La palabra de garantía
Débora: ¿Te asusta pensar en lo que sucederá después de la muerte?
Nancy DeMoss de Wolgemuth: Nuestro destino eterno no depende, ni está determinado por la vida que hemos vivido, los pecados que has cometido o las buenas obras que hayas hecho. Nada de eso determina dónde pasarás la eternidad.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 5 de abril de 2023.
Hombre: «Los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, si eres el Hijo de Dios, y desciende de la cruz. De igual manera, también los principales sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, burlándose de Él, decían: A otros salvó; a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es; que baje ahora de la cruz, y creeremos …
Débora: ¿Te asusta pensar en lo que sucederá después de la muerte?
Nancy DeMoss de Wolgemuth: Nuestro destino eterno no depende, ni está determinado por la vida que hemos vivido, los pecados que has cometido o las buenas obras que hayas hecho. Nada de eso determina dónde pasarás la eternidad.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 5 de abril de 2023.
Hombre: «Los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza y diciendo: Tú que destruyes el templo y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, si eres el Hijo de Dios, y desciende de la cruz. De igual manera, también los principales sacerdotes, junto con los escribas y los ancianos, burlándose de Él, decían: A otros salvó; a sí mismo no puede salvarse. Rey de Israel es; que baje ahora de la cruz, y creeremos en Él. EN DIOS CONFÍA; QUE le LIBRE ahora SI ÉL LE QUIERE; porque ha dicho: "Yo soy el Hijo de Dios". En la misma forma le injuriaban también los ladrones que habían sido crucificados con Él» (Mat. 27:39-44).
«Los soldados también se burlaban de Él, acercándose y ofreciéndole vinagre, y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo» (Luc. 23:36-37).
Débora: Esta semana Nancy dio inicio a una serie titulada, Redención incomparable, y ayer comenzamos a estudiar las últimas palabras de Jesús mientras estaba en la cruz.
Si te has sentido abrumada por preguntas acerca de la muerte, hoy Nancy te ayudará a tratar con esta preocupación al meditar en los últimos momentos de la vida de Jesús aquí en la tierra.
Nancy: Tengo una amiga querida cuyo padre murió recientemente después de una larga enfermedad. Su papá fue un creyente en Cristo por mucho tiempo. Mi amiga está convencida de que su papá conocía al Señor y que está en el cielo con Cristo. Pero la mamá de mi amiga ha estado luchando mucho con dudas acerca de qué le va a pasar a su esposo. Ella le ha dicho a mi amiga vez tras vez: «¿Crees que realmente esté en el cielo?»
¿Cuántas de las que nos escuchan dirían que alguna vez han luchado con dudas o temores acerca de lo que pasa después de la muerte, sea tu propia muerte, o aquella de un ser querido? Creo que muchas. Bueno, las siete palabras de la cruz que estamos viendo en esta serie comenzaron con una oración pidiendo que Dios perdonara a los enemigos de Jesús. Vimos esto ayer.
Hoy llegamos a la segunda declaración de la cruz, la cual es una palabra de garantía. Esta es una hermosa y maravillosa palabra que puede acabar con las dudas; dudas acerca de lo que pasa después de nuestra muerte o la muerte de un ser querido.
Queremos hoy continuar en las Escrituras donde nos quedamos ayer en el recuento de Lucas, Lucas capítulo 23. Solo déjame echar atrás un par de versículos, al versículo 32 para darnos el contexto para esta palabra.
«Y llevaban también a otros dos, quienes eran malhechores, para ser muertos con Él. Cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, crucificaron allí a Jesús, y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y Jesús decía, Padre perdónalos porque no saben lo que hacen. Y echaron suertes repartiéndose entre sí sus vestidos. Y el pueblo estaba allí mirando, y aun los gobernadores se mofaban de Él, diciendo: A otros salvó, que se salve a sí mismo si este es el Cristo de Dios, su Escogido. Los soldados también se burlaban de Él, acercándose y ofreciéndole vinagre, y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, (como dice el letrero arriba de tu cabeza) sálvate a ti mismo» (vv.32-37).
Aquí tenemos abuso lanzado hacia Cristo de entre la multitud, de los soldados romanos, y de los líderes religiosos. Y luego, en el versículo 39, también de los malhechores. «Uno de los malhechores que estaban colgados allí le lanzaba insultos (la palabra ahí es lo blasfemaba), diciendo: ¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros!»
Ahora, en el recuento de Lucas, solo se refiere a uno de los malhechores como burlándose y despreciando a Cristo de esta manera. Pero si tú comparas los recuentos de Mateo y Marcos de la misma escena, te darás cuenta de que no solo fue uno de los malhechores, sino que los dos se burlaban de Jesús. Dice así: «En la misma forma le injuriaban también los ladrones que habían sido crucificados con Él» (Mat. 27:44).
Así que no solo fue uno sino los dos malhechores. En sus momentos de muerte, estaban blasfemando al único que los podía salvar. Luego en algún momento inexplicable, aparte de la gracia interventora de Dios, uno de esos malhechores tuvo un cambio de corazón. Eso es lo que leemos en Lucas 23:40:
«Pero el otro le contestó, y reprendiéndole, dijo: ¿Ni siquiera temes tú a Dios a pesar de que estás bajo la misma condena? Y nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero este nada malo ha hecho. Y decía: Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» (vv. 40-42).
Aquí tenemos una increíble imagen de la obra soberana de Dios en la salvación. Cómo la gracia de Dios penetra al corazón endurecido de este hombre. Dios le abre sus ojos, cambia su corazón, y le da el regalo del arrepentimiento y la fe. Solo déjame recordarte que ninguna de nosotras hubiéramos venido a Cristo en arrepentimiento y fe si la gracia de Dios no hubiera abierto nuestros corazones, abierto nuestros ojos, y nos hubiera dado ese regalo de arrepentimiento y fe. Es una obra soberana de Dios. Nosotros no lo escogimos a Él. Él nos escogió a nosotros. Vemos eso aquí en la conversión y la penitencia de este ladrón moribundo.
Ahora bien, ¿cuándo vino este momento de cambio de corazón? ¿Qué lo provocó? Bueno, las Escrituras no nos lo dicen. En la providencia de Dios, estas cosas generalmente son misteriosas y no son vistas. Nosotros no sabemos las obras internas del Espíritu en nuestros corazones o en el corazón de alguien más. Pero piensa en lo que le pudo haber ayudado a este ladrón.
Había una inscripción en la cruz arriba de la cabeza de Jesús que decía, «Jesús de Nazaret – El Rey de los judíos». Era una declaración verdadera. Tal vez al ver él esa inscripción, vio la verdad, la palabra que Jesús era el Rey de los judíos, quizás ahí fue cuando el primer indicio de fe fue infundido por el Espíritu en su corazón.
Quizás fue ahí que él se dio cuenta que Jesús verdaderamente era incomparable, cuando escucho a Jesús orar y pedirle a Dios que perdonara a Sus enemigos. No había nadie como Él. Quizás fue ahí cuando su corazón comenzó a ablandarse y volverse hacia Dios. Quizás fue cuando escuchó a la multitud decir, «Él salvó a otros, que se salve a sí mismo». Quizás ese malhechor endurecido comenzó a darse cuenta de que el hombre a su izquierda podría salvarlo. Él sabía que no podía salvarse a sí mismo. Quizás eso fue lo que lo trajo al momento de depender de Cristo y solamente de Cristo para salvación.
Sabemos que este hombre no era un teólogo. No era un estudiante de la Biblia. Él no sabía mucha doctrina. Pero sí se dio cuenta de unas cuantas cosas importantes, y llegó a darse cuenta de ellas en un corto lapso de tiempo. Se dio cuenta de que se debía temer a Dios. Le dijo eso al otro malhechor. Se dio cuenta de que era culpable, que estaba sufriendo el juicio que merecía por sus pecados. Quizás fue todo el camino a la cruz diciendo, «no soy culpable». No lo sabemos. Pero en este punto, vino a reconocer que en realidad era culpable, y que estaba sufriendo justamente por sus pecados.
También se dio cuenta que el hombre muriendo a lado de él no era culpable, que Él era inocente de todo pecado, que Él estaba muriendo una muerte que no merecía. Se dio cuenta de que Jesús tenía un reino. «Acuérdate de mí cuando vengas en Tu reino». Jesús era el Rey de ese reino. Su única esperanza era apelar a este Rey por un perdón real y por misericordia.
Amigas, ese es el evangelio. Este ladrón se dio cuenta de que Dios había hecho resplandecer en su corazón la luz del evangelio en la faz de Jesucristo y le dio fe para creer. Estos son los dos elementos esenciales que se relacionan con toda la historia de la salvación.
En el versículo 43 Jesús responde con la segunda declaración desde la cruz. Palabras que no solo cambiaron para siempre el futuro y la vida de este malhechor, sino palabras que por siempre cambiarían la manera en que vemos la muerte, sea la nuestra o la de otros que conocemos y amamos. Versículo 43: «Entonces Él le dijo: en verdad te digo hoy estarás conmigo en el paraíso».
Verdaderamente, con seguridad, sin duda alguna, esta es una palabra con intención de dar seguridad. La palabra paraíso, en realidad, es una palabra griega paradeisos, que es prestada del lenguaje persa. Era una palabra usada en el lenguaje persa para hablar de «los jardines amurallados, los parques, y los jardines de placer para los reyes persas». La palabra era usada en griego en el Antiguo Testamento para referirse al jardín del Edén; un lugar donde había árboles de frutas, ríos, y donde Dios caminaba con Adán y Eva, el paraíso. La palabra vino a referirse a un mundo de paz y felicidad donde los justos van después de la muerte. Como resultado de su pecado, Adán y Eva fueron expulsados del paraíso. Y ahora por medio de Su muerte en la cruz, Cristo estaba abriendo la puerta al paraíso.
Esta es una palabra increíble de misericordia, gracia, amor y seguridad hablada al corazón de este malhechor moribundo. ¿No es asombroso? Jesús le dijo, «hoy estarás conmigo en el paraíso». Jesús le dio a ese ladrón la misma promesa que les había dado a Sus discípulos más cercanos la noche anterior. «Vendré otra vez y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, allí estéis también vosotros» (Juan 14:3).
Él les dijo a Sus discípulos, «estarán conmigo». Eso es entendible, eran Sus amigos. Pero Él le dio la misma promesa a este ladrón moribundo. Puedes ver en Su palabra en la cruz qué tan rápido Dios responde al corazón quebrantado y contrito. Este hombre merece juicio, pero en cambio recibe misericordia y gracia.
Su fe es recompensada. Jesús dijo en Juan 6: «Todo lo que el Padre me da, vendrá a mí; y al que viene a mí, de ningún modo lo echaré fuera» (Juan 6:37). Cuando Dios planta en el corazón la fe para creer, el don del arrepentimiento, y nosotros clamamos por misericordia, Dios no dice, «déjame ver si lo dices en serio. Déjame ver si puedes hacer estas seis cosas, o pasar por estos aros o brincar sobre estos obstáculos». No, Él es rápido para venir y salvar a aquellos que tienen un corazón quebrantado y contrito.
De nuevo, uno de mis libros favoritos bien antiguo, El Siervo sufriente, de Krummacher, escrito en una serie de meditaciones devocionales de la cruz a finales de los 1800. Déjame leerte lo que Krummacher tiene que decir acerca de cómo termina esta historia.
Los tres crucificados inclinaron sus cabezas, y la gran separación es cumplida. ¡Oh! el que está a la izquierda de Jesús desciende también a la izquierda; y los poderes de las tinieblas recibirán a aquel que, aun en la muerte, pudo insultar al Señor de gloria. El malhechor a la derecha, al contrario, se eleva hacia el cielo, al lado del Príncipe de Paz, y recibido en Su carruaje triunfal, pasa en medio de las aclamaciones de los ángeles a través de las puertas del paraíso. (Te imaginas esa escena), Él fue el primer heraldo quien con su aparición allí, trajo a los espíritus glorificados el conocimiento de que Cristo había ganado la gran batalla de nuestra liberación.
Él fue el primero en decirles a esos espíritus glorificados en el cielo: «¡Ha terminado! El paraíso ha sido abierto. Él ha ganado nuestra liberación a través de Su obra en la cruz». Así que incluso en su muerte, ese ladrón moribundo tuvo un ministerio para el otro ladrón y para aquellos a quienes fue a anunciar estas buenas nuevas de nuestra salvación en el cielo.
Así que tenemos esta palabra que Jesús habló al ladrón que estaba muriendo a lado de Él en la cruz. Y qué palabra maravillosa de esperanza es esta. No solo para el ladrón moribundo, sino para nosotros. Mientras contemplamos nuestra propia muerte, o aquella amiga o ser querido que está muriendo de cáncer, por aquellos que están sanos pero que un día morirán –como mi papá– sin aviso.
Quiero que consideremos en los momentos que tenemos, dos preguntas restantes que vienen a la mente, mientras pensamos acerca de este recuento del ladrón moribundo y la promesa de Cristo para él.
La primera pregunta es, «¿qué pasa con nosotros cuando morimos?» La segunda pregunta es, «¿y qué de nuestros seres queridos?»
Primero, ¿qué nos pasa? Bueno, para poder hablar de eso tenemos que recordarnos que el ladrón en la cruz representa a cada uno de nosotros.
- Todos hemos pecado
- Todos merecemos la separación eterna de Dios en el infierno
- Todos somos incapaces de salvarnos a nosotros mismos
- Todos necesitamos un Salvador
Todo lo que dijo ese ladrón de sí mismo es cierto para nosotras. Todas merecemos morir. Estamos sufriendo una condenación justa por nuestros pecados. Si Dios nos mandara al infierno, separados de Cristo, eso sería justo.
Pero Él no hizo mal alguno. Ese ladrón se dio cuenta, como nosotros debemos darnos cuenta, de nuestra incapacidad y de nuestra necesidad de un salvador. Vemos eso en esa historia, que la muerte física no es el final de la historia. Nuestras almas siguen viviendo después de que tomemos nuestro último aliento y seamos puestos bajo la tierra.
Vemos en la promesa de Jesús, que en el momento que un creyente muere, su alma está con el Señor, seguro y bendecido. Jesús le dijo: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». En el momento que ese ladrón murió, estaba en la presencia de Dios. Ahora, ese lugar a donde van nuestros espíritus cuando morimos no es nuestro hogar final. Eso sería toda otra serie. Sabemos que un día Dios hará un cielo nuevo y una tierra nueva. Pero también sabemos, contrario a muchas otras corrientes de teología que se han enseñado a través de los años, que no hay un tiempo de espera entre la muerte y estar con el Señor. Como Pablo dijo en 2 Corintios 5: «estar ausentes del cuerpo (es) habitar con el Señor» (v.8). En ese día, en esa hora, en ese momento.
Mientras reflexionamos en esta historia, somos recordados de que, o vamos a estar con Cristo, o vamos a ser separados de Él eternamente. A.W. Pink, un autor que ha escrito un maravilloso libro acerca de las siete palabras de Cristo desde la cruz, señala que había dos malhechores que fueron crucificados con Cristo ese día. Eran igualmente culpables. Los dos estaban cerca de Jesús al morir. Los dos lo escucharon pedirle a Su Padre que perdonara a Sus enemigos. Los dos merecían morir y pasar la eternidad separados de Cristo. Ninguno merecía estar con Jesús en el paraíso. Pero el corazón de uno se derritió en arrepentimiento, mientras que el corazón del otro se mantuvo duro e inquebrantable.
Es un recordatorio de que la gente puede oír el mismo mensaje, ser expuesta a la misma verdad, igual como muchas personas están escuchando esta serie acerca de la cruz de Cristo y lo que Él hizo por nosotros, uno responde y recibe por fe la obra de Cristo en la cruz por él y el otro no. Expuestos a la misma verdad. Dos personas creciendo en la misma casa, sentados en la misma iglesia, escuchando el mismo mensaje, escuchando mi voz hoy. Una vez que respiraron su último aliento, estos malhechores tomaron dos caminos separados. Fueron a dos destinos muy diferentes y fueron separados por toda la eternidad.
Lo que me lleva a recordarte: nuestro destino eterno no depende, ni está determinado por la vida que hemos vivido, los pecados que has cometido o las buenas obras que hayas hecho. Nada de eso determina dónde pasarás la eternidad. El ladrón en la cruz era un criminal malo. No había ninguna manera en este punto –ninguna manera jamás– de que él pudiera hacer enmiendas por su pecado. Si tan solo tuviera poco tiempo para vivir o si tuviera otros 100,000 años para vivir, él nunca hubiera podido hacer enmiendas por su pecado. Era muy tarde para él poder hacer buenas obras. No había tiempo para ser bautizado o que se le leyeran sus últimos sacramentos. Se estaba preparando para morir. Su destino eterno, el paraíso con Cristo, no fue determinado por cómo él había vivido, o por los pecados que había cometido, o por algunas buenas obras que él pudo haber hecho.
Nuestro destino eterno no está basado en cuánta teología sepamos. Es probable que ese ladrón no supiera nada más acerca de Cristo que lo que presenció y experimentó en esas cuantas horas colgado allí en la cruz. Al final del día, nuestro destino eterno está basado en esta simple confianza: «Jesús acuérdate de mí»; y en la misericordia de Cristo escucharemos la respuesta: “Estarás conmigo en el paraíso”».
Ese ladrón moribundo, otra vez les digo, merecía ser condenado eternamente en el infierno por sus pecados. Pero en lugar de eso, Jesús le prometió el paraíso. Esa promesa no estaba basada en cualquier cosa que el ladrón hubiera hecho o pudiera hacer, sino que estaba basada únicamente sobre la base de la muerte expiatoria de Jesús. Jesús tomó el castigo y el infierno en esa cruz que ese hombre merecía por sus pecados, y en cambio le dio justicia –la justicia de Cristo– y el paraíso. Qué maravilloso intercambio. Ese es el evangelio, las buenas nuevas de Jesucristo.
Así como dijo Andrew Bonar hace muchos años:
«El Señor da toda una eternidad de bendiciones para demostrar “las abundantes riquezas de Su gracia” a un hombre que como el ladrón moribundo, solo ha estado apoyado en Él unas cuantas horas».
Gloria a Dios por eso.
Entonces la pregunta no es ¿qué has hecho?, sino ¿qué has creído y recibido? Mientras tú enfrentas tu propia muerte y te preguntas qué pasará después de eso, la pregunta no es ¿qué has hecho?, la pregunta es «¿has creído y recibido lo que Él ha hecho por ti?»
Débora: «¿Has creído y recibido lo que Él ha hecho por ti?»
Esta es una pregunta que todas debemos hacernos. Nancy regresará en unos momentos.
Ella nos ha ayudado a ver nuestra culpa y la inocencia de Jesús que puede ser nuestra por la fe. Él es la única esperanza para la salvación. Anhelamos que el glorioso mensaje del evangelio llegue a muchas partes del mundo, y que muchas vidas sean transformadas por el poder de la Palabra de Dios.
Bien, Nancy nos ha estado hablando hoy acerca de la palabra de garantía de Jesús. Aquí está ella para concluir esta enseñanza.
Nancy: Mientras escuchas el sonido de mi voz hoy, quizás sintonizaste este programa por accidente. Solo déjame decirte, en la economía de Dios no hay accidentes. Providencialmente, has sido guiada aquí hoy. Puede que hayas estado injuriando a Cristo. Puede que hayas estado viviendo como una pecadora endurecida, rebelde, obstinada. Permíteme recordarte que, no es muy tarde para que tengas un cambio de corazón. No importa cuánto tú o alguien que tu amas ha pecado; por Su gracia tú y ese ser querido pueden arrepentirse. Dios puede cambiar el corazón del más endurecido pecador; Él puede cambiar tu corazón.
Así que, si tu muerte es inminente o no, hasta donde tú sepas, puede que falten muchos años, la verdad es que no lo sabemos.
- Clama a Él hoy
- Reconoce tu pecado
- Arrepiéntete
- Reconoce la perfección de Cristo y Su muerte por los pecadores
- Suplica por misericordia, gracia y salvación, y recibe Su perdón y muere en paz. No esperes estar en tu lecho de muerte.
Hablando de lecho de muerte, ¿qué de nuestros seres queridos? Te quiero dar una palabra de aliento aquí. Primero, cuándo tú sabes que tu ser querido –que está muriendo, o ha muerto recientemente– cuando tú sabes que ha confiado en Cristo, recuerda que Jesús pudo con confianza asegurarle a este hombre moribundo, «hoy estarás conmigo en el paraíso». Algunas de las últimas palabras de Cristo fueron ofrecer seguridad y consuelo a este hombre. Tú puedes asegurar a otros que han venido a Cristo por misericordia. Puedes asegurar tu propio corazón hoy –que en el momento de su muerte– ellos estarán con Cristo en el paraíso.
Pero, ¿qué si tú no sabes la condición espiritual de ese amigo o de ese ser querido? Permíteme compartir un correo electrónico que recientemente recibimos de una de nuestras oyentes fieles y que nos alienta desde hace mucho tiempo. Ella dijo:
«Anoche mi papá murió luego de una larga lucha contra el cáncer y la insuficiencia renal. No puedo decir con seguridad que él fue salvo; nunca hizo una profesión de fe en Cristo, como yo esperaba. Sin embargo, puede que él se haya llevado la fe que le fue dada, y «tomado inventario» de su vida, callado, mientras todavía podía pensar. Tengo la seguridad de que la Palabra fue compartida con él, y muchas oraciones fueron hechas por él, y amor y perdón cristiano le fueron demostrados. ¿Qué más puedo hacer más que confiar en el Único que sabe mejor, que conoce todas las cosas, quien es perfectamente justo y misericordioso? Jesús es fiel».
Déjame animarte a que no pierdas la esperanza acerca de tus seres queridos, hasta donde tú sabes, están perdidos y rechazan a Cristo. Pero si has sido fiel en presentarles el evangelio, déjame animarte a que les continúes extendiendo el mensaje, hasta el último momento posible, tú no sabes si en esos momentos finales verdaderamente respondan a la Palabra que les ha sido dada.
Esa Palabra no debe dar esperanza a cualquiera que va a su muerte rechazando a Cristo, debe ser de esperanza para todos los que todavía tienen aliento. El evangelio del arrepentimiento y de la fe. Cristo murió por ti para que tú pudieras estar con Él en el paraíso.
Débora: Esta es Nancy DeMoss Wolgemuth ayudándonos a contemplar la belleza del evangelio.
Mientras Jesús sufría en la cruz, Él tomó tiempo para resolver un asunto muy práctico. Él hizo provisión para una viuda que estaba a punto de perder a su primogénito. Descubre por qué esto es tan significativo, mañana, aquí en Aviva Nuestros Corazones.
Conociendo al Redentor juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
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