El fin de la espera
Débora: Con nosotras Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Tu vida puede ser una bendición hoy, en cualquier etapa de la vida en la que te puedas encontrar.Hemos visto una mujer que vivió una vida con propósito aún a una edad avanzada y en la viudez; una vida centrada en Dios, útil, una vida productiva, no una vida desperdiciada.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth en la voz de Patricia de Saladín.
Débora: Esta semana continuamos en la serie titulada, La dedicación del Rey, basada en un estudio de Nancy del capítulo 2 del Evangelio de Lucas. Hoy ella te hace la pregunta: ¿Qué es aquello que has estado esperando?
Nancy: Quiero que piensen en alguna ocasión en que ustedes hayan querido algo con todas, todas sus fuerzas, algo por lo cual han esperado por mucho tiempo. Tal vez seas como una mujer que conozco …
Débora: Con nosotras Nancy DeMoss Wolgemuth.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Tu vida puede ser una bendición hoy, en cualquier etapa de la vida en la que te puedas encontrar.Hemos visto una mujer que vivió una vida con propósito aún a una edad avanzada y en la viudez; una vida centrada en Dios, útil, una vida productiva, no una vida desperdiciada.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth en la voz de Patricia de Saladín.
Débora: Esta semana continuamos en la serie titulada, La dedicación del Rey, basada en un estudio de Nancy del capítulo 2 del Evangelio de Lucas. Hoy ella te hace la pregunta: ¿Qué es aquello que has estado esperando?
Nancy: Quiero que piensen en alguna ocasión en que ustedes hayan querido algo con todas, todas sus fuerzas, algo por lo cual han esperado por mucho tiempo. Tal vez seas como una mujer que conozco que ha esperado años para poder tener un hijo. Dios todavía no la bendice con un hijo, y ahora ella y su esposo están esperando adoptar. Pero ellos han esperado por un hijo adoptivo por varios años y Dios todavía no les ha cumplido el deseo de sus corazones.
Pienso en algunas mujeres que conozco que han esperado años para que Dios les dé un compañero, desean ser esposa y madre, han esperado y esperado. Tal vez tú has esperado para tener tu propia casa o para tener una casa diferente. Tal vez es algo que tú realmente quieres, por ejemplo la salvación de un ser amado, alguien por quien tú has estado orando, has deseado que Dios toque su vida.
Tal vez es la restauración de un matrimonio disuelto, el tuyo o el de un familiar o el de una amiga. Tal vez sea un hijo o una hija que ha estado apartada de Dios, o un nieto, y tú has esperado y deseado que Dios haga algo. Y gente alrededor tuyo, gente que conoces bien, sabe que has estado esperando, sabe que has estado anhelando, sabe que esto ha sido el deseo de tu corazón.
¿Cómo es que ellos lo saben? Porque seguramente si es un gran deseo en tu corazón, es algo de lo que tú hablas. Tal vez les has pedido que oren, y de vez en cuando ellos te preguntan, «¿cómo va?» Así como yo le mando correos electrónicos a mi amiga periódicamente, esa que ha estado esperando adoptar un hijo, «¿has recibido alguna noticia de la adopción?» Así que se vuelve un tema de conversación.
Y después, tal vez, en algunas de estas situaciones, el día llega cuando Dios contesta tu oración. Dios cumple tu anhelo, lo que has estado orando, lo que has estado esperando ¡sucede!
Te embarazaste después de años de infertilidad. La adopción fue aprobada. Dios trajo un esposo a tu vida. Eso le acaba de pasar a una amiga mía, la cual había estado esperando por años y Dios acaba de traer, al parecer de la nada, providencialmente, un hombre piadoso a su vida; y ella simplemente está eufórica. Tal vez el Señor proveyó la casa que tú estabas esperando o el Señor salvó a ese ser amado o ha reconciliado a ese hijo con Él mismo.
¿Qué pasa después? Tú dices, «¡alabado sea el Señor!» Tú tomas el teléfono, le hablas a tu mamá, le hablas a tu mejor amiga. Le hablas a tu grupo de oración. «¿Adivinen lo que Dios hizo?» Tú les compartes la maravillosa noticia. Mandas un correo electrónico. Tú no puedes esperar para compartir las buenas noticias con la gente que ha estado esperando y orando junto contigo.
Bueno, esto es exactamente lo que vemos que pasa con Ana, a quien hemos estado viendo en el Evangelio de Lucas capítulo 2. Permítanme leer de nuevo los versículos que se relacionan con ella y después veremos el último versículo acerca de su vida.
Lucas 2: 36-37: «Y había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Ella era de edad muy avanzada, y había vivido con su marido siete años después de su matrimonio, y después de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. Nunca se alejaba del templo, sirviendo noche y día con ayunos y oraciones».
Hemos dicho bastante acerca del carácter de esta mujer, del corazón de esta mujer, del enfoque, de la preocupación de esta mujer.
Versículo 38: «Y llegando ella en ese preciso momento…» Si no has estado con nosotras, permítanme restablecer dónde estamos. Estamos en el templo. María y José han traído al niño Jesús recién nacido para dedicarlo, para presentarlo al Señor. Simeón los ha encontrado y ha reconocido que Él es la consolación de Israel tan esperada por mucho tiempo. Él ha hablado palabras proféticas de lo que pasará en la vida de este niño.
Entonces llega Ana guiada por el Espíritu de Dios en ese preciso momento. Ella ve la misma cosa que los ojos de Simeón se han abierto para ver, ¡a Cristo! El Espíritu Santo es el que les mostró a ellos que este era Cristo. No creo que este bebé haya lucido diferente a cualquier otro bebé.
Llegando ella en ese preciso momento, ¿qué es lo que ella hace? Ella empieza a dar gracias a Dios y a hablar de Él, hablar de Cristo a todos los que estaban esperando, a aquellos que como ella habían estado orando todos esos años, a todos los que estaban esperando la redención de Jerusalén. La redención de Jerusalén estaba aquí. ¡El redentor estaba aquí!
¿Qué hace Ana cuando ve a Cristo? ¿Cuál fue su respuesta? Bueno, vemos una respuesta vertical, y una respuesta horizontal. La respuesta vertical vino primero, y esta respuesta fue adorar. Ella comenzó dándole gracias a Dios. Vemos su gratitud.
La palabra para «dar gracias» en griego es una palabra compuesta extensa que no puedo pronunciar que significa, «reconocer plenamente, celebrar plenamente en alabanza con acción de gracias». Es un término de celebración. Ella empezó a dar gracias. Era solo la expresión natural e irreprimible de un corazón que ha estado esperando y anhelando, así como si ustedes estuvieran esperando todos esos años para tener a un hijo o para tener un esposo o para ver a alguien que ustedes aman y anhelan que venga a Cristo.
Y cuando esto pasa, nadie tiene que decir, «ok, ahora da gracias a Dios». No necesitan que alguien les diga que lo hagan; lo hacen de manera natural.
Estaba hablando con una mujer hace unas noches. La última vez que este grupo se reunió para una de nuestras grabaciones de Aviva Nuestros Corazones. Una de las mujeres compartió una petición de oración por su hijo, quien no había estado caminando con el Señor. Hablamos de este tema de orar y de mantenernos unos a otros en oración. Esto fue hace ya casi un mes.
Ella me dijo anoche que algunas de las mujeres en el grupo comenzaron a orar, mujeres que ni siquiera conocían a su hijo, y que en las últimas semanas Dios había estado atrayendo el corazón de su hijo de regreso al Señor. Él rompió con una novia que era gran parte del problema. La relación era parte del problema.
Ella me decía… No hay un guión que diga, «ok, ahora es tiempo, debes decir, esto es algo estupendo, esto es algo que Dios ha hecho». Estaba en su corazón. Ella estaba agradecida. Ella estaba agradecida por lo que Dios estaba haciendo con su hijo.
Y cuando Ana vio físicamente, visiblemente, a este niño que era el cumplimento de todas sus esperanzas y sueños y ayunos y oraciones, aquello en lo cual ella se había enfocado y aquello que había anhelado por todos esos años, ¿qué es lo que ella podía hacer más que darle gracias a Dios? Ella había estado orando. Ella había estado pidiéndole a Dios.
Eso es lo que Pablo dice en Filipenses. Haz tus peticiones a Dios y no se te olvide darle gracias a Él por sus respuestas. Ella había estado pidiéndole a Dios y ahora ella dice, «Señor, tú has sido fiel para hacer lo que te he pedido. ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!»
Estuve pensando en otras ocasiones en las Escrituras donde otras personas tuvieron encuentros con el poder de Dios y cómo su respuesta natural fue dar gracias. Pienso en ese leproso en Lucas capítulo 17 que Jesús sanó. En realidad, Jesús sanó a diez leprosos, pero uno de esos leprosos regresó. Se dice que él empezó a alabar a Dios en voz alta, aferrándose a Jesús y diciendo, «gracias, gracias, gracias, por lo que has hecho».
¿Recuerdan en Hechos 3, cuando Pedro y Juan fueron al templo en la hora de oración y encontraron allí un mendigo lisiado que fue sanado en el nombre de Jesús de Nazaret? Se dice que él empezó a saltar y a brincar y a alabar a Dios. Es una respuesta natural cuando Dios ha sido clemente y misericordioso y nos ha dado el buen regalo de Cristo.
En el plano vertical, Ana adora a Dios en respuesta a lo que Él ha hecho, y en el plano horizontal, ella da testimonio. Ella adora a Dios y después ella da testimonio a otros.
Lucas 2:38 dice: «y llegando ella en ese preciso momento, daba gracias a Dios y hablaba de Él», refiriéndose a Cristo, a este bebé, «a todos los que esperaban la redención de Jerusalén». Ella empezó a hablar de Él.
No está del todo claro, de manera que no sabemos si ella empezó a hacerlo ahí mismo en el templo con la gente que se había juntado alrededor. «¡Miren! ¡Este es Cristo! ¡Este es Aquel que hemos estado esperando. Este es la redención de Jerusalén!» Y tal vez una pequeña multitud se reunió alrededor allí o tal vez ella empezó a moverse por los alrededores del templo.
Ella había pasado mucho tiempo en el templo. Ella sabía quiénes eran los demás adoradores. Ella sabía quiénes eran los otros adoradores de corazón. Ella sabía quiénes eran las otras personas que estaban anhelando la redención de Jerusalén. Así que tal vez ella corrió alrededor del templo en ese mismo momento para decirles, «Él está aquí. Él está aquí. La redención de Jerusalén ha llegado. Después de 400 años de silencio desde el libro de Malaquías, la profecía de Malaquías, Dios ha venido y visitado esta tierra».
O tal vez ella salió del templo y se fue a buscar a otros en Jerusalén, gente que ella sabía que estaba anhelando que Dios enviara la consolación de Israel. Nosotros no lo sabemos. Pero ella conocía la gente que había estado esperando, y ella salió a encontrarlos. Ella fue una de las primeras que dio testimonio de Cristo. Ella agradeció a Dios; ella adoró, y ella dio testimonio.
Fue similar a la respuesta de los pastores anteriormente en este capítulo en los versículos 16 y 17 que dicen: «Fueron a toda prisa y hallaron a María y a José y al niño acostado en el pesebre, y cuando lo vieron dieron a saber lo que se les había dicho de este niño.» Lucas 2 nos dice: «y todos los que lo oyeron se maravillaron» (v.18), de boca en boca se empezó a difundir.
Nadie tuvo que sentar a estos pastores o a Ana para decirles, «este es un curso para aprender cómo compartir tu fe con otros. Aquí están cuatro puntos que debes compartir». No estoy desacreditando el uso de herramientas o de entrenamiento o clases o esquemas o el aprender a ser más efectivos al compartir nuestra fe. Pero ¿saben qué? La herramienta más efectiva para compartir nuestra fe, es una persona que ha tenido un encuentro con Cristo solo compartiendo lo que ha vivido; esto es lo que la palabra testificar significa, decir lo que tú has visto.
Estoy convencida que la razón por la que la gente no testifica de Cristo es porque en realidad nunca ha visto a Cristo. Tú no puedes testificar sobre algo que nunca has visto. Sé que podría haber temor. Pero te diré algo, Ana no tuvo temor en ese momento. Ella había estado esperando por tanto tiempo que simplemente necesitaba decirlo, así que lo hizo. Ella agradeció a Dios y ella les contó a otros.
En la ciudad de Jerusalén, aparentemente había hombres y mujeres devotos, además de Simeón y Ana, quienes conscientemente, insistentemente, esperaban expectantes la redención de Jerusalén. La mayoría de los judíos no estaba pensando en esto en esos días. Ellos simplemente se ocupaban de sus cosas. Ellos eran religiosos, pero no estaban buscando a Cristo.
Pero había un remanente, un grupo de personas dispersas por toda la ciudad, un pequeño número probablemente, quienes habían estado buscando a Dios, buscando al Señor, anhelando que Él viniera. Esta gente no estaba esperando un héroe militar, cabalgando en un carruaje para libertarlos de los romanos. Ellos estaban esperando al Príncipe de Paz, al Redentor, el que salvaría a Su pueblo de sus pecados. Eso era lo más importante para ellos.
Ana sabía quiénes eran estas personas. Ella habló de Él a todos aquellos que estaban esperando la redención de Jerusalén. ¿Saben qué? «¡Pájaros de la misma camada vuelan juntos!» Ella sabía quiénes eran aquellos que pensaban como ella. Ella sabía quiénes eran las otras personas que compartían su corazón. Ellos tenían espíritus afines.
Pienso que no es una mala interpretación del texto decir que ella tenía comunión con esas personas. Ella tenía compañerismo con esas personas. Ella tenía una relación con esas personas. No sabemos, pero tal vez estas personas se reunían periódicamente o regularmente en el templo para orar por la redención de Jerusalén, para orar para que el Mesías viniera.
Tal vez ellos se reunían en casas.Tal vez durante la cena conversaban acerca de cuándo Él vendría, acerca de sus anhelos de ser libres del pecado, de sus anhelos por un Salvador. Tal vez ellos hablaban de las profecías de Isaías. Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado… y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz (Isa. 9:6).
Juntos hablaban de la esperanza que atesoraban dentro de sus corazones y que los unía. Eso era lo que los unía.
En el tercer capítulo de Malaquías, ¿recuerdan? Malaquías es el último libro del Antiguo Testamento, la última profecía que Dios habló antes de los 400 años de silencio, tiempo que termina con el nacimiento de Cristo. En Malaquías capítulo 3, versículo 16, dice: «entonces los que temían al Señor se hablaron unos a otros, y el Señor prestó atención y escuchó, y fue escrito delante de Él un libro memorial para los que temen al Señor y para los que estiman su nombre».
Yo le llamo, «la comunión de los que esperan». Es el vínculo que une nuestros corazones, ese vínculo sagrado. Algunas veces puedes estar más cercana a algunas personas del cuerpo de Cristo que a tu propia familia porque sus corazones laten a la par junto con el tuyo. Están de acuerdo en las mismas cosas.
Yo tengo amigos así. Nosotros somos parte de esa «comunión o fraternidad de aquellos que esperan», aquellos que están esperando que el avivamiento llegue, aquellos que Dios ha llamado, que están rogando que Él venga y visite Su iglesia en nuestros tiempos con un torrente fresco de Su Espíritu. «La comunión de aquellos que esperan».
Hay una comunión, un sentido de fraternidad entre aquellos que esperan el regreso de Cristo, la segunda venida de Cristo, aquellos que están esperando que la trompeta suene y que el novio venga y reclame a Su esposa. La comunión de aquellos que están esperando, orando, anhelando, con expectativa.
¿Eres parte de esta hermandad? ¿Conoces a otros que tienen esta comunión? Así que la pregunta, en la medida que nos acercamos al fin de este año, la pregunta que nos hacemos ahora, ¿qué hizo Ana? Ella adoró y ella testificó.
Y nosotros, ¿qué debemos hacer? Adorar y dar testimonio. Adorar y dar testimonio. Dar gracias a Dios. Debemos darle gracias a Dios, no solo en Navidad, cuando celebramos con todos estos adornos, hermosa música y luces, sino cuando todo ya haya sido guardado. No dejes de adorar.
Da gracias a Dios. Da gracias a Dios quien de tal manera amó al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan 3:16). Da gracias a Dios, y no pares de dar gracias.
Y después habla de Él, habla de Él a otros que están esperando a Cristo, otros que lo aman. Cristo ha venido y nosotros necesitamos hablar de Él a aquellos que no saben que Él ha venido. Esta es una oportunidad maravillosa. La vida es una gran oportunidad. Mientras Dios te dé aliento, tienes una gran oportunidad para compartir de Él a aquellos que no lo conocen.
Durante todo el año:
- Comparte de Él a aquellos que son parte de «los que le esperan»
- Mantén la brasa de tu corazón cerca de otras brasas. Eso es lo que hace que el fuego arda. No te aísles
- Sé parte del «grupo de hermanos que lo esperan», aquellos que están esperando que el Señor venga y visite a Su pueblo
- Adora y testifica.
Así que hemos visto en la vida de Ana, a quien espero que hayan aprendido a amar y apreciar de una forma fresca; una mujer de intachable carácter, una mujer con una reputación piadosa, una mujer con una gran devoción y amor por Dios, una mujer que vivió una vida apartada, no de este mundo, una vida de abnegación y de disciplinas espirituales en vez de autocomplacencia, una mujer de oración, una mujer de determinación y firmeza. Ella adoraba, servía a Dios en el templo día y noche. Una mujer que estaba esperando, anhelando con atención la redención de Jerusalén, una mujer que era parte de una comunidad de fe, de la hermandad de los que esperaban, una mujer de adoración y una mujer que daba testimonio.
Hemos visto a una mujer que tenía su vida orientada hacia Dios, una mujer cuya vida giraba alrededor del Señor y de otros. Para ella, esto era su estilo de vida. ¿Puedo decir, por cierto, que de esto se trata ser cristiano? Es tener una vida centrada en Cristo. En una etapa de su vida, tal vez a los 104 años de edad, donde muchos se sienten inútiles y aburridos, Ana vivió una vida que trajo gloria a Dios, una vida que promovió Su reino como una anciana.
Ella bendijo a la gente de su tiempo. Ella nos ha estado bendiciendo a nosotras a medida que hemos estudiado su vida. Tu vida puede ser una bendición en día de hoy, en cualquier etapa de la vida en la que te puedas encontrar. Hemos visto una mujer que vivió una vida con propósito aún a una edad avanzada y en la viudez; una vida centrada en Dios, útil, una vida productiva, no una vida desperdiciada.
A medida que pienso en Ana, recuerdo un pasaje en el Salmo 71 que ha sido una oración mía casi toda mi vida, y sigue siendo una de mis oraciones. Salmo 71:17-18: «Oh Dios, tú me has enseñado desde mi juventud, y hasta ahora he anunciado tus maravillas. Y aun en la vejez y las canas, no me desampares, oh Dios, hasta que anuncie tu poder a esta generación, tu poderío a todos los que han de venir».
Ya tengo más canas que desde que empezamos Aviva Nuestros Corazones, y ya tengo varios años más desde que iniciamos Aviva Nuestros Corazones; pero al paso que avanzo más en años y en canas, estoy diciendo: «Señor, con cada respiro que Tú me des, permíteme amarte. Permíteme buscarte. Permíteme ser una mujer de oración, de perseverancia y de fidelidad. Permíteme proclamarles a otros Tus obras maravillosas, Tu poder, Tu fuerza. Señor, nunca permitas que mi vida te traiga deshonra. No permitas que malgaste ninguna etapa de mi vida. Mientras Tú me des aliento, hasta la meta final, hazme una mujer de Dios fiel, santa y útil».
Esta es mi oración para ustedes también. Señor, sé que hemos tenido mujeres jóvenes escuchando que no están pensando para nada en la vejez; es lo último en sus mentes. Pero oro que por medio de esta serie, Tú las hayas instado a meditar en qué tipo de mujeres ellas quieren llegar a ser.
Señor, nosotras queremos honrar a las mujeres ancianas que conocemos y que han sido fieles a Ti y a Tu Palabra, quienes han sido nuestras mentoras, y nos han dado el ejemplo. Te damos gracias por ellas. Oramos que Tú las bendigas.
Y Señor, ahora oro por aquellas mujeres ancianas que tal vez estuvieron escuchando y tal vez hayan pensado, «en realidad, yo no tengo mucho que ofrecer en esta etapa de mi vida». Oh Dios, que ellas puedan ver todo lo que pueden contribuir. ¿Las pudieras hacer fructíferas, siervas fructíferas tuyas hasta la meta final?
Y Señor, que todas nuestras vidas, sean jóvenes, ancianas, solteras, viudas, divorciadas, o en cualquier etapa de la vida en que nos encontremos, con hijos, sin hijos, que en cada etapa de nuestras vidas dirijamos a la gente a Jesús, en cuyo nombre y causa oramos todo, amén.
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth ha estado orando por cada una de nosotras, y nos ha animado a ser de bendición a los que nos rodean en la etapa de vida en la que nos encontramos. Esta enseñanza es parte de la serie titulada, La dedicación del Rey. Accede tanto al audio como a las transcripciones de estos episodios a través de nuestra aplicación móvil llamada Aviva Nuestros Corazones (que también verás bajo el nombre en inglés «Revive Our Hearts») o de nuestro sitio web, AvivaNuestrosCorazones.com
Y cuando nos visites, no olvides echarle un vistazo a nuestro podcast dirigido a madres. Este se llama «Que amen a sus hijos». A través de este animamos a las madres a responder con gozo al llamado divino de la maternidad. Dios no espera que aprendamos a amar a nuestros hijos solas, por eso ha encomendado que las mujeres ancianas enseñen a las mujeres más jóvenes cómo llevar a cabo esta hermosa encomienda. Nuestro anhelo es que cada episodio se sienta como una conversación llena de sabiduría práctica y que sirva para conectarte con una mujer en tu contexto local, de tal manera que juntas adquieran una visión renovada del hermoso llamado de la maternidad.
Y hablando de mujeres mayores enseñándoles a mujeres más jóvenes, en los próximos episodios estaremos escuchando de algunos ejemplos prácticos de cómo luciría una Ana en el siglo XXI. Así que asegúrate de acompañarnos para la recta final de esta serie.
Annamarie: Viviendo juntas la belleza del evangelio, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
Vivire Para Ti, Sovereign Grace Music, Eres Dios, ℗ 2012 Sovereign Grace Music.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la temporada de podcast.
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