La herramienta selecta de Dios
Carmen Espaillat: Una joven de 17 años de edad que acababa de tener un accidente en una zambullida, pensó que no tenía ninguna esperanza.
Joni Eareckson Tada: Durante todo un año, me quedé atrapada en la sala geriátrica de una institución estatal. Esto fue a mediados de los años 60, cuando no había muy buenos tratamientos de rehabilitación para los jóvenes como yo, con la médula espinal lesionada.
Así que me quedé atrapada allí, mi espíritu se desplomó. Me sentí desesperada. Y por la noche, cuando no había nadie alrededor, trataba de mover mi cabeza hacia adelante y hacia atrás sobre la almohada, esperando desesperadamente romperme el cuello en un nivel más alto, y así, de esa manera, poner fin a mi vida.
Carmen: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth en la voz de Patricia de Saladín.
Nancy DeMoss de Wolgemuth: He esperado mucho, mucho, este …
Carmen Espaillat: Una joven de 17 años de edad que acababa de tener un accidente en una zambullida, pensó que no tenía ninguna esperanza.
Joni Eareckson Tada: Durante todo un año, me quedé atrapada en la sala geriátrica de una institución estatal. Esto fue a mediados de los años 60, cuando no había muy buenos tratamientos de rehabilitación para los jóvenes como yo, con la médula espinal lesionada.
Así que me quedé atrapada allí, mi espíritu se desplomó. Me sentí desesperada. Y por la noche, cuando no había nadie alrededor, trataba de mover mi cabeza hacia adelante y hacia atrás sobre la almohada, esperando desesperadamente romperme el cuello en un nivel más alto, y así, de esa manera, poner fin a mi vida.
Carmen: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth en la voz de Patricia de Saladín.
Nancy DeMoss de Wolgemuth: He esperado mucho, mucho, este día para estar con mi amiga Joni Eareckson Tada. Joni ha sido una gran fuente de aliento, de bendición y de gracia en mi vida durante muchos años.
Anhelaba el día en que pudiéramos sentarnos de esta manera –en un estudio, en una mesa, una frente a otra– y que simplemente pudiéramos hablar sobre tu peregrinación, algunas de las cosas que Dios ha hecho en y a través de tu vida. Gracias por unirte a nosotras en Aviva Nuestros Corazones. Este es un gran privilegio para mí y para nuestras oyentes.
Joni: Bueno, Nancy, que me llames tu amiga significa mucho. Tú tienes que saber que a medida que viajo por el país y hablo con las mujeres, incluso mis amigas cerca de casa, encuentro personas que son bendecidas y alentadas por tu ministerio y tu amor por la Palabra de Dios. Esa es la mejor parte.
Nancy: Creo que hay un montón de gente que te considera su amiga—probablemente millones de personas que nunca has conocido o con las que no te reunirás de este lado del cielo. Has derramado tu vida por la causa de Cristo, por Su pueblo, y por Su reino durante tantos años.
Yo sé que sabes que eres amada, que se ha orado por ti. Y he estado anticipando esta oportunidad de compartir juntas la gracia de Dios, la obra de Dios y los caminos de Dios en nuestras vidas, creo que esto será un gran estímulo para muchas de nuestras oyentes.
Joni: Confío en ello. Ya sabes, Nancy, he estado viviendo en esta silla de ruedas, como una cuadripléjica con lesión medular desde hace 40 años. Eso es mucho tiempo para estar sentada y no hacer uso de tus piernas o manos —estar total y completamente paralizada.
Es mucho tiempo, y sin embargo estoy continuamente asombrada de que Dios use las pequeñas lecciones de la vida, lo que yo podría aprender de Su Palabra en esta silla de ruedas, para impactar a otras mujeres —mujeres que no son discapacitadas como yo, pero que sin embargo se sienten tal vez paralizadas por sus circunstancias de vida, desfavorecidas por un mal matrimonio, paralizadas por un trabajo sin futuro, una carrera que no va a ninguna parte.
Ellas empatizan conmigo, y se identifican, creo yo, conmigo y con mi silla de ruedas. Así que soy bendecida. Me siento honrada de ser capaz de transmitir aliento.
Nancy: Tú sabes, yo había pensado que a estas alturas, ya todo el mundo sabía cómo terminaste en esta silla de ruedas. Pero, curiosamente, estaba hablando con una amiga muy querida no hace mucho tiempo, y le dije que íbamos a estar conversando. Por supuesto, ella sabe de ti y te ha oído hablar, pero nunca ha oído el relato de cómo acabaste en esta silla de ruedas.
Pienso que tenemos algunas oyentes más jóvenes, que tal vez no han escuchado esta historia. ¿Puedes llevarnos unos 40 años atrás y contarnos los hechos de ese día? Tenías 17 años, y tu vida, en un momento, cambió drásticamente.
Joni: Eso puedes asegurarlo. Ya sabes, esa amiga de la que estabas hablando, con quien estaba hablando, que no me conocía, probablemente me llamó «Joanie.»
Nancy: He oído eso en varias ocasiones. Pero es «Joni»
Joni: Así es. Mi padre quería un niño. Yo era la última de cuatro chicas, y me etiquetó con su nombre. He llevado esa etiqueta, Joni, durante todos estos años y disfruto el haber sido nombrada como mi papá, y de hecho, he seguido los pasos de mi papá.
Yo crecí bastante atlética, activa, sana, me encantaba el campo, ir de excursión con mi mamá y mi papá, jugar al tenis, nadar, el softball, pasear a caballo, lo que fuera. Y entonces...todo terminó un caluroso día de verano en julio de 1967, cuando mi hermana y yo fuimos a nadar a la bahía de Chesapeake.
Había una plataforma anclada a 50 metros de la costa. Yo, como la atleta que era, sencillamente nadé directo hacia ella, me subí sobre a ella, y, sin comprobar la profundidad del agua, respire hondo y me tiré de cabeza. Y entonces, inmediatamente sentí un «corrientazo.»
Sentí como un choque eléctrico extraño que recorrió mi cuerpo cuando mi cabeza golpeó contra el fondo de la arena y quedé boca abajo. Sólo tenía la esperanza de que mi hermana Kathy se diera cuenta de que no había salido a la superficie luego de mi zambullida, porque estaba paralizada. No me podía mover. No podía subir, y estaba perdiendo rápidamente la respiración.
Justo en ese momento, cuando mi hermana estaba a punto de meterse en la parte menos profunda de la bahía y caminar hacia la playa, un cangrejo le mordió un dedo del pie. Me encanta contar esta historia, porque eso fue lo que la hizo girar alrededor del agua y gritarme para que tuviera cuidado con los cangrejos.
Y por supuesto, cuando vio que no estaba en la plataforma y no me vio en el agua, se dio cuenta de mis cabellos rubios flotando en la superficie. Todavía estaba boca abajo. Eso la alarmó, llegó nadando rápidamente y me rescató, justo cuando empezaba a ahogarme.
Nancy, ¿cuáles son las probabilidades —hablando de la soberanía de Dios— de que un pequeño cangrejo muerda los pies de alguien justo en el momento adecuado para que esa persona se dé la vuelta y salve a alguien más? Tienen que ser de un trillón a una, pero cada vez que como sándwiches de ensalada de cangrejo hasta el día de hoy, doy gracias a Dios por esas pequeñas criaturas. Ellos son sólo una diminuta evidencia, de la increíble protección de Dios en nuestras vidas. Él usó esa pequeña criatura para salvarme.
Por supuesto, entonces la noticia que me conmocionó y me aturdió y me desesperó más gravemente, mientras me llevaban apresuradamente al hospital, era que tenía la médula lesionada, y de ahí en adelante estaría paralizada por el resto de mis días y mi vida no sería la misma. Eso fue bastante trágico.
Nancy: Y en esos primeros días.. sé que pasaste por un largo período de rehabilitación, tratamiento y hospitalización, pero también por un largo período de oscuridad en tu corazón, teniendo que luchar con las implicaciones de todo esto, ¿cómo se relaciona todo esto con Dios?
Joni: Oh, sí. Durante todo un año, me quedé atrapada en la sala geriátrica de una institución estatal. Esto fue a mediados de los años 60, cuando no había muy buenos tratamientos de rehabilitación para los jóvenes como yo, con la médula espinal lesionada.
Así que me quedé atrapada allí, mi espíritu se desplomó. Me sentí desesperada. Por la noche, cuando no había nadie alrededor, trataba de mover mi cabeza hacia adelante y hacia atrás sobre la almohada, esperando desesperadamente poder romperme el cuello en un nivel más alto, y así de esa manera poner fin a mi vida.
Y lo hubiera hecho –se me hace un nudo en la garganta de pensar en eso ahora– yo les decía a mis amigas de la secundaria, «por favor, vengan y tráiganme las pastillas para dormir de sus madres. Por favor, cualquier cosa. Tráiganme las navajas de afeitar de sus papás, cualquier cosa. Sólo ayúdenme. No puedo soportar esto.»
Debido a la perspectiva de jamás poder usar mis manos ni mis pies, o mi cuerpo, mi vida se hizo añicos. Mis esperanzas fueron aplastadas, y me sentía como si me estuviera cayendo por un precipicio, que estaba enloqueciendo, que estaba derrotada, aniquilada, desesperada. Todo estaba negro.
Incluso después de salir del hospital, en muchas ocasiones le decía a mi madre que apagara las luces, encendiera el aire acondicionado, y solamente cerrara la puerta. Y me sentaba allí a fantasear en la oscuridad, acerca de cómo la vida había sido hasta entonces.
Pero, por suerte, hubo algunos amigos cristianos que no me di cuenta en ese momento, estaban orando por mí. La gente suele preguntar: «¿Qué cambió tu perspectiva, Joni? ¿A qué se aferró tu corazón? ¿Qué fue lo que te hizo pensar correctamente? »
Y tengo que pensar que fueron esas oraciones ofrecidas a mi favor por algunas buenas amigas de la escuela secundaria y mi iglesia, quienes me presentaban continuamente delante del Señor.
Nancy: Permíteme retroceder por un minuto. ¿Dónde estabas en tu camino de fe? ¿Cómo describirías el lugar dónde te encontrabas en tu vida de fe antes del accidente?
Joni: Yo era cristiana. Yo había abierto mi corazón a Jesucristo en mi segundo año en la escuela secundaria durante un retiro de jóvenes de la iglesia en un fin de semana. Pero, Nancy, creo que metí a Jesús en el bolsillo trasero de mis jeans.
Le oraba a Jesús como si me acercara a especie de una «máquina expendedora» espiritual—ponía diez o veinticinco centavos, oraba las oraciones correctas, vivía el tipo de vida correcta, tiraba de las palancas correctas, y pensaba que eso me llevaría a experimentar la vida cristiana abundante. Perdería peso, me conseguiría un novio que me tratara con respeto, obtendría buenas calificaciones, iría a la universidad, tendría una buena carrera, tendría un sueldo fantástico, y me casaría. Mi vida estaría sobre rieles, en control automático.
Así que, sí, yo era cristiana, pero creo que debí de haber sido una pequeña bebé todavía. Él no era el Señor de mi vida como debía haber sido.
Nancy: Así que después del accidente, te encuentras sin ninguno de tus apoyos, o como si te hubieran quitado el piso de debajo de ti…te das cuenta de que tu relación con el Señor no es tan madura. Y Dios inicia en ti un proceso de muchos años para llevarte a conocerlo de una manera completamente diferente.
Joni: Así es en realidad, Nancy, fue el resultado de una sola oración que había orado justo antes de ese accidente. Yo no estaba viviendo el tipo de vida que agradaba a Dios. Estaba viviendo una vida que era, francamente, inmoral. Escondía lo que yo hacía un viernes por la noche con mi novio, pero luego confesaba a la mañana del domingo en la iglesia. Este ciclo comenzó a endurecer mi alma.
Me endurecí por el engaño del pecado, como se nos dice en Hebreos 3:13. Recuerdo que un par de meses antes del accidente regresé de una cita en la noche del viernes, me arrojé en la cama, diciendo: «¡Oh Dios, por favor haz algo en mi vida. Soy una hipócrita. Soy una hipócrita. Odio ser un hipócrita.»
Sólo le pedí que ordenara mi vida, y luego alrededor de un mes o dos más tarde tuve ese accidente al tirarme de cabeza.
Nancy: ¿Crees que Dios estaba respondiendo a esa oración?
Joni: No espero que muchos oyentes entiendan esto, pero sí, lo creo. Sí, así es. Se nos dice en Hebreos que Dios nos disciplina como un padre sabio disciplina a su hijo descarriado (12:5-11). No creo que Dios me estaba recompensando según mi iniquidad—hemos dicho que Él no hace eso. Pero a veces en la disciplina, Dios nos reprende, nos corrige y nos dirige fuera del camino. Él nos va a sacar de ese camino y nos hace volver al camino—el camino correcto—que a la larga no sólo lo glorifica, sino que también es para el bienestar de nuestra propia alma.
Sé que, si hubiera seguido por ese camino en el que estaba caminando en la secundaria, me habría colgado. Hubiera renegado de mi fe. Le hubiera dado la espalda a Dios y me habría ido por otro camino. Sólo sé que me habría descarriado en la universidad. Así que mirando hacia atrás, me siento muy agradecida de que Dios contestara esa oración de una manera extraña y dolorosa, sin embargo, oportuna y muy poderosa.
Nancy: De ninguna manera en la forma en que tú hubieras escrito el guión o lo hubieras planeado...
Joni: No, en lo absoluto. Ni en un millón de años. De hecho, Nancy, cuando estaba en el hospital, e incluso en los primeros días luego de salir del hospital, yo estaba muy enojada con Dios, cuando me hundí en la realidad de mi parálisis.
Pasé a la etapa de negación. Me enojé. «Dios, ¿cómo pudiste? ¿Cómo pudiste haber tomado mi oración tan en serio? ¿No sabías que yo era sólo una niña de 17 años de edad? Yo no sabía lo que estaba pidiéndote.»
Nancy: ¿Así que conectaste los puntos? ¿Te acordaste de lo que habías orado?
Joni: Oh, sí, y se lo reproché a Dios, e incluso a los cristianos que venían a mi habitación con sus Biblias. Tal vez yo no podía golpear a Dios en la nariz, pero estoy segura que podía darle a ellos unos puñetazos en la nariz: «¡Fuera de aquí con esa Biblia! Oí eso cuando estaba en la escuela secundaria. Hice una oración para acercarme a Él, y si esta es la idea de Dios de una oración respondida, déjame decirte, que nunca le confiaré otra de mis oraciones jamás.»
Pero como dije hace unos momentos había personas orando. Creo que, poco a poco, empecé a ablandarme bajo el poder de sus oraciones. Mi espíritu encallecido y endurecido, comenzó a quebrantarse bajo el poder de sus intercesiones, y creo que fueron las oraciones de otras personas las que comenzaron a preparar el escenario para que Dios me sacara de la depresión.
Nancy: ¿Cuándo lo vislumbraste por primera vez? ¿Cuándo viste la luz empezar a entrar a tu propio corazón?
Joni: Lo recuerdo muy bien. Era una de esas noches en las que el aire acondicionado estaba encendido y la puerta del dormitorio estaba cerrada. Estaba oscuro, y yo no podía, no podía vivir así por más tiempo con tal desesperación.
Había sufrido la rotura de mi cuello y también la de mi corazón, y te digo ahora mismo que el corazón roto es mucho peor que el cuello roto. He experimentado ambos, créeme.
Yo ya no podía vivir con ese espíritu roto, con esa desesperanza, con esa sensación de desesperación. Era demasiado sofocante. Era demasiado claustrofóbica. Recuerdo una oración, y creo que aquí fue donde el punto de cambio llegó.
Dije: «Dios, si no puedo morir, muéstrame cómo vivir. No tengo ni idea de cómo manejar esta cosa llamada cuadraplejia, pero Tú puedes. Tú lo has permitido. Así que, Dios, no puedo hacerlo por mí misma. Vas a tener que guiarme. Vas a tener que enseñarme cómo hacer esto.»
Nancy, no fue sino días después que me sacaron de esa habitación oscura y empecé, realmente a abrazar la vida. Doy gracias a Dios que en ese momento, la Biblia se convirtió para mí en algo que era como mi comida y mi bebida: «Oh, Dios mío, aquí es donde reside mi esperanza. Es en alguna parte de estas páginas. Oh Señor, ayúdame a descubrir cómo se supone que debo vivir, dónde voy a encontrar la perspectiva, la paz y el poder. No sé, Dios. Muéstrame el camino. Aquí, guíame. Aquí está la Biblia. Dime dónde ir.»
Después de eso, me sentí agradecida por una pareja de buenos amigos cristianos—amigos cristianos que, con sus Biblias, se sentaron a mi lado en forma regular y comenzaron a mentorearme a través de la Palabra de Dios. La absorbía como una esponja seca, y nunca he sido la misma desde entonces.
Nancy: Y tú has permitido que el Señor haga una obra en ti y ahora a través de ti a muchos, muchos otros, a los que has dado una perspectiva diferente, una perspectiva sobre el sufrimiento y el dolor que es celestial, de otro mundo. Por ejemplo, yo recuerdo haber leído en uno de tus libros que en algún momento sentiste tu cama como un altar de aflicción, pero con el tiempo, se convirtió en un altar de alabanza. ¿Qué quisiste decir con eso?
Joni: Bueno, hubo un momento en que me sentía tan decepcionada que tuve que salir de mi silla de ruedas y acostarme en la cama tan temprano como a las siete —a más tardar, siete y media de la noche. Me sentí decepcionada y cómo, «bueno, aquí estoy, claustrofóbica.» Quiero decir, estoy paralizada, sentada en una silla de ruedas, pero estoy realmente paralizada cuando estoy acostada en la cama.
Nancy: Así que esta fue como una quietud forzada.
Joni: Quietud forzada. Alguien puso una pequeña placa junto a mi cama en una mesita, que dice: «Estad quietos, y sabed que yo soy Dios» (Salmos 46:10). Miré esas palabras: «Estad quietos», y me di cuenta de que se trataba de una quietud física impuesta por Dios para ayudarme a conformar—para ayudar a mi alma, para presionarla y empujarla a permanecer en su lugar y estar en quietud.
Dios estaba usando un instrumento físico para limitar mi alma a estar tranquila y serena delante de Él. Entonces me di cuenta, tendida boca arriba, mirando hacia arriba, pero no tenía dónde buscar. Así que decidí usar ese tiempo en oración y alabanza a Dios.
Empecé a memorizar himnos. Empecé a memorizar las Escrituras. De hecho, Nancy, por eso me dediqué a la memorización tanto de los himnos y las Escrituras, porque mis manos no podían sostener una Biblia. Así que no podía estar en la cama y leer con facilidad. Tenía que estar en la cama y recitar cosas que yo había memorizado durante el transcurso del día, y esto significó tanto para mí, el ser capaz de hacer eco de la Palabra de Dios y devolvérsela en oración.
Santo, santo, santo es el Señor Dios Todopoderoso, el cielo y la tierra están llenos de tu gloria: Gloria a Ti, Señor Altísimo.
Y vi que mi cama se convertía entonces en un altar de alabanza. Aquí estoy, mirando hacia arriba, hacia la gloria del rostro de mi Salvador y dándole la alabanza y el honor que Él merece. Yo sé que Él lo merece porque vi, sentí y experimenté el cambio que Él ha hecho en mi vida.
Esta no era una postura delante de Dios. No era una pose. Esta no era sólo una especie de alabanza mecanizada o fabricada. Esta era la alabanza nacida de una vida que estaba experimentando Su gozo, Su poder y transformación. Yo no podía dejar de alabarle.
Nancy: Aunque Dios comenzó a cambiar tu corazón y a revelarse a ti, hubo momentos en esos primeros años, cuando le pediste al Señor que te sanara. Estoy pensando en muchas de nuestras oyentes que están en circunstancias y situaciones crónicas y desesperadas de la vida—físicas, matrimoniales o en sus puestos de trabajo— cosas que simplemente no terminan. Esas cosas siguen y siguen y siguen ahí, y no se van, y nuestro instinto natural es decir: «Señor, Tú podrías cambiar esto. Tú podrías vencer esto. Tú podrías sanarme. Tu podrías librarme de esta situación.»
Tú le pediste a Dios que hiciera eso, y luego llegaste al punto en el que te diste cuenta de que Dios había contestado tu oración, y Su respuesta fue NO. Tú has dicho más de una vez en tus escritos: «Me alegro de que Él respondiera de esa manera.» ¿Por qué sientes eso?
Joni: Bueno, fue después de tal vez 12 ó 13 servicios de sanidad en varias pequeñas iglesias episcopales o cruzadas de Kathryn Kuhlman. Viajaba a todos lados, donde pudiera, siguiendo cada mandato escritural; confesaba mis pecados, era ungida con aceite…hice todo lo que pensé que debía hacer. Creía con letra «C» mayúscula.. y aun mis dedos y mis pies no se movían.
Recuerdo que volví a la Biblia para ver lo que me faltaba, y me encontré con el primer capítulo del libro de Marcos. Ahí vemos a Jesús sanando personas como yo—los enfermos, los paralíticos, los que tenían cáncer—y las multitudes se precipitaban a Él.
Se dice en el primer capítulo del Evangelio de Marcos que Él se retiró, y temprano en la mañana—a la mañana siguiente, al día siguiente—Él se levantó y se fue a un lugar solitario para orar. Cuando salió el sol, la multitud volvió. Los discípulos se acercaron en busca de Jesús: «¿Dónde estás?» Cuando lo encontraron, dijeron: «Maestro, todo el mundo te está buscando.» ¿Te puedes imaginar esa escena? —los paralíticos, los ciegos, los cojos, abajo, al pie de la colina: «Jesús, ven pronto» (vv. 35-37, parafraseados).
Pero Jesús dice algo muy notable a sus discípulos en este versículo. Él los mira directamente y les dice: «Vamos a ir a otro lugar. Vamos a los pueblos cercanos para que pueda predicar allí.» Y luego añade: «Por eso he venido.»
Cuando leí eso, Nancy, me di cuenta de que sin duda, Él se preocupa por el que está postrado por el cáncer, por el paralítico, por los ciegos y el cojo allá abajo al pie de la colina; pero sus problemas, sus situaciones físicas no eran Sus objetivos. El evangelio era Su enfoque.
El mensaje que Él quería transmitir era que el pecado mata; que el infierno es real, pero que Dios es misericordioso, Su reino puede cambiarte, y Yo soy tu pasaporte. Y cada vez que la gente dejaba de percibir esto y comenzaba a pedir que sus problemas fueran arreglados, el Salvador se retiraba.
Creo que a veces en nuestra propia cultura de comodidad, despreciamos el sufrimiento. Nos encantaría borrarlo del diccionario. Queremos darle ibuprofeno; queremos anestesiarlo; queremos curarlo, queremos divorciarnos de él; queremos institucionalizarlo, queremos mejorarlo quirúrgicamente. Queremos hacerle todo—escapar de él, evitarlo—menos vivir con él.
Y, sin embargo, el sufrimiento es la herramienta escogida por Dios para perfeccionar nuestro carácter, para pulir las asperezas y arrancar esta raíz de egoísmo que a menudo se interpone en el camino de nuestra intimidad con el Salvador. Y lo hace a través de las mismas circunstancias de la vida que nos parecen tan detestables.
Carmen: Wow. Joni Eareckson Tada sabe cómo desafiar los puntos de vista convencionales del tema del sufrimiento. Espero que obtengas más sabiduría de Joni mientras ella habla con Nancy DeMoss de Wolgemuth toda esta semana.
¿Has sentido una fe apasionada últimamente? Bueno, Joni ha escrito un libro que queremos recomendarte, titulado, «31 días sobreponiéndonos a la adversidad». Búscalo en tu librería cristiana favorita.
Quiero recordarte que puedes visitarnos en nuestra página web, AvivaNuestrosCorazones.com. Allí encontrarás muchas herramientas que te ayudarán a crecer en tu caminar con el Señor. Puedes acceder a todos los programas que hemos emitido hasta la fecha, encontrar publicaciones diarias, videos, información sobre nuestros próximos eventos; y podrás interactuar con otras creyentes como tú que han dicho: «Sí, Señor.» Además de la página, puedes interactuar también en nuestra página de Facebook. Allí también recibirás aliento a través de los mensajes diarios.
Bien, ¿qué sale de tu boca cuando estás bajo presión? Joni dice que sufrir te ayudará a descubrir las áreas de tu vida en las que necesitas mejorar. Escucha más sobre esto mañana, aquí en Aviva Nuestros Corazones.
Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.
Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas a menos que se indique lo contrario.
Vivir Es Cristo, Jonathan & Sarah Jerez, Vivir Es Cristo ℗ 2013 Jonathan & Sarah Jerez
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