El poder de la instrucción
Nancy DeMoss Wolgemuth: Mary Kassian dice que en la mayoría de programas de terapia del habla tratan de enseñarles a los estudiantes cómo hablar.
Mary Kassian: Pero el programa de Dios es diferente. Él no espera que hagamos nada en absoluto. Todo lo que Él pide es que estemos atentas a Él; que le escuchemos y recibamos de Él lo que tiene para darnos.
Annamarie Sauter: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Nancy: Si quieres aprender a hablar palabras sabias, primero debes aprender a escuchar. Esto es lo que dice mi amiga Mary Kassian, nuestra invitada para estos episodios. Ella te explicará esta idea al continuar hoy su enseñanza en nuestra serie titulada, Conversación apacible.
Esta ha sido una serie muy útil y desafiante para mí personalmente, y sé que tú también serás muy edificada en la medida en …
Nancy DeMoss Wolgemuth: Mary Kassian dice que en la mayoría de programas de terapia del habla tratan de enseñarles a los estudiantes cómo hablar.
Mary Kassian: Pero el programa de Dios es diferente. Él no espera que hagamos nada en absoluto. Todo lo que Él pide es que estemos atentas a Él; que le escuchemos y recibamos de Él lo que tiene para darnos.
Annamarie Sauter: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Nancy: Si quieres aprender a hablar palabras sabias, primero debes aprender a escuchar. Esto es lo que dice mi amiga Mary Kassian, nuestra invitada para estos episodios. Ella te explicará esta idea al continuar hoy su enseñanza en nuestra serie titulada, Conversación apacible.
Esta ha sido una serie muy útil y desafiante para mí personalmente, y sé que tú también serás muy edificada en la medida en que ella continúa con nosotras esta semana. Ella ha escrito acerca de este tema de nuestra manera de hablar, de escuchar, y cómo glorificar a Dios a través de nuestras palabras, en un libro de trabajo muy útil titulado, «La conversación apacible». Asegúrate de adquirirlo para profundizar en lo que Mary nos ha estado enseñando. Encuentra el acceso para obtenerlo, en la transcripción de este programa, en avivanuestroscorazones.com.
Aquí está Mary con la continuación de su mensaje.
Mary: Mi hijo menor, Jonathan, perdió la audición cuando tenía unos dos años. Cuando se diagnosticó su pérdida, los especialistas acordaron que necesitaría usar el lenguaje de señas además del lenguaje hablado para poder comunicarse. Me dijeron que había pocas esperanzas de que hablara con claridad –de que hablara sin un impedimento significativo en el habla. Pero yo estaba decidida a que Jonathan hablara lo mejor que fuera posible.
Pasábamos horas todos los días en el piso de la cocina con tarjetas con el abecedario y juegos caseros. Nos sentábamos frente al gran espejo en el pasillo, luchando para que él pudiera reproducir los sonidos que son tan fáciles para las personas que podemos oír. Era mucho trabajo.
Jonathan tuvo que aprender que aunque la letra «k» no tiene ningún movimiento de labios, se puede sentir en la parte posterior de la garganta. Tuvo que aprender que la letra «n» hace cosquillas en la nariz y que la letra «s» envía una fina corriente de aire hacia abajo.
Tuvo que aprender a reproducir sonidos que no podía oír. Tuvo que aprender a percibir las diferencias más sutiles en las posiciones de la lengua y de los labios. Además del trabajo que hacíamos en casa, Jonathan recibió terapia del habla y asistió a clases especiales donde le ayudaban a aprender a hablar. Y todo este arduo trabajo dio sus frutos.
Llegó el día en el que Jonathan podía formar todos los sonidos y estaba hablando, leyendo y aprendiendo nuevas palabras continuamente. Se estaba comunicando sin el lenguaje de señas. Pero aunque tenía todas las habilidades básicas y los terapeutas del habla habían agotado todo lo que podían ofrecerle, yo no estaba satisfecha. Jonathan tenía mucho más que aprender. Su forma de hablar era monótona e inexpresiva. Sonaba como si estuviera hablando con canicas en la boca. Era difícil entenderle.
Así que lo inscribí en clases de canto. Por supuesto, él no puede escuchar las diferencias en los tonos, pero pensé que eso podría ayudarlo a controlar su voz. También lo inscribí en lecciones privadas con un profesor de teatro que comenzó a enseñarle «Artes del habla». Las Artes del habla, como su nombre indica, se refiere al arte de hablar. Es un programa basado en teatro donde se les enseña a los estudiantes a ser expresivos, a articular, y a modular y controlar sus voces. Les enseña a usar la voz, la cara y todo el cuerpo para comunicarse.
Y bueno, yo espero que te hayas beneficiado de los episodios que ya hemos transmitido sobre la comunicación. Pero quizás, también has descubierto que tienes mucho más que aprender. Aunque pronto terminaremos esta serie, definitivamente no hemos terminado de aprender lo que Dios tiene para enseñarnos acerca de cómo usar nuestra boca. Así que hoy hablaremos de inscribirnos en la escuela de artes del habla de Dios para toda la vida.
Las Artes del habla ayudaron a mi hijo, Jonathan, a hablar correctamente. Ahora él se ha convertido en un profesor de inglés, ¡qué ironía! Bien, el programa de Dios nos ayudará a aprender a hablar correctamente y a aprovechar el poder de la instrucción. Dios elige candidatos poco probables para Su escuela de artes del habla, y la Biblia está repleta de estos ejemplos.
En el libro de Isaías, en el capítulo 6, el profeta ve una visión del Señor sentado en un trono alto y sublime. ¿Cuál es su respuesta? En el versículo 5, el profeta clama diciendo:
«Entonces dije: ¡Ay de mí! Porque perdido estoy, pues soy hombre de labios inmundos y en medio de un pueblo de labios inmundos habito, porque mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos».
Cuando Isaías vio al Verbo de Dios, santo y poderoso, sentado en un trono, comenzó a ver que su propia boca era impura e inmunda. Se sintió indigno de hablar delante de Dios.
Y cuando Dios inscribió a Jeremías en Su programa de entrenamiento, Jeremías protestó: «Entonces dije: "¡Ah, Señor Dios! No sé hablar, porque soy joven"». Jeremías se vio a sí mismo como inmaduro e incapaz. Y tenía miedo.
Cuando Dios desafió a Ezequiel a que hablara con Él, Ezequiel experimentó toda clase de emociones fuertes. La Biblia nos dice en Ezequiel capítulo 3, que el profeta se sentó aturdido durante toda una semana, sintiéndose totalmente abrumado.
Y Daniel se quedó sin palabras cuando Dios le dio una visión para que la comunicara. Él tembló como una hoja y admitió que se sentía angustiado, débil e indefenso. En el libro de Daniel, capítulo 4 versículo 19, dice que él se sintió atónito y sus pensamientos le turbaron.
Los discípulos que Jesús escogió en el Nuevo Testamento también eran candidatos poco probables. Santiago y Juan fueron llamados los «hijos del trueno». Probablemente eran propensos a perder los estribos. Pedro era impetuoso –es famoso por decir las cosas equivocadas en el momento equivocado.
El apóstol Pablo era poco impresionante –no era muy buen orador. Un joven llamado Eutico se durmió y se cayó por la ventana en una ocasión mientras Pablo hablaba. Él estuvo hablando hasta mucho después de la medianoche –hasta el amanecer (y tú tal vez piensas que tu pastor habla por mucho tiempo).
Ahora, el candidato a discurso más improbable que encontramos en la Biblia es Moisés. Cuando Dios le dijo a Moisés que hablara con Faraón, Moisés protestó. Dijo que el Faraón no escucharía a alguien tan insignificante. Moisés le recordó a Dios todas sus deficiencias. «Entonces Moisés dijo al Señor: "Por favor, Señor, nunca he sido hombre elocuente. Ni ayer ni en tiempos pasados, ni aun después de que has hablado a Tu siervo; porque soy tardo en el habla y torpe de lengua"» (Éxodo 4:10).
Moisés probablemente tartamudeaba o tenía algún otro impedimento del habla. Muchos de los comentaristas sugieren que probablemente ese fue el caso. A él le aterrorizaba la idea de tener que hablar delante de la gente. Incluso estaba aterrorizado ante la idea de tener que hablar con otra persona. Se quejó delante de Dios porque se sentía incompetente e inseguro. Se quejó tanto, que Dios accedió a dejar que Aarón, el hermano menor de Moisés, lo ayudara a hablar.
En esta lista que hemos visto no hay especialistas en locución u oradores certificados. No son el tipo de personas que elegirías para salir y hablar en nombre de Dios. Los candidatos que Dios elige para Su programa son personas comunes y corrientes –personas como tú y como yo. Personas que luchan con las palabras. Personas que luchan por decir lo correcto en el momento correcto.
Tal vez tú te sientes insegura, temerosa o abrumada. O tal vez tienes mal temperamento o eres impetuosa con la boca. O tal vez no dices nada porque no sabes qué decir. Puedes pensar que eres la candidata más improbable; pero Dios quiere que te inscribas en Su escuela. Te está preguntando al igual que a Isaías: «¿A quién enviaré? ¿Quién irá?» Él está preguntando, «¿quién está dispuesto a recibir instrucción?»
¿Qué pensarías si el primer día de clases tu hijo regresara a casa con una carta que garantiza su éxito? ¿Qué pasaría si la carta dijera: «Suzy tendrá éxito porque la maestra se sentará a su lado, la ayudará y le dará la respuesta a todas las preguntas»? No sé qué pensarías de una carta como esa, pero ese es el tipo de garantía que Dios les da a los estudiantes que se inscriben en Su programa del arte de la comunicación. Es una garantía única.
Escucha lo que el Señor le prometió a Isaías:
«En cuanto a Mí –dice el Señor– este es Mi pacto con ellos: Mi Espíritu que está sobre ti, y Mis palabras que he puesto en tu boca, no se apartarán de tu boca, ni de la boca de tu descendencia, ni de la boca de la descendencia de tu descendencia –dice el Señor– desde ahora y para siempre» (Isaías 59:21).
Y me encanta este versículo, «y he puesto Mis palabras en tu boca, y con la sombra de Mi mano te he cubierto» (Isaías 51:16).
Un pacto es un contrato. Al hacer un pacto, Dios se vincula a Sí mismo con una obligación legal. Está dando una garantía. Los contratos legales siempre identifican a las partes involucradas en el contrato. Y ¿con quién es el contrato de Dios? El versículo dice que es con Su pueblo, con todos los que tienen una relación con Él. También estipula un marco de tiempo para el contrato, «desde ahora y para siempre». Eso es lo que dijo el Señor.
«Para siempre», significa que el compromiso de Dios se extiende a ti también. Su compromiso de poner Sus palabras en tu boca, de cubrirte con la sombra de Su mano, se extiende hasta ti. Su contrato con nosotros, y Su garantía, es que Su Espíritu está con nosotros y que Él pondrá Sus palabras en nuestras bocas. Debido a esto, no debemos preocuparnos por las pruebas de la vida. Siempre que nos enfrentemos a una situación difícil y no sepamos qué decir, si esperamos en Él, Él proveerá las palabras correctas. Él proveerá respuestas para las preguntas en la prueba. Está garantizado.
Jesús les dijo a sus discípulos en Lucas 12:11-12:
«Cuando los lleven a las sinagogas y ante los gobernantes y las autoridades, no se preocupen de cómo o de qué hablarán en defensa propia, o qué van a decir; porque el Espíritu Santo en esa misma hora les enseñará lo que deben decir».
Cuando Moisés protestó de que él no podía hablar bien, el Señor le preguntó:
«¿Quién ha hecho la boca del hombre? ¿O quién hace al hombre mudo o sordo, con vista o ciego? ¿No soy Yo, el Señor? Ahora pues, ve, y Yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que has de hablar» (Éxodo 4: 11-12).
No sé tú, pero yo desconfío mucho de las garantías. No creo cuando la empresa de detergentes garantiza que mi ropa estará más limpia que la de todas las demás marcas, o cuando el producto herbal o de hierbas garantiza que derretirá mágicamente los kilos de mi cuerpo, o que la crema garantiza que borrará mis arrugas. Simplemente no me lo creo.
Me siento mucho más segura cuando alguien da una garantía en forma de contrato, si está dispuesto a firmarlo con su nombre. Y cuando Dios hace un contrato, confío y estoy segura sin sombra de duda de que Él cumplirá con Su obligación.
Dios da una garantía de lo que Él hará con mi boca a través de Su escuela si me inscribo como Su estudiante. Todo lo que Él requiere de mí es que me presente al programa.
Cuando le estaba enseñando a Jonathan a hablar, usé algunos métodos no convencionales. Intenté todo lo que se me ocurrió. Cortamos letras de papel de lija para que pudiera sentir la letra al mismo tiempo que sentía el sonido que estaba haciendo. Cambié las reglas de los juegos de mesa para que fuera recompensado si podía decir las palabras correctamente y terminarlas y comenzarlas correctamente. Dibujábamos y jugábamos y movíamos nuestros cuerpos al son de los sonidos. Para mí, todo lo que sucedía en el día de Jonathan era una oportunidad para enseñarle a hablar.
Tomaba su carita entre mis manos y decía: «Jonathan, no pongas un tenedor sobre la mesa, pon cinco tenedores sobre la mesa». No les hablaba así a mis otros hijos. Habrían pensado que estaba loca. No aprendieron a hablar de esa manera. Pero Jonathan necesitaba ese tipo de instrucción. Necesitaba ver de esa manera el final de cada palabra y el comienzo de cada palabra, porque no podía escuchar. Era una forma poco convencional de enseñarle a hablar.
El programa de Dios también es poco convencional. A lo mejor todas han oído hablar de los programas educativos prácticos en los que los estudiantes interactúan con el material de manera física. Bueno, el programa de Dios es práctico porque Él interactúa físicamente, por así decirlo, con nosotros. Él pone Sus manos sobre nosotros.
Puso Sus manos sobre Isaías. Hizo que los serafines tocaran y purificaran la boca de Isaías con una brasa del altar. También puso Sus manos sobre Jeremías: «Entonces el Señor extendió Su mano y tocó mi boca. Y el Señor me dijo: Yo he puesto Mis palabras en tu boca» (Jeremías 1:9). El programa de Dios es un programa sumamente práctico. Él quiere poner Sus manos sobre nosotras. Pero Él no violará nuestra voluntad. Debemos estar de acuerdo con Él.
Y si le permitimos tocar nuestras bocas, Su fuego nos purificará, limpiará y dará poder a nuestras palabras. El programa de Dios también es poco convencional porque se enfoca en la recepción en lugar de en la producción. Es decir, en escuchar en lugar de hablar. Isaías dijo, «… Mañana tras mañana me despierta, despierta Mi oído para escuchar como los discípulos (como uno que es enseñado). El Señor Dios me ha abierto el oído…» (Isaías 50:4–5).
El Señor le dijo a Ezequiel: «Pero cuando Yo te hable, te abriré la boca» (Ezequiel 3:27) Entonces el Señor abre la boca de Ezequiel para que diga lo correcto. Y el Señor nos instruye en Salmos 81:10: «¡Abre bien tu boca y yo la llenaré!»
La mayoría de los programas del lenguaje se enfocan en la producción: los estudiantes aprenden a hacer los sonidos correctos, a usar las expresiones correctas y a pronunciar las palabras de manera efectiva. El programa de Dios es diferente. Él no espera que produzcamos nada en absoluto. Todo lo que Él pide es que le prestemos atención; que lo escuchemos y recibamos de Él.
Y me encanta el encuentro de Jesús con un hombre que no podía hablar. Leemos sobre este en Marcos 7:31-35:
«Volviendo Jesús a salir de la región de Tiro, pasó por Sidón y llegó al mar de Galilea, atravesando la región de Decápolis.Y le trajeron a uno que era sordo y tartamudo, y le rogaron que pusiera la mano sobre él.Entonces Jesús, tomándolo aparte de la multitud, a solas, le metió los dedos en los oídos, y escupiendo, le tocó la lengua con la saliva; y levantando los ojos al cielo, suspiró profundamente y le dijo: ¡Effatá!, esto es, ¡Abrete!. Al instante se abrieron sus oídos, y desapareció el impedimento de su lengua, y hablaba con claridad».
La palabra para abrieron significa «abrir completamente a plena capacidad». Cuando Jesús puso Sus dedos en los oídos del hombre, simbólicamente tomó posesión de ellos y los abrió a su máxima capacidad. Sus dedos llenaron los canales auditivos.
Aun si ese hombre fuera un hombre que podía oír, todos los demás sonidos habrían sido bloqueados por la presencia de los dedos de Jesús. Entonces Jesús escupió y transfirió un poco de saliva de Su propia boca a la lengua del hombre. Tal vez estaba pensando en esa garantía que le dio a Isaías, «Mis palabras en tu boca».
Es interesante notar que, al final, Jesús no necesitaba decirle a ese hombre cómo hablar. Simplemente abrió los oídos del hombre y abrió la boca del hombre y puso Sus propias palabras en la lengua del hombre. Después de esto, el hombre no tuvo problemas para hablar –el siguiente versículo implica que no podía dejar de hablar…«no podía dejar de hablar de lo que Jesús había hecho por él». No podía dejar de hablar del Señor.
Amigas, la raíz de nuestros problemas para hablar es normalmente que tenemos problemas para escuchar. No hablamos correctamente porque no hacemos un buen trabajo en escuchar a Dios. Por eso, en la escuela de Dios, aprendemos a escuchar y a recibir.
Lo menos convencional sobre el programa del arte del habla de Dios es que el proceso es continuo. No hay fecha de graduación. No hay tesis o disertación final. En cambio, pasamos por este proceso de crecer en confianza y dependencia de nuestro Maestro –cada vez mayores y más profundas.
Todos los demás programas educativos tienen como objetivo acabar con la dependencia que el alumno tiene del maestro. Se espera que el estudiante se convierta en una autoridad independiente. Que se vuelva seguro de su propio conocimiento y juicio. A través de la educación, esa persona se convierte en un maestro.
Pero, no es así en la escuela de Dios. En la escuela de Dios los estudiantes de honor son los que no se gradúan…al menos no en esta vida. Ellos son los que, con el tiempo, se vuelven más conscientes de su profunda necesidad de escuchar a Dios y de su profunda necesidad de escuchar Su instrucción.
Y uno podría pensar que los candidatos improbables, una garantía única y un programa poco convencional, podrían conducir al fracaso. Pero los resultados de Dios son poco comunes. Y en ninguna parte es eso más evidente que en la vida de Moisés. A los ochenta años de edad, cuando Moisés entró en el programa de Dios, se sentía inseguro, impedido e incompetente. Le daba vergüenza hablar. Pero al final de su vida, cuarenta años más tarde, Moisés se levantó con tranquila confianza para dirigirse a toda una nación.
La Biblia nos dice que Moisés recitó las palabras de un largo cántico de principio a fin a oídos de toda la asamblea de Israel. Al final de la canción, Moisés no se detuvo. Su discurso continuó. Una por una bendijo a las tribus. Su oratoria ocupa dos capítulos enteros de la Biblia.
El libro de Deuteronomio, el capítulo 34 versículos 10 al 12, concluye con la evaluación:
«Desde entonces no ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés, a quien el Señor conocía cara a cara,nadie como él por todas las señales y prodigios que el Señor le mandó hacer en la tierra de Egipto, contra Faraón, contra todos sus siervos y contra toda su tierra, y por la mano poderosa y por todos los hechos grandiosos y terribles que Moisés realizó ante los ojos de todo Israel».¡Wow! ¡Qué cambio!
Cuando mi hijo, Jonathan, estaba en tercer grado, su habla había mejorado tanto que su maestro de artes del habla lo inscribió en una competencia. Jonathan entró en tres categorías: poesía, prosa y monólogo. En la primera categoría había cuatro concursantes. Un concursante olvidó todas sus líneas; otro, mirando al suelo avergonzado, murmuró. Jonathan quedó en segundo lugar.
En la segunda categoría había tres concursantes. Jonathan empató en el segundo lugar. El juez fue compasivo y no pudo soportar colocarlo en último lugar. No tenía la oportunidad de quedar en primer lugar –no contra los niños que podían oír. Pero en la categoría final, monólogo, Jonathan fue el único participante. Solo un puñado de personas salpicaba el auditorio ya que la mayoría de los concursantes y padres habían salido a almorzar.
Era obvio quién iba a ganar. Solo necesitaba subir al escenario y abrir la boca para hacerlo. Cuando Jonathan completó su monólogo «Snoopy contra el Barón Rojo», el juez se levantó para colocarle la medalla de oro alrededor del cuello. Me sentí muy orgullosa de mi hijo.
En la escuela de Dios, tú estás en tu propia categoría. Él no te compara con Moisés, con Isaías, con Daniel, conmigo, o con tu líder de grupo pequeño. Si estás inscrita en el programa de Dios, todo lo que necesitas hacer es escucharlo, ponerte de pie y hablar; y la victoria será tuya.
Oremos.
Padre celestial, gracias por ser nuestro instructor. Gracias porque la presión no está sobre nosotras para actuar, sino que solo quieres que nos apoyemos y descansemos en Ti y aprendamos de Ti. Te ruego Padre que transformes nuestro hablar; que nos des un corazón esforzado para escuchar Tus palabras y Tu camino, y permitir que nos toques y pongas Tus palabras en nuestras bocas. Te lo pedimos en el nombre poderoso de Jesús, amén.
Nancy: Puede que seas introvertida, como yo, o que seas una mujer extrovertida. Independientemente de esto, escuchar al Señor en Su Palabra y contarle a otros sobre Su verdad, es lo más importante que puedes hacer. Mary Kassian, nuestra maestra invitada de estas semanas, nos ha estado enseñando sobre esto.
Una de las cosas más difíciles de hacer es bendecir a otros cuando has sido maldecida. ¿Es posible hacer esto? ¿Cómo lo haces?
Mary: Si comprendemos el poder de navegación, aceptaremos la responsabilidad por nuestras palabras. Nadie puede hacer que critiquemos, nos quejemos, gritemos, maldigamos o nos venguemos; las palabras que salen de mi boca son mi elección; la dirección en la que manejo mi barco es mi responsabilidad.
Alguna vez has dicho, «él hace que me enoje, es su culpa», «ella hizo que me enojara», «cuando me hablas de esa forma tengo que defenderme».
¿Culpas a otros por las palabras que salen de tu boca?
Nancy: Mary Kassian te hablará de eso mañana.
Asegúrate de acompañarnos para este próximo episodio de Aviva Nuestros Corazones.
Annamarie: Adornando el evangelio juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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