
Inmaculado: la impecabilidad de Cristo
Débora: Estamos preparando nuestros corazones para la Pascua estudiando junto con Nancy DeMoss Wolgemuth la persona de Cristo en una serie llamada «Incomparable». Esta serie acompaña su más reciente libro, titulado Incomparable.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Hoy quiero hablar sobre otra manera obvia en la que Cristo es incomparable: la «impecabilidad de Cristo». Creo que es una palabra. Aunque cada vez que la escribo en mi computadora, el corrector la marca como mal escrita. Pero creo que esa es una palabra con la que no estamos muy familiarizadas: impecabilidad. Eso es parte de lo que hace a Cristo único y lo hace incomparable.
Mientras me preparaba para esta serie, pensé: Seguramente todos los que escuchen este programa van a estar de acuerdo con que Jesús no tuvo pecado, entonces, ¿realmente necesitamos un programa completo sobre la impecabilidad de Cristo? Resulta que al estudiar un poco, me di cuenta de que …
Débora: Estamos preparando nuestros corazones para la Pascua estudiando junto con Nancy DeMoss Wolgemuth la persona de Cristo en una serie llamada «Incomparable». Esta serie acompaña su más reciente libro, titulado Incomparable.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Hoy quiero hablar sobre otra manera obvia en la que Cristo es incomparable: la «impecabilidad de Cristo». Creo que es una palabra. Aunque cada vez que la escribo en mi computadora, el corrector la marca como mal escrita. Pero creo que esa es una palabra con la que no estamos muy familiarizadas: impecabilidad. Eso es parte de lo que hace a Cristo único y lo hace incomparable.
Mientras me preparaba para esta serie, pensé: Seguramente todos los que escuchen este programa van a estar de acuerdo con que Jesús no tuvo pecado, entonces, ¿realmente necesitamos un programa completo sobre la impecabilidad de Cristo? Resulta que al estudiar un poco, me di cuenta de que no es necesariamente cierto que todos estemos de acuerdo en que Jesús no tenía pecado.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Incomparable», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 24 de marzo de 2025. ¡Bendecido inicio de semana!
Escucharemos más de lo que Nancy nos comparte sobre la impecabilidad de Cristo en un momento. Pero antes, pensé que sería interesante conversar con la persona encargada de editar el contenido que Nancy escribe, Randall Payleitner, de la editorial Moody.
¡Randall! Bienvenido, ¿cómo estás hoy?
Randall Payleitner: ¡Muchas gracias! Estoy muy bien. Qué bueno poder conversar hoy sobre este importante libro.
Débora: ¡Así es! Has sido un gran admirador de El Cristo incomparable de J. Oswald Sanders, y ese es el libro que inspiró a Nancy a escribir su nuevo libro. ¿Por qué eres tan entusiasta del libro de Sanders?
Randall: Esa es una gran pregunta, Débora. Durante mucho tiempo le he dicho a la gente que El Cristo incomparable de J. Oswald Sanders es uno de mis libros favoritos. No solo es un libro de la editorial Moody, por supuesto, pues tengo preferencia a amar los libros de Moody.
Pero en general, me encanta el título de Sanders por cómo recorre de manera sistemática, fiel y enriquecedora el nacimiento, la vida, la muerte y la resurrección de Jesucristo de una manera inspiradora y conmovedora.
No soy un tipo que llora mientras lee libros, pero este me hizo llorar varias veces cuando lo leí por primera vez en mi primer año trabajando aquí en Moody hace casi veinte años. No podía dejar de hablar a la gente sobre este libro.
Débora: Guau. Bueno, y también inspiró a Nancy. Entonces, ¿en qué se puede comparar el libro de Nancy con él?
Randall: Usas una excelente palabra, «comparable». Vemos que Jesucristo, por supuesto, es incomparable, y estos dos libros son comparables entre sí. El libro de Nancy obviamente está inspirado en el título: el libro de Nancy, Incomparable, y el de J. Oswald Sanders, El Cristo Incomparable. Y la forma básica en que trabajan juntos es que las tablas de contenido son muy similares. Si nos fijamos en el índice de cada título, el libro de Nancy definitivamente está inspirado en el libro de Sanders. Muchos de los títulos o subtítulos de los capítulos de Nancy coinciden en tema, tono y palabra con el contenido de Sanders.
Ahora, el contenido en sí es completamente diferente. Nancy, al principio del libro, dice: «Oye, me encanta el libro de Sanders, me inspiré en él para escribir el mío. Y el amor de ambos por Cristo es lo que se refleja en todas esas páginas». La principal diferencia para el lector es que experimentas el libro de Nancy en un recorrido de cincuenta días.
Entonces, los capítulos de Nancy se completan por días, lo que hace que sea muy fácil y accesible pasar un día considerando la divinidad de Cristo, un día considerando el sacrificio de Cristo, otro día considerando una de las últimas palabras de Jesús en la cruz. Entonces, se dividió en días específicos.
En el libro de Nancy las partes tienen la misma duración, mientras que los capítulos de Sanders pueden ser un poco más largos o un poco más cortos. Los de Nancy son bastante comparables a los de cada día, por lo que el lector tiene una experiencia más uniforme durante ese período de casi dos meses leyendo el libro. Puedes leerlo más rápido. Yo así lo hice, pero no se lo digas a nadie. Pero probablemente lo leí en una semana, tal vez menos, pero está diseñado para leerse en cincuenta días, ese es en realidad el subtítulo del libro, Incomparable: 50 días con Jesús.
Débora: Gracias por la explicación y gracias por acompañarme. Espero escuchar más de ti esta semana aquí en Aviva Nuestros Corazones. Muchas gracias Randall.
Y bien, Nancy estaba diciendo que, ¡para su sorpresa!, no todos creen en la impecabilidad de Cristo.
Nancy: De hecho, descubrí algunas estadísticas sorprendentes en una encuesta de Barna que muestra que hay una división casi igual de opiniones entre los adultos estadounidenses sobre este tema: el 42 por ciento de los estadounidenses encuestados creen que Jesús pecó. Solo el 40 por ciento cree que no lo hizo. Piensas: Bueno, si preguntas al público secular estadounidense y mucha gente no cree en Cristo, así que lo puedes entender.
Pero luego hicieron una encuesta de las diferentes denominaciones, acerca de lo que creen sus seguidores. La mejor denominación en este sentido fueron los bautistas. Pero escuchen esto antes de que digan muy rápido «amén». Solo el 55 por ciento de los bautistas están totalmente en desacuerdo con que Jesús pecó mientras estuvo aquí en la tierra, y estos eran los principales del grupo en esta encuesta.
¡Eso significa que casi la mitad de los bautistas encuestados piensan que Jesús pudo haber pecado o pecó! Como alguien me dijo mientras hablaba de esto con ellos el otro día, dijo: «Si Cristo es nuestra justicia, ¡está muy mal pensar que podría haber pecado!».
Hablemos de todo este tema del pecado, de dónde vino, y del concepto del pecado original. Ese es un concepto doctrinal importante. En Génesis 3, se nos dice cómo Adán y Eva, creados sin una naturaleza pecaminosa, desobedecieron la ley de Dios, siguiendo su propio camino independiente y pecaron.
Desde entonces, todo ser humano nacido ha llegado a esta raza con una naturaleza pecaminosa, excepto uno. Eso es lo que se llama la doctrina del pecado heredado o pecado original. Adán nos representó a todos. Estábamos representados en él, y en él todos nacemos en este mundo como pecadores.
Ahora bien, eso no significa necesariamente que los bebés estén haciendo cosas pecaminosas. Pero pecamos porque somos pecadores. Hemos heredado esa naturaleza pecaminosa. La obtuvimos de nuestros padres, quienes a su vez la obtuvieron de sus padres, y también de sus madres.
Leemos en Romanos capítulo 5, por ejemplo: «Porque así como por la desobediencia de un hombre [de Adán] los muchos fueron constituidos pecadores» (v. 19). «Tal como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte; así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron» (v. 12).
Las Escrituras son muy claras acerca de esto: «No hay justo, ni aun uno… Todos se han desviado… No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (Rom. 3:10-12). «Por cuantos todos pecaron, y no alcanzan la gloria de Dios» (Rom. 3:23).
Esta es la condición humana: caída, pecadora. Eso es cierto para ti, para mí, para tus hijos y para tus nietos, por muy dulces que parezcan, son pecadores que necesitan un salvador. Están separados de Dios. Con una sola excepción, y ese es Jesús, que vivió una vida sin pecado en esta tierra. Hizo lo que el primer Adán no pudo hacer. Él cumplió perfectamente la ley de Dios. Las Escrituras son muy claras al respecto. «Al que no conoció pecado» (2.ª Cor. 5:21). «Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado» (Heb. 4:15).
Ahora la pregunta es ¿cómo nació sin una naturaleza pecaminosa como la que ha tenido cualquier otro ser humano en la historia del mundo desde Adán y Eva? La vida humana comienza en el momento de la concepción. El momento en que se combinan el ADN del hombre y la mujer. Pero no es así con Jesús. ¿Recuerdas? Anteriormente en esta serie hablamos de que Él existía desde antes de la creación del mundo. Él no nació la noche en que nació en Belén. Ya existía durante toda la eternidad pasada.
El cuerpo físico de Jesús que nació en Belén fue una creación especial de Dios, colocada en el vientre de una adolescente llamada María. Eso es lo que llamamos el milagro del nacimiento virginal.
Si estás familiarizada con las Escrituras, Mateo en el capítulo 1, en el versículo 18:
«El nacimiento de Jesucristo fue como sigue: estando Su madre María comprometida para casarse con José antes de que se llevara a cabo el matrimonio, se halló que había concebido por obra del Espíritu Santo».
No me pidas que te lo explique. No puedo, es sobrenatural, pero es verdad. Lucas capítulo 1 lo dice de la siguiente manera: «Concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Este será grande y será llamado Hijo del Altísimo». Vas a tener un hijo, pero Su Padre va a ser Dios. «Y María dijo al ángel [una pregunta muy comprensible aquí]: “¿Cómo será esto, puesto que soy virgen?”».
No puedo quedar embarazada. No puedo tener un hijo. Nunca he conocido a un hombre. La respuesta de los ángeles es realmente importante: «Y el ángel le respondió: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo (Dios Yaweh) te cubrirá con su sombra; Por eso, el santo niño que nacerá, será llamado Hijo de Dios”» (Lc. 1:30-35).
Jesús no fue producto de la unión física de un hombre y una mujer, sino que fue concebido sobrenaturalmente en el vientre de María por el poder del Espíritu Santo. Nunca había sucedido antes; nunca ha sucedido desde entonces. Dios hizo esto específicamente en ese momento de la historia para enviar a Jesucristo como hombre a este mundo.
Este es una trama que ninguna de nosotras podría haber ideado. No podríamos haberlo diseñado. No podríamos haberlo pensado. Y si hubiéramos podido pensar en ello, no podríamos haberlo hecho realidad. Solo Dios podría hacer esto. Como resultado de que la vida de Cristo fue colocada en el vientre de María por el poder del Espíritu Santo, ni María ni José transmitieron ningún pecado.
El nacimiento virginal (de eso estamos hablando aquí) es vital. Hace posible que Cristo comparta nuestra humanidad, y hemos visto lo importante que es, nacer de una mujer, al mismo tiempo sin compartir nuestra naturaleza pecaminosa, porque fue concebido por obra del Espíritu Santo.
Entonces aprendemos en las Escrituras que Él era absolutamente puro y sin ninguna mancha de pecado, desde el día en que nació hasta el día en que murió. La impecabilidad de Cristo.
Entonces surge la pregunta: «Pero si Él no pecó, ¿fue realmente completamente humano?». Quiero recordarles que la naturaleza pecaminosa no era parte de nuestra humanidad original. Adán y Eva eran verdaderamente humanos antes de pecar. El pecado fue y es una perversión de nuestra verdadera humanidad. Cristo vino, este Dios/hombre sin pecado, vino para restaurar nuestra humanidad plena y sin pecado.
«Llamarás Su nombre Jesús». ¿Por qué? «Porque Él salvará a Su pueblo…» ¿De qué? «De sus pecados» (Mt. 1:21). Este es el asombroso plan de Dios. No hay nada igual en toda la historia del universo. Envió a Jesús a este mundo, el Dios/hombre sin pecado, concebido por el Espíritu Santo, colocado en el vientre de la virgen María. ¿Por qué? ¿Para que pudiera haber un nacimiento virginal? ¿Cuál fue el punto de eso? El punto es que Él vino para restaurar nuestra humanidad a Su plenitud y sin pecado, para rescatarnos de nuestros pecados.
La impecabilidad de Cristo fue autentificada. La confirmaron Sus amigos, los discípulos que habían vivido con Él durante tres años, día tras día. No tendrías que vivir conmigo durante tres días para saber que soy una pecadora. Probablemente mucho menos tiempo que ese. Durante tres años estos hombres vivieron, caminaron y hablaron con Cristo. Lo vieron en todo tipo de circunstancias. Dos de los discípulos más cercanos a Jesús escribieron más tarde cartas que hablaban de su impecabilidad.
Juan dice: «Y en él no hay pecado» (1 Jn. 3:5).
Pedro dice: «Él no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en Su boca» (1 Pe. 2:22).
Solo piensa en eso. Jesús nunca pecó, desde su nacimiento hasta el día de su muerte. Él nunca pecó de palabra, de obra ni de actitud. Nunca fue impaciente, arrogante, grosero, egoísta o cruel. Él nunca desobedeció a su Padre, nunca escogió su propio camino en lugar del de Dios. No solo existía esta impecabilidad negativa, sino que también era santidad positiva. Dijo e hizo todo lo que el Padre le dijo que hiciera. Amaba perfectamente a Dios y a los demás en cada momento de su vida.
Pienso en mi propia vida cuando me siento en mi estudio durante horas y horas, sin cometer ningún pecado externo, al menos que otros puedan ver o saber. Ni siquiera hay nadie en la habitación. Se podría decir: «Ella no está pecando. Ella está allí estudiando su Biblia para Aviva Nuestros Corazones». Pero Dios conoce el corazón. Él conoce los pensamientos. Él conoce las actitudes. Él conoce la impaciencia. Conoce los pensamientos de crítica.
Vemos también que hay santidad activa, positiva. Eso fue lo que le agradó al Padre. Tanto en el Salmo 40:8, y se repite nuevamente en Hebreos 10:5-7, Jesús dice: «Me deleito en hacer Tu voluntad, oh Dios mío; Tu ley está dentro de mi corazón».
¡Él no solo no violó la ley de Dios ni una sola vez, sino que la cumplió perfectamente en cada momento de cada día de Su vida! Pienso en ese pasaje de Miqueas 6:8 que oímos citar muy a menudo. «Él te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno; ¿Y qué es lo que demanda el Señor de ti sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?» (Mi. 6:8).
¿Quién ha cumplido eso? Dice, ¿qué es todo lo que Dios requiere de ti? ¿Quién puede hacerlo? Jesús. Él cumplió perfectamente ese mandato.
No solo sus amigos testificaron de Su impecabilidad, sino que sus enemigos dieron testimonio de Su impecabilidad.
Pilato dijo: «No encuentro ningún delito en este hombre»cuando lo probó varias veces (Lc. 23:4). Este hombre no ha pecado ni ha hecho nada malo.
Judas dijo: «He pecado entregando sangre inocente» (Mt. 27:4).
El ladrón en la cruz dijo: «Nosotros a la verdad, justamente, porque recibimos lo que merecemos por nuestros hechos; pero este nada malo ha hecho». (Lc. 23:41).
Incluso los demonios, cuando los echó fuera, dijeron: «Yo sé quién Tú eres, el Santo de Dios» (Lc. 4:34). Sus enemigos testificaron de Su impecabilidad.
El propio testimonio de Jesús fue que Él era sin pecado. Ahora, cualquiera podría decir que no tiene pecado, pero tendría que ser arrogante para decir eso a menos que sea cierto. Pero en el caso de Jesús, era cierto.
Escucha estos versículos del Evangelio de Juan. Jesús dijo: «Yo siempre hago lo que le agrada [mi Padre]» (Jn 8:29). ¿Alguna de nosotras podría decir eso? Él preguntó en Juan 8: «¿Quién de ustedes me prueba que tengo pecado?» (Jn. 8:46). Haz una pausa, mira a tu alrededor y observa. Yo no haría esa pregunta en ningún lugar y menos en un lugar lleno de gente. En el caso de Jesús, había muchas personas que querían derribarlo, pero nunca hubo ni se pudo presentar una acusación de pecaminosidad contra Él.
Por cierto, esa pregunta sigue sin respuesta hoy en día. Nadie jamás ha inculpado a Jesús de pecado. Jesús dijo: «Yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor» (Jn. 15:10).
Entonces quizás te estés preguntando: «¿Por qué insistes en esto?». Jesús tenía que ser sin pecado para poder ser un sacrificio satisfactorio por nuestros pecados. Permítanme llevarlas de regreso al sistema de sacrificios del Antiguo Testamento por un momento. En el Antiguo Testamento, los adoradores que querían estar bien con Dios, que sabían que habían pecado, iban al tabernáculo o templo, iban al sacerdote y traían un cordero o, si eran pobres, traían un animal menos costoso, pero un animal que sería sacrificado para expiar sus pecados.
El animal no podía expiar sus pecados. Pero se mataba al animal y se derramaba su sangre. El animal moría como sustituto en lugar del pecador. Por supuesto, esos animales eran solo un tipo que señalaba a Cristo quien aún estaba por venir.
Esos corderos (y lees esta frase muchas veces en el Antiguo Testamento) tenían que ser «sin defecto». No podías llevarle a Dios el más pequeño de la camada. No se podían llevar a Dios los corderos que nadie más quería. Tenía que ser un cordero sin defecto.
Luego, una vez al año, en la Pascua, cada familia tomaba un cordero. Éxodo dice: «El cordero será un macho sin defecto, de un año» (Ex. 12:5). Ellos matarían el cordero, pondrían la sangre en los postes y el dintel de las puertas, y Dios vería esa sangre y los pasaría por alto. Su juicio no recaería sobre esa casa.
Durante cientos de años, día tras día, los adoradores judíos trajeron esos sacrificios. Se sacrificaron corderos: corderos sangrantes, corderos moribundos, sangre derramada por todas partes. Ser sacerdote era un oficio sangriento en aquellos días. Y año tras año se celebraba la Pascua, los corderos eran sacrificados y su sangre era derramada día tras día, año tras año durante cientos de años: corderos muriendo, corderos muriendo, corderos muriendo.
Así que imagínate cuando Jesús se acercó al río Jordán, donde Juan estaba bautizando, y la gente escuchó a Juan decir: «Ahí está el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1:29).
Pedro lo dice de esta manera: «Ustedes saben que fueron redimidos con sangre preciosa, como de un cordero sin tacha y sin mancha» (ver 1 Pedro 1:18-19). Ves, «la paga del pecado es muerte», eso es lo que dice la Palabra de Dios (Ro 6:23). Pero en Jesús no había pecado, por lo que Él no merecía morir. Él murió una muerte que nosotros merecíamos. Él era inocente. Fue acusado falsamente. Nosotras, en cambio, somos culpables, y se nos acusa con razón.
Un viejo escritor de himnos lo expresó de esta manera:
«Por el vil y transgresor,
El Cordero en perfección
Hizo plena la expiación».
Él fue el sacrificio perfecto, el único sacrificio. Él podía expiar permanentemente y de una vez por todas nuestro pecado. Debido a Su muerte sustitutiva en nuestro lugar por nuestro pecado, podemos ser declaradas justas, sin pecado, justificadas y bien con Dios, porque Él murió en nuestro lugar.
Romanos capítulo 5 dice: «Porque así como por la desobediencia de un solo hombre [Adán] los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de UNO [en mayúscula; Jesús] los muchos serán constituidos justos» (v. 19).
Primera de Pedro 3 lo dice de esta manera: «Porque también Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (v. 18). Él tenía que estar libre de pecado para que se lograra la redención. Cristo no solo cumplió el tipo del cordero sacrificial, sino que también es una imagen del sacerdote que ofreció esos corderos.
Escucha lo que dice Hebreos capítulo 7: «Porque convenía que tuviéramos tal Sumo Sacerdote: santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores, y exaltado más allá de los cielos». ¿De quién está hablando esto? De Jesús. Luego continúa diciendo por qué eso es importante, por qué importa: «Que no necesita, como aquellos sumos sacerdotes [en el Antiguo Testamento], ofrecer sacrificios diariamente, primero por sus propios pecados, y después por los pecados del pueblo» (vv. 26-27).
Ves, los sacerdotes en el Antiguo Testamento tenían que seguir ofreciendo sacrificios, y cuando lo hacían, primero tenían que ofrecer por sus propios pecados y luego por los pecados del pueblo. Luego, debido a que volvían a pecar, tenían que ofrecer más sacrificios. Hebreos 7 dice que Jesús no tuvo que seguir haciendo esto, no tenía que seguir haciendo esto, ya que lo hizo una vez para siempre cuando se ofreció a sí mismo. Él no tenía pecados propios por los cuales morir. De modo que Él pudo morir una vez por todas, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios.
Sé que algunas de ustedes han estado escuchando esta antigua, muy antigua historia durante muchos años, pero quizás para algunas de ustedes puede ser nueva. Nuevamente, permítanme decirles: «Pídanle a Dios que les dé ojos y oídos nuevos para conocer la maravilla de esta muy, muy antigua historia de Jesús y de Su amor».
Recuerda: Su sacrificio como Cordero de Dios sin pecado tuvo el propósito de limpiarnos de nuestros pecados. Efesios capítulo 5 dice:
«Cristo amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a Sí mismo una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada»(vv. 25-27)
Él era santo y sin mancha, pero murió para hacernos santas y sin mancha. Entonces, ¿cómo podemos, sin pensar, descuidadamente, intencionalmente, voluntariamente, habiendo sido limpiadas por la sangre de Cristo, luego ir y escupir en la cara de Cristo, por así decirlo, y pisotear Su sangre saliendo y pecando como si no importara? Sí importa. Él murió para limpiarnos y hacernos santas.
Permítanme recordarles que Jesús no tenía pecado, no porque dependiera del poder sobrenatural de su propia naturaleza divina o porque su naturaleza divina dominara su naturaleza humana para impedirle pecar, sino más bien porque utilizó todos los recursos que se le dieron en Su humanidad. Lo he dicho antes en esta serie, pero creo que vale la pena repetirlo. Necesitamos recordar esto
¿Cómo hizo esto? ¿Cómo permaneció sin pecado? Él amaba y meditaba en la Palabra de Dios. Él oraba a Su Padre. Él confiaba en la sabiduría y la rectitud de la voluntad y la Palabra de Su Padre. Confiaba en el poder sobrenatural del Espíritu Santo para fortalecerlo y hacer todo lo que fue llamado a hacer.
Entonces, ¿cómo podemos evitar pecar? Por el poder de Cristo, sin pecado, porque Él vive en nosotras, estamos capacitadas para vivir vidas santas por el poder de Su Espíritu Santo que mora en nosotras. Por eso el apóstol Pablo dijo que «ya no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí» (Gal. 2:20).
Y me encanta esa canción de Twila Paris que escribió hace varios años, porque resume lo que hemos estado hablando:
«Hijo de Dios, eterno Rey;
Desde Su trono descendió
Para pisar un suelo vil
Y cual cordero perecer.
En una cruz clavado fue
Por una turba infame y cruel
Sacrificaron sin piedad
A mi Jesús, cordero fiel.
Oh, Salvador, mi salvador
Cordero santo de mi Dios
Quien me lavó de mi maldad
Es el cordero mi Señor.
Yo, mi Jesús, soy pecador
Pero tu gracia me salvó.
De hoy en mas te seguiré
Soy tuyo mi cordero, mi Señor.
Oh, lávame en tu sangre Dios
Oh, mi Jesús Cordero Dios».
¿Puedes decirle eso a Él, a Cristo? ¿Que Él es tu Jesucristo, el Cordero de Dios? ¿Has sido lavada en Su preciosa sangre?
Creo que hay muchas personas en nuestras iglesias hoy, de diferentes denominaciones y facciones, que conocen todo esto, pero que nunca han puesto personalmente su confianza en Jesucristo para salvarlos de su pecado. Son religiosos, pero nunca han sido hechos justos. Me pregunto incluso entre las que nos escuchan hoy si podría haber varias ahí.
Quizá dices: «Sabes, he escuchado esto antes, pero Dios lo está haciendo realidad en este momento en mi corazón. En este momento quiero poner mi fe en Cristo. Me arrepiento de mi pecado y de seguir mi propio camino, haciendo lo mío. Reconozco que soy pecadora y no puedo salvarme a mí misma. Pero levanto mis ojos por fe a Jesucristo, el Cordero deDios,s sin pecado, sin mancha y sin arruga. Lo recibo. Recibo el regalo de lo que Él hizo por mí allí en la cruz cuando murió en mi lugar por mi pecado».
Las Escrituras dicen que en el momento en que tú pones tu fe en Él, se lleva a cabo una transacción increíble. Cristo toma sobre Sí todos tus pecados, pero en el momento en que confías en Él como tu Salvador, Él imputa o acredita a tu cuenta toda Su justicia, toda la justicia de Cristo. Su vida perfecta y obediente llega a ser la tuya.
Tal vez eso ya sea cierto en tu caso y necesitabas recordarlo hoy para adorarlo y agradecerle por eso. O tal vez hoy, por primera vez, estás confiando en Él como tu sacrificio perfecto, tu Salvador. Entonces regocíjate de que Él haya hecho esa transacción y te haya dado Su justicia.
Oh, gracias, gracias, Santo Cordero de Dios. Te adoramos, te amamos. En el nombre de Jesús, amén.
Débora: Querida oyente, la impecabilidad de Cristo es crucial para tu salvación. Nancy DeMoss Wolgemuth ha estado demostrando en este episodio el porqué y este importante tema es especialmente significativo a medida que nos acercamos a la Pascua. Cuando te enfocas en Cristo, habrá cambios en ti. Es por eso que les traemos la serie de Nancy sobre su libro, Incomparable, en estas semanas previas al Viernes Santo y al Domingo de Resurrección.
Espero que pases más tiempo pensando en lo que Cristo hizo por ti en la cruz.
Portia Collins me acompaña por aquí. Portia, eres la persona de contacto principal que se comunica con nuestras colaboradoras mensuales de Aviva Nuestros Corazones. ¡Y tú misma eres una de ellas! Cuéntanos, ¿por qué te uniste para ser colaboradora de Aviva Nuestros Corazones?
Portia Collins: Me hice colaboradora mensual de Aviva Nuestros Corazones, primeramente porque creo en el ministerio, en lo que está sucediendo y en lo que Dios está haciendo aquí. Y luego pienso en lo que está sucediendo a gran escala, en otros lugares en el mundo. Hay un pasaje en Filipenses donde Pablo habla de cómo la iglesia de Filipos fue la única que lo apoyó financieramente, y específicamente su ministerio (ver Fil. 4:14-15).
Y eso siempre ha estado en mi mente cuando pienso en los ministerios para eclesiásticos. Por supuesto, ofrendo en mi iglesia local. Pero cuando pienso en muchos de estos ministerios, como Aviva Nuestros Corazones y otros que apoyo, agradezco que tengo la capacidad de poder unirme y dar de una manera que ayude a avanzar la agenda del reino de Dios.
Y por eso creo que es algo que siempre haré: mi esposo y yo somos dadores. Creo que es algo que queremos asegurarnos de que sea parte de nuestras vidas y del legado que dejamos, y es algo que le enseñamos y le comunicamos a nuestra hija. Entonces, sí, creo que tiene varios niveles, amar a Aviva Nuestros Corazones, querer acompañar el trabajo que se está haciendo aquí. Pero también mirar en conjunto cuáles son las maneras en que podemos apoyar la agenda del reino de Dios y promoverla.
Débora: Gracias Portia. Me anima mucho ver que muchos de los miembros de nuestro personal también son Colaboradores mensuales de Aviva Nuestros Corazones. Estamos viendo el funcionamiento interno y el fruto todos los días. Y somos las primeras en decir: «No solo quiero trabajar aquí. Quiero dar aquí. Quiero participar en lo que Dios está haciendo».
Te invito a ser parte de las grandes cosas que Dios está haciendo a través de Aviva Nuestros Corazones. Para convertirte en una colaboradora mensual, visita AvivaNuestrosCorazones.com.
Bueno, los evangelios nos narran un incidente en un monte. La ropa de Jesús comenzó a brillar y Su gloria fue revelada. ¿Por qué fue ese momento tan significativo? La respuesta a esta pregunta ofrece una gran esperanza y la escucharás mañana en Aviva Nuestros Corazones. ¡Te esperamos!
Llamando a las mujeres a libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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