La palabra de abandono
Débora: ¿Alguna vez te has sentido abandonada por todos los que te rodean?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Podemos sentir que lo somos, podemos pensar que lo somos, pero nunca seremos verdaderamente abandonadas, porque Él fue abandonado por nosotras.
Hombre: «Cuando llegó la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y a la hora novena Jesús exclamó con fuerte voz: ELOI, ELOI, ¿LEMA SABACTANI?, que traducido significa, DIOS MIO, DIOS MIO, ¿POR QUE ME HAS ABANDONADO?» (Mar. 15:33-34).
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 7 de abril de 2023.
Durante esta semana hemos estado creciendo en el conocimiento de la persona y obra de Cristo. Nancy nos ha estado llevando a lo largo de una serie titulada, Redención incomparable. Si te has perdido cualquiera de los episodios anteriores, escúchalo a través de nuestro …
Débora: ¿Alguna vez te has sentido abandonada por todos los que te rodean?
Nancy DeMoss Wolgemuth: Podemos sentir que lo somos, podemos pensar que lo somos, pero nunca seremos verdaderamente abandonadas, porque Él fue abandonado por nosotras.
Hombre: «Cuando llegó la hora sexta hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena. Y a la hora novena Jesús exclamó con fuerte voz: ELOI, ELOI, ¿LEMA SABACTANI?, que traducido significa, DIOS MIO, DIOS MIO, ¿POR QUE ME HAS ABANDONADO?» (Mar. 15:33-34).
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy es 7 de abril de 2023.
Durante esta semana hemos estado creciendo en el conocimiento de la persona y obra de Cristo. Nancy nos ha estado llevando a lo largo de una serie titulada, Redención incomparable. Si te has perdido cualquiera de los episodios anteriores, escúchalo a través de nuestro sitio web, avivanuestroscorazones.com.
Aquí está Nancy con nosotras.
Nancy: Durante las primeras tres horas que Jesús estuvo en la cruz, allí en el Calvario, desde las nueve de la mañana hasta el mediodía, Jesús rompió el silencio solamente tres veces; que nosotras sepamos. Sus primeras tres palabras desde la cruz fueron en relación a las almas y las necesidades de los demás. ¿Recuerdas cómo Él oró por el perdón de Sus enemigos? Y aseguró al ladrón arrepentido que iba a estar con Él en el paraíso, además Él proveyó tan maravillosamente y tan tiernamente para el cuidado de Su madre.
Ahora era el mediodía, y el sol estaba en su punto más alto en el cielo. Quiero que sigamos el relato en el Evangelio de Mateo. Mateo, capítulo 27, mientras llegamos a la próxima palabra de Cristo desde la cruz.
Mateo 27, comenzando en el versículo 45: «Y desde la hora sexta (que es el mediodía para nosotras) hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora novena».
Desde el mediodía hasta las tres. Esta es la segunda mitad de las seis horas que Jesús estuvo colgado en la cruz. Así que Él dijo esas tres primeras palabras, atendiendo a las necesidades de los demás, durante esas horas matinales. Ahora tenemos el sol en su cima, y ahora llega la oscuridad sobre toda la tierra durante esas tres horas desde el mediodía hasta las tres.
Un comentarista dice: «Jesús había concluido con el aspecto humano, terrenal, de Su obra. Y apropiadamente, la naturaleza parecía ahora despedirse de Él, y lloró la partida de su Señor»1 Como puedes ver, incluso la naturaleza participó en lo que estaba ocurriendo allí en la cruz.
Ahora, el texto no nos dice cuán extendida estaba la oscuridad, si era solo esa región o si se trataba de una oscuridad universal. Hay varias anécdotas en escritos extrabíblicos que sugieren que la oscuridad puede haber ocurrido en todo el mundo. Vamos a echar un vistazo más de cerca a este oscurecimiento sobrenatural del sol la próxima semana, cuando estudiemos los cuatro milagros del Calvario; pero quiero detenerme aquí solo para decir que no era solo la tierra que estaba en oscuridad.
Aquí vemos la negra oscuridad, en pleno medio día, que es una imagen, creo, y un símbolo de la oscuridad que cayó sobre Jesús durante esta difícil y dolorosa parte de Su obra redentora, desde el mediodía hasta las tres de la tarde.
Él ya había sufrido cruelmente a manos de los hombres, y ahora durante estas tres horas iba a ser sometido a la mano de Dios.
Jesús, la Luz del mundo, se hunde en una profunda e intensa oscuridad de cuerpo, alma y espíritu. Durante tres largas horas el sol es borrado, ya a las tres, las tres de la tarde, llegamos a la cresta de la crecida agonía de Jesús y de Sus sufrimientos.
El profeta Joel habló de este momento cien años antes. Joel capítulo 2, versículo 15 dice: «El sol se oscureció, y el Señor rugió de Sión». Ahora la pregunta es: ¿Qué lo hizo rugir? ¿Qué fue lo que Él dijo?
La Escritura nos dice en el siguiente versículo en Mateo 27, versículo 46:
«Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: Eli, Eli, ¿Lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Algunos de los que estaban allí, al oírlo, decían: Éste llama a Elías. Y al instante, uno de ellos corrió, y tomando una esponja, la empapó en vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. Pero los otros dijeron: Deja, veamos si Elías viene a salvarle».
Así que ahora son las tres de la tarde. La tierra ha sido cubierta –al menos esa región de la tierra, si no la totalidad de toda la tierra– ha sido cubierta en oscuridad desde el mediodía hasta las tres. Son las tres, la hora en que los sacerdotes de los templos cercanos estaban clavando los cuchillos en los corderos del sacrificio de la Pascua, en ese preciso momento cuando el Cordero de Dios estaba muriendo por los pecados del mundo.
Como hemos dicho, durante esas horas antes del mediodía, Jesús había clamado ya tres veces en nombre de las almas y de las necesidades de los que le rodeaban. Ahora, después de haber sufrido tres horas de terrible oscuridad, Jesús clama a Dios acerca de Su propia angustia del alma.
Yo seré la primera en decir que después de pasar semanas estudiando y reflexionando y meditando en este pasaje, esto es un misterio. Hay un misterio en estas palabras. No hay manera de comprender plenamente la profundidad y el significado de esta cuarta palabra de Jesús en la cruz.
Pero esto es lo que sabemos: sabemos que estas palabras son una cita del Salmo 22, versículo 1, que dice: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Y el salmo continúa: «¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor? Dios mío, de día clamo y no respondes; y de noche, pero no hay para mí reposo» (v.2).
Ahora, parece que Jesús había estado meditando sobre este salmo durante esas horas de oscuridad, mientras Él estaba colgado en la cruz. Déjame animarte durante esta próxima semana, la semana desde hoy hasta lo que conocemos como el Viernes Santo, a que leas los salmos del 22 al 31 durante la semana que viene y medites en ellos y reflexiones sobre qué era lo que Jesús pudo haber estado meditando durante esas horas cuando fue colgado en la cruz. Jesús conocía la Escritura. La citaba con frecuencia. Vemos que:
- Él la citó cuando estaba en el desierto siendo tentado
- Él la citó cuando estaba respondiendo a las preguntas de Sus oponentes
- Él la citó cuando estaba enseñando a Sus discípulos
- Él la citó cuando estaba sufriendo
- La cita ahora cuando se enfrenta a la más profunda, la parte más intensa de Su sufrimiento.
Vemos en la vida de Cristo, el valor de memorizar y meditar en las Escrituras, porque cuando nos encontramos en los tiempos de crisis, la Escritura que hemos guardado en nuestros corazones nos sostendrá. Nos va a consolar. Nos va a apuntar en la dirección correcta. Nos afirmará en la verdad cuando nuestras emociones y nuestros sentidos nos digan que todo está fuera de control y que el mundo se ha vuelto loco y pensamos que no podemos aguantar. Pero si nuestros corazones están atados a la Palabra de Dios, como estaba el corazón de Jesús, entonces encontraremos que esa Escritura nos ministra en nuestros tiempos de crisis.
Ahora observa hacia quién está dirigida esa oración. Jesús dice: «Mi Dios». Ahora, te voy a recordar que en Su primera oración desde la cruz, Él oró: «Padre, perdónalos» Y vamos a ver la próxima semana que en Su oración final, Él oró: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Luc. 23:46).
Pero en este momento, cuando Sus sufrimientos eran más intensos, Él no llamó a Dios, «Padre». En cambio, Él clamó: «Dios mío». Esta es la única vez registrada en toda la Escritura que Jesús se dirigió a Dios como «Dios» en lugar de «Padre». Eso es claramente porque en este momento Él estaba experimentando un profundo sentido de alienación y de abandono de Su Padre.
La poetisa Elizabeth Barrett Browning lo dijo de esta manera: «El grito del huérfano Emanuel ha sacudido el universo…» Emanuel…Dios con nosotros…se ha quedado huérfano, y Su clamor ha sacudido el universo.
Al hablar de la cruz, sobre todo en esta época del año, a menudo nos concentramos en los aspectos psicológicos o en los aspectos fisiológicos de lo que Jesús sufrió, pero quiero recordar que la crucifixión era común en la época romana.
Leí recientemente que alrededor de treinta mil personas cada año eran condenadas a muerte de crucifixión durante ese período; por lo que hubo otros treinta mil en ese año solamente, que sufrieron dolor físico igual o mayor, mereciéndolo o no. Así como fue de horrendo el sufrimiento físico que Jesús soportó, ese sufrimiento no se compara con el sufrimiento espiritual. Y es ese sufrimiento que hace a Jesús incomparable.
Otros han sufrido físicamente, muchos otros a través del tiempo, aunque la mayoría de nosotras nunca va a sufrir físicamente en esa medida, pero aún así es posible. Pero nunca nadie ha sufrido en la forma en que Él lo hizo espiritualmente y en lo que vemos expresado en esta palabra en la cruz. ¿Cuál fue la naturaleza de ese sufrimiento? Fue la separación de Su Padre, de quien nunca se había separado ni un solo segundo en toda la eternidad pasada.
Proverbios 8 dice: «Yo siempre estaba con Él, todos los días a Su lado». Él nunca había sido separado de Su Padre. Siempre había hecho solamente la voluntad de Su Padre, y ahora esa comunión es quebrantada. Hay una brecha que Él nunca había experimentado antes. Nunca antes había tenido a Su Padre lejos de Él o con oídos sordos a Él. Jesús había sido abandonado por los demás, Él había sido abandonado por Sus propios discípulos, pero nunca, nunca por Su Padre, hasta este momento.
Hasta este momento, cuando los demás no lo comprendían o lo habían abandonado, Él había dependido siempre de la cercanía y de la comunión con Su Padre. Era allí donde Él iba. Allí encontraba refugio. Pero ahora ese refugio ya no estaba disponible para Él. Otros podrían reclamar en sus momentos de sufrimiento la promesa del Salmo 27, versículo 10: «Porque aunque mi padre y mi madre me hayan abandonado, el Señor me recogerá», pero a Jesús se le negó esa disposición que estaba disponible para todos los demás. En ese momento Él estaba completamente solo y abandonado.
Permíteme decir, entre paréntesis, que nos afligimos por la cantidad de sufrimiento físico y emocional y el abuso que existe en este mundo, y eso debe preocuparnos. Pero quiero recordarles que por mucho, el mayor tormento que cualquier ser humano jamás podrá experimentar en el tiempo o la eternidad es el de estar separado de Dios por toda la eternidad. Es mucho mayor que cualquier sufrimiento o necesidad física.
Así como nos preocupamos por las necesidades físicas, emocionales y psicológicas de las personas, mientras estamos preocupadas por las injusticias en este mundo, como deberíamos estar, recordemos que el que un alma esté eternamente separada de Dios es el mayor tormento. Es por eso que hemos sido comisionadas para compartir las buenas nuevas, el evangelio, con las personas, para que ellas no tengan que estar separadas de Dios por toda la eternidad, porque Cristo soportó la separación por nosotros.
Así que Cristo está soportando esta angustia indecible y el tormento y el sufrimiento por la separación de Su Padre, y sin embargo, en este grito de angustia, también escuchamos sonar una declaración de fe inquebrantable, cuando Él dice: «Mi Dios, mi Dios», Dios mío. Hay una seria intencionalidad allí como Él usa ese nombre EL (ELOI), el nombre de Dios, que hace hincapié en el poder y la fuerza de Dios.
En medio de Su agonía, experimentando la separación de Su Padre, Jesús todavía clama a Dios. El rostro del Padre ha sido eclipsado, sí; pero Jesús sabe que Dios sigue ahí y que Dios tiene el poder de sostenerlo a través de esta experiencia. Él todavía está confiado, a pesar de que exclama todo lo contrario. Todavía está confiado en que Él es «mi Dios».
Así que es un grito de angustia, sí; pero no es un grito de desconfianza. O como dijo un comentarista, «es un grito de dependencia, pero no es un grito de desilusión».
Como lo dijera Charles Spurgeon: «¡Oh, que pudiéramos imitar esto, aferrándonos a un Dios que aflige». Confiar en Dios y aferrarse a Él cuando no puedes ver, cuando no puedes oír, cuando no tienes fundamento en tus emociones, para pensar que Él está ahí; aferrarnos a este Dios que aflige.
Así como Jesús clama con angustia, tristeza y dolor, «¿por qué?», al mismo tiempo, Él no duda por un momento la realidad o la bondad de Dios, incluso cuando ese Dios está castigando a Su Hijo por los pecados que Él no cometió.
Ahora, la respuesta a esta pregunta: «¿Por qué me has abandonado?», se encuentra, de nuevo, otra vez, en el Salmo 22, que es el pasaje que Jesús estaba citando aquí. Leí antes los dos primeros versículos: «¿Por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos? ¿Por qué no contestas?» Pero el versículo 3 nos da la respuesta.
Versículo 3 del Samo 22: «Sin embargo, tú eres santo». Santo, Dios es santo. Y en la cruz, Cristo estaba cargando nuestro pecado. Eso es lo que le llevó a estar separado de un Dios santo.
Isaías 53:6: «Pero el Señor hizo que cayera sobre Él la iniquidad de todos nosotros». No solo llevó nuestros pecados, sino que en realidad se hizo pecado por nosotros de una manera que no podemos comprender, pero la Escritura nos dice que es verdad.
Segunda a los Corintios, capítulo 5, versículo 21 dice: «Al que no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él». ¡Oh, qué increíble intercambio!
Así que, como el portador del pecado, como el que se hizo pecado por nosotros, Él fue separado de Su Padre cuando estaba experimentando las consecuencias que nosotros merecíamos por nuestros pecados, mientras Él bebía la copa de la ira de Dios.
Robert Murray McCheyne dice: «Desde el pan partido y el vino derramado, parece surgir el grito de ¡Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?» 2 (¿Cuál es la respuesta?) «¡Por mí, para mí!»
Quiero hacer una pausa aquí y decirte como si te estuviera mirando a los ojos, que aunque hayas escuchado y conocido estas cosas durante mucho tiempo, quizás toda tu vida…al igual que yo, el peligro es que perdemos el asombro de todo lo que esto significa. ¿Por qué Cristo hizo lo que hizo? Así que pasamos a través de la Semana Santa, una tras otra. Sí, tratamos de sentir un poco, pero no logramos entender el peso de lo que significa que Él hizo esto por mí. Es por eso que Él fue separado de Su Padre. Es por eso que fue abandonado por Su Padre, por mí. Oh Señor, restaura el asombro.
Hay quien diría que Jesús en ese momento no fue abandonado realmente, sino que Él se sentía abandonado en esos momentos. A lo que yo digo, «¡no, no, de ninguna manera, no!» Jesús no se sintió abandonado, Él fue abandonado por Su Padre. Él tuvo que ser abandonado para redimirnos de nuestros pecados. Él tenía que tener Su comunión e intimidad con Dios interrumpida porque Dios lo estaba juzgando y rechazando, como merecíamos nosotras ser juzgadas y rechazadas por nuestros pecados.
De hecho, a veces oímos decir, y lo he dicho yo misma, que el Padre le dio la espalda a Su Hijo. Te diré que tengas cuidado acerca de esa frase. Decir esa frase podría sugerir que Dios estaba involucrado pasivamente en el juicio de nuestros pecados en Cristo, pero nada podría estar más lejos de la verdad.
Sabemos, por ejemplo, que la Escritura nos dice que agradó al Padre quebrantar a Su Hijo, y entregarle a la muerte (Isa.53:10). Eso no suena como una participación pasiva. Segunda a los Corintios 5 dice que el Padre imputó nuestros pecados a Su Hijo (v.21). Gálatas 3 dice que el Padre ejecutó la maldición que nosotros merecíamos en Su Hijo (vv. 10-13).
Nada de eso tiene el tono pasivo que el darle la espalda pudiera sugerir. Por el contrario, la imagen que tenemos en la Escritura es la del Padre activa y directamente involucrado en imputar nuestro pecado sobre Su Hijo, y ejecutar el juicio que merecíamos sobre Su Hijo.
Así que cuando el Hijo clama: «Dios mío, Dios mío ¿por qué me has desamparado?» Él realmente siente el peso de este pecado imputado y de este juicio divino. No fueron en última instancia, los romanos o los judíos los que entregaron a Jesús a la muerte. En última instancia, fue Dios quien le dio muerte a Su propio Hijo. Y ese abandono que Él expresa en esa palabra no se trata solo de que Su Padre le dio la espalda, todo lo contrario. El Padre enfrentó al Hijo y se puso en Su contra, en un derramamiento hostil de la condenación que merecíamos, para verterla sobre Su Hijo.
Y sin embargo, al mismo tiempo, paradójicamente, el Padre nunca habría estado tan complacido con Su Hijo como lo estuvo en el momento de Su abandono. ¿No es cierto? Esta era la prueba definitiva de la fe, el acto máximo de obediencia. El hijo había cumplido exactamente lo que el Padre lo envió a hacer. Así que el abandono que Jesús sintió también debe haber estado acompañado de un profundo sentimiento de satisfacción, porque Él sabía que estaba haciendo la voluntad del Padre, y el Padre se complacía con Su sacrificio… «Que para el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz».
Débora: Cuando no puedas ver ni oír, o tus emociones te impidan percibir que Dios está ahí, puedes confiar en Él. Espero que este recordatorio haya traído consuelo a tu corazón.
Como dice Romanos 8:32: «El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?»
Nancy nos ha recordado que Jesús, en la cruz, no demostró desconfianza o inseguridad, sino una confianza extraordinaria en el Dios que le afligió.
Ella también nos ha estado ayudando a restaurar nuestro asombro por la gran salvación que ha recibido todo aquel que ha creído en Jesucristo. Él fue abandonado en la cruz para que nosotras fuéramos recibidas por fe en virtud de Su sacrificio. Ahora Nancy regresa para concluir esta enseñanza.
Nancy: Sabemos que Jesús no fue abandonado para siempre, ¡gracias a Dios! Poco después de decir esas palabras, Él entregó Su espíritu en las manos de Dios, y tomó Su último aliento. La comunión con Dios se había quebrantado. Había soportado la ira del Padre. El precio por el pecado había sido pagado. Ahora la comunión podría ser restablecida, y Él estaba a punto de ser levantado de entre los muertos, ascendería al cielo y a la diestra del Padre. Esa comunión sería restaurada.
- Ryle dice: No tenemos una prueba más fuerte de la pecaminosidad del pecado, o de la naturaleza vicaria de los padecimientos de Cristo, que Su exclamación: «Dios mío, Dios mío, por qué me has desamparado?» Es una exclamación que nos debe despertar a odiar el pecado, y nos debe animar a confiar en Cristo, para huir hacia la misericordia de Aquél que soportó la ira de Dios, el juicio de Dios contra nuestro pecado. 3
Él fue desamparado por Dios a causa de nuestros pecados, y si hemos confiado en Él como nuestro sustituto –que Él cargó nuestro pecado– el hecho es que tú y yo realmente nunca, nunca seremos abandonadas. Podemos sentir que lo somos, podemos pensar que lo somos, pero nunca seremos verdaderamente abandonadas porque Él fue abandonado por nosotros.
Así que: «Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo» (Sal. 23:4). No hay abandono.
«Él mismo ha dicho, nunca te dejaré ni te desampararé, de manera que decimos confiadamente: El Señor es el que me ayuda; no temeré» (Heb. 13:5-6); nunca, jamás, nunca abandonado.
Y por eso cantamos:
Cuán grande es el amor de Dios, cuán vasto y sin medida que a Su Hijo entregó a cambio de un perdido.
Gracias, gracias, gracias, Señor. Amén.
Débora: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Hemos reflexionado a fondo sobre estas palabras de Jesús, como parte de la serie titulada, Redención incomparable.
Si te has perdido cualquiera de los episodios anteriores, puedes leer la transcripción, descargar el audio o escucharlo en avivanuestroscorazones.com. Y si has sido consolada hoy por medio de la verdad de la Palabra de Dios, ¿considerarías traer consuelo a la vida de otras mujeres? Comparte este episodio fácilmente a través de nuestro sitio web, avivanuestroscorazones.com.
Débora: «Tengo sed». Esto puede sonar como una simple petición, pero cuando Jesús pronunció estas palabras en la cruz, fue una declaración profunda. El lunes, en la continuación de nuestro recorrido a lo largo del glorioso acto de la redención, Nancy nos mostrará la importancia de la sed de Cristo. Te esperamos aquí, en Aviva Nuestros Corazones.
Conociendo al Redentor juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Glorioso intercambio, La IBI & Sovereign Grace Music, La Salvación es del Señor, ℗ 2014 Sovereign Grace Music.
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