
La raíz de toda virtud: la humildad de Cristo
Débora: Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Algunas de ustedes están familiarizadas con los escritos de Andrew Murray, quien fue pastor y autor sudafricano. Vivió a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Dijo que si preguntáramos: «¿Cuál es la característica principal de Jesús, la raíz y esencia de todo Su carácter como nuestro Redentor? Solo puede haber una respuesta». ¿Qué dirías?
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Incomparable», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 28 de marzo de 2025.
¿Cuál crees que es la característica número uno de Cristo? Nancy responderá esa pregunta mientras continúa enfocándose en Jesús y apuntándonos a Él en la serie llamada «Incomparable: La persona de Cristo».
Nancy: Esto es lo que Andrew Murray dijo: «Es Su humildad».1
El llamado a la humildad es un tema recurrente en el ministerio …
Débora: Aquí está Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Algunas de ustedes están familiarizadas con los escritos de Andrew Murray, quien fue pastor y autor sudafricano. Vivió a finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Dijo que si preguntáramos: «¿Cuál es la característica principal de Jesús, la raíz y esencia de todo Su carácter como nuestro Redentor? Solo puede haber una respuesta». ¿Qué dirías?
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Incomparable», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 28 de marzo de 2025.
¿Cuál crees que es la característica número uno de Cristo? Nancy responderá esa pregunta mientras continúa enfocándose en Jesús y apuntándonos a Él en la serie llamada «Incomparable: La persona de Cristo».
Nancy: Esto es lo que Andrew Murray dijo: «Es Su humildad».1
El llamado a la humildad es un tema recurrente en el ministerio de Jesús aquí en la tierra. Él dijo:
«Bienaventurados los mansos», los humildes (Mt. 5:5).
«El más pequeño entre todos vosotros, ese es el grande» (Lc. 9:48).
«El que se humilla será enaltecido» (Lc. 14:11).
Ahora bien, toda esta enseñanza sobre la humildad fue revolucionaria en los días de Jesús. De hecho, el mundo antiguo no tenía ninguna palabra en griego o latín para comunicar el ideal cristiano de humildad. Entonces, que Jesús mostrara la mansedumbre o la humildad como algo positivo y deseable era radicalmente diferente al pensamiento de su época y, debo agregar, que es radicalmente diferente al pensamiento de nuestros días.
Los filósofos antiguos pensaban que la palabra «humilde», por ejemplo, significaba cobarde o tímido. Muchos consideraban la humildad como un vicio, no como una virtud. Así que aquí viene Jesús a la tierra e introduce un conjunto de valores completamente nuevos: todo lo opuesto a lo que el mundo valora.
Por cierto, así es con el reino de Cristo. Es justo lo opuesto al reino de este mundo, y en ninguna parte eso es más obvio que en todo este tema de la humildad.
Con su ejemplo y Sus enseñanzas, Jesús introdujo el concepto de humildad como una gracia. Lo elevó a la categoría de virtud.
Andrew Murray ha escrito un librito maravilloso llamado Humildad. Si puedes conseguirlo, hazlo. El mío está marcado, subrayado, resaltado, con notas en los márgenes, con las esquinas dobladas. Es un librito que vale su peso en oro, escrito por Andrew Murray y se titula Humildad.
Él dice, y cito:
«La humildad es el reconocimiento de que le debemos todo a Dios…la humildad es ser nada, para que Dios sea todo…La humildad, lugar de total dependencia de Dios, es el primer deber y la virtud más elevada del hombre. Es la raíz de toda virtud».
El primer deber y la más alta virtud del hombre; la raíz de toda virtud.
Ahora, si la humildad es la raíz de toda virtud, entonces el orgullo está a la raíz de todo pecado, comenzando en ese momento en que Lucifer se exaltó a sí mismo para ser como Dios. Se rebeló contra la autoridad de Dios y fue expulsado del cielo.
Fue el orgullo lo que cortó nuestra relación con Dios allí en el Jardín del Edén. Entonces, para reconciliarnos con Dios, para ser restaurados a la comunión con Dios, se requería la restauración de la humildad que perdimos en la Caída. ¿Tiene sentido? El orgullo rompió nuestra relación con Dios. Entonces, para restaurar esa relación, tenía que haber una restauración de la humildad. ¿Pero cómo iba a suceder eso? Éramos demasiado orgullosos para ser humildes.
Andrew Murray dice, y me encanta esta cita:
«Jesucristo tomó el lugar y cumplió el destino del hombre con Su vida de perfecta humildad. Su humildad es nuestra salvación. Su salvación es nuestra humildad. Por tanto, estudien la humildad de Jesús. Este es el secreto, la raíz oculta de tu redención».
Eso es lo que quiero que hagamos hoy: estudiar la humildad de Jesús. Ahora bien, podríamos dedicar una serie completa a la humildad de Jesús. Se demuestra de muchas maneras a lo largo de Su vida y ministerio terrenal, pero veamos cuáles son algunas de ellas.
En primer lugar, la humildad de Cristo se demuestra en Su Encarnación. Hemos hablado de eso en esta serie sobre el Cristo incomparable. Ese momento en que Cristo, que es igual a Dios, tomó carne humana y vino a esta tierra. Dejó a un lado la majestad, el esplendor del cielo y asumió las limitaciones de nuestra humanidad.
Su humildad se ve cuando nació de una adolescente pobre en circunstancias humildes: sin pompa, sin fanfarria, en un pesebre, un establo de bueyes, en un establo de ganado.
Su humildad se ve cuando dejó de lado Sus derechos, Sus privilegios y el ejercicio independiente de Sus privilegios y atributos divinos.
C.S. Lewis lo dice de esta manera:
«La doctrina de la encarnación está enfáticamente en el centro del cristianismo: que el Hijo de Dios descendió. [humildad] Nunca ninguna semilla cayó tan lejos de un árbol en un suelo tan oscuro y frío como lo hizo el Hijo de Dios» [Su humildad]1.
Hay un maravilloso poema navideño escrito en el siglo XVII por Richard Crashaw, que expresa la humillación de la venida de Cristo a esta tierra. Ahora, es un lenguaje antiguo, por lo que debes escuchar con atención, pero creo que entenderás lo esencial:
«Que la luz cegadora del Gran Ángel deba opacar
Su resplandor, para brillar en los ojos de un pobre pastor.
Que el majestuoso Dios tan bajo se postre
Como prisionero se acueste sobre unos pobres harapos.
Que del pecho de su madre tome leche,
Aquel que alimenta con néctar a la bella familia del Cielo.
Que un vil pesebre su humilde cama fuera,
Quien en un Trono de estrellas arriba truena.
Que aquel a quien sirve el sol débilmente mira
¡A través de nubes de carne infantil!
Que él, el anciano, el Verbo Eterno deba ser niño y llorar;
Que el que hizo el fuego, le tema al frío.
Que la Altísima Majestad del Cielo Su Corte mantenga
En una cabaña de barro.
Que el Yo de Gloria sirva a nuestros dolores y miedos,
Y la Eternidad libre se someta a los años.
Que sea nuestro asombro abrumador».
La Encarnación: Cristo bajando, descendiendo del cielo, es una demostración de Su humildad. Pero la humildad de Cristo no solo se demostró cuando nació como un bebé en Belén. Fue demostrada a lo largo de Su vida y ministerio aquí en la tierra.
Ahora, a nivel humano, Jesús tenía mucho de lo que podría haberse jactado: Sus antecedentes, Sus dones, Sus habilidades, Su conocimiento, Su herencia, Su linaje real, y mucho más. Sin embargo, las Escrituras dicen (y Él dice de Sí mismo) que era «humilde de espíritu». ¿Y no es irónico que nosotras, que no tenemos nada de qué jactarnos o gloriarnos? ¡Es lo opuesto!
Entonces, ¿cómo Jesús demostró humildad durante Su vida y ministerio aquí en la tierra? Bueno, la Escritura dice que Él no buscó honor ni alabanza de los hombres, sino solo de Dios.
En el Evangelio de Juan, Jesús dice:«Yo no recibo gloria de los hombres»(Jn. 5:41);«No busco mi propia gloria» (Jn. 8:50). Cuando buscamos gloria o alabanza de los hombres, estamos demostrando un corazón orgulloso. Pero Jesús tenía un corazón humilde. Él dijo: «Yo no busco mi propia gloria. No busco elogios de los hombres».
Vemos Su humildad también en el hecho de que Él era totalmente dependiente de Su Padre celestial; no independiente, sino dependiente.
En Juan capítulo 5, Jesús dijo: «El Hijo no puede hacer nada por Su cuenta» (v. 19). «Yo no puedo hacer nada por iniciativa mía» (v. 30).
Y en Juan capítulo 8, dice: «No hago nada por mi cuenta, sino que hablo estas cosas como el Padre me enseñó» (v. 28). Por cierto, esa humilde dependencia de Su Padre se vio más claramente en Su vida de oración. Hablaremos de eso en una próxima sesión.
Su humildad se vio en Su servicio. Siempre buscó el mejor interés de los demás. Puso las necesidades de los demás por encima de Su propio bienestar. Vemos a Jesús acercándose a los discípulos después de que acababan de tener una discusión sobre cuál de ellos era el mayor, y luego vienen a cenar y, ¿qué hace Jesús? Él toma el humilde lugar de un siervo, de un esclavo, y lava los pies de los discípulos. Se rebaja a servir a los sirvientes. Su humildad se vio en su servicio.
Su humildad se ve en lo que llamamos Su Entrada Triunfal a Jerusalén, que celebraremos el Domingo de Ramos. Esa Entrada Triunfal cumplió las palabras que dijo el profeta Zacarías: «¡Da voces de júbilo, hija de Jerusalén! Tu Rey viene a ti, [¿cómo?] Justo y dotado de salvación, humilde, montado en un asno»(9:9).
Los reyes en guerra, cuando entraban a la ciudad, iban montados a caballo. Si un rey entraba en un asno, eso era señal de paz, no de guerra.
Los judíos de esa época esperaban que el Mesías viniera como un guerrero conquistador, pero, en cambio, vino como un Rey humilde en una misión de paz. Debido a que Él no cumplió con sus expectativas sobre cómo debía ser un rey conquistador, ellos lo rechazaron. No lo tuvieron en cuenta. Fue su humildad lo que hizo que lo pasaran por alto.
Su humildad no solo se vio en Su servicio y en Su humilde entrada a Jerusalén, sino que se vio en Su sufrimiento, Su respuesta a los insultos y a las injurias a lo largo de Su vida, y aún más hacia el final de Su vida terrenal. La pasión de Cristo. Fue difamado. Su carácter fue calumniado. Fue acusado de endemoniado, borracho, glotón, de loco.
Solo puedo decir que mi instinto, en esas circunstancias, probablemente sería defenderme, defender mi reputación, resentirme con aquellos que me malinterpretan o critican, y tomar represalias criticándolos a ellos a su vez. Pero Cristo no hizo ninguna de esas cosas. En cambio, se humilló a Sí mismo.
Su humildad no solo se ve en todos los aspectos de Su vida aquí en la tierra, Su humildad se ve, sobre todo, en Su muerte. ¿Qué dice Filipenses capítulo 2?:«Se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte» (v. 8). Vemos esa humildad cuando Él toma su último aliento y dice:«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc.23:46), una humilde sumisión de Sí mismo a Su Padre.
Su humildad se ve en esa sumisión absoluta a la voluntad de Su Padre A lo largo de Su vida, al venir a esta tierra, en la vida que vivió aquí en esta tierra, en Su sufrimiento, Su pasión, Su muerte: sumisión a la voluntad del Padre. Es una expresión de humildad, Su corazón humilde y sencillo.
Y luego, dicho sea de paso, debemos recordar que Jesús siempre será humilde por toda la eternidad. Él no solo fue humilde cuando llegó a la cruz, sino que luego resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo. Él no perdió Su humildad. Él sigue siendo el Dios humilde encarnado.
Primera de Corintios 15 nos dice:
«Y cuando todo haya sido sometido a Él, entonces también el Hijo mismo se sujetará a Aquel que sujetó a Él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (v. 28).
¿Qué está diciendo ese versículo? (Hay mucha sujeción en ese versículo.) En ese pasaje, la Escritura está diciendo que Dios está en el proceso de someter todas las cosas a los pies de Cristo. Pero cuando todo esté bajo los pies de Cristo, ¿qué hará Cristo? Él se someterá a Aquel que sujetó a Él todas las cosas para que Dios pueda ser todo en todos: siempre el Dios humilde y encarnado.
Cuando vemos la visión de Juan en el libro de Apocalipsis, capítulos 4 y 5, donde ve al Dios santo y resplandeciente sentado en Su trono, ¿a quién ve Juan junto al trono? ¿Cómo aparece Cristo en ese cuadro? Juan dice: «Miré, y vi entre el trono…a un Cordero, de pie, como inmolado» (5:6), el humilde Hijo de Dios, siempre el Dios humilde y encarnado, por toda la eternidad.
En su libro Milagros, C. S. Lewis nos ofrece algunas maravillosas imágenes de la humildad y la humillación de Cristo. Déjame leerte parte de eso. Él dice:
«En la historia cristiana, Dios desciende, desciende de las alturas, siendo el Ser absoluto, hacia el tiempo y el espacio, desciende hacia la humanidad, hasta las mismas raíces y al fondo de la humanidad que Él mismo creó. Pero Él desciende para volver a subir y traer consigo a los pecadores arruinados. [énfasis añadido]
Uno tiene la imagen de un hombre fuerte, agachándose cada vez más para soportar una carga muy grande. Debe agacharse para poder levantarla. Casi debe desaparecer bajo la carga antes de que enderece increíblemente su espalda y se marche con toda ella balanceándose sobre sus hombros».
Y sigue diciendo:
«O una puede pensar en un buceador, primero vistiendo un traje ceñido, luego mirando al aire, luego desapareciendo con un chapoteo, desapareciendo, precipitándose a través de aguas verdes y cálidas hacia aguas negras y frías, descendiendo a través de una presión cada vez mayor hacia un lugar parecido a la muerte, a una región de cieno, de limo y de putrefacción.
Y luego vuelve a subir, de nuevo al color y a la luz, con los pulmones a punto de estallar, hasta que de repente sale a la superficie de nuevo, sosteniendo en la mano el objeto precioso que gotea agua, el cual bajó a rescatar».
¿No es esa una gran imagen de la obra redentora del humilde Cristo? Permítanme leerles ese pasaje, que nos resulta tan familiar a la mayoría de nosotras, pero que debemos leer una y otra vez. Permítanme simplemente saturar nuestros corazones en la Palabra.
Filipenses capítulo 2, versículos 5-11, y piensa en ese hombre fuerte que se inclina cada vez más para soportar esa carga, para levantarla; piensa en ese buzo que se adentra en las profundidades viscosas, en esos lugares oscuros, para rescatar algo precioso y traerlo de vuelta a la superficie. Piensa en esas imágenes mientras te leo Filipenses 2:
«Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a Sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres.
Y hallándose en forma de hombre, se humilló Él mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también lo exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre».
Para que Dios sea todo en todos. Él descendió. Él bajó, bajó, bajó, bajó para rescatarnos, para elevarnos. Entonces Dios lo exaltó. Pero nuestra esperanza de exaltación eterna, de ser rescatados de las profundidades de nuestra pecaminosidad, está en el hecho de que Cristo se humilló y descendió en esa misión de rescate.
Permítanme volver a una cita más de este maravilloso libro sobre la humildad de Andrew Murray que dice:
«¿No es de extrañar que la vida cristiana sea tan a menudo débil e infructuosa, cuando se descuida y se desconoce la raíz misma de la vida de Cristo? Si la humildad es el secreto de Su expiación, entonces la salud y la fortaleza de nuestra vida espiritual dependerán enteramente de qué también pongamos esta gracia en primer lugar, y de que hagamos de la humildad lo principal que admiramos en Él, lo principal que le pedimos, lo único que podemos hacer, la única cosa por la cual sacrificamos todo lo demás… ¡Añoro la humildad de Jesús en mí y en todo lo que me rodea!».
Entonces, ¿cómo cultivamos la humildad? Creo que el punto de partida es darnos cuenta de que no la tenemos, que no nos resulta natural. Es una gracia. Es algo que Dios da, pero también estamos llamadas a humillarnos. Es también una elección que hacemos.
¿Qué nos lleva a tomar esa decisión? ¿Qué nos hace bajar de nuestro pedestal, de nuestro orgullo, de nuestra autosuficiencia y de nuestro espíritu independiente? ¿Qué nos lleva a un lugar de humildad dónde preferimos ser humildes antes que orgullosas? Como dijo Murray: «Estudia la humildad de Cristo. Considera a Cristo».
Jesús dijo en Mateo capítulo 11:
«Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, [algunas de sus traducciones dicen “paciente, soy manso, gentil, humilde de corazón. Aprendan de Mí”] y hallarán descanso para sus almas» (v. 29).
Murray dice:
«Es solo gracias a la morada de Cristo en Su divina humildad que nos volvemos verdaderamente humildes. Nuestro orgullo viene de otro, de Adán; así también debemos tener nuestra humildad de Otro [y ese Otro, con mayúscula]».
Es Cristo en nosotros, el Cristo perfectamente humilde, quien se convierte en nuestra fuente de humildad. Él nos motiva a ser humildes. Él nos capacita para ser humildes. Él es nuestra humildad: Cristo dentro de nosotros. «Aprendan de Mí. Soy manso y humilde de corazón».
- Medita en Él.
- Contempla Su humildad, Su servicio, Su amor y hasta dónde se rebajó para rescatarnos.
- Y sobre todo, medita frecuentemente en la cruz. Vuelve tus ojos a Cristo. Mira la cruz. Mírale sufriendo, sangrando, muriendo, descendiendo, descendiendo, descendiendo, descendiendo hasta esas profundidades con el fin de rescatar a personas como nosotros.
Medita en Cristo. Medita en la cruz. Porque:
«La cruz excelsa al contemplar
Do Cristo allí, por mí murió.
Las cosas que me encantan más
Ofrezco a Ti, Señor Jesús». 2
Oh, gracias, gracias Jesús, por elegir el camino de la humildad. Por inclinarte, por bajar, por descender, por humillarte, por bajar a la tierra por amor, por sumisión, obediencia a la voluntad de Tu Padre, y por el anhelo, el deseo de rescatarnos y hacernos Tu preciado tesoro y posesión. Gracias por levantarnos con Tu humildad.
Por eso hoy, Señor Jesús, te exaltamos. Te exaltamos. Tuyo es el Nombre sobre todo nombre. Tú eres el Cristo incomparable y humilde y te amamos. Perdónanos por ensalzarnos, por nuestro orgullo, nuestra necedad, nuestro espíritu independiente, nuestra rebeldía, nuestra rebelión contra Ti.
Que hoy nos humillemos como Tú te humillaste, para que puedas derramar gracia, la gracia de Cristo, sobre nosotras en este día. Oro esto en el santo nombre de Jesús. Amén.
Débora: Después de escuchar el mensaje de Nancy, me siento motivada. Toda esta serie de enseñanzas me ha ayudado a apreciar el carácter de Jesús de una manera completamente nueva. Ha abierto mis ojos a aspectos de la vida y el ministerio de Cristo que nunca había considerado.
Tengo que decirles que otra cosa que ha ayudado a mi corazón a medida que escucho esta serie, fue el libro de Nancy Incomparable. Es un recurso realmente excelente para preparar tu corazón para esta temporada de Cuaresma y profundizar un poco más en esta enseñanza.
Hemos estado hablando con Randall Payleitner de Moody Publishers esta semana sobre el libro. Randall, muchas gracias por compartir algo de tiempo con nosotras esta semana en Aviva Nuestros Corazones. Hemos sido muy bendecidas por tus palabras de aliento.
Randall Payleitner: Por supuesto. Estoy muy feliz de haber pasado esta semana con ustedes y con todas las personas que escuchan mientras hablan de Jesús. Qué honor.
Débora: ¿Qué pensamientos finales tienes para nosotras sobre este libro o este tema?
Randall: Mientras pensaba en la palabra «incomparable», que es la palabra que forma parte del título del libro de Sanders y es el título del libro de Nancy, realmente pensé en lo que significa esa palabra.
Bueno, Él es incomparable. Nunca ha habido nadie como Jesucristo. Nunca lo ha habido. Él es Dios. Él es hombre. Vale la pena seguirlo. Y además, nos mostró la mejor manera de vivir.
La mayor parte de este libro trata sobre el ministerio de Jesús en la tierra. Lo que hizo, cómo mostró humildad, cómo mostró amor, cómo habló a otros humanos, cómo dio ejemplo de la mejor manera de vivir, cómo sirvió con fidelidad, cómo perdonó y cómo se dirigió hacia Su propio sacrificio todo el tiempo. Y luego, al final, no podemos olvidarlo, no debemos olvidarlo, Su resurrección es la máxima esperanza. ¡No se quedó muerto!
Entonces, mi esperanza para este libro es la misma que ya hemos dicho, pero también es que la gente vea a Cristo tal como es, por lo que hizo y cómo no hay nada más importante en esta vida que lo que hacemos con Jesús y lo que hacemos con lo que Él dijo.
Débora: Amén. Muchas gracias por acompañarnos esta semana, Randall.
Mientras escuchamos a Randall Payleitner de Moody Publishers, espero que hayan disfrutado escuchando su entendimiento y ánimo. Nos ha brindado una gran perspectiva de nuestro incomparable Cristo, así como un vistazo al nuevo libro de Nancy, Incomparable.
Creo que ese libro moverá tu corazón a adorar mientras consideras la maravilla de Jesús. Así fue en mi propia vida. Desde la primera página quedé asombrada con Jesús: el hombre, el Señor, el único Hijo de Dios, nuestro Salvador resucitado.
Si aún no has adquirido «Incomparable», el nuevo libro de Nancy, puedes obtenerlo visitando avivanuestroscorazones.com. Pasarás cincuenta días meditando sobre la vida, la obra y las palabras de Cristo.
Como mencionó Nancy hoy, la humildad de Jesús debería motivarnos a ti y a mí a vivir una vida de humildad.
Ahora bien, ¿te imaginas el estrés bajo el que estaba Jesús? Fue criticado constantemente. Invirtió en las vidas de amigos que no lo entendían y recibió una tarea incomparable de parte de Dios. Sin embargo, la vida de Jesús estuvo marcada por la paz y la calma. Hablaremos sobre aprender de la serenidad de Jesús en el próximo episodio en Aviva Nuestros Corazones. ¡Te esperamos!
Llamando a las mujeres a libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
1 Los milagros, C.S. Lewis, p. 401.
2 La Cruz excelsa al contemplar, Isaac Watts.
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