
El peso de la gloria: la transfiguración de Cristo
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth te recuerda la esperanza de la Resurrección.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Mujeres, no pasen demasiado tiempo tratando de averiguar cómo cambiar la forma de su cuerpo externo. Dios va a transformar nuestros frágiles cuerpos para que sean como Su cuerpo glorioso. ¡Uf! ¡Eso me gusta!
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, coautora de «Mentiras que las jóvenes creen y la verdad que las hace libres», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 25 de marzo de 2025.
Los Evangelios narran un incidente en el monte donde las vestiduras de Jesús comenzaron a brillar y se reveló Su gloria. ¿Por qué fue tan significativo ese momento? Exploraremos esa pregunta en el episodio de hoy mientras continuamos en la serie titulada «Incomparable».
Nancy: Durante estas últimas sesiones, hemos estado estudiando la Persona y la naturaleza de Cristo. Hemos pasado por un …
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth te recuerda la esperanza de la Resurrección.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Mujeres, no pasen demasiado tiempo tratando de averiguar cómo cambiar la forma de su cuerpo externo. Dios va a transformar nuestros frágiles cuerpos para que sean como Su cuerpo glorioso. ¡Uf! ¡Eso me gusta!
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, coautora de «Mentiras que las jóvenes creen y la verdad que las hace libres», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 25 de marzo de 2025.
Los Evangelios narran un incidente en el monte donde las vestiduras de Jesús comenzaron a brillar y se reveló Su gloria. ¿Por qué fue tan significativo ese momento? Exploraremos esa pregunta en el episodio de hoy mientras continuamos en la serie titulada «Incomparable».
Nancy: Durante estas últimas sesiones, hemos estado estudiando la Persona y la naturaleza de Cristo. Hemos pasado por un terreno doctrinal pesado y difícil. Espero que esto esté haciendo a Cristo más real y más precioso para ti, y que estés obteniendo un mayor sentido de la maravilla de quién es Él y por qué vino a esta tierra.
Hoy vamos a contemplar una escena asombrosa de la vida de Cristo: lo que solemos llamar La Transfiguración de Jesús. Si estás siguiendo el estudio con tu Biblia, te invito a que vayas al capítulo 16 del Evangelio de Mateo.
Ahora bien, el relato de la Transfiguración ocurre en Mateo 17, pero quiero darles algunos antecedentes y contexto que nos ayudarán a ver el trasfondo de esta escena.
Cuando llegamos al capítulo 16, las personas están confundidas sobre quién es Jesús, y Jesús pregunta a Sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?» (v. 13). Se dan varias respuestas, pero entonces recuerdas esa sorprendente confesión que hace Pedro: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (v. 16). Pedro tiene razón. Él entendió. Por supuesto, Jesús dice: «Esto te lo ha revelado mi Padre que está en los cielos. Tú no podrías saberlo por ti mismo» (ver v. 17).
Permítanme recordarles todas las cosas que hemos estado hablando en esta serie acerca de la deidad de Cristo, la humanidad de Cristo, la doble naturaleza de Cristo, la impecabilidad de Cristo. Y no hay manera de que puedas entender eso, a menos que el Espíritu Santo lo revele, así como se lo reveló a Pedro.
Luego, en el mismo capítulo 16, Jesús explica a sus discípulos, ahora que se dan cuenta de quién es Él, Él les explica lo que viene por delante. A la luz del hecho de que Él es el Cristo, el Hijo del Dios Viviente, ellos dicen: «Tú eres Dios. Tú eres el Mesías». La descripción de Jesús de lo que está a punto de suceder les golpea como una tonelada de ladrillos. El problema es que ya hemos leído esto muchas veces y no captamos el impacto de cómo se sintieron los discípulos la primera vez que escucharon esto.
Mira el versículo 21 de Mateo 16. Jesús dice que antes de que pueda haber exaltación, tiene que haber humillación. Él habla en los versos 21 al 26 acerca de Su humillación. Permíteme leer una porción de eso. Desde el momento en que se dieron cuenta de quién era Él, el Mesías…Recuerden, los judíos de ese tiempo tenían la expectativa de que el Mesías vendría y echaría a todos sus opresores y arreglaría todas las cosas. Ellos imaginaban a este hombre viniendo en un caballo blanco y tomando el control.
Jesús dice: «Tienes razón. Yo soy el Mesías. Pero…antes de que esa escena suceda, hay algo más que tiene que suceder». Versículo 21:
«Desde entonces Jesucristo comenzó a declarar a Sus discípulos que debía ir a Jerusalén y sufrir muchas cosas [¿Sufrir?, sí, sufriera muchas cosas] de parte de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto [y eso fue todo lo que oyeron; ellos no oyeron la parte siguiente, que dice], y resucitar al tercer día» (v. 21)
Se enfocaron en el hecho que sufriría y que moriría, y dijeron: «¡¿Qué?!». Mira el versículo 22:
«Tomando aparte a Jesús, Pedro lo reprendió: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso nunca te acontecerá. Pero volviéndose Él [Jesús], dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás! Me eres piedra de tropiezo; porque no estás pensando en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”» (vv. 22-23).
Así que, antes de que pueda haber exaltación, debe haber humillación, no solo para el Maestro, como acabamos de leer, sino también para Sus siervos. Mira el versículo 24:
«Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que Me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por causa de Mí, la hallará”» (vv. 24-25)
Me imagino a los discípulos diciendo: «¡Vaya! Vamos en dirección equivocada. Estás hablando de cruces: la forma de muerte más horrible, atroz, dolorosa e insoportable jamás desarrollada por la humanidad. Cruz. Muerte. Sufrimiento. Y pensábamos que eras el Mesías, y te estamos siguiendo. Buscamos la victoria, la superación y la esperanza».
Jesús dice: «Eso vendrá, pero después de la cruz».
Así que, primero la humillación, y luego la vindicación, el regreso de Cristo en gloria y en juicio final. Mira los versículos 27 y 28.
«Porque el Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de Su Padre con Sus ángeles, y entonces recompensará a cada uno según su conducta. En verdad les digo que hay algunos de los que están aquí que no probarán la muerte hasta que vean al Hijo del Hombre venir en Su reino».
Así que está el sufrimiento, la muerte, la cruz, para el Maestro y para sus siervos, luego está la vindicación, la gloria, el reino. Queremos lo segundo sin lo primero. Los discípulos querían que Jesús fuera este gran Mesías conquistador sin pasar por el dolor insoportable, el sufrimiento y la muerte de la cruz. Pero no pudo ser. Primero la humillación, luego la vindicación.
Ahora, ese es el contexto, el telón de fondo de la Transfiguración de Jesús, el Monte de la Transfiguración del que leemos en Mateo capítulo 17. Dice el versículo 1:
«Seis días después [o sea, una semana después de toda esta conversación], Jesús tomó con Él a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó* aparte a un monte alto. Delante de ellos se transfiguró; y Su rostro resplandeció como el sol y Sus vestiduras se volvieron blancas como la luz» (vv. 1-2).
Vamos a recorrer este pasaje, y quiero que veamos varias cosas sobre la transfiguración.
En primer lugar, nos muestra la gloria de Cristo.
Esta escena parece haber tenido lugar por la noche. Leemos en el relato de Lucas que los discípulos estaban cargados de sueño (Lc. 9:32). Era de noche. Había oscuridad. Pero aquí todo es brillante, claro y blanco.
Ahora, capta la imagen aquí. Esto no es como un reflector brillando sobre Jesús. Esto es la gloria de Dios desde dentro de Cristo brillando a través del cuerpo humano que Él había tomado. Recuerda, Él es el Dios/hombre. Aquí está la divinidad brillando a través del velo humano, es la gloria de Dios desde adentro.
El relato de Lucas dice que«Su ropa se hizo blanca y resplandeciente» (Lc. 9:29). Esa palabra «resplandeciente»,en algunas de sus traducciones más antiguas es «deslumbrante». Es una palabra que significa «emitir destellos de luz». Es como relámpagos, destellos de relámpagos. Eso es lo que estaba sucediendo. Así que, tenemos esta luz resplandeciente y esta blancura deslumbrante.
Ahora, al reflexionar sobre este pasaje, vienen a mi mente descripciones del Antiguo Testamento en las que se manifestaba la gloria y la presencia de Dios. ¿Cómo era?
La manifestación de Dios en el Antiguo Testamento solía ir acompañada de luz, de fuego, de resplandor.
Piensa en cómo se apareció Dios por primera vez a Moisés. ¿Cómo se le apareció? En una zarza ardiente.
Piensa en los hijos de Israel en el desierto. ¿Cómo los guiaba Dios? Con una columna de fuego por la noche y una nube brillante y resplandeciente durante el día.
Mientras yo reflexionaba sobre esto anoche, mi mente se dirigió al capítulo 1 de Ezequiel. Y no te voy a pedir que vayas allí, pero hay una visión en Ezequiel 1 de la gloria pre encarnada de Cristo. Antes de que Cristo viniera a esta tierra. Escucha la descripción:
«Sobre el firmamento que estaba por encima de sus cabezas había algo semejante a un trono, de aspecto como de piedra de zafiro; y en lo que se asemejaba a un trono, sobre él, en lo más alto, había una figura con apariencia de hombre.
Entonces observé que en lo que parecían Sus lomos y hacia arriba, había algo como metal refulgente que lucía como fuego dentro de ella en derredor, y en lo que parecían Sus lomos y hacia abajo vi algo como fuego, y un resplandor a Su alrededor. Como el aspecto del arco iris que aparece en las nubes en un día lluvioso, así era el aspecto del resplandor en derredor» (vv. 26-28).
Esto te da una idea que las palabras no alcanzan a describir. Hubo esta brillante, magnífica, esplendorosa visión del Cristo preencarnado. Y Ezequiel dice:
«Tal era el aspecto de la semejanza de la gloria del Señor. Cuando lo vi, caí rostro en tierra y oí una voz que hablaba» (v. 28).
A Ezequiel le fue dada esta visión, este destello de Cristo en Su gloria en el cielo, pero ahora Cristo ha venido a la tierra. Está caminando en Palestina. Él sube al monte y lleva consigo a tres de sus discípulos más cercanos. Los discípulos reciben esta visión de la plenitud de la gloria de Dios, una visión del Cristo encarnado en Su gloria.
Y esta es una vez, durante Su vida terrenal, cuando se levanta el velo, el velo de Su humanidad, y se nos da un vistazo de la gloria que Él tenía antes de venir a la tierra, y la gloria que será de Cristo por toda la eternidad.
Juan 1 lo describe así: «El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos Su gloria» (v. 14).
El hombre que escribió eso estuvo allí en el Monte de la Transfiguración. Ellos vieron Su gloria con sus propios ojos.
Otro de los hombres que fue testigo ocular escribió en 2 Pedro capítulo 1: «Fuimos testigos oculares de Su majestad… pues estuvimos con él en el monte santo» (vv. 16-18).
Un comentarista dijo algo sobre esto que me pareció útil. Dijo: «Esencialmente, no se trataba de un nuevo milagro, sino del cese temporal de uno en curso. El verdadero milagro fue que Jesús, la mayor parte del tiempo, pudo evitar mostrar esta gloria».
Así que aquí está Jesús, Él es Dios, pero Él lo oculta; Él lo cubre en carne humana durante todos los treinta y tres años que vivió y caminó en esta tierra, excepto por este momento en el monte donde el velo se desprende y tenemos este cese temporal de ese milagro en curso.
Así pues, la Transfiguración señala la gloria de Cristo. También apunta a Su regreso en gloria.
Jesús dio a sus discípulos un anticipo de lo que estaba por venir. Esta es la gloria que habían estado esperando. Esta es la gloria que esperaban del Mesías. Esto es lo que pensaban que Jesús vendría a hacer a la tierra. Jesús les había dicho que habría sufrimiento, que habría una cruz, que habría traición, que habría muerte, pero que después de eso, el Hijo del Hombre volvería en gloria. Él ya les había dicho eso. Pero ahora les está dando un vistazo de lo que pueden esperar después de la cruz.
Y luego esta Transfiguración apunta de manera poderosa a la cruz, a la pasión, a la muerte de Cristo. El versículo 30 de Lucas capítulo 9 nos dice: «Y he aquí que se les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él».
Ahora, te preguntarás de qué estaban hablando. Moisés, Elías y Jesús. Podríamos hacer toda una serie sobre esta escena, pero hoy solo les voy a dar la versión condensada, en pocas palabras, porque quiero concentrarme en el Cristo incomparable. ¿De qué estaban hablando?
El relato de Lucas nos dice de qué estaban hablando. Dice que «hablaban de la partida de Jesús que Él estaba a punto de llevar a cabo en Jerusalén»(v. 31). Jesús acababa de decir a sus discípulos que debía ir a Jerusalén. ¿Y qué sucedería allí? Sufriría y lo matarían.
La Escritura dice ahora que en Su Transfiguración, Jesús estaba hablando con Moisés y Elías acerca de Su partida que iba a cumplir en Jerusalén. ¿De qué estaban hablando? De Su muerte.
Algunas de sus traducciones más antiguas, en lugar de la palabra «partida», dicen que hablaban de Su «fallecimiento». A veces hablamos de personas que murieron como que han fallecido. Han partido; se han ido.
La palabra griega traducida muerte es la palabra éxodo: «partir». Ahora piensa en eso. 1400 años antes, cuando los hijos de Israel estaban esclavizados, sometidos a los crueles capataces en Egipto, Dios había levantado a un libertador. ¿Cómo se llamaba? Moisés, para sacar a los hijos de Israel de la esclavitud. ¿Cómo se llamó todo esto? El Éxodo.
Ahora, aquí está Moisés, el libertador, el que presidió el éxodo, en lo que respecta a los humanos, hablando con Jesús sobre Su éxodo venidero, es decir, la muerte de Cristo, a través de la cual Dios traería liberación a las personas que toda su vida habían sido esclavas, y han vivido en esclavitud al pecado. El éxodo del Antiguo Testamento apuntaba al éxodo del Nuevo Testamento. La muerte de Cristo, su partida, es lo que hace posible que seamos liberados de nuestra esclavitud al pecado.
Y aquí se ve la centralidad de la cruz en la historia de Dios. De eso hablaban ellos: de la muerte de Cristo, que sería nuestro éxodo, nuestra liberación del pecado. Esa cruz es el punto central de toda la historia humana.
Mira el versículo 4 de Mateo capítulo 17: «Entonces Pedro dijo a Jesús: “Señor, bueno es que estemos aquí; si quieres, haré aquí tres enramadas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías”».
Y decimos: «¡Pero Pedro, ¡¿qué dices?!». De hecho, el Evangelio de Lucas nos dice que no sabía lo que decía. ¿Cuántas veces hablamos sin saber lo que decimos?
Pero me identifico con el deseo de Pedro. ¿Has tenido tú esos momentos en los que experimentas la más dulce comunión con Dios, adoración, bendición? Tus problemas quedan atrás. Puede ser un día en que vienes a una sesión de grabación, y es un día precioso, y ¿quién quiere irse? Pero piensas en lo que tendrás que enfrentar al volver a casa.
Vuelves a tu ambiente de trabajo, o a tu familia llena de estrés, al dolor, a la incredulidad. Puedo entender que Pedro quisiera quedarse donde estaban arriba en el monte, en compañía de Jesús, Moisés y Elías. ¿Recuerdas a qué se enfrentaron ellos cuando bajaron a ese valle? A la miseria, a la incredulidad, a un hombre con un hijo endemoniado.
¿Quién no preferiría estar en el monte? ¿No preferirías estar allí que en Jerusalén donde Jesús acababa de decir que iba a sufrir y morir? Pero el plan de Dios era la cruz. Y Cristo gustosamente escogió ir a Jerusalén para morir. Él dijo: «Debo ir a Jerusalén». Y eligió hacer eso en vez de quedarse donde estaba en la cima de ese monte, o simplemente en ese momento ascender de regreso a Su Padre en el cielo.
El versículo 5 dice:
«Mientras estaba aún hablando, una nube luminosa los cubrió; y una voz salió de la nube, diciendo: “Este es Mi Hijo amado en quien Yo estoy complacido [¿Hemos oído eso antes en alguna parte? En el bautismo de Jesús]; óiganlo a Él”» (Mt. 17:4-5).
Mientras Pedro seguía hablando, y es como que Dios le dijo: «¡Cállate!». Y no lo digo de una manera irreverentemente, pero fue: «¡Pedro, deja de hablar! Escucha a Jesús. Escúchenlo a Él. Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».
Ahora, sabemos que no solo Dios estaba complacido con Su Hijo, el Hijo de Dios sin pecado y sin mancha, creo que también está diciendo que está bien complacido con el sacrificio que Jesús estaba preparándose para ofrecer, el sacrificio de Su propia vida que iba a ofrecer por los pecados de la humanidad.
Dios estaba diciendo: «Estoy complacido con ese sacrificio. Es aceptable para Mí. Aceptaré el sacrificio de Tu vida en lugar de cada ser humano pecador que haya vivido en este planeta. Jesús, lo que vas a hacer al dar Tu vida es suficiente. Me satisfará. Satisfará Mi justa ira contra el pecado. Estoy complacido. Acepto este sacrificio».
A menudo leemos en el Antiguo Testamento acerca de sacrificios que eran de olor, de aroma agradable, que eran aceptables a Dios, y estos apuntaban, señalaban a Jesús. Y Dios dice: «Yo estoy complacido con Mi Hijo, y estoy complacido con Su sacrificio».
Versículo 6:
«Cuando los discípulos oyeron esto, cayeron sobre sus rostros y tuvieron gran temor [no hay duda]. Entonces Jesús se les acercó [y me encanta esto de que Él se acercó] y tocándolos, dijo: “Levántense y no teman”» (vv. 6-7).
¿Puedes ver la misericordia y la bondad de Cristo? Ellos no fueron consumidos por la santidad y la gloria de Dios. ¿Por qué? Ellos eran pecadores. Pero en anticipación del sacrificio que Jesús iba a hacer por sus pecados, Jesús los tocó y les dijo: «Levántense y no tengan miedo».
Escucha, si no fuera por Cristo, tú y yo tendríamos que temblar de miedo ante un Dios justo y santo todos los días de nuestra vida y por toda la eternidad. Pero podemos levantarnos y no tener miedo porque Cristo ha hecho ese sacrificio.
Versículo 8:
«Y cuando alzaron sus ojos, no vieron a nadie sino a Jesús solo. Mientras descendían del monte, Jesús les ordenó: “No cuenten a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre haya resucitado de entre los muertos”» (vv. 8-9).
Así que vemos en esta escena la sumisión y el sacrificio de Cristo, un vistazo de lo que dejó a un lado para venir a esta tierra. Y cuando vemos su gloria, vemos lo que le costó asumir la humanidad. Me parece que en ese momento, cuando el velo de la humanidad se retiró lo suficiente como para que pudiéramos ver la gloria que estuvo allí todo el tiempo, Jesús pudo haber optado por volver al cielo. Pero en lugar de eso (¿y no estás agradecida?), en lugar de eso, eligió bajar de nuevo ese monte, para enfrentarse a la necesidad humana, a la miseria humana, a las fuerzas demoníacas, al pecado, a la muerte, a la enfermedad y a la cruz.
Y todo esto apunta no solo a la gloria de Cristo, sino a la gloria de la cruz de Cristo. Pero hay más. La Transfiguración apunta a nuestra transformación, a la semejanza de Cristo. ¿Y cómo hace esto? Bueno, la Escritura dice que se «transfiguró» ante ellos. Esa no es una palabra que usamos en el lenguaje cotidiano. El idioma original, el griego aquí, la transliteración de esa palabra es que Él fue «metamorfoseado». Hubo una metamorfosis que tuvo lugar. Es una palabra que significa: «Él cambió totalmente toda Su apariencia». Ellos todavía podían reconocerlo como Jesús, pero se veía totalmente diferente. La gloria era tan grande.
La implicación es que la gloria de Dios en nosotros es lo que nos cambiará y nos hará diferentes. Transfigurado un cambio total de forma y de apariencia.
Y esta es una palabra que solamente se utiliza aquí, en este relato de la Transfiguración, y en otros dos lugares del Nuevo Testamento. Una es Romanos 12, que dice: «Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense [transfigúrense, cambien de adentro hacia afuera] mediante la renovación de su mente» (v. 2). Conviértete en una persona completa, nueva y diferente. No dejes que el mundo te meta en su molde, sino conviértete en una persona nueva, transfigurada, metamorfoseada.
Y la segunda vez que se utiliza la Palabra, se encuentra en 2.ª Corintios capítulo 3, versículo 18, donde dice:
«Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando la gloria del Señor… [como lo hicieron los discípulos aquel día], estamos siendo transformados [ahí está esa palabra: transfigurados, metamorfoseados, cambiados, tanto interna como externamente, estamos siendo transformados] en la misma imagen de gloria en gloria».
¡Wow! ¡Qué proceso! Al contemplar a Cristo transfigurado, al contemplar Su gloria, estamos siendo transfiguradas a Su semejanza, estamos siendo transformadas. Y esto es un proceso invisible que tiene lugar en la vida de los creyentes durante toda su vida aquí en la tierra. Él nos está preparando para la eternidad en el cielo, donde esa plenitud de nuestra humanidad, redimida, será restaurada, esa impecabilidad. Seremos finalmente libres de esta naturaleza pecaminosa, y seremos conformadas a la imagen de Cristo. ¡Wow!
Una cosa más, ¡espera, porque todavía hay más! Esto no solo apunta a nuestra transformación a Su semejanza, sino que apunta a nuestra gloria futura y a la transformación final de nuestros cuerpos físicos.
Moisés y Elías, que habían muerto (o habían sido trasladados, en el caso de Elías) cientos de años antes, ellos seguían existiendo. Esta fue una poderosa declaración para muchos de los judíos de la época de Jesús que no creían en la vida después de la muerte. Ellos seguían vivos. Esto habla de la inmortalidad del alma y de la resurrección del cuerpo.
Pero luego observamos el glorioso cuerpo resucitado de Cristo que vemos por un momento allí en el Monte de la Transfiguración: ropas radiantes, semblante radiante. Es una imagen de lo que Dios nos tiene reservado, debido a lo que Él ha logrado para nosotros a través de Su éxodo. Así leemos en Filipenses capítulo 3:
«Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará [Es una palabra un poco diferente, pero parecida. Él transformará. Es una palabra que significa “cambiar la forma externa de algo”] el cuerpo de nuestro estado de humillación [¿Y quién no se alegra por eso?] en conformidad al cuerpo de Su gloria» (vv. 20-21).
Amigas, no pasen demasiado tiempo tratando de cambiar la forma de su cuerpo externo. Porque, por un lado, cuanto más envejeces, más difícil o imposible es, y, por otro lado, Dios va a transformar nuestros cuerpos de humillación para que sean como Su cuerpo glorioso. ¡Uf! ¡Y eso me gusta! ¡Me encanta!
Al final de los tiempos, tendrá lugar esa transformación exterior, física, de nuestros cuerpos. Pero recuerda que esa transformación, esa transfiguración, esa metamorfosis es algo que está ocurriendo ahora mismo dentro de nosotras, un cambio interno, no solo de apariencia externa, sino de esencia real. Lo que somos está siendo cambiado a Su semejanza a medida que contemplamos la gloria de Cristo. ¡Y eso también me gusta!
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth te ha estado mostrando por qué la Transfiguración de Jesús es tan importante para ti y para mí. Ella habla de eso en su nuevo devocional, Incomparable: 50 días con Jesús.
Esta semana nos tomaremos un tiempo para hablar con Randall Payleitner, de Moody Publishers, sobre el nuevo libro de Nancy. Randall, bienvenido de nuevo a Aviva Nuestros Corazones.
Randall Payleitner: Gracias. Me alegro mucho de estar aquí. Es un honor cada vez que puedo hablar contigo o con Nancy en este programa.
Débora: Qué bueno, para mí también es un gusto. Randall, cuando las personas oyen la palabra devocional, hay un montón de cosas que vienen a la mente. Pero creo que el libro de Nancy es más que un simple pensamiento inspirador del día. Háblanos de la esencia de cómo Nancy lo ha escrito, y de la diferencia que puede marcar en la vida de quienes lo lean.
Randall: Está diseñado como un devocional. Lo que significa que hay una historia, o tal vez un dato o un momento cultural, el cual Nancy toma. Comienza al principio, o salta a uno o dos versículos bíblicos y sintetiza los cuatro Evangelios mientras consideramos la vida de Cristo. Por supuesto, tenemos a Mateo y Marcos, Lucas y Juan, e incluso algunas profecías del Antiguo Testamento.
Así, mientras el lector va considerando un aspecto diferente del ministerio de Jesús en la tierra, e incluso los últimos capítulos, de Su ministerio actual a la diestra del Padre; no solo es alentado, sino equipado para tomar esas verdades y luego ver su vida impactada y cambiada a causa de ello.
También hay preguntas que Nancy te hace. «Ahora que sabes esto, ahora que aprendiste esto, ¿qué vas a hacer al respecto?». Luego hay versículos bíblicos adicionales e incluso una oración al final de cada día para ayudarte a recapitular lo que acabas de aprender.
Según recuerdo, hay siete capítulos hacia el final, que son las siete últimas frases de Cristo desde la cruz. Cada una de ellas es un día. Y aborda algunas de las implicaciones del Antiguo Testamento de esos días, o considera el impacto personal que esas palabras habrían significado para los testigos de la crucifixión.
Pero nosotros, 2.000 años después, podemos ver esas palabras. Nancy nos ayuda a orientarnos en el camino hacia lo que eso significa para nosotros hoy como seguidores de Cristo: ¿por qué esa palabra en ese momento importaba tanto? Es probable que muchos de nosotros hemos perdido el entender el contexto de esas palabras. Al menos, a mí me ha pasado.
Débora: ¿Cómo animarías a un lector a utilizar Incomparable?
Randall: Una forma obvia de utilizar el libro sería durante el tiempo de Cuaresma, justo al comenzar esos cuarenta días antes del Domingo de Resurrección. Si estás celebrando la Cuaresma, o si estás comenzando el camino previo a la Pascua, previo al Viernes Santo, hacia la muerte y resurrección de Cristo, este libro es un compañero maravilloso para ti en ese recorrido.
Te dará Escrituras para leer; tendrás una amiga durante ese recorrido, Nancy, y por supuesto, Jesús, mientras recorres el camino hacia la Pascua. Así que, yo diría que en cuanto a la época del año, ese sería un tiempo maravilloso. Dicho esto, no es un libro de Cuaresma. No es necesario leerlo en Pascua.
Leí por primera vez El Cristo incomparable hace dieciocho años, en septiembre. Lo recuerdo. No tenía nada que ver con la época del año. Cristo es incomparable todos los días del año. De hecho, uno de los capítulos del libro de Nancy se titula «Todos los días son Pascua». Esa es la idea del libro.
Yo diría que, desde el punto de vista de la experiencia, una forma de leerlo sería con otra persona. A medida que avanzas y retrocedes en las Escrituras, a medida que avanzas y retrocedes en la comprensión de la humanidad y la divinidad de Jesús, es un libro maravilloso para leer con un cónyuge o un hermano o un compañero de cuarto o incluso con un pequeño grupo de personas.
Sería una experiencia maravillosa encontrarse con Jesús de una forma renovada con una compañera creyente.
Débora: Esa es una gran perspectiva de Randall Payleitner de Publicaciones Moody. Si aún no has adquirido «Incomparable», el nuevo libro de Nancy, puedes obtenerlo visitando avivanuestroscorazones.com. Es nuestra manera de decir «¡Gracias por tu apoyo a este ministerio!». Y como Randall mencionó, es un buen libro para cualquier época del año, pero especialmente durante esta temporada que conduce a la Pascua.
Y, ¿has escuchado alguna vez que se refieran a Jesús como profeta? Cuando entres en la mentalidad de la gente de la época de Jesús, entenderás por qué Su papel como profeta era tan importante. Nancy hablará de esto mañana en Aviva Nuestros Corazones. Te esperamos.
Llamando a las mujeres a libertad, plenitud y la abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la series de podcast.
Colabora con nosotras
Tenemos el privilegio de proporcionar las transcripciones de estos mensajes vivificantes. Si el Señor ha usado Aviva Nuestros Corazones para bendecir tu vida, ¿considerarías donar hoy para ayudar a cubrir los costos y expander el mensaje?
Donar $5
Únete a la conversación