profundo?»
Bueno, quiero decirte que es muy profundo, que Jesús murió con el propósito de rescatarnos de nuestros pecados. Lo vemos a través de toda la Escritura.
Gálatas 1, dice: «(Jesucristo) se dio a sí mismo por nuestros pecados». ¿Para qué? «Para librarnos de este presente siglo malo» (v.4). Él no murió para que continuáramos viviendo como el mundo. Él murió para rescatarnos, redimirnos, liberarnos del mundo malvado en que vivimos.
Tito 2:14: «Él se entregó por nosotros para rescatarnos de toda maldad» (NVI). ¿De verdad quieres ser rescatada de toda maldad? ¿O hay algún tipo de pecado que no quieres dejar ir? Él murió «para rescatarnos de toda maldad y para purificar para sí un pueblo elegido, dedicado a hacer el bien».
Efesios 5:25: «Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella». ¿Para qué? «Para santificarla…y purificarla».
El Apocalipsis 1:5: «Al que nos ama y nos libertó de nuestros pecados con su sangre». Eso significa que hubo un precio atado a nuestra salvación, y ese precio fue la vida y la muerte de Cristo.
J.C. Ryle escribió cientos de años atrás un libro clásico sobre la santidad, y en este libro él nos dice lo siguiente:
«De seguro no puede estar saludable el estado del alma del hombre que puede pensar en todo lo que Jesús sufrió y aún así aferrarse a esos pecados por los cuales ese sufrimiento fue soportado. Fue el pecado el que tejió la corona de espinas. Fue el pecado que traspasó Sus manos, Sus pies y Su costado. Fue el pecado que llevó a Jesús al huerto de Getsemaní, al Calvario, a la cruz, y a la tumba. Nuestros corazones deben de estar muy fríos si no odiamos el pecado y trabajamos duramente para liberarnos de él, aunque en el proceso tuviéramos que cortarnos la mano derecha y arrancarnos el ojo derecho.
Recuerdo cuando me senté a ver la película de Mel Gibson, La Pasión de Cristo, y vi el sufrimiento físico representado. No había forma de describir en forma visual el precio espiritual que Él pagó, pero solo al ver el sufrimiento físico, te diré lo que me pasó.
Me vinieron a la mente como destellos, pecados específicos que había cometido años atrás, cosas en las que no había pensado en mucho tiempo. Y empezaron a aparecer en mi mente mientras Él iba cargando la cruz, siendo atormentado, flagelado, golpeado, y luego muriendo en esa cruz. Y en lo único en que podía pensar era, «Él hizo esto por mi pecado».
Él puso mi pecado en una perspectiva totalmente diferente. Hizo que me diera cuenta del precio, el costo, la grandeza del sacrificio que Él tuvo que pagar para tratar con mi pecado. Así que cuando permitimos el pecado en nuestras vidas, cuando lo vemos como un problema pequeño o como si no fuese problema alguno. Cuando nos negamos a deshacernos del pecado, lo que en verdad estamos haciendo es despreciando el amor y la gracia de Cristo. Estamos pisoteando Su cruz, y estamos diciendo que Su sacrificio de muerte en la cruz no tiene ningún valor.
Quiero decirles, hermanas, que Jesús no derramó Su sangre para que tú y yo tuviésemos un pasaporte al cielo y a la felicidad mientras continuamos permitiendo nuestro enojo, nuestra impaciencia, nuestro espíritu de crítica, nuestra lengua hiriente, nuestro espíritu competitivo, nuestro egoísmo, nuestro orgullo, nuestra lujuria y muchas otras cosas más.
Su muerte nos da la motivación y el poder de decirle «no» al pecado; de decirle «no» a esas adicciones; decirle «no» a esos hábitos pecaminosos de la carne, y decirle «sí» a la santidad en todas las áreas de nuestras vidas. Jesús murió para hacernos santas. Jesús murió para liberarnos del pecado. ¿Cómo entonces podemos continuar pecando sin cuidado y de una forma despreocupada, contra un Salvador así?
Annamarie: Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha estado hablando acerca de algunas razones por las que debemos ser santas. ¿Reflejan tu vida y conducta diaria que le perteneces a Cristo—que has sido comprada por Su sangre? Quizás, has estado enfrentando situaciones en las que tu pecado es muy evidente, pero espero que hoy hayas sido animada, por las misericordias de Dios en Cristo, a contemplar Su belleza y a reflejar Su evangelio al mundo.
Al hablar sobre el tema de la santidad podemos sentir que nos quedamos tan cortas—que es algo que nunca vamos a alcanzar. Ciertamente Dios es el único completamente santo, pero también es verdad que en la medida en que caminamos con Él somos moldeadas y transformadas para vivir en libertad y conforme a Su Palabra. Acompáñanos mañana para escuchar más acerca de esto.
Siendo santificadas juntas, Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.
La lectura bíblica para hoy en el Reto Mujer Verdadera 365 es Levítico capítulos 24 al 27.
Todas las Escrituras son tomadas de la Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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