Jesús, el amable Anfitrión
Nancy DeMoss Wolgemuth: Encontrarás una gran medida de sanidad y restauración en tu propio corazón, al recibir a otros de la manera en que has sido recibida. Necesitamos preguntarnos, «¿cómo me ha recibido Cristo? ¿Cómo ha abierto Sus brazos y Su corazón cuando yo era Su enemiga?» Cuando me alejaba de Él, Él dijo: «Yo te recibiré conmigo».
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 11 de abril de 2024.
Sarah: ¡Descubre la bendición de vivir rendidas a Cristo a través de la hospitalidad! Al sumergirte en la Palabra de Dios, descubrirás que la hospitalidad que debe exhibir el creyente va más allá de simples acciones; es un estilo de vida que transforma tu hogar en un testimonio del amor de Cristo. Aunque tu hogar sea imperfecto, puede señalar a otros hacia un Dios perfecto. «Bienvenido a casa: abrazando …
Nancy DeMoss Wolgemuth: Encontrarás una gran medida de sanidad y restauración en tu propio corazón, al recibir a otros de la manera en que has sido recibida. Necesitamos preguntarnos, «¿cómo me ha recibido Cristo? ¿Cómo ha abierto Sus brazos y Su corazón cuando yo era Su enemiga?» Cuando me alejaba de Él, Él dijo: «Yo te recibiré conmigo».
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 11 de abril de 2024.
Sarah: ¡Descubre la bendición de vivir rendidas a Cristo a través de la hospitalidad! Al sumergirte en la Palabra de Dios, descubrirás que la hospitalidad que debe exhibir el creyente va más allá de simples acciones; es un estilo de vida que transforma tu hogar en un testimonio del amor de Cristo. Aunque tu hogar sea imperfecto, puede señalar a otros hacia un Dios perfecto. «Bienvenido a casa: abrazando el corazón de la hospitalidad» es nuestro nuevo recurso diseñado para enseñarte y animarte a cómo tu vida cotidiana puede convertirse en una herramienta para alcanzar a los perdidos y animar a los santos. ¡Aprende, crece y vive la hospitalidad con propósito!
Jesús siempre estaba dando a los demás. Sanaba, enseñaba y también cocinaba. ¿No sería increíble disfrutar una comida preparada por el mismo Jesús? Veremos la hospitalidad que Cristo nos mostró cuando estuvo en medio nuestro, durante esta serie titulada «El corazón de la hospitalidad». Aquí está Nancy.
Nancy: Creo que uno de los versículos más extraordinarios en toda la Palabra de Dios se encuentra en el primer capítulo del evangelio de Juan, donde la Escritura dice que Jesús «a lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (v.11). Hemos estado hablando acerca del corazón de la hospitalidad.
En nuestras sesiones anteriores hemos visto que Dios es un Dios de hospitalidad. Tiene un corazón hospitalario. Pero lo extraordinario es que cuando el Anfitrión del universo, el Anfitrión supremo, tomó forma humana y vino a la tierra a aquellos que eran Sus propias criaturas, los israelitas, Su pueblo escogido, cuando vino a la tierra, el Señor y Dueño, ese Anfitrión por excelencia no fue recibido. Los suyos no lo recibieron.
¿Podría haber una falta de hospitalidad más flagrante? Lucas capítulo 2 nos dice que lo acostaron en un pesebre, el bebé recién nacido, el Hijo de Dios, porque no había lugar para ellos en el mesón. Sin un lugar. Los suyos no le recibieron. Lo rechazaron (v. 7).
Dios toma forma humana. Viene a la tierra y se convierte en el huésped rechazado. El Anfitrión supremo se convierte en un huésped y es rechazado. Él toca a la puerta de la tierra y le decimos, «vete, no tenemos espacio».
En Navidad cantamos uno de mis villancicos favoritos, un himno que habla de Cristo, el huésped rechazado.
Tú dejaste Tu trono y corona por mí,
Al venir a la tierra a nacer;
Mas a Ti no fue dado el entrar al mesón,
Y en pesebre te hicieron nacer.
Señor, Tú viniste a la tierra a nacer. Viniste como un huésped. Te debimos haber abierto nuestras puertas de par en par, pero cerramos la puerta y dijimos, «no te queremos». Y, sin embargo, el Señor Jesús aquí en la tierra, el Cristo encarnado, el Dios encarnado, hecho carne, se volvió un anfitrión hospitalario.
Así que hoy quiero que veamos la hospitalidad en la vida del Señor Jesús. Sabemos por los evangelios, que Jesús no tuvo un hogar propio, pero fue hospitalario con aquello que tenía. Eso me dice que «puede que no tengas mucho, puede que no tengas tu propia casa, pero puedes abrir tu corazón. Y donde sea que estés, puedes abrir tu pequeño espacio a las personas que necesitan un hogar».
Las Escrituras dicen en Juan capítulo 1 que un día Juan el Bautista estaba parado con dos de sus discípulos. Y Juan señaló a Jesús y les dijo a sus discípulos: «He aquí el Cordero de Dios», el cordero sacrificial de Dios (v. 36) Los dos discípulos oyeron a Juan hablar de Jesús, dejaron a Juan y se fueron y siguieron a Jesús.
Las Escrituras dicen que ellos fueron con Él y le dijeron: «Rabí», o maestro, «¿dónde moras?» Y Jesús les dijo, «venid y ved». Ellos vinieron y vieron el lugar y se quedaron con Él ese día (vv. 38-39). Si continúas leyendo, parece que se quedaron a pasar la noche. Donde sea que Jesús se estuviera quedando, abrió Su casa a los discípulos. Les dijo: «Vengan y vean dónde me estoy quedando».
«Vengan a casa conmigo». No dijo, «vayan a mi iglesia» o «vayan a este hotel». Sino, «vengan y vean dónde me estoy quedando». Hay muchas ocasiones en los evangelios que muestran la hospitalidad de Jesús. Pienso en la fiesta de bodas de Caná, donde Jesús acudió como invitado, pero terminó realizando tareas de anfitrión. Terminó siendo una bendición, sirviendo de la manera que se espera que lo haga un anfitrión.
Y luego está ese día cuando llegaron cinco mil personas a la hora del almuerzo, cinco mil hombres, además de las mujeres y los niños, quizás una multitud de diez mil personas o más. De hecho, no vinieron a tomar el almuerzo, vinieron a un servicio de iglesia. Vinieron por un mensaje y llegó la hora del almuerzo y tuvieron hambre, y se podían oír los estómagos gruñendo. Los discípulos razonaron lógicamente y dijeron, «Señor, despídelos. Envíalos a la siguiente ciudad donde puedan conseguir algo de comer».
Pero Jesús dijo: «No, invítenlos a quedarse a comer, a todos ellos. No tenemos nada qué comer, pero lo que tengamos lo compartiremos con ellos. ¿Solo tenemos cinco hogazas de pan y dos peces? Bueno, vamos a agradecerle a Dios, a bendecirlos, y a comenzar a distribuirlos» (Lc. 9:12-17 parafraseado). ¡Y sucedió un milagro! La hospitalidad se multiplica en la medida en que Jesús toma esta oportunidad para demostrar el poder de Dios.
Pienso en la ocasión después de la resurrección, cuando Jesús cocinó desayuno para Sus discípulos. Ellos estaban frustrados, tristes, confundidos. No entendían qué había sucedido. Jesús había muerto, y ellos pensaron que habían perdido al Salvador. Jesús está de pie en la orilla del agua, después de que ellos habían estado pescando toda la noche, y Él les ha preparado el desayuno, Jesús, el anfitrión amable, bondadoso, lleno de gracia (Juan 21:9).
Jesús, durante su ministerio recibió a gente que había sido rechazada por todos los demás. Se le conocía por recibir a aquellos que eran los marginados. Los fariseos, los líderes religiosos de ese tiempo, los religiosos más respetados, tenían la tendencia a ser exclusivistas y dejar a la gente fuera.
Pero Jesús les daba la bienvenida a los leprosos, las adúlteras, los publicanos y los pecadores. Parecía que mientras más pecador, más abiertos estaban Sus brazos para recibirlos. De hecho, en Lucas capítulo 15, leemos que todos los publicanos y los pecadores se acercaban a escucharlo. Los fariseos y los escribas, los exclusivos, murmuraban diciendo: «Este hombre recibe a pecadores y come con ellos» (vv.1-2 parafraseado). Jesús recibe a los pecadores. Recibió a aquellos que eran rechazados por otros. Recibió a los marginados.
Además, las Escrituras dicen que no solo fue un anfitrión amable mientras estuvo en la carne, aquí en la tierra, sino que sigue siendo un anfitrión amable en los cielos. De hecho, ¿qué es lo que Jesús está haciendo en los cielos hoy? Está preparando un lugar para nosotros.
Antes de ir al cielo, Jesús les dijo a Sus discípulos, en Juan capítulo 14: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros. Y si me voy y preparo un lugar para vosotros, vendré otra vez y os tomaré conmigo»; los recibiré (vv. 2-3).
¿Dónde comenzamos a hablar de la vida de Jesús? Él vino a lo suyo, y los suyos no lo recibieron. Aquí tenemos la misma palabra en el idioma original. El Señor dice en Juan 14: «Estoy preparando un lugar para ustedes, y regresaré otra vez y les recibiré conmigo. Ustedes no me recibieron, pero yo los he recibido, de manera que donde yo estoy, ahí también están ustedes».
Jesús quiere que estemos con Él. Y eso es lo que dicta la hospitalidad. «Quiero tu compañía. Quiero que estés conmigo. Puede que hayas sido rechazado por otros. Aun cuando no me hayas recibido, pero yo te recibo».
El villancico al que hicimos referencia, Tú dejaste Tu trono, nos recuerda que Jesús será nuestro amable anfitrión en el cielo. Dice:
Alabanzas celestes los ángeles dan
En que rinden al Verbo loor
Que tu voz llame a casa, diciendo
Ven, aún hay lugar para ti,
Aún hay lugar a mi lado para ti.
Y mi corazón se regocijará cuando vengas y llames por mí.
Verás, hoy vivimos con la expectativa de una recepción en los cielos, donde Jesús nos llamará a Su casa, al lugar que Él ha estado preparando para nosotros. Ahí Él extenderá delante de nosotros ese abundante festín eterno.
Vivimos anticipando ese día. Ante la expectativa de ese día, damos a otros la bienvenida a nuestra mesa, en nuestro hogar. Dijimos que queremos extender el corazón gentil, hospitalario del Señor Jesús que recibió a los marginados, a los abandonados, a los extranjeros y a los pobres. Entonces recibo en mi corazón y en mi hogar a aquellos que están en necesidad.
Pablo dice en Romanos capítulo 15, que hemos de recibir a otros de la manera en que hemos sido recibidos por Cristo. Por lo tanto, recibámonos unos a otros. La misma palabra que se usó para decir que no recibieron a Cristo, Cristo la usa para decir: «Yo les recibiré conmigo», y Pablo dice: «Recíbanse unos a otros» (v. 7 parafraseado).
Abre tu corazón. Sal de ti misma. Deja que caigan esas paredes, esas barreras protectoras que has levantado. Bueno, quizás has sido lastimada. Está bien, no quieres que la gente se te acerque. Pero ahora, como Cristo te ha recibido, deja caer esas paredes y recibe a otros.
Encontrarás una gran medida de sanidad y restauración en tu propio corazón al recibir a otros de la manera en que has sido recibida. Necesitamos preguntarnos, «¿cómo me ha recibido Cristo? ¿Cómo ha abierto Sus brazos y Su corazón cuando yo era Su enemiga?» Cuando me alejaba de Él, Él dijo: «Yo te recibiré conmigo».
Es de esa manera que Él nos llama a recibir a otros. Recíbanse unos a otros como Cristo también nos recibió para la gloria de Dios. Ese es el propósito de la hospitalidad cristiana, traer gloria a Dios recibiendo a otros como nosotras hemos sido recibidas.
Creo que una de las demostraciones de hospitalidad más memorables es la comida que se llevó a cabo en el Evangelio de Lucas capítulo 22. Nos referimos a esa cena como la última cena, la santa cena. De hecho, si has leído todo el Evangelio de Lucas, verás que hay muchas referencias a comidas, muchas de ellas incluyendo a Jesús. Pero esta comida en particular era la última cena que Jesús iba a comer con Sus discípulos antes de que fuera al calvario, antes de ir a dar Su vida.
En esta ocasión en particular Jesús es el anfitrión, y el siervo. Fue el anfitrión de la comida de Pascua, antes de Su crucifixión. Llegamos a Lucas capítulo 22 versículo 7, donde dice: «Llegó el día de la fiesta de los panes sin levadura en que debía sacrificarse el cordero de la Pascua» (v. 7). Y por supuesto sabemos que Jesús es nuestra Pascua, el Cordero de Dios que iba a ser sacrificado para la salvación del mundo.
Pero era el tiempo de la celebración de la fiesta de la Pascua. «Entonces Jesús», versículo 8, «envió a Pedro y a Juan, diciendo: “Id y preparad la Pascua para nosotros, para que la comamos”». A pesar del hecho de que Él iba a sufrir, que iba a morir, que estaba a punto de ser traicionado, negado, rechazado y entregado a las autoridades, Jesús toma el tiempo para reunirse en torno a una comida.
Tan solo eso, en sí mismo, para mí es extraordinario, porque pienso en las ocasiones en que mi propia vida ni siquiera comienza a parecerse a lo que Jesús estaba pasando en esos momentos. Pero en mis tiempos de dolor o pesadumbre del corazón o dificultades, lo último que se me podría ocurrir decir es, «vengan todos a mi casa y vamos a comer». No tengo deseos de ser anfitriona cuando siento dolor, cuando estoy en necesidad. En momentos como esos, lo que quiero es que alguien me invite a mí.
Y en la medida en que ministramos gracia a los demás, vemos como Él nos ministra gracia a nosotras.
Aun así, Jesús dice, «vayan y preparen esta comida». Y me encanta lo que Jesús les dice a sus discípulos cuando estaba con ellos a la mesa. Dice que «se sentó a la mesa, y con Él los apóstoles» (v.14).
Luego, en el versículo 15, Jesús les dice a Sus discípulos ahí reunidos: «Intensamente he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer». Intensamente. Jesús está diciendo, «¡cuánto he deseado pasar esta tarde con ustedes!» ¿Puedes imaginarte que la noche antes de que Él fuera a la cruz, Jesús estaba anhelando cenar con Sus discípulos? ¡Qué Salvador! A mí me parece increíble.
Intensamente, con anhelo. He anhelado estar con ustedes. He anhelado compartir con ustedes en torno a los alimentos, tener comunión con ustedes, un tiempo de compañerismo, de servirles, de compartir mi corazón con ustedes. ¡Qué corazón! ¡Qué Salvador!
Según vemos desarrollándose esta cena, Jesús es el que les sirve. Él parte el pan, y les habla de cómo esto es imagen de Su cuerpo que va a ser entregado para la salvación del mundo. Él reparte el pan a Sus discípulos. Reparte el vino y dice: «Esto muestra mi sangre, que va a ser derramada por ustedes». Y lo distribuye entre Sus discípulos.
Él comienza esa comida lavando los pies a Sus discípulos, como anfitrión y como siervo de Sus discípulos. Recuerden que entre aquellos que Él está sirviendo hay uno que lo va a traicionar. Judas está ahí. Entre los que están a la mesa está uno que horas después va a negar que siquiera conoce a este hombre. Uno de sus discípulos más cercanos, Pedro, horas después va a negar que conoce a Jesús.
Y aun así, Jesús sabiendo esto, sabiendo lo que viene, les dice, «anhelo pasar esta tarde con ustedes». En esta cena, al partir el pan, al distribuir el vino, lo que Jesús está diciendo es, «me estoy dando a ustedes. Soy su siervo. Soy su anfitrión. Soy su comida. Yo Soy el Pan de Vida. Yo Soy el Agua Viva. Soy el que lava sus pies, el que limpia sus pecados y se entrega por ustedes». Qué sacrificio. Qué imagen de amor.
Es la imagen de Su deseo de tener una relación con nosotras. Él dice: «No quiero que esta relación sea distante, ni tensa». Hay un espacio infinito entre un Dios Santo y el hombre pecador, y sin embargo, Jesús dice:
«He venido a llenar ese espacio. He venido a ser Dios para ustedes y a llevarles al cielo».
Él dice: «Quiero conocerles. He anhelado intensamente tomar estos alimentos con ustedes. Quiero tener comunión con ustedes». Él dice: «Quiero que me abran su corazón. Quiero que me reciban como yo les he recibido».
Y así, cuando llegamos al último libro de la Biblia, Jesús dice: «He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él», ¿y qué más?, «y cenaré con él y él conmigo» (Apoc. 3:20). Comer con Él, compartir con Él, tener comunión con Él, y Él conmigo. Esto nos presenta una imagen de la relación que Jesús quiere que tengamos con Él, y que Él quiere hacer posible que tengamos con Dios.
Él dice: «Yo te he recibido. Me he dado a Mí mismo por ti. He puesto Mi vida por ti. Yo soy el Cordero Pascual. Yo soy el Cordero del sacrificio. Yo soy el Pan de Vida. Pero debes recibirme. Debes participar conmigo». Jesús les dice a Sus discípulos en Juan capítulo 6: «A menos que coman mi cuerpo y beban mi sangre, a menos que por fe participen de mí, no pueden ver a Dios. No pueden tener vida eterna. Pero si comen de Mí, si comen conmigo, si participan de Mí por fe, entonces al comer de Mí, y conmigo, tienen vida eterna» (vv. 53-58 parafraseados).
Ahora, el misterio es este, y no podría ni siquiera comenzar a explicarlo de la manera en que necesita ser explicado. Pero aquí veo algo del corazón y del anhelo de Dios de tener comunión con nosotras, que nuevamente nos lleva de regreso al quebrantamiento de Cristo, la cruz de Cristo.
Volvemos al villancico navideño, «ven a mi corazón, oh Cristo, porque en él hay lugar para ti». Él nos llama no solo a abrir nuestra casa y nuestro corazón a otros, sino que el lugar de inicio para la hospitalidad cristiana es abrir nuestro corazón y nuestro hogar a Él, abrir nuestra vida a Él y decirle, «Señor Jesús, entra. Sé mi Salvador. Sé mi Cordero Pascual. Gracias por desear intensamente tener comunión conmigo, cenar conmigo, comer conmigo».
Si yo hubiera estado ahí, en la última tarde de Su vida, Él habría dicho, «cuánto he anhelado pasar esta tarde contigo». Al celebrar con Él, al participar de Él, al comer de Él y Su Palabra y tener comunión con Él y recibirlo, no solo inicialmente como nuestro Salvador, sino día a día, al recibir Su Palabra y Su Espíritu en nuestras vidas, realmente estamos teniendo una probadita de ese banquete eterno en los cielos que aún está por llevarse a cabo.
De hecho, cuando vamos a Apocalipsis capítulo 19, leemos acerca de esa cena, la cena de las bodas del Cordero. Leemos acerca de la voz de una gran multitud que Juan oye cuando le fue dada esa revelación. La voz dice: «Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a Él la gloria, porque las bodas del Cordero han llegado y su esposa se ha preparado» (v. 7).
Hay una boda que está por llevarse a cabo. Hay un festín, un banquete de bodas. Nos hemos comprometido con el mismísimo Hijo de Dios. Él nos está invitando a venir a Su casa, a venir a la celebración de las bodas, pero tenemos que prepararnos. Lo hacemos recibiéndolo, teniendo un corazón que continuamente está abierto a Él.
Luego el ángel dijo al apóstol Juan, escribe esto: «Bienaventurados los que están invitados a la cena de bodas del Cordero» (v. 9). Bienaventurados aquellos que han sido invitados. Verás, solo los discípulos fueron invitados a la última cena. Tú y yo no estuvimos ahí.
Literalmente no tuvimos una oportunidad de participar en esa comida, aunque al participar de la santa cena en nuestras iglesias participamos de ese alimento, no viendo hacia adelante, como ellos veían la cruz, sino mirando hacia atrás, viendo la cruz y anticipando esa gran fiesta que nos espera en los cielos. Bienaventurados los que están invitados a la fiesta de bodas del Cordero.
Estamos invitados como la novia. Estamos invitados a participar como huéspedes. Nuestro nombre está en la lista de invitados de esa gran cena. Al extender la hospitalidad motivada por el amor genuino, energizada por el evangelio de Cristo, por así decirlo, al tomar el lugar de Cristo, encarnamos lo que Él fue aquí en la tierra. Decimos a otros, «he deseado intensamente estar contigo, tener comunión contigo, mostrarte el amor sacrificial de Cristo. Como yo he participado en Cristo, así quiero compartir a Cristo contigo».
Cuando nuestra hospitalidad es energizada por el evangelio de Cristo, como dijo un escritor, apuntamos a las personas hacia la fiesta que viene. Estamos haciendo que las personas anhelen estar en esa gran fiesta y estamos trayéndolos a un lugar donde su nombre puede estar escrito en la lista de invitados, al venir a participar de Cristo.
Una última reflexión con relación a esa fiesta de bodas que a mí me resulta muy conmovedora. De acuerdo a las Escrituras, nuestro anfitrión, el mismo Señor Jesús, nuevamente volverá a servirnos como lo hizo al atender a Sus discípulos en la última cena, hace miles de años. ¿Cómo lo sé?
Lucas capítulo 12, dice: «Dichosos aquellos siervos a quienes el señor, al venir, halle velando; en verdad os digo que se ceñirá (el Maestro) para servir, y los sentará a la mesa, y acercándose, les servirá» (v.37).
¿Alguna vez habías pensado en esto? En la gran fiesta que está por venir, Jesús una vez más, pondrá una toalla en su brazo y se inclinará a lavar los pies de sus discípulos. Él nos servirá por toda la eternidad. ¿No es ese un pensamiento increíble?
¿Acaso eso no te motiva, como me motiva a mí, a querer ser una sierva, a tener el corazón de siervo de Jesús? ¿Quién está por debajo de mí para servirle? ¿Quién es demasiado sencillo para servirle? ¿Qué trabajo resulta demasiado bajo para que yo lo haga? Cuando sirva, cuando abra mi hogar, cuando le diga a la gente, «siéntate y come y permíteme servirte», solo estaré revelando y expresando el corazón hospitalario de nuestro Salvador.
Sarah: Nancy DeMoss Wolgemuth regresará para orar con nosotras.
Y tú, ¿qué tan consciente eres del deseo de Jesús de tener comunión contigo? Nancy nos recordó que el lugar de inicio de la hospitalidad cristiana es abrirle nuestra vida a Él y decirle, «Señor Jesús, entra. Sé mi Salvador. Gracias por desear intensamente tener comunión conmigo». Y tenemos este recordatorio en nuestras iglesias locales al participar juntos de la cena del Señor, ¡qué bendición!
Y es precisamente el recordar el ejemplo que tenemos en Jesús lo que nos motiva a seguir Sus pisadas y recibir a otros como nosotras hemos sido recibidas. ¿Serás un reflejo del evangelio a través de la hospitalidad?
Oremos con Nancy.
Nancy: Señor, que quieras pasar tiempo comiendo con nosotras, que quieras darte a Ti mismo como nuestra comida es un pensamiento asombroso. Al sentarnos alrededor de ese festín, que Tú quieres servirnos, aun cuando éramos Tus enemigas y con frecuencia, por la manera en que vivimos, te negamos y te traicionamos, Tú nos alimentas.
Ahora nos llamas a abrir nuestro corazón y nuestro hogar para mostrar a las personas esa imagen, un anticipo de esa gran fiesta de bodas eterna, donde te acercarás a servirnos. Te amamos Señor Jesús, nuestro gran, generoso, eterno y amable anfitrión. Oro en el nombre de Jesús, amén.
Sarah: Esta semana hemos aprendido mucho de por qué debemos mostrar hospitalidad. Mañana Nancy regresará con consejos prácticos sobre cómo mostrarla.
Nancy: Es un tiempo en que estamos anticipando el regreso de Cristo. Estamos enfrentando hostilidad, una creciente hostilidad en el mundo, y él dice que en vista de esto, ¿qué se supone que hagamos?
Una forma práctica es abriendo nuestros corazones y nuestros hogares a los demás, siendo hospitalarios unos con otros.
Este es uno de los «unos a otros» de las Escrituras, y el ir a través de esos pasajes donde aparecen «los unos a los otros», es un excelente estudio y poder ver todas las cosas que se supone debemos hacer o ser unos por otros en el cuerpo de Cristo.
- Se supone que debemos amarnos unos a otros
- Se supone que debemos orar unos por otros
- Se supone que debemos amonestarnos unos a otros
- Se supone que debemos edificarnos unos a otros
- Se supone que debemos cuidarnos unos a otros
- Se nos dice que llevemos las cargas de los demás
¿Sabes que a través de cumplir el mandato de ser hospitalarios unos con otros, podemos cumplir con todos aquellos otros «unos a otros»?
Es en nuestras casas, no paradas en los pasillos de la iglesia, que tenemos la mayor oportunidad de realmente practicar los «unos a otros» de las Escrituras.
Sarah: ¡Escucha más sobre esto en nuestro próximo episodio!
Débora: Llamándote a reflejar la hermosura del evangelio al mundo que te rodea, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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