La palabra de seguridad
Débora: ¿Cuándo fue la última vez que levantaste los ojos al cielo y recordaste que tu vida está en las manos de Dios?
Nancy: «Sabiendo que no fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir heredada de vuestros padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo» (1 Ped. 1:18-19).
Hombre: «Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU. Y habiendo dicho esto, expiró» (Luc. 23:46).
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 12 de abril de 2023.
Nancy DeMoss de Wolgemuth: Con frecuencia nos encontramos irritadas y molestas por causas secundarias. Sabes a lo que me refiero con esto: la persona, la circunstancia, el evento, ese algo que destruyó mi vida, o al menos eso …
Débora: ¿Cuándo fue la última vez que levantaste los ojos al cielo y recordaste que tu vida está en las manos de Dios?
Nancy: «Sabiendo que no fuisteis redimidos de vuestra vana manera de vivir heredada de vuestros padres con cosas perecederas como oro o plata, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha, la sangre de Cristo» (1 Ped. 1:18-19).
Hombre: «Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU. Y habiendo dicho esto, expiró» (Luc. 23:46).
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 12 de abril de 2023.
Nancy DeMoss de Wolgemuth: Con frecuencia nos encontramos irritadas y molestas por causas secundarias. Sabes a lo que me refiero con esto: la persona, la circunstancia, el evento, ese algo que destruyó mi vida, o al menos eso que piensas que fue la causa; pero si tu vida está en las manos de Dios estás a salvo, definitivamente te encuentras segura y al final serás bendecida.
Débora: Esta semana, Nancy nos ha estado hablando acerca de las últimas palabras de Jesús. Nos encontramos en un recorrido en el que hemos podido explorar a fondo el acto más maravilloso de la historia: La redención. Aquí está Nancy en la continuación de la serie titulada, Redención incomparable.
Nancy: En estas últimas semanas al meditar sobre las Siete Palabras de Cristo en la cruz, he sido muy movida, no solo por lo que Cristo dijo, sino al pensar en lo que Él no dijo. ¿Alguna vez has pensado en esto? Siempre hemos visto lo que Él dijo, pero piensa en lo que no hemos visto:
No hemos visto:
- Ni una sola palabra de ira o resentimiento
- Ni una sola queja o murmuración
- Ni una sola palabra profana
- Ni una sola palabra fuera de tono
- Ni una sola palabra innecesaria
Las palabras de Cristo en la cruz fueron pocas y cada una de ellas fue dirigida por Dios, fueron significativas, importantes y con un propósito; cada una de estas palabras muestra algún aspecto del evangelio y tiene una implicación para nuestras vidas.
Hay un libro escrito por Trevin Wax (disponible en inglés) y se titula: Counterfeit Gospels, en español: «Evangelios falsos». En él, su autor nos habla de las implicaciones de estas palabras, permítanme citarlo:
«Jesús se encontraba lleno de horror, y por esto clamó: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?” Nosotros nos maravillamos y exclamamos: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has aceptado?”
Porque Cristo clamó: “Padre, ¡perdónalos!” las burlas pronunciadas frente a la cruz se transformaron en alabanzas por su abundante misericordia.
Porque Cristo dijo: “Tengo sed”, hoy podemos beber de la fuente agua de vida para nunca más estar sedientos.
Porque Cristo dijo: “Mujer, he aquí tu hijo”, sintiendo el dolor de ser separado de su familia terrenal, hoy podemos experimentar la bendición de ser unidos con Él en una familia celestial.
Porque Cristo clamó, “consumado es”, nuestra nueva vida puede comenzar hoy.
Porque Cristo entregó Su Espíritu en las manos de Su Padre, Dios entregó Su Espíritu a nuestros corazones».
Cada una de estas palabras tiene una implicación, no solo para la obra redentora de Cristo en la cruz en ese momento, sino también para la continuación de la obra del evangelio y la cruz de Cristo en nuestras vidas, cuando venimos a Él por medio de la fe.
Hoy veremos la última de las siete palabras. Estamos leyendo el capítulo 23 del Evangelio de Lucas. Si tienes tu Biblia ve por favor conmigo a ese pasaje, comenzando en el versículo 44.
«Era ya como la hora sexta, (¿qué hora era esta? Las doce del mediodía, cuando descendieron tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena (las tres de la tarde) al eclipsarse el sol. El velo del templo se rasgó en dos. Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró. Cuando el centurión vio lo que había sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: Ciertamente, este hombre era inocente» (vv. 44-47).
Si leemos el recuento paralelo de este versículo en el Evangelio de Marcos, pero dejen su dedo ahí en Lucas, y vamos a la versión de Marcos que nos dice:
«Viendo el centurión que estaba frente a Él la manera en que expiró, dijo: «En verdad este hombre era Hijo de Dios» (15:39).
Él vio Su inocencia, pero también se dio cuenta de que verdaderamente era el Hijo de Dios. La reclamación de Su deidad quedó vindicada.
Ver la forma en que el centurión reaccionó al ver la manera como Jesús sufrió y murió en la cruz, me recuerda que también el mundo contempla a aquellos que claman ser hijos de Dios. Ellos observan cómo vivimos; ellos observan cómo morimos. La forma en que nos conducimos a través de estos valles…el valle de sombra de muerte…estos valles en nuestras vidas, validan o niegan nuestra aseveración de ser creyentes.
Al ver el soldado romano la forma en la que Cristo murió, este endurecido soldado quien probablemente había presenciado cientos de ejecuciones, y que quizás había participado en otras tantas, quedó impresionado, conmovido y asombrado. Él entendió que este era un hombre incomparable; que no había otro como Él; que Él verdaderamente era quien decía ser.
Esto me lleva a preguntarme si también yo en mis momentos más difíciles, al responder a la presión y a los problemas, si los que se encuentran a mi alrededor mirando pueden decir, «la forma en que ella está respondiendo a estas circunstancias difíciles valida su profesión de ser creyente».
El versículo 48 nos dice: «Y cuando todas las multitudes que se habían reunido para presenciar este espectáculo, al observar lo que había acontecido, se volvieron golpeándose el pecho».
Esto fue una señal de lamento, de pena. Esta es una descripción verdaderamente diferente a la que tenemos de la turba sedienta de sangre que siguió a Cristo hasta el Calvario seis horas antes. ¿No es así? Noten el cambio; la verdad es que la cruz lo cambia todo. Los sufrimientos de Cristo en la cruz lo cambian todo.
Versículo 49: «Pero todos sus conocidos y las mujeres que le habían acompañado desde Galilea, estaban a cierta distancia viendo estas cosas».
Volvamos otra vez al versículo 46 y veamos esta última palabra que Cristo pronunció en la cruz: «Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró».
En este punto Cristo había pasado ya seis horas en la cruz, de las cuales las últimas tres habían sido en total oscuridad, no solo física, sino también espiritual, ya que había sido separado de la comunión con Su Padre. Durante esas tres horas Él sobrellevó toda una eternidad de sufrimientos.
Al acercarse Su hora Jesús oró: «Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado». Pero al llegar a los momentos finales de Su vida sobre la tierra, Jesús no ora diciendo, «Dios mío», sino, «Padre». La nube que había eclipsado Su comunión con el Padre comenzaba a disiparse, Su comunión con El Padre estaba siendo restaurada. Él oró, «Padre mío», como lo había hecho al principio de Su experiencia en la cruz, «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».
Un escritor nos dice sobre este momento:
En esos momentos de total abandono y de total olvido, Él encomienda Su Espíritu al Padre, en cuyo amor Él confiaba aunque no pudiera sentirlo.1
¿Alguna vez te has sentido así? ¿Alguna vez has tenido que confiar en el amor de Dios aun cuando no pudieras sentirlo? Esto fue lo que Cristo clamó justo después de haber dicho: «¿Por qué me has abandonado?» Él clamó «Padre mío» y confió en el amor del Padre aunque no pudiera sentirlo, ni verlo; Él oró «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», encomendando Su espíritu a las manos de Dios.
Ahora, piensen en lo que Cristo les dijo a Sus discípulos la noche anterior, justo al terminar de orar en el huerto de Getsemaní. Mateo 26:45 nos dice: «He aquí ha llegado la hora, y el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores».
«Entregado en manos de pecadores», Cristo voluntariamente permitió ser entregado en manos de pecadores; aquellos que iban a torturarlo, a perseguirlo, a ejecutarlo, a terminar con su vida. Sin embargo, Él sabía que el hecho de estar en manos de pecadores sería algo temporal, que al final, Su vida no estaba en las manos de los pecadores, sino en las manos de Dios.
Qué gran recordatorio que nuestras vidas no están en las manos de las personas, ni siquiera en manos de las personas pecadoras y perversas. Nuestras vidas no dependen de las circunstancias, ni siquiera de las que son difíciles o dolorosas. Nuestras vidas no están en manos de la suerte o del destino. Nuestras vidas están en las manos de Dios. Si somos hijos de Dios entonces nuestras vidas están en Sus manos y no hay otro sitio más seguro en toda la creación que las manos de Dios.
Recuerden lo que dijo Jesús en Juan capítulo 10 sobre sus ovejas: «Y yo les doy vida eterna y jamás perecerán, y nadie las arrebatará de mi mano» (v. 28). Si estás en Cristo y Cristo está en Dios; entonces estás en las manos de Cristo, estás en las manos de Dios, y nadie puede arrebatarte de ese lugar que es un refugio fuerte y seguro.
Cristo sabía que en última instancia, Su vida no estaba en manos de pecadores, sino en las manos de Dios. ¿Sabes si esto es así en tu vida? Muchas veces nos encontramos abrumadas por causas secundarias. Sabes a lo que me refiero: A las personas, a los eventos, las circunstancias que han destruido nuestras vidas, o por lo menos, lo que nosotras pensamos que ha sido la causa de los problemas en nuestras vidas.
Entonces nos volvemos amargadas y resentidas porque pensamos «que nuestras vidas están en manos de esta o aquella persona»; esta persona que arruinó mi vida, mis padres, mi cónyuge, mi jefe, mi empleado, mi hijo, mi hija. No es cierto, ninguna persona puede arruinar tu vida, alguien puede ser la causa de que tu vida sea miserable por un poco de tiempo en esta tierra, pero si estás en las manos de Dios, al final estarás a salvo, estarás segura y serás bendecida.
Debemos levantar nuestros ojos por encima de las personas y de las circunstancias y recordar que nuestras vidas están encomendadas en las manos de Dios.
Cristo dijo: «En tus manos encomiendo mi espíritu». La palabra «encomiendo» significa «depositar, depositar para estar seguros». Él estaba entregando Su espíritu a Aquel en cuya presencia estaría muy pronto. Al momento de morir Él no sentía ese miedo que paraliza y no existía el terror de enfrentarse a la muerte.
Eclesiastés 12 nos dice que al momento de nuestra muerte, «entonces volverá el polvo a la tierra como lo que era, y el espíritu volverá a Dios que lo dio» (v. 7). Esto es lo que pasa en nuestras vidas al momento de expirar si estamos en las manos de Cristo.
F.B. Meyer escribió un libro titulado Love to the Uttermost (Amor hasta el fin). Permítanme leerles lo que él escribe sobre estas palabras de Jesús de las que estamos comentando, es decir, «En tus manos encomiendo mi espíritu»:
Si las palabras «consumado es» son tomadas como la despedida de nuestro Señor al momento de partir de este mundo, entonces seguramente estas palabras fueron también la bienvenida de Cristo a ese mundo en cuyos confines Él estaba entrando. (El mundo hacia donde Él partía. Ese fue su saludo para ese mundo).
Parecería como si el Espíritu de Cristo se estaba preparando a sí mismo antes de partir hacia el Padre, y que no vio delante de sí un abismo de terror, un pozo de tinieblas o un imponderable caos, sino que vio manos, las manos de Su Padre, y a estas, Él se encomendó.
¿No es este un retrato hermoso? «Hacia Tus manos: ¡Allá voy! ¡Allá voy! En Tus manos encomiendo Mi espíritu. Lo deposito ahí para estar seguro, y estoy seguro de que Tú lo guardarás».
Esta oración de Jesús en estos momentos de la cruz es una cita de uno de los salmos en el Antiguo Testamento. Recuerden que Cristo murió de la misma forma en que vivió, orando, perdonando, amando, sacrificando, confiando, meditando y citando las Escrituras.
Estudiar este tema me llevó a pensar, ¿si yo muero de la misma forma en que vivo, cómo será mi muerte? No podemos esperar tener estos recursos a nuestra disposición, la oración y la Palabra de Dios, al momento de morir, si no hemos estado fielmente poniéndolos en práctica a lo largo de nuestras vidas.
Como mencioné antes, esta oración es una cita de un salmo del Antiguo Testamento, para ser más precisos, del Salmo 31. En el contexto inmediato de este salmo, David se encuentra en graves problemas en su vida, pero él está decidido a confiar en Dios. Al leer algunos versículos de este salmo, podemos ver más allá del gran rey David, podemos ver un David mayor, a Cristo Jesús crucificado en la cruz.
Salmo 31, comenzando en el versículo 1:
«En ti, oh Señor, me refugio; jamás sea yo avergonzado; líbrame en tu justicia. Inclina a mí tu oído, rescátame pronto; sé para mí roca fuerte, fortaleza para salvarme. Porque tú eres mi roca y mi fortaleza, y por amor de tu nombre me conducirás y me guiarás. Me sacarás de la red que en secreto me han tendido; porque tú eres mi refugio. En tu mano encomiendo mi espíritu; tú me has redimido, oh Señor, Dios de verdad. Aborrezco a los que confían en ídolos vanos; mas yo confío en el Señor. Me gozaré y me alegraré en tu misericordia, porque tú has visto mi aflicción; has conocido las angustias de mi alma, y no me has entregado en manos de mis enemigos; tú has puesto mis pies en lugar espacioso».
Versículo 13: «Porque he oído la calumnia de muchos, el terror está por todas partes; mientras traman juntos contra mí, planean quitarme la vida. Pero, oh Señor, en ti confío; digo: Tú eres mi Dios. En tu mano están mis años; líbrame de la mano de mis enemigos, y de los que me persiguen» (vv. 1-8, 13-15).
Lucas 23, el versículo 46 continúa diciendo: «Y habiendo dicho esto (Padre en tus manos encomiendo mi espíritu) expiró».
En el recuento paralelo del Evangelio de Juan, en el capítulo 19, encontramos un pequeño detalle que no vemos en ninguno de los otros evangelios. El texto nos dice: «E inclinando la cabeza entregó el espíritu» (v. 30).
Jesús no murió como un mártir. Su muerte no fue un accidente, sino que Él entregó Su espíritu. Él inclinó Su cabeza y entregó Su espíritu. Mateo 27:50 nos dice: «Él exhaló el espíritu». Jesús dijo: «Nadie me la quita (refiriéndose a Su vida), sino que yo la doy de mi propia voluntad» (Juan 10:18).
Él murió voluntariamente, como un acto voluntario en obediencia a la voluntad del Padre. Él puso Su vida en el altar, lo hizo voluntariamente, por Su propio deseo, y conscientemente se entregó a sí mismo como un sacrificio.
Hebreos 9 nos dice: «el cual por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios» (v.14). Él se ofreció a sí mismo.
La vida de Jesús no fue menguando poco a poco. De hecho, sabemos que las víctimas de una crucifixión mueren mucho más lentamente. Su vida no fue extinguiéndose gradualmente, sino que como siempre lo hizo, Él estaba en control. La muerte no lo venció. En Su muerte Él conquistó la muerte. ¡Esta es una gran diferencia!
Las letras de un himno cristiano del pasado lo expresan de la siguiente manera: «No fue la muerte que se acercó a Cristo, sino, fue Cristo que se acercó a la muerte». Él le dio la cara a la muerte, Él se acercó a ella.
Aunque Su muerte, me refiero al proceso de morir, fue de forma violenta y tortuosa, al final Cristo murió en paz. ¿Por qué? Por lo que leímos en el Salmo 31: «Yo confío en ti, oh Señor. Mi tiempo está en tus manos. Mi vida está en tus manos».
Cristo murió encomendándose Él mismo y Su futuro a las manos de Dios y a Su cuidado. Él sabía que Su vida estaba segura y a salvo en las manos de Su Padre; Él sabía que la muerte física no era el final, que Su Espíritu ascendería a Dios y por lo tanto estaba seguro de que sería vindicado. En estas palabras Él estaba anticipando Su resurrección, el sello final de que Su muerte era aceptada como un sacrificio perfecto para la redención de la raza humana.
La forma en que Cristo murió impacta la manera en que nosotros, Sus seguidores, pensamos acerca de la muerte.
El Salmo 31:15 dice: «En tu mano están mis años».
El Salmo 139 nos dice: «Y en tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos» (vv. 16).
Cuando yo tenía 22 años no pensaba mucho acerca de la muerte; pero ahora pienso mucho más en ella; sobre todo porque tengo muchos amigos que han muerto, algunos más jóvenes, otros más viejos. He asistido a muchos funerales. Cuando empiezas a envejecer hay algo sobre considerar el hecho de la muerte que te hace pensar en la tuya propia.
Es el hecho de pensar que cada día de mi vida en esta tierra está escrito en el libro que Dios tiene, aún antes de que existiera ni uno de ellos; que «mis años y mis días están Su mano»; cada uno de esos días. Él sabe el día exacto en que mi espíritu irá a estar con Él.
Desde el día en que Cristo exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu», a través del paso del tiempo, muchos, muchos han muerto con estas mismas palabras en sus labios. De hecho, no pasó mucho tiempo desde la muerte de Cristo cuando Esteban, el primer mártir, murió. Hechos 7 nos relata la historia:
«Y mientras apedreaban a Esteban, él invocaba al Señor y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y cayendo de rodillas, clamó en alta voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Habiendo dicho esto, durmió» (vv. 59-60).
¿No te parece esto familiar a la forma en que Cristo murió? Muchos, incluyendo el reconocido predicador checo John Huss, han muerto con estas palabras en sus labios. Martín Lutero murió con esas palabras: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu».
Débora: Nancy nos ha estado ayudando a ver que los sufrimientos de Cristo en la cruz lo cambian todo. Y no solo para la multitud que estuvo allí, sino para nosotras también. Nancy regresará en un momento con nosotras.
Hoy hemos escuchado que el mundo a nuestro alrededor observa cómo vivimos, y también hemos aprendido que no hay lugar más seguro donde estar que en las manos de Dios. Y tú, ¿has puesto tu confianza en Cristo?
Aquí está Nancy de regreso con nosotras.
Nancy: Podemos encomendar nuestro espíritu a Su cuidado seguro. Después que este cuerpo de muerte se encuentre seis pies bajo la tierra, podemos estar seguras de que nuestro espíritu estará en la presencia de Dios por la obra de Cristo en el Calvario.
La verdad es que yo no tengo que hablarte sobre la certeza de la muerte, esto ya lo sabes. La única pregunta es cuándo y cómo moriremos. La muerte es segura. La muerte física es un hecho. Algún día otras personas estarán en mi funeral, así como yo he estado en el funeral de otros. Algún día será mi cuerpo el que estará en una de esas cajas. También lo estará el tuyo.
Y si nunca te has arrepentido de tus pecados ni has puesto tu confianza en Cristo, quien murió en tu lugar, no podrás tener la certeza de qué pasará después de tu muerte, no tendrás paz. Solo tendrás temor al ver que el día de tu muerte se acerca. Si no has entregado tu vida al cuidado de Dios, algún día serás entregada en Sus manos pero para ser juzgada.
Será la mano de Dios para salvación o será la mano de Dios para justicia y juicio. No hay otra opción, ninguna otra.
Para aquellos que mueren sin Cristo, Hebreos 10 dice: «¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo!» (v. 31).
Pero qué gozo y qué paz hay en nuestros corazones y en nuestras vidas, cuando nos encomendamos a las manos de Dios, cuando podemos decir que hemos confiado en Cristo como nuestro Salvador.
Si hemos confiado en Cristo podemos decir como el apóstol Pablo: «Porque yo sé en quién he creído, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel día» (2 Timoteo 1:12). ¡Encomendados al Señor para guardar nuestro depósito!
Podemos cantar:
No tengo culpa, ni temor, por Su poder que vive en mí. Desde el principio, hasta el final, Cristo mi vida ordenará.2
No se nos promete una muerte fácil o sin dolor. El cuerpo de Jesús fue destrozado, fue devastado por el dolor en la cruz; pero Sus palabras al momento de morir nos aseguran que nuestro espíritu será llevado con toda seguridad a la presencia de Dios. Su resurrección tres días después nos asegura que nuestros cuerpos terrenales también serán levantados y transformados en cuerpos nuevos, glorificados, así como lo fue el de Cristo, y estaremos para siempre en la presencia del Señor.
¡Gracias Señor por tan grandes y maravillosas promesas! Gracias por la seguridad que tenemos de que como Tus hijas, nuestras vidas y nuestros días están en Tus manos. Ayúdanos a vivir el día de hoy como los que realmente nos hemos encomendado a nosotros mismos y todas nuestras preocupaciones a Tu cuidado; nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro, todo lo hemos encomendado a Tus sabias, amorosas y misericordiosas manos. Te damos las gracias, en el nombre de Cristo Jesús, ¡amén y amén!
Débora: Amén. Esta es Nancy DeMoss Wolgemuth ayudándote a contemplar la belleza del evangelio. Ella nos ha recordado que podemos estar seguras de nuestro destino al morir, si hemos venido a Cristo en arrepentimiento y fe.
Este mensaje es parte de la serie titulada, Redención incomparable. Durante estas 2 semanas, nos hemos estado concentrando en la obra redentora de Cristo y Sus últimas palabras en la cruz.
Algunas de las oyentes que escuchan estos programas han expresado su apreciación por Aviva Nuestros Corazones.
Una de ellas nos escribió:
«Estoy muy agradecida a Dios por su ministerio. Ha sido muy edificante poder ser parte de Aviva Nuestros Corazones. Crecer, aprender, poner en práctica, ha sido una hermosa aventura. Definitivamente, con su enseñanza me han animado a VIVIR EN Cristo. Dios les trajo justo a tiempo, para llevarme de nuevo a Él. Gracias, gracias, gracias».
Otra oyente nos escribió y dijo:
«¡Cuan agradecida estoy a Dios por este ministerio, es una bendición porque me ha ayudado a abrazar mi feminidad! Dios las siga usando».
Nancy, también escuchamos de otra oyente…
Nancy: Nos pusimos muy contentos al recibir un correo electrónico de una persona que escucha nuestro programa Aviva Nuestros Corazones en su país.
Ella nos contó sobre el compromiso que ella hizo de pasar más tiempo en oración y en la Palabra de Dios cada día por los próximos 30 días y concluyó diciendo: «Gracias por esos mensajes tan desafiantes».
Estos mensajes desafiantes que han impactado la vida de oyentes como Amanda, así como a otras mujeres en distintas localidades, son posibles gracias a la ayuda financiera que nuestros oyentes aportan a este ministerio. Aunque nuestro ministerio es sostenido gracias a sus donaciones, en estos momentos la ayuda que más necesitamos son sus palabras de aliento. Visítanos en avivanuestroscorazones.com. Indica que tu donación está dirigida al ministerio en español.
Débora: Así es. Estamos muy agradecidas por cada una de aquellas que nos han escrito o contactado para dejarnos saber cómo Dios ha estado obrando en sus vidas.
Si has sido bendecida con estos episodios, puedes dejar tu comentario al final de la transcripción del episodio de hoy. La puedes encontrar en avivanuestroscorazones.com.
Bien, hubo cuatro milagros que tuvieron lugar al Cristo morir. Esperamos que nos acompañes mañana aquí en Aviva Nuestros Corazones para explorar cuáles fueron junto a Nancy.
Conociendo al Redentor juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la temporada de podcast.
Únete a la conversación