¿Estás vestida con hojas de higuera?
Carmen Espaillat: ¿Por qué está este mundo tan lleno de conflictos?
Nancy DeMoss de Wolgemuth: Quizás te preguntes: «¿dónde está la esperanza?» La única esperanza para el pecado, la única esperanza para sanar las consecuencias del pecado en nuestras vidas y en nuestras relaciones como hombres y mujeres, se encuentra en el evangelio, el evangelio de Cristo.
Carmen: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Hace casi once años, el Dr. John Piper se dirigió a más de seis mil mujeres en la primera conferencia True Woman. Y todavía ese mensaje resuena en los corazones de las mujeres. Él mencionó que tendrían la oportunidad de firmar el Manifiesto de la Mujer Verdadera.
Dr. John Piper: Lo he leído más de una vez y lo considero un documento fiel, claro, veraz, sabio, realmente un documento magnífico. Qué maravilloso sería si cientos …
Carmen Espaillat: ¿Por qué está este mundo tan lleno de conflictos?
Nancy DeMoss de Wolgemuth: Quizás te preguntes: «¿dónde está la esperanza?» La única esperanza para el pecado, la única esperanza para sanar las consecuencias del pecado en nuestras vidas y en nuestras relaciones como hombres y mujeres, se encuentra en el evangelio, el evangelio de Cristo.
Carmen: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss de Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Hace casi once años, el Dr. John Piper se dirigió a más de seis mil mujeres en la primera conferencia True Woman. Y todavía ese mensaje resuena en los corazones de las mujeres. Él mencionó que tendrían la oportunidad de firmar el Manifiesto de la Mujer Verdadera.
Dr. John Piper: Lo he leído más de una vez y lo considero un documento fiel, claro, veraz, sabio, realmente un documento magnífico. Qué maravilloso sería si cientos de miles de mujeres en América y alrededor del mundo, firmaran de corazón este Manifiesto de la Mujer Verdadera.
Carmen:Descarga este documento a través de nuestro sitio web, AvivaNuestrosCorazones.com, léelo y ¡únete al movimiento!
Hoy continuamos en una serie en la que Nancy nos ayuda a entender mejor el Manifiesto de la Mujer Verdadera.
Nancy: Si alguna vez has construido una casa, o si has vivido en una casa, sabes de la importancia de tener cimientos o fundamentos sólidos. Si la casa no tiene buenos cimientos, la estructura va a caerse. Va a ser poco firme. Va a ser vulnerable. Los cimientos no son algo que ves, no les sacas fotos, ni es algo de lo que te guste presumir, sin embargo son verdaderamente importantes y necesarios.
Al mirar este Manifiesto de la Mujer Verdadera, estamos tomándonos el tiempo de ver la primera parte de una serie de afirmaciones fundamentales. Ya hemos visto las dos primeras afirmaciones fundamentales, declaraciones de fe del Manifiesto de Mujer Verdadera.
La primera dice:
Creemos que Dios es el Señor Soberano del universo y el Creador de la vida y que todo lo creado existe para Su deleite y para traerle gloria.
Luego vimos la segunda declaración fundamental:
Creemos que la creación de la humanidad, como varón y hembra, fue una parte intencional y maravillosa del sabio plan de Dios, y que los hombres y las mujeres fueron creados para reflejar la imagen de Dios en formas complementarias pero distintas.
Hemos estado hablando del diseño de creación de Dios. Es santo, es bueno, es bendito. El diseño de Dios es que los hombres y la mujeres sean iguales como personas, en valor, y en dignidad; que exista intimidad en el matrimonio, respeto, honor y consideración mutua. Todo ello es parte del diseño de Dios para hombres y mujeres. Es bueno, es magnífico, es puro.
Sin embargo, al mirar a nuestro alrededor, nos damos cuenta de que estamos muy lejos de esa preciosa imagen. ¿Cómo fue que partiendo de este diseño magnífico, maravilloso, hermoso de Génesis 1 y 2, llegamos a lo que ahora vemos entre hombres y mujeres, en asuntos de sexualidad y de desviación de género, cosas que son indecibles?
Bueno, así es como llegamos a la tercera declaración fundamental del Manifiesto de la Mujer Verdadera. Permíteme leerla, y luego la desglosaremos.
Creemos que el pecado ha separado a todo ser humano de Dios, y nos ha hecho incapaces de reflejar Su imagen como fuimos creados para hacerlo. Nuestra única esperanza de restauración y salvación, se encuentra en arrepentirnos de nuestros pecados, y confiar en Cristo, quien vivió una vida sin pecado, murió en nuestro lugar, y fue resucitado de los muertos.
Ahora regresemos a Génesis capítulos 2 y 3, para que nos den algo del contexto para esta afirmación.
Génesis 2 y 3. Hablamos de Génesis 1 en la última sesión, y de cómo creó Dios al hombre y a la mujer a Su imagen. Y Él vio todo lo que había hecho y dijo que era muy bueno, que era «bueno en gran manera».
No vamos a detenernos en estos dos capítulos enteros, pero permítanme seleccionar algunos versículos para darles un panorama general de lo que sucedió.
Génesis 2, comenzando en el versículo 16: «Y mandó Jehová Dios al hombre» –y tú dirás, «¿qué derecho tiene Dios de hacer eso?» Él nos creó... ¡gracias! Él es el Señor Soberano.
Y sigue diciendo:
«Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (vv. 16-17)
Lo que Dios está diciendo aquí es: «Aquí hay algunas cosas que puedes hacer, y aquí hay una cosa que no puedes hacer». Queda establecida una ley y esta ley es para beneficio del hombre. Dios dio esta restricción para bendición del hombre, para su protección, para que pudiera disfrutar de intimidad con Dios y con su esposa, para su deleite, su gozo, para el cumplimiento del propósito para el cual él había sido creado.
Así pues, tenemos la creación del hombre; tenemos a Dios dando los parámetros dentro de los cuales el hombre, diseñado y creado por Dios, debía funcionar. Entonces llegamos al capítulo 3, y vemos primero a la mujer, seguida por el hombre, firmando su declaración de independencia. Ella y su esposo rechazaron el derecho de Dios de establecer leyes, rechazaron la autoridad de Dios. Quebrantaron Su ley.
Génesis 3, versículo 6: «Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer…» ¿Cuál árbol? El árbol de la ciencia del bien y del mal. ¿Y qué había dicho Dios acerca de ese árbol? «No coman de él».
«Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer» –sabiendo que Dios había dicho, «no importa lo bueno que se vea, no lo comerás»—«y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría...» ¿Puedes ver aquí cómo trabaja la tentación?
«No comas eso».
«Pero se ve tan bueno. Es tan deseable. No puedo ser feliz si no tengo un pedazo de… lo que sea».
«...y (ella) tomó de su fruto, y comió». Eso se llama pecado. Se llama rebelión. Se llama «lo haré a mi manera»; «...y dio también a su marido, el cual comió así como ella» (v.6).
Lo que tenemos ahora es una mujer caída y un hombre caído viviendo juntos como esposo y esposa en el jardín.
Ahora vamos vamos a ver las consecuencias, algunas de ellas, inmediatas. Por ejemplo, en el versículo 7, vemos que lo que había sido para ellos estar apercibidos de la presencia de Dios, ahora había sido reemplazado por la culpa y la vergüenza.
Versículo 7: «Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos».
¿Qué hicieron al enfrentar su culpa y su vergüenza; esta conciencia de que algo había cambiado, de que algo estaba mal?
Hicieron las mismas dos cosas que solemos hacer todos nosotros cuando pecamos. Primero intentaron remediar la situación por su cuenta, apartados de Dios.
Versículo 7: «...cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales».
«Vamos a llegar a una solución. Arreglemos esto. Mejoremos la situación. Nos salvaremos a nosotros mismos», dice el manifiesto humano. Ellos intentaron remediar la situación por ellos mismos.
Y en segundo lugar, se escondieron.
Versículo 8: «Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto».
Aquí vemos el temor de esta pareja al ser expuestos. Su intimidad con Dios había sido quebrantada. Ya no estaban delante de Dios abiertamente, desnudos y sin sentir vergüenza. Ahora están detrás de los arbustos, escondiéndose de Dios, vestidos, envueltos en esta ropa que se hicieron a mano, cosieron hojas de higuera. Están escondiéndose, están expuestos, la intimidad ha sido destruida. Están separados de Dios.
Y lo que no pueden ver, pero que aprendemos de acuerdo a la Escritura, porque la escritura lo revela, es que la imagen de Dios bajo la cual habían sido creados, ahora se ha dañado. La imagen de Dios, el reflejo de Dios, lo que ellos debían representar de Dios, había sido distorsionado. La bendición que leemos en Génesis 1 es reemplazada por una maldición. Hombres y mujeres fueron creados para vivir eternamente… pero ahora la muerte había entrado al mundo.
Pero en el siguiente versículo, versículo 9, vemos la maravillosa misericordia y la gracia de Dios. «Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?» lo que Dios te está diciendo es: «Adán, sal de tu escondite. No tienes que esconderte. Sí, has pecado, y sí habrá consecuencias», y lo veremos; «y sí, necesitas un Salvador».
Pero el hecho de que Dios haya llamado al hombre y le haya dicho: «¿Dónde estás?» ¿Acaso no es una asombrosa expresión de la misericordia y de la gracia de Dios? Él pudo haberlos acabado sin una sola palabra porque Él había dicho, «el día que peques, morirás».
Pero Dios es un Dios de redención. Él es quien inicia la reconciliación, y ahí tenemos el primer indicio del primer punto del evangelio. Él es un Dios que inicia la reconciliación y la redención.
En este pasaje también podemos ver la santidad y la justicia de Dios. Vemos que el pecado tiene consecuencias, y vemos el despliegue de un castigo para la serpiente, para la mujer, y para el hombre.
Es interesante, y no tenemos tiempo para desarrollar esto, pero existe una diferencia entre el castigo que recibe la mujer y la sanción que recibe el hombre. Creo que si lo estudias podrás ver que los castigos que reciben difieren, y hablan de sus distintas funciones, llamado, misión y diseño creado por Dios. La esfera en la cual fueron creados para servir al Señor es la esfera en la cual fueron impactados por el pecado de manera distinta, como mujer y como hombre.
La mujer, que fue tomada del propio cuerpo de su marido –por lo tanto una criatura relacional en una manera diferente de lo que era el hombre– batallaría como esposa y como madre. Mira el versículo 16 del capítulo 3:
«A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti».
Ahora, sin analizar este pasaje –hemos hecho eso en otras series– puedes ver que la mujer experimentaría dolor al dar a luz a los hijos, y disfunción relacional como resultado de su pecado. El hombre, quien fue hecho del polvo de la tierra, batallaría en su función como proveedor. Versículo 17:
Y a Adán le dijo: «Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol del que te mandé diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás» (vv. 17-19).
Ahora, el pecado tiene efectos devastadores sobre cada aspecto de la creación de Dios, y puedes ver que ambos, el hombre y la mujer, iban a experimentar dolor como una consecuencia del pecado. El mundo, el diablo, nuestra carne nos dicen, «hazlo a tu manera y serás feliz». Eso fue lo que pensó Eva. Era codiciable, era placentero. Era algo que ella necesitaba hacer para ser sabia. Pensó que eso la haría feliz, pero en lugar de ello, le trajo dolor y miseria.
El pecado finalmente trae dolor. Recuerda eso cada vez que tengas un bebé. Esa es la consecuencia del pecado. Bueno, la consecuencia del pecado no es el tener bebés, sino el dolor que conlleva. Recuerda eso cuando tengas que arrancar de la tierra el sustento. Es trabajo arduo, es trabajo duro. Cuando la vida es difícil, cuando las relaciones disfuncionales se vuelven lo habitual, recuerda: Todo esto es consecuencia del pecado.
Pero en ningún lado se hace más evidente el devastador efecto del pecado, que en las relaciones entre hombre y mujer. En Génesis 3, tenemos la semilla plantada –ese es el pecado– de la cual ha crecido una cosecha desastrosa y devastadora. La relación entre hombres y mujeres fue creada para funcionar complementariamente, para respetar y honrar y disfrutar, y comunicarse con amor uno para con el otro, de la manera en que sucede en la Trinidad. Ahora lo que tenemos es guerra, uno contra otro. Recuerda eso la próxima vez que tengas una discusión con tu esposo, ese es el resultado del pecado.
Recuerda también que tu esposo no es el enemigo. Los hombres no son el problema; y si estuviéramos hablando a los hombres, lo cual yo no hago, diría: «Señores, las mujeres no son el problema».
Entonces, ¿cuál es el problema? El problema no son los hombres o lo que han hecho a las mujeres; ni las mujeres o lo que han hecho a los hombres. El problema es el pecado, y lo que el pecado ha hecho en todos nosotros. No es solamente el pecado de tu esposo o el pecado de los hombres, es nuestro pecado como mujeres. Es tu pecado como esposa. Si eres una mujer casada, eres una pecadora casada con un pecador. Si eres un hombre casado escuchando este programa, eres un pecador casado con una pecadora. Si eres una mujer soltera, eres una pecadora viviendo en un mundo de hombres y mujeres pecadores.
El pecado le quita la belleza y el esplendor a la creación de Dios, y la ha hecho fea y retorcida. Así es que no andes culpando a los hombres en tu vida por lo que te han hecho, por infames que hayan sido en algunos casos; y sé que estoy hablando a algunas mujeres que han sido dañadas profundamente por hombres; y probablemente lo mismo podría decirse a los hombres respecto de las mujeres; pero no dejes ahí la culpa. Recuerda, somos criaturas caídas, viviendo conforme a una imagen dañada y distorsionada de Dios.
El pecado ha separado a cada ser humano de Dios, y nos ha hecho incapaces de reflejar Su imagen, de acuerdo al propósito con el cual fuimos creados. Entonces, ¿dónde está la esperanza? La única esperanza para el pecado, la única esperanza para sanar las consecuencias del pecado en nuestras vidas y en nuestras relaciones como hombres y mujeres, se encuentra en el evangelio, el evangelio de Cristo.
En lo que nos queda de tiempo quiero que vayamos a Génesis 3, para mostrarles algunos atisbos del evangelio de Cristo en esos primeros capítulos de la Biblia.
Vimos la misericordia de Dios al iniciar la reconciliación con Adán y Eva, pero también vemos la gracia y la misericordia de Dios delineada de otras dos maneras en este pasaje. Lo que tenemos realmente es la primera proclamación del evangelio en el Antiguo Testamento. Es la proclamación que continuará desarrollándose a lo largo del Antiguo Testamento para encontrar su cumplimiento en el Nuevo Testamento.
Pero veamos Génesis capítulo 3, versículo 15, donde Dios habla a la serpiente, encarnando a Satanás, y le dice: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar». Aquí está la predicción del conflicto que habrá entre la serpiente y su descendencia, y la mujer y su descendencia. ¿Y a quién se refiere cuando dice, la descendencia de la mujer? Está haciendo referencia a Jesucristo.
El cumplimiento de esta profecía se llevó a cabo en la cruz, donde la serpiente hirió el talón de la simiente de la mujer, pero Cristo, la descendencia de la mujer, asestaría un golpe fatal a la cabeza de la serpiente. ¿Alabamos a Dios por esto? ¡Amén! ¡Aleluya!
Ahí en el versículo 15, está una ilustración del evangelio de la gracia de Dios. Ahora veamos el versículo 21. Aquí vemos la provisión de Dios para cubrir la vergüenza y la desnudez de Adán y Eva.
Recuerda que ellos habían tratado de resolver su problema y cubrir su propia desnudez con hojas de higuera. Eso no es más que una imagen de nuestros propios esfuerzos para vernos bien, para hacernos aceptables, presentables delante de Dios. Como, «tenemos que escondernos, no podemos hablar con Dios. Hemos pecado, tenemos vergüenza, estamos turbados».
No tenemos alternativa sino escondernos hasta que Dios viene y nos saca de nuestro escondite; pero no podemos vestirnos nosotras mismas y pararnos delante de Dios. Nuestra propia justicia y todo lo que se nos pueda ocurrir para ganarnos el favor de Dios, para complacerle, para tener comunión e intimidad con Él, todo será como trapos de inmundicia o podría llamarlo, hojas de higuera baratas. No son suficientes para cubrir la vergüenza y la culpa de nuestra desnudez espiritual.
Así es que, ¿qué es lo que vemos en el versículo 21? «Dios hizo al hombre y a la mujer túnicas de pieles, y los vistió». Qué versículo tan precioso. Ese Dios, el Dios Santo, Creador y Soberano del universo, cuya ley había sido despreciada, quebrantada, el Dios hacia quien Sus criaturas se habían rebelado, y que Él los llame a salir de su escondite, y aún en la misma conversación donde Él trata con ellos las consecuencias de su pecado, como lo requiere Su justicia, que ahí mismo, tiernamente, Él hiciera para el hombre y su mujer túnicas de pieles y los vistiera. ¡Oh qué sublime gracia, qué maravillosa gracia!
¿Y cómo consiguió Dios esas pieles? Bueno, tuvo que haber animales inocentes que fueron sacrificados. Tuvo que haber un sacrificio para cubrir su desnudez. Al cubrirles, Dios nos estaba dando un cuadro del sacrificio que un día Dios tendría que hacer de Su propio Hijo, Jesucristo, quien tomaría nuestro pecado, nuestra vergüenza sobre Él, quien sería sacrificado como sustituto por nuestro pecado, y así nosotras pudiéramos ser vestidas de Su justicia.
Escucha, si estás tratando de vestirte tú misma de espiritualidad; si estás tratando tú misma de lidiar con tu vergüenza, con la culpa, con la separación de Dios, con la intimidad destruida, con relaciones rotas, relaciones disfuncionales; tratando de lidiar con las consecuencias de tu pecado, de la caída, de la maldición; si estás tratando de lidiar con todo ello con tu propia justicia, ríndete ya. Nunca vas a lograrlo.
Es por eso que esta porción del Manifiesto de la Mujer Verdadera dice: Nuestra única esperanza de restauración y salvación se encuentra en arrepentirnos de nuestros pecados; y confiar en Cristo, quien vivió una vida y sin pecado, murió en nuestro lugar y fue resucitado de los muertos.
No es posible que a través de nuestros propios esfuerzos, resolvamos nuestros problemas o cualquier otro problema causado por el pecado, sino solamente a través de Cristo. A través de Cristo, la imagen de Dios que ha sido dañada y distorsionada por el pecado, puede ser restaurada, y solo a través de Cristo podemos sanar las relaciones entre hombres y mujeres.
Él es un Dios redentor quien por medio de la sangre de Cristo derramada en el calvario, ha perdonado a pecadores culpables, y quien además un día abolirá el pecado por completo. ¡Alabemos a Dios! Él revertirá la maldición que el pecado trajo a esta tierra, y a todos los hombres y las mujeres. Por Su gracia, Dios restaurará a aquellos que Él ha redimido a una posición aún más espléndida que aquella que Adán y Eva disfrutaban en el jardín. Habrá un nuevo cielo y una nueva tierra, más gloriosa que la que fue arruinada por el pecado. ¡Aleluya, gloria a Dios!
¡Esas son las buenas noticias! Ese es el evangelio.
Entonces ¿qué es lo que debes hacer?
- Sal de tu escondite
- Arrepiéntete de tu pecado, reconoce tu pecado
- Confía en Cristo
- Y Él te salvará. Él te vestirá con Su justicia.
Gracias Señor, por darnos este precioso retrato de cómo tomaste al hombre y a la mujer caídos, pecadores, alejados de ti, alejados uno del otro, y los sacaste de su escondite, los llamaste, los llamaste por su nombre. Tú iniciaste la reconciliación, y Tú les hiciste túnicas de pieles y les cubriste.
Gracias por ese cuadro de Cristo quien se hizo pecado por nosotros, para que nosotros pudiéramos convertirnos en justicia de Dios en Él.
Oro por esa persona que está escuchando en el día de hoy y que ha estado luchando y afanándose por tratar de lidiar con los efectos del pecado y por tratar con las consecuencias del pecado, pero a través de sus propios esfuerzos, de sus propias obras. Oh, Dios, que podamos dejar de lado esas hojas de higuera y abandonar nuestra propia justicia y el esfuerzo por vestirnos a nosotras mismas, y tomemos la justicia de Cristo que Tú has provisto ahí, en la cruz y que podamos ser liberadas de nuestro pecado, vestidas y restauradas a un lugar en una correcta relación contigo a través de Cristo nuestro Señor, en cuyo nombre oramos, amén.
Carmen: Hemos estado escuchando cómo los conflictos entre hombres y mujeres se remontan a una historia que encontramos en el Génesis. Nancy DeMoss de Wolgemuth nos ha llevado en ese viaje como parte de la serie titulada, «El Manifiesto de la Mujer Verdadera, Fundamento».
¿Qué es el Manifiesto de la Mujer Verdadera? Es un documento cuidadosamente diseñado y edificado sobre una base bíblica. Lo hemos estado analizando durante los últimos programas. Este documento también nos enseña aplicaciones prácticas que nos muestran cómo vivir conforme al diseño de Dios para nosotras.
Y Nancy, el que podamos alcanzar a miles de mujeres con la verdad de la Palabra de Dios es gracias a oyentes y nuestros colaboradores mensuales.
Nancy: Si has aportado a Aviva Nuestros Corazones, tu ofrenda ha ayudado a acercar a muchas mujeres a Cristo, a renovar su relación con Él, por medio de estas transmisiones, recursos y las conferencias Mujer Verdadera.
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Carmen: ¿Qué sucede cuando los hombres dejan de ser hombres y las mujeres dejan de ser mujeres? Las consecuencias son enormes. Consideraremos este tema mañana, aquí en Aviva Nuestros Corazones. ¡Te esperamos!
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Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas a menos que se indique lo contrario.
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