El poblado agradecido
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos recuerda que una de las razones por las que hemos sido puestas en esta tierra es para contarles a otros acerca de la bondad de Dios.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Abre tu boca, cuenta lo que Dios ha hecho por ti. Eso no es solo el trabajo de un pastor. Ese no es solo mi trabajo. Ese es tu trabajo. Es nuestro trabajo al hablarnos unas a otras para decir, «déjame decirte lo que Dios ha hecho en mi alma».
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora del libro «Escoge agradecer», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 15 de noviembre de 2024.
¿Qué sucedería en una comunidad donde ninguna persona es agradecida? Bueno hoy, en unos minutos, imaginaremos ese escenario. Primero, Nancy continúa con su enseñanza basada en el Salmo 66 hablando sobre el valor de ser agradecido.
Nancy: …
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos recuerda que una de las razones por las que hemos sido puestas en esta tierra es para contarles a otros acerca de la bondad de Dios.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Abre tu boca, cuenta lo que Dios ha hecho por ti. Eso no es solo el trabajo de un pastor. Ese no es solo mi trabajo. Ese es tu trabajo. Es nuestro trabajo al hablarnos unas a otras para decir, «déjame decirte lo que Dios ha hecho en mi alma».
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora del libro «Escoge agradecer», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 15 de noviembre de 2024.
¿Qué sucedería en una comunidad donde ninguna persona es agradecida? Bueno hoy, en unos minutos, imaginaremos ese escenario. Primero, Nancy continúa con su enseñanza basada en el Salmo 66 hablando sobre el valor de ser agradecido.
Nancy: Salmo 66:13-15:
«Entraré en tu casa con holocaustos; a ti cumpliré mis votos, los que pronunciaron mis labios y habló mi boca cuando yo estaba en angustia. Te ofreceré holocaustos de animales engordados, con sahumerio de carneros; haré una ofrenda de toros y machos cabríos».
Ahora bien, como creyentes del Nuevo Testamento sabemos que ya no necesitamos hacer sacrificios de animales como lo hacían los judíos del Antiguo Testamento. Esos eran solo una ilustración, un símbolo temporal, del sacrificio de Jesucristo en la cruz. Cuando Él fue a la cruz, Él fue el Cordero de Dios que dio su vida, el sacrificio supremo. El sacrificio que fue totalmente aceptable a Dios. Ahora no tenemos que continuar ofreciendo sacrificios día, tras día, tras día. El sacrificio de la vida de Cristo fue, una vez y para siempre, nos dice la carta a los Hebreos.
La sangre de los animales que los judíos derramaban en el Antiguo Testamento no podía eliminar los pecados de las personas. Solamente cubría sus pecados por un tiempo hasta el próximo día de expiación, cuando el sacerdote iba una vez más y ofrecía sacrificios. Pero la sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado.
El sacrificio ha sido hecho. Miramos Su sacrificio. Mientras venimos ante Su presencia para darle gracias, no le traemos sacrificios de animales. Venimos en el nombre y por los méritos de la sangre derramada de Jesucristo. Decimos: «Señor, vengo no por mis propios méritos, pero vengo a traerte el sacrificio que ya se ha hecho, el sacrificio de Jesucristo».
Entonces le ofrecemos a Dios el sacrificio de un corazón contrito y humillado, el sacrificio de alabanza, el fruto de labios que dan gracias a Su nombre. Con tales sacrificios, dicen las Escrituras que Dios es agradado.
Él ha dicho anteriormente en el salmo: «Venid y ved las obras de Dios». Después él nos dice lo que Dios ha hecho por su alma. En el versículo 16, nos dice otra vez: «Venid y oíd, todos los que a Dios teméis, y contaré lo que Él ha hecho por mi alma».
Si no estás compartiendo tu testimonio de lo que Dios ha hecho y está haciendo por tu alma, si no lo estás haciendo de forma regular, necesitas preguntarte por qué no. ¿Será porque no tengo un testimonio que compartir? ¿Será porque Dios no está haciendo nada en mi vida?
Si eres una hija de Dios, Dios está haciendo algo en tu vida. ¿Lo estás viendo? ¿Lo estás reconociendo? Dices: «Lo que está pasando en mi vida no es gran cosa». Escucha, si Dios está trabajando en tu vida, eso es algo muy grande y necesitas compartirlo. Hay poder en el mensaje de una vida. Una cosa es que yo te diga que abras las Escrituras en cierto texto para enseñarlo, y decir: «Esto es lo que Dios dice». Es otra cosa el que yo lo ilustre con mi vida. Es importante que tú lo ilustres con tu vida, con tus hijos, con tu pareja, con tus amigas… que puedas decir: «Esto es lo que Dios está haciendo por mí».
Y en cuanto a la alabanza, hemos dicho que debe ser expresada. Abre tus labios. Abre tu boca. Cuenta lo que Dios ha hecho por ti. Este no es el trabajo del pastor solamente. Ese no es solamente mi trabajo. Ese es tu trabajo. Es nuestro trabajo hablar a otros para decirles: «Déjame decirte lo que Dios ha hecho por mi alma». Mientras lo haces, te convertirás en una mentora, en una discipuladora, en alguien que nutre a otra persona. Estarás ayudando a otras a experimentar la libertad, la plenitud y la abundancia en Cristo.
Ese es el corazón de este ministerio. No solo para que nosotras experimentemos libertad, plenitud y abundancia en Cristo, sino para que nos reproduzcamos, para que compartamos y nos invirtamos en las vidas de otras. Espero que todo lo que estés escuchando en Aviva Nuestros Corazones… que no solo estés comprometida a vivirlo y a practicarlo en tu propia vida, sino que también estés comprometida a reproducirlo en las vidas de otras, compartiéndolo con otras para que vayas y hagas discípulas y para que puedas reproducir Su corazón en otras.
Continuemos con el salmo, el versículo 17, el salmista dice:
«Con mi boca clamé a Él, y ensalzado fue con mi lengua. Si observo iniquidad en mi corazón, el Señor no me escuchará. Pero ciertamente Dios me ha oído; Él atendió a la voz de mi oración».
Ahora, hay algo que no está escrito aquí, pero que está sugerido, y es la razón por la que Dios escuchó. Él escuchó porque vine a Él en Sus términos, con un corazón humilde y un corazón santo. He estado dispuesta a confesar mis pecados. No es que David nunca haya pecado. El salmista no estaba diciendo: «yo estaba sin pecado». Él estaba diciendo: «Por supuesto que he pecado, pero he venido a ofrecer el sacrificio. He venido a través de los méritos de la sangre derramada. Así que mis pecados han sido limpiados. Estoy limpio. Soy libre. Ahora Dios puede recibir la alabanza que le traigo. Dios ha escuchado, Él ha atendido a la voz de mi oración».
«¡Bendito sea Dios, que no ha desechado mi oración, ni apartado de mí su misericordia!» (v.20).
No importa lo que yo haya hecho, no importa cómo yo haya fallado, no importa qué tan débil haya sido, no importa qué tan inadecuada sea, Dios no ha cambiado, Él no ha fallado. No importa qué tan poco lo haya amado, ¿y quién de nosotras podrá amarlo como quisiera, como debiera, como algún día lo haremos?, pero Dios nunca aparta de nosotras Su misericordia.
Quizás me hayas escuchado hablar antes de esta palabra hebrea que se traduce, en esta versión «misericordia». En algunas de sus biblias quizás diga la palabra amor. Otras versiones la traducen como amor inagotable. Es una palabra muy difícil de traducir. Es la palabra hebrea, hesed, h-e-s-e-d, que significa «amor de pacto». Habla del amor de pacto de Dios, de Su amor que no falla.
Nosotros por naturaleza no somos fieles a nuestros pactos, pero Dios sí lo es. El salmista dice: «Bendito sea Dios, que no ha desechado mi oración». Tú me has aceptado. Y como creyentes del Nuevo Testamento diremos: «Tú nos has aceptado a través de Jesucristo, y Tú nunca, nunca, nunca has retirado de nosotros Tu amor de pacto, inagotable y lleno de misericordia, y nunca lo harás. Así que bendice al Señor. Canta al Señor; clama al Señor; dale gracias al Señor».
Padre, te damos gracias por tu maravilloso amor de pacto, por tu fidelidad, por tu bondad, por tu misericordia hacia nosotros, por la gracia que has derramado sobre nuestras vidas. Gracias Señor por llevarnos a través del fuego y de las aguas. Gracias por las aguas, por los retos y por las pruebas.
Perdónanos por estar tan resentidas, llenas de pánico y ansiosas durante estos tiempos. Perdónanos por tener una perspectiva tan pequeña que dejamos de mirar hacia arriba para ver que Tú eres el que nos ha traído hacia la red. Y perdónanos por fallar en reconocer cómo muchas veces Tú has sido el que nos has sacado de la red.
Señor, queremos detenernos por unos momentos, una vez más, para darte las gracias y para decirte que nos has traído a un lugar de abundancia y siempre continuarás haciéndolo. Ayúdanos Señor, a confiar en ti, a alabarte, a bendecirte en este día, sin importar lo que está sucediendo en cada circunstancia, cada situación, a darte las gracias.
Te alabamos. Magnificamos tu gran y bendito nombre, amén.
Débora: Nancy DeMoss de Wolgemuth te ha estado enseñando por qué alabar a Dios es tan valioso, aun cuando el dolor parece tomar el control de tus emociones.
Y bueno, al inicio del episodio de hoy dijimos que imaginaríamos cómo sería una comunidad de personas sin gratitud. Nancy, gracias por introducirnos a esta historia.
Nancy: Es un tipo de parábola, una especie de alegoría.
Esta historia fue escrita por una amiga mía, y ella la escribió como algo para que la familia reunida pudiera leerla. El cuento es titulado, El poblado agradecido, y yo creo que estarás de acuerdo conmigo en que es una historia muy apropiada para este tiempo del año.
Débora: Así es, con el día de Acción de Gracias tan cerca, creo que es muy apropiada. Escuchémosla.
Yamel: Atravesando el mar de la Imaginación, en un tiempo muy lejano, había un pueblecito muy placentero anidado en las montañas, justo en el corazón del reino. Un letrero a las orillas del pueblo notificaba a los viajeros que estaban entrando al «Pueblo Agradecido».
El aire en el Pueblo Agradecido era fresco y limpio. Los niños jugaban alegremente en el parque, eso era cuando no estaban ocupados aprendiendo los negocios de la familia junto a sus padres.
Era importante para los niños el aprender bien esos negocios. Pues el Pueblo Agradecido era reconocido por su excelencia en artesanías y su arte exquisito. Muchos visitantes venían tanto de lugares cercanos como de lugares distantes, y atravesaban el reino para comprar artículos de este pueblo legendario. Algunos venían hasta de las afueras del reino.
Los comerciantes del Pueblo Agradecido tenían la reputación de poner mucha atención a los detalles. El tallador de madera moldeaba las piezas con gran cuidado y exactitud. El tejedor trabajaba diligentemente sobre su telar y sus fábricas contaban con los hilos más finos. Y cada mañana el panadero horneaba pan recién hecho, usando recetas conocidas solamente por su familia.
No se podía negar la calidad extraordinaria de los productos del Pueblo Agradecido. Pero el distintivo más grande era un encanto único que distinguía a este pueblo de todos los demás, y era el sello que adornaba cada producto que se vendía—un simple, «gracias». La inscripción estaba grabada en cada pieza de madera trabajada por el tallador, estaba bordada en cada rollo de tela del tejedor, estaba estampada en cada bolsa de pan del panadero.
Durante cada reunión de la junta del pueblo, sin fallar, los ancianos de la villa le recordaban a la gente del pueblo: «Nuestro trabajo no significaría nada sin aquellos que compran nuestros productos y así proveen para nosotros. Debemos siempre recordar el expresar nuestro aprecio a cada cliente».
Era un gozo ir de compras en el Pueblo Agradecido. En ninguna otra parte del reino los ciudadanos podían comprar tal mercancía tan fina, y en ninguna otra parte se sentían tan bien recibidos. Aquellos que visitaban el Pueblo Agradecido siempre estaban ansiosos por volver.
Aunque generalmente estaba lleno de compradores, siempre había algo apacible y atrayente en las calles. Los artesanos que atendían sus tiendas eran siempre tan amables, y nunca estaban muy ocupados para contestar preguntas o ayudar a las personas a encontrar lo que buscaban.
El tallador de madera (siempre tan humilde) era pronto para informar a los visitantes de otros productos disponibles en el pueblo, y casi se sonrojaba con gratitud con cada compra de sus obras que se efectuaba. El tejedor (ocupado y muy diligente en su labor) siempre encontraba tiempo para charlar con sus clientes y hacerlos sentir apreciados. Y el panadero (tan tierno y de espíritu tan cálido) siempre daba esperanza y ánimo a cualquiera que entrara en su tienda.
Y así continuó de una generación a otra, esta rica herencia se continuaba pasando. Pero en el tiempo, sí, en el correr del tiempo las cosas cambiaron, no todo al mismo tiempo, pero despacio, casi imperceptiblemente.
De acuerdo con un hombre sabio, el cambio empezó cuando se produjo un auge en los negocios, y la gente llegó a estar tan ocupada que se le olvidaba decir «gracias». Poco a poco, empezaron a considerar la inscripción como un gasto innecesario.
Antes de que alguien se diera cuenta de lo que estaba pasando, el Pueblo Agradecido había dejado de ser agradecido. Y cuando la gratitud se fue, otras cosas, cosas feas, tuvieron lugar.
Los que atendían las tiendas dejaron de atenderlas; ya no se satisfacían con las personas que entraban a ellas. Ahora se asomaban por las ventanas o se paraban en las aceras, esperando por los compradores, procurando los compradores, esperando a los compradores.
Si un comprador llegaba, pero compraba menos de lo esperado, el dueño se molestaba. Y si un comprador potencial iba a una tienda vecina a hacer sus compras, el corazón del dueño enardecía de celos. Esos fueron días muy tristes en el Pueblo Agradecido. Este pueblo que una vez tuvo tanto, ahora quería más.
En el tiempo, las noticias de este cambio llegaron hasta el rey del reino. Él conocía la reputación de este pueblo desde hacía mucho tiempo, y él sabía que lo que se necesitaba era restaurar la gratitud. Pero ¿podrían las personas ser capaces de ver su necesidad? Y luego, ¿querrían cambiar?
Un día un anciano que traía puesta ropa deshilachada y desgastada, entró al pueblo cargando consigo una bolsa vacía en sus hombros. El tallador de madera vio al cliente potencial con interés, hasta que alcanzó a ver la bolsa vieja del anciano.
Cuando el anciano entró a su tienda, el tallador de madera permaneció afuera buscando clientes más prometedores. Unos momentos después, el tallador de madera vio al anciano que estaba examinando una pieza esculpida muy hermosa en la vitrina. «Tenga cuidado con eso, viejo. Mis productos son costosos», le dijo con arrogancia.
Lentamente, el anciano soltó la bolsa (ya no estaba vacía, sino abultada con monedas) y la vació en el mostrador delante del tallador de madera. Luego de quedarse mudo por un momento, el tallador de madera pronto se encontró a sí mismo humildemente tomando al anciano de la mano. «Gracias, señor, por comprar mi producto. No esperaba esto». El anciano sonrió, puso la pieza labrada en su bolso y cruzó la calle para ver al tejedor.
El tejedor levantó la vista por encima de lo que estaba haciendo para ver al anciano lentamente acercarse y entrar a su tienda. «No tengo tiempo para él», el tejedor musitó para sí mismo. Necesito verdaderos compradores que puedan comprar mi artesanía. Un momento más tarde, el anciano seleccionó un rollo de fina seda tejida del estante y se dirigió al tejedor. «Esa es mi mejor tela, anciano, y no quiero que se ensucie», dijo el tejedor mordazmente.
Deliberadamente, igual que antes, el anciano extrajo de su saco una pieza de joyería hermosa y la colocó en las manos del tejedor.
En ese momento, el tiempo y las demandas de un día ocupado de trabajo dejaron de ser importantes para el tejedor. Era como si el amor por las cosas del mundo palideciera en comparación a lo que vio en aquella hermosa pieza de relojería. Le agradeció al anciano una y otra vez por comprar su producto. El anciano simplemente sonrió, puso su compra en su bolsa junto con la madera labrada y caminó a la siguiente puerta para ver al panadero.
Interesado y preocupado por muchas cosas, el panadero por poco no nota al anciano cliente. Cuidadosamente el anciano seleccionó una hogaza de pan y puso el pago en las manos del panadero. Sus ojos se encontraron por un momento. El panadero sabía que el precio pagado excedía el costo.
Él quiso regresarlo, pero luego entendió que así tenía que ser, y recibió el pago con gratitud. Sus ojos se llenaron de lágrimas y estas comenzaron a correr por sus mejillas, lágrimas de alegría porque la esperanza había regresado a su corazón. «Gracias, anciano, por venir al pueblo hoy, y gracias por comprar mis productos».
El anciano dejó el pueblo, estaba cansado luego de realizar sus compras. Las cosas en la bolsa ahora eran suyas, él había pagado por ellas, un labrado exquisito, una pieza de seda fina, y una hogaza de pan recién horneado.
Pero el anciano vio sus compras de manera diferente.
Del tallador de madera, él había comprado la escultura del orgullo mientras que él le había entregado el pago de la humildad.
Del tejedor, él había comprado impaciencia. La cual había florecido fruto del amor por este mundo. En cambio, él le había dejado con una visión de vivir por las cosas que tienen valor eterno.
Y del corazón del panadero él había quitado el desaliento y la desesperación, y dejó en su lugar una esperanza inextinguible.
La bolsa de los productos se sentía cada vez más pesada en los hombros del anciano mientras él se tambaleaba por el camino que lo llevaba al valle. Después de días de viaje, finalmente se acercó a su casa. El puente levadizo comenzó a bajar para permitirle entrar al castillo. Mientras caminaba por entre los guardias y los ayudantes, cada uno se postraba delante de él en señal de respeto.
La bolsa que cargaba, llena de arrogancia, de amor por este mundo y de desesperación, fue llevada al calabozo, donde nunca volvió a ver la luz del día.
Finalmente, habiendo regresado al palacio y habiendo cumplido su misión, él tomó su asiento en el trono. Mientras se sentaba, sus ojos se posaron en un objeto que estaba en la esquina, el cual había usado solo una vez, y siempre sería recordado: una vieja cruz manchada de sangre.
Nancy: Gracias sean para Dios por su regalo indescriptible. Dios nos ha dado tanto, ¿no es así? Y de todas las cosas que nos ha dado, la mayor de todas es el Señor Jesucristo, la salvación que Él nos ha dado a través de Cristo, representada por esa cruz.
De seguro que te habrás dado cuenta, en la medida que escuchabas la historia, que el anciano, el que en realidad era el rey, es una ilustración de Dios mismo, quien vino a visitarnos a esta tierra en la forma de Jesucristo.
Y mientras reflexionamos en lo que Él ha hecho por nosotros, me pregunto si tú no necesitas, tal y como los personajes de este cuento, el tallador de madera, el tejedor y el panadero, me pregunto si no necesitas un gran intercambio también.
Pero ellos tenían que estar dispuestos intercambiar a deshacerse de esas cosas negativas que habían cultivado a través del tiempo como resultado de tener un corazón lleno de ingratitud.
¿Cuál es el intercambio que quizás necesitas tú en tu corazón o en tu hogar hoy? ¿Tienes orgullo? ¿Hay impaciencia? ¿Hay desánimo? ¿Hay amargura?
Si es así, ¿estás dispuesta a entregarle esas cosas al Maestro, al Rey? Tan solo entrégaselas a Él y dile: «Señor, yo no quiero continuar viviendo con estas cosas».
En lugar de ellas, Él quiere darte Su Espíritu, Su amor, Su perdón, Su ternura. ¿Estarías dispuesta simplemente a dejar que el Señor haga ese gran intercambio en tu corazón?
Oh Padre, te confieso que mi propio corazón a menudo es muy ingrato. Se me olvida expresar gratitud hacia Ti y hacia otros por las muchas bendiciones que he recibido. Señor, ahora solo elevamos nuestros corazones hacia Ti y donde haya temor, o ira, orgullo, queremos darte todas esas cosas a Ti.
Gracias por enviar a Jesús a morir en la cruz por esos pecados, y en lugar de ellos queremos recibir la justicia de Cristo. Entonces Señor, ¿harías ese intercambio en nosotros? ¿Lo harías una realidad? Oro con acción de gracias, en el nombre de Jesús. Amén.
Débora: ¡Amén!
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