La palabra de devoción
Débora: ¿Te preocupa pensar acerca de quién va a proveer para ti, quién cuidará de tus familiares, o qué pasará contigo cuando tus hijos se vayan de casa?
Nancy DeMoss Wolgemuth: «El Señor se ocupa de atender cada detalle de sus hijos. De proveer lo que necesitamos cuando lo necesitamos. ¡Él es verdaderamente grandioso en Su cuidado y misericordia hacia nosotros!»
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 6 de abril de 2023.
Hombre: «Y junto a la cruz de Jesús estaban su madre, y la hermana de su madre, María, la mujer de Cleofás, y María Magdalena. Y cuando Jesús vio a su madre, y al discípulo a quien Él amaba que estaba allí cerca, dijo a su madre: ¡Mujer, he ahí tu hijo! Después dijo al discípulo: ¡He ahí tu madre! Y desde aquella hora el …
Débora: ¿Te preocupa pensar acerca de quién va a proveer para ti, quién cuidará de tus familiares, o qué pasará contigo cuando tus hijos se vayan de casa?
Nancy DeMoss Wolgemuth: «El Señor se ocupa de atender cada detalle de sus hijos. De proveer lo que necesitamos cuando lo necesitamos. ¡Él es verdaderamente grandioso en Su cuidado y misericordia hacia nosotros!»
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 6 de abril de 2023.
Hombre: «Y junto a la cruz de Jesús estaban su madre, y la hermana de su madre, María, la mujer de Cleofás, y María Magdalena. Y cuando Jesús vio a su madre, y al discípulo a quien Él amaba que estaba allí cerca, dijo a su madre: ¡Mujer, he ahí tu hijo! Después dijo al discípulo: ¡He ahí tu madre! Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su propia casa» (Juan 19:25-27).
Débora: Hemos estado escuchando algunas porciones de la Escritura a lo largo de esta serie titulada, Redención incomparable. Esto nos ayuda a reflexionar sobre el acto más glorioso de la historia llevado a cabo por Cristo. Hoy nos encontramos en el cuarto día de esta serie y Nancy continúa hablando acerca de las últimas palabras de Jesús en la cruz.
Nancy: Si alguna vez has leído una descripción médica detallada de lo que le pasa a una persona cuando es crucificada, notarás que la causa final de su muerte es por asfixia. La víctima experimenta una gran dificultad para respirar, y al estar crucificada de pies y manos se le hace terriblemente difícil impulsarse hacia arriba y hacia abajo para tomar aire.
Cuando pensamos que a una persona crucificada le falta el aire y que pronunciar cada palabra le cuesta un esfuerzo tremendo, pensaríamos que esa persona quiere guardar su último aliento y no decir nada que no sea absolutamente necesario.
Sin embargo, estoy segura de que si meditamos en las siete palabras que Jesús dijo en la cruz, nos daremos cuenta de que cada una de esas palabras es importante, con un propósito y que cada una de ellas es necesaria.
Las tres primeras palabras que Cristo pronunció en la cruz nos revelan su corazón hacia los demás; vemos como Él le pide a Dios que perdone a Sus enemigos y también vemos cómo le asegura el cielo al ladrón que se encuentra a Su lado.
Hoy, al estudiar la tercera de estas palabras, veremos cómo Cristo, aún al borde de Su muerte por los pecados de este mundo, tenía Su mente enfocada en las personas específicas que lo rodeaban. Él estaba más preocupado por las necesidades y el bienestar de ellos que por Sus propias necesidades. Él no consideró una pérdida de tiempo, ni de energía, ni de aliento, el hablarles a cada una de las personas que estaban allí para ministrarles a sus necesidades. Cuánto me alegro de esto, pues aun al día de hoy estas palabras ministran a nuestras necesidades.
Veamos esta tercera palabra que Cristo pronunció en el Evangelio de Juan, capítulo 19, versículo 23:
«Entonces los soldados, cuando crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos e hicieron cuatro partes, una parte para cada soldado. Y tomaron también la túnica; y la túnica era sin costura, tejida en una sola pieza. Por lo tanto, se dijeron unos a otros: no la rompamos; sino echemos suertes sobre ella, para ver de quién será; para que se cumpliese la Escritura: Repartieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes» (vv. 23-24).
Aquí vemos un grupo de soldados indiferentes, endurecidos y preocupados solo por sí mismos, sin importarles nada ni nadie más que ellos y sus propios intereses; ambiciosos, indiferentes a las necesidades de los demás y ciegos a los sufrimientos de aquellos que los rodeaban. Este es el tipo de espíritu encallecido que vemos representado en estos soldados al sortear las vestiduras de Jesús mientras Él colgaba desnudo de la cruz.
Veamos ahora el versículo 25:
«Y junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, mujer de Cleofas y María Magdalena».
Aquí vemos a los pies de la cruz a un grupo de personas valientes y compasivas. Todos menos uno eran mujeres.
Antes de considerar a esta otra persona, veamos por un momento el corazón de una madre por su hijo. María, la madre de Jesús; María de Nazaret se mantuvo al pie de la cruz aun después de que todos los discípulos se dispersaran. María pudo identificarse con los sufrimientos de su Hijo, ¡ella era una madre! Pero lo interesante de este versículo es que notamos que ella estaba «de pie» frente a la cruz.
Algunos pensarían que en este momento, mientras contemplaba la escena de ver a su Hijo morir, María estaría desplomada en el suelo, histérica en medio de una crisis emocional y con un llanto inconsolable. Sin embargo, esta no es la escena que observamos, sino que ella estaba de pie junto a la cruz.
Al verla de pie frente a la cruz, recordamos que en el nacimiento de Jesús, treinta y tres años antes, ella «guardaba estas cosas en su corazón». Podemos pensar que ella había estado ponderando sobre el misterio de lo que Dios había hecho, sobre quién era su Hijo, y del porqué Dios lo envió al mundo. Ella había considerado todo esto por treinta y tres años. ¿No piensas que ella continuaría pensando, ponderando y guardando todas estas cosas en su corazón?
Indudablemente en este momento ella recordaba las palabras que el viejo profeta Simeón le había dicho de su Hijo, cuando él lo cargó a los ocho días de nacido, cuando fue llevado al templo para su dedicación. Las Escrituras nos dicen en Lucas 2 que Simeón lo bendijo y le dijo a su madre: «He aquí este niño ha sido puesto para la caída y el levantamiento de muchos en Israel y para señal de contradicción». (¿No fue eso lo que sucedió en la cruz?) Y Simeón le dijo a María: «una espada traspasará aun tu propia alma a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones» (vv 24-25).
Esto era lo que le estaba ocurriendo en este momento a María, la profecía se estaba cumpliendo. La señal de Cristo Jesús estaba siendo levantada en oposición a muchos, y al mismo tiempo una espada estaba traspasando su misma alma.
Volviendo a Juan 19, al versículo 26: «Y cuando Jesús vio a Su madre, y al discípulo a quien Él amaba que estaba allí cerca…»
¿Quién era este discípulo al que los evangelios describen como el «discípulo amado»? Cinco veces el apóstol Juan es mencionado como este discípulo, él mismo es el autor de este evangelio, y aunque no se nombra a sí mismo, se describe como «el discípulo a quien Jesús amaba».
Cuando Cristo vio a Su madre y al apóstol Juan de pie cerca de la cruz, Él le dijo a Su madre: «Mujer, he aquí tu Hijo. Entonces le dice al discípulo: ¡He aquí tu madre! Y desde ese momento el discípulo la recibió en su casa» (vv. 25-27).
En su comentario sobre la vida de Cristo, Alfred Edersheim dice, «noten su divina calma y absoluto autoabandono, y su preocupación humana por otros». Mientras Cristo moría, Él se olvidó de Sí mismo y pensó en otros.
Hace un momento dijimos que todos los discípulos huyeron, pero Juan había vuelto a la cruz; no se menciona nada de los demás discípulos estando allí, solamente Juan y este pequeño grupo de mujeres. En este momento Jesús mira a Su madre y se dirige a ella llamándola «mujer», no la llamó «mamá» sino «mujer»; y si recuerdas, fue de esta misma manera que Él se dirigió a ella en las bodas de Caná al principio de su ministerio.
Al leer el texto parecería que la manera de dirigirse a Su madre fue irrespetuosa y fría, pero no fue así. Se ha sugerido que tal vez lo hizo para evitar que María fuera exaltada más allá de lo apropiado, pues ella ciertamente fue una mujer bienaventurada, pero no debemos ser tentados a exaltarla de una manera desmedida; por eso, quizás, Él no la llamó «madre» sino «mujer».
Pienso que una razón más importante aún, era mostrar que Él estaba estableciendo un nuevo orden de relaciones, un tipo de relaciones que serían aún más fuertes que las relaciones sanguíneas; relaciones que serían forjadas en la cruz y formadas en base a nuestra relación mutua con Cristo.
Sí, ciertamente Jesús era el Hijo de María, pero más importante aún, Jesús era el Salvador de María, como ella misma lo reconoció en su gran poema el Magníficat registrado en Lucas capítulo dos.
En este momento María era probablemente una mujer de cuarenta y tantos años; probablemente su esposo José ya había muerto años atrás, aún antes de que el ministerio terrenal de Jesús comenzara; y es muy probable que ella no tuviera medios para sostenerse a sí misma. Así que Jesús, siendo su primogénito, era el sostén económico de la familia, y por lo tanto era su responsabilidad cuidar de su madre viuda.
Ahora, sabemos por otras Escrituras que María tenía al menos siete hijos más jóvenes –hijos e hijas– y que estos medio hermanos de Jesús probablemente vivían al norte de Galilea. También sabemos por las Escrituras que los hermanos de Cristo no creyeron en Él sino hasta después de Su resurrección y por eso en vez de entregarle a María Su madre al cuidado de sus hermanos incrédulos, Jesús prefirió encomendársela a alguien que era más cercano a ella que un hijo natural. Por eso se la encomendó a alguien que compartía su compromiso con Cristo y compartía su amor fraternal por el Salvador. Se la entregó a Juan, a uno de sus discípulos más cercanos y quien Jesús sabía que la amaría y la honraría, y que además la cuidaría y proveería para sus necesidades una vez que Él se hubiera ido.
De este relato, permíteme hacer cinco observaciones simples; cosas que me hablan a mí, y confío que a muchas de ustedes, acerca de nuestra fe.
En primer lugar, creo que aquí vemos claramente el cuidado y la preocupación de Dios por cada área de nuestras vidas, incluyendo nuestras relaciones. Las palabras de Cristo en la cruz se enfocaron en diferentes aspectos de Su naturaleza y de Su ministerio. Pero en esta palabra en particular, Él se enfocó en Sus relaciones humanas y sus respectivas responsabilidades. Aquí se nos muestra el corazón compasivo y tierno de Jesús. ¿No les había dicho él recientemente a Sus discípulos: «no os dejaré huérfanos» o «sin consuelo»? Él tampoco iba a dejar a Su madre sin consuelo. Ciertamente ella recibiría el Espíritu Santo como los demás discípulos, pero además, Jesús la iba a dejar bajo el cuidado de una persona que se ocuparía de ella y ministraría a todas sus necesidades.
Sabemos que el propósito supremo de la muerte de Jesús fue salvar nuestras almas y salvar nuestros espíritus de la ira de Dios, pero quiero sugerir que Jesús no solamente murió por nuestras almas, sino que también Su muerte en la cruz redimió todo aquello que estaba quebrantado y disfuncional en este mundo, y también Él procuró proveer para nuestras necesidades; para esas carencias que habían sido el resultado de la caída de Adán y Eva y que no se limitan solamente a carencias espirituales –aunque es cierto que estas son las más importantes– pero también Jesús vino a redimirnos de necesidades físicas, emocionales y relacionales.
Tenemos un Salvador que se preocupa por cada área de nuestras vidas. Él se ocupó de que Su madre tuviese el cuidado y la provisión necesaria para sus necesidades. Él también cuida de nosotros, y murió para redimirnos de aquellas carencias que tenemos como resultado de la caída. Dios se preocupa y cuida de cada una de las áreas de nuestras vidas. Ese es el cuidado de Dios en cada área de nuestras vidas.
Segundo, vemos cómo cada tarea conforme a la voluntad de Dios es santa, es sagrada.
Aquí vemos a Cristo clavado en un madero, cumpliendo la obra más importante en la historia de la humanidad, llevando a cabo el plan de la redención; pero en medio de todo esto, Él no pasó por alto algo que quizás muchas personas no hubieran considerado importante. Algo que considerarían insignificante como el ocuparse de las necesidades de Su madre. Esto nos recuerda que ninguna tarea secular es muy pequeña o insignificante, todo aquello que Dios nos manda a hacer es santo y lo hacemos para Él.
Y en ese sentido les diré que estoy muy preocupada con la cantidad de mujeres que he conocido que se dedican a realizar ministerios de todo tipo: dirigen estudios bíblicos, cantan en el grupo de adoración, discipulan, enseñan y están involucradas en todo tipo de actividades fuera del hogar, mientras descuidan oportunidades menos glamorosas, especialmente aquellas que se realizan dentro de las paredes de sus propios hogares.
Sin embargo, al desempeñar estas labores que algunos pueden considerar menos glamorosas y de hecho triviales, estamos glorificando a Dios y estamos haciendo el evangelio más creíble. Cada tarea que desempeñamos de acuerdo a la voluntad de Dios es sagrada.
En tercer lugar, quiero que veamos que el hecho de servir a Dios no nos da la libertad de ser negligentes con nuestras responsabilidades familiares. Esto va directamente relacionado con nuestro punto anterior; servir a Dios no nos libera de nuestras responsabilidades familiares.
Hubiéramos comprendido perfectamente si Cristo al estar tan concentrado en Su ministerio de redención, en Sus propios sufrimientos y angustias, hubiese descuidado a Su madre en esos momentos. Aquí se encontraba una gran multitud de personas a las que atender, y ni hablar de Sus propios problemas; pero aun así Cristo no descuidó a Su madre. En medio de todo lo que estaba ocurriendo al momento de la cruz él atendió sus necesidades y esa fue Su última ocupación terrenal, se preocupó de Su madre viuda, de proveer para sus necesidades físicas y emocionales.
Jesús les habló durante Su ministerio terrenal a algunos judíos de su época, porque ellos se habían inventado algunas excusas para evadir la responsabilidad de ayudar materialmente, financieramente, a sus padres en la vejez. Ellos llamaban «corbán» a una parte de sus ingresos financieros.
Esto era un voto que hacían para indicar que esos recursos, es decir, ese dinero que habían separado, era consagrado a Dios. Pertenecía a Dios, y no podían utilizarlo con propósitos personales. Estos recursos que hubiesen podido ser utilizados para ayudar a sus padres, ellos lo excusaban diciendo: «Oh no, ese dinero le pertenece a Dios». Esto los hacía parecer espirituales, pero Cristo les dijo, «ustedes no son espirituales, más bien son unos hipócritas, haciendo de las tradiciones de los hombres algo más importante que la ley de Dios». ¿Qué dice la ley de Dios? El quinto mandamiento nos dice, «honra a tu padre y a tu madre» (Éxodo 20:12).
Aquí vemos la supremacía que Cristo le dio al quinto mandamiento durante Su vida. Desde Su niñez Él siempre honró a Sus padres, y aquí en la cruz nos da un ejemplo de cómo debemos actuar con nuestros padres mientras están vivos. Nuestra obligación de honrar a nuestros padres no es solo cuando somos pequeños, sino a lo largo de toda nuestra vida.
Como leemos en 1 Timoteo 5: «Pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que aprendan estos primero a mostrar piedad para con su familia». Esto es antes de que la iglesia venga a su ayuda, aun antes de que el gobierno intervenga, antes de que ninguna otra persona se apresure a socorrerlos, son los hijos y los nietos quienes deben mostrar esta piedad para con su familia «y recompensar a sus padres, porque esto es agradable delante de Dios» (v. 4). Jesús demostró la belleza, la importancia, el valor y la santidad de cuidar de las necesidades prácticas de nuestros padres.
Está claro que el pasaje de 1 Timoteo 5, se refiere a la provisión financiera a los padres, pero yo pienso que como una aplicación más general del pasaje, también debemos considerar la importancia de las necesidades emocionales y relacionales de nuestros padres, debemos mantenernos en contacto con ellos para darles ánimo y para que se sientan apreciados.
Vemos cómo glorificamos a Dios al honrar a nuestros padres y familiares al preocuparnos por ellos de una manera apropiada para cada etapa de la vida en que se encuentren. Servir a Dios no nos da la libertad de descuidar estas responsabilidades.
Una cuarta observación en base a lo que ocurrió en la cruz, es el hecho de que podemos contar con que Cristo cuidará de nosotras en nuestros momentos de necesidad.
Entenderíamos el hecho de que María estuviera preocupada por lo que podría pasar en el futuro. ¿Qué pasaría con ella? Aquí en la cruz la vemos rodeada de soldados y líderes religiosos hostiles. ¿Estaría ella a salvo? ¿Cómo supliría sus necesidades prácticas? ¿Quién se ocuparía de ella, de sus necesidades emocionales, de sus necesidades espirituales? Ella era una madre en angustia, era una viuda que se encontraba a punto de perder a su Hijo primogénito.
Vimos cómo Cristo se percató de sus necesidades y fue sensible a ellas. Él las suplió de una manera amorosa y abundante. Esto me dice que Él se preocupa también de nuestras necesidades, y que las suplirá de la misma forma. Él es un Sumo Sacerdote compasivo que se preocupa y provee para aquellos que ama.
Al mirar la historia de María recordamos que Dios puede remover nuestra fuente de sustento, de compasión y seguridad, así como removió la de María al quitarle su esposo y al estar punto de quitarle también a su Hijo. Dios puede en algunas ocasiones remover nuestra fuente de consuelo y provisión, pero Él siempre, siempre nos proveerá de lo que necesitemos en las siguientes etapas de nuestras vidas. Podemos estar seguras de que contamos con el cuidado y la provisión de Cristo, no importa nuestra edad y no importa en qué etapa de la vida nos encontremos.
Tengo una amiga soltera que está preocupada de envejecer sola, de cómo será su vida y quién proveerá para sus necesidades. También tengo otra amiga que es viuda y tiene las mismas preocupaciones. Sin embargo, estoy segura de que Cristo proveerá para sus necesidades cuando así lo requieran. Puedes contar con esto, así lo vemos en el cuidado que Él tuvo de Su madre, María, al momento de ir a la cruz.
Finalmente, podemos ver que a través de la cruz Cristo institucionalizó toda una nueva gama de relaciones familiares en esta tierra. Una nueva categoría de relaciones que no están basadas en lazos biológicos o en lazos de sangre, sino una familia que incluye a todos aquellos que han depositado su fe en Él, una familia donde Cristo es la cabeza y el centro; donde existe una relación íntima y profunda entre sus miembros; una familia dedicada al cuidado de los unos por los otros y a suplir las necesidades de cada uno de sus miembros.
Podemos ver indicios de esta familia en la forma en que Juan responde: «Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su propia casa». Él la trajo a su familia, cuidó de ella y suplió para todas sus necesidades. Juan no era su hijo natural, pero esta era una nueva familia que se estaba formando al pie de la cruz de Cristo.
Débora: Hemos estado escuchando que los asuntos prácticos son importantes en el reino de Dios. Nancy regresará en un momento.
Ella nos ha dado cinco observaciones sobre lo que aprendemos en Juan 19:25-27, mostrándonos el ejemplo de Cristo mismo cuando estaba en la cruz. Este mensaje es parte de una serie titulada, Redención incomparable.
En esta Semana Santa, estaremos concentrando nuestra atención en la redención y las últimas palabras de Cristo. Si has sido bendecida por este episodio, aprovecha estos segundos y compártelo con otras mujeres. Puedes hacerlo fácilmente a través de nuestra página web, avivanuestroscorazones.com. Puedes compartir tanto el audio como la transcripción de este episodio.
Bien, Nancy concluyó con la quinta observación sobre las terceras palabras de Cristo en la cruz. Ella está de regreso para cerrar nuestro tiempo juntas.
Nancy: El Señor se ocupa de proveer lo que necesitamos, cuando lo necesitamos. Como la mayoría de ustedes saben, yo fui soltera prácticamente toda mi vida adulta. Así que supe por experiencia personal lo dulce que fue ver cómo Dios traía miembros de la familia espiritual para suplir mis necesidades en diferentes áreas y etapas de mi vida. En una ocasión tuve la necesidad de algunos consejos prácticos para ciertas decisiones financieras que debía tomar. Hoy en día le doy gracias a Dios por Robert, mi esposo, porque él es la dulce provisión de Dios para mí en esta etapa de la vida. Pero durante muchos años me vi sin un padre y sin un esposo que me ayudaran en esa y otras áreas, y en esa ocasión cuando estaba compartiendo sobre esa necesidad con una amiga para que orara, ella me dijo: «yo conozco alguien que tiene experiencia en esa área y sé que estará feliz de poder ayudarte».
El punto es que este hermano acudió rápidamente en mi ayuda, diciendo que para él era un privilegio poder hacerlo. Y en ese sentido tenemos la familia de la fe y al igual que esta ayuda que recibí de ese hermano, el Señor ha puesto en el corazón de muchos el servir a otras personas en diferentes áreas de necesidad donde estos hermanos tienen dones».
Esto fue de gran bendición para mí, ver esta ayuda práctica de alguien dentro de mi familia de la fe, alguien a quien yo no conocía personalmente; y quizás hay alguien a quien tú no conoces personalmente, y alguien los pone en contacto. «El Señor se ocupa de atender cada detalle de Sus hijos. De proveer lo que necesitamos, cuando lo necesitamos. ¡Él es verdaderamente grandioso en Su cuidado y misericordia hacia nosotros!»
Yo vi eso mismo entre Jesús, María y Juan, y me dije a mí misma: «Sí! El Señor es tan bueno, tan misericordioso al cuidar de cada detalle de nuestras vidas; y vemos cómo, frecuentemente, Él lo hace a través de otras personas, de los miembros de nuestra gran familia espiritual». Cristo también nos llamó a ser Su familia en la tierra, a cuidar de los padres, las viudas, los huérfanos y a tener responsabilidad los unos por los otros, no solo de aquellos que son nuestra familia inmediata, sino también de nuestra maravillosa y amplia familia espiritual; la familia con la cual estaremos por toda la eternidad en el cielo, la familia que se formó por la obra de Cristo al morir en la cruz.
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha ayudado a contemplar la belleza del evangelio.
Muchas personas eran crucificadas cada día en Roma en la época de Jesús. De manera que el sufrimiento físico que Cristo padeció no era algo desconocido. Sin embargo, Jesús sufrió de una forma mucho más profunda que la que cualquier otra persona jamás haya experimentado. Escucha por qué, mañana, aquí en Aviva Nuestros Corazones.
Conociendo al Redentor juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
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