Despierta
Nancy DeMoss Wolgemuth: Como hijas de Dios somos llamadas, no simplemente a sobrevivir, sino a disfrutar de libertad, plenitud y abundancia en Cristo. Para lograr esto necesitamos un fundamento estable; un ancla, una esperanza segura y firme para nuestras almas que resista los embates de las diversas corrientes de estos tiempos, de las inestables y cambiantes filosofías de este mundo, y los engaños de nuestro propio corazón. Necesitamos estar arraigadas en Cristo, en Su Palabra, en Su amor, en Sus promesas.
Este fin de semana nos estaremos reuniendo para hacer precisamente eso en la Conferencia Mujer Verdadera 2020. Infórmate de cómo puedes ser parte desde tu localidad, en MujerVerdadera20.com. ¡Únete a miles de mujeres alrededor del mundo y sé refrescada y alentada en tu fe para correr la carrera con tus ojos puestos en Cristo.
Annamarie Sauter: Una situación de peligro no es el mejor momento para festejar, pero …
Nancy DeMoss Wolgemuth: Como hijas de Dios somos llamadas, no simplemente a sobrevivir, sino a disfrutar de libertad, plenitud y abundancia en Cristo. Para lograr esto necesitamos un fundamento estable; un ancla, una esperanza segura y firme para nuestras almas que resista los embates de las diversas corrientes de estos tiempos, de las inestables y cambiantes filosofías de este mundo, y los engaños de nuestro propio corazón. Necesitamos estar arraigadas en Cristo, en Su Palabra, en Su amor, en Sus promesas.
Este fin de semana nos estaremos reuniendo para hacer precisamente eso en la Conferencia Mujer Verdadera 2020. Infórmate de cómo puedes ser parte desde tu localidad, en MujerVerdadera20.com. ¡Únete a miles de mujeres alrededor del mundo y sé refrescada y alentada en tu fe para correr la carrera con tus ojos puestos en Cristo.
Annamarie Sauter: Una situación de peligro no es el mejor momento para festejar, pero eso es lo que muchas de nosotras hemos hecho.
Nancy: Que el mundo esté de fiesta, eso no me sorprende, eso no me entristece, pero que la iglesia esté de fiesta, eso sí me entristece; que no estemos conscientes del peligro inminente y de que el juicio de Dios se avecina. De alguna manera, no vemos la conexión entre nuestras decisiones pecaminosas—y me refiero a nuestras decisiones pecaminosas—y las consecuencias que sin duda cosecharemos.
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
La lectura de hoy de la Biblia es Jueces capítulos 4 al 6.
Muchas de nuestras naciones han sido sacudidas por crisis financieras, políticas o sociales, pero los problemas que realmente enfrentamos son mucho más profundos que estos.
Luego de una masacre ocurrida en Estados Unidos hace aproximadamente 10 años, Nancy enseñó un mensaje como reflexión de lo ocurrido. Creo que sus palabras resonarán tal como lo hicieron en aquel momento. Hoy escucharemos la primera parte de su mensaje. Ella comienza contándonos acerca de una llamada telefónica que recibió de una mujer que se encontraba en una situación de peligro.
Nancy: Recibí una llamada telefónica, y llamaré a esta mujer, Sandy. Ella acababa de decirme que se estaba enamorando de un hombre casado que no era su esposo, y mientras hablábamos—yo sabía que no teníamos mucho tiempo y le dije:
«Sandy, si la casa de mis vecinos estuviera en llamas, no estaría preocupada por ofenderlos o herir sus sentimientos o por despertarlos a media noche.
Yo iría y no sería amable, no estaría tranquila, no sería suave... Correría gritando para advertirles del peligro. Intentaría ayudarles a salir de esa casa.
Sandy, debo decirte que estás en una casa que está ardiendo en llamas y quiero ayudarte a salir».
Mis palabras hoy—porque este es un mensaje que Dios acaba de poner en mi corazón en los últimos días—pueden no ser pulidas o refinadas, pero me siento obligada a despertarnos al hecho de que estamos en una casa ardiendo en llamas, y a hacer todo lo posible para rescatar tantas vidas como sea posible antes de que sea eternamente demasiado tarde.
Si has estado siguiendo las noticias en las últimas semanas, estarás de acuerdo en que estamos viviendo tiempos difíciles; desde la Casa Blanca o la casa de gobierno hasta las escuelas, desde la iglesia hasta muchos de nuestros propios hogares. Hemos ignorado y rechazado la Palabra de Dios, y como resultado, nuestra sociedad se está desmoronando. Los cimientos se han erosionado y estamos siendo arrastrados por un torrente de corrupción, violencia y miedo.
A raíz de las masacres y tiroteos en nuestras escuelas y otros lugares, hemos escuchado muchos comentarios y análisis de supuestos expertos. Nuestra cultura ha sufrido una gran caída. Ni todos los caballos del rey y sus hombres, ni todos los políticos, ni todos los educadores o todos los sociólogos pueden restaurar ni componer lo que se ha roto.
La verdad es que no necesitamos escuchar más de lo que piensan los expertos. Estos son días en los que necesitamos desesperadamente escuchar del cielo, escuchar lo que Dios tiene que decirle a nuestra generación, y quiero que sepan que Dios tiene palabras para nuestros días. Las sostengo en mi mano, esta Palabra, la Biblia, es tan verdadera, tan relevante, tan necesaria hoy como lo fue cuando se escribió por primera vez.
Escrito en este libro, hay un mensaje muy importante y audaz, dado por dos valientes hombres de Dios al pueblo de Dios hace más de 2.500 años. Isaías y Jeremías, dos profetas de Dios, vivieron y ministraron al pueblo de Dios en una época de gran decadencia moral y espiritual. Ellos confrontaron al pueblo por su hipocresía, por afirmar que adoraban a Dios mientras al mismo tiempo eran claramente idólatras.
El mensaje de estos profetas no era uno primariamente para las naciones paganas, sino para el pueblo de Dios en la nación de Judá. Ellos se lamentaban ante las prácticas paganas que el pueblo de Dios había llegado a justificar y abrazar, prácticas tan viles y corruptas como lo era el sacrificio de niños. Fueron días oscuros y culminaron con la destrucción de la nación de Judá por parte de los babilonios—una imagen, a lo largo de la Escritura, del sistema mundial.
Los profetas querían que las personas se dieran cuenta de que Dios tenía el control de los acontecimientos históricos y políticos de su época, y de que Él estaba usando la adversidad para castigar a Su pueblo, para advertirles de un juicio aún mayor que venía—y lo más importante—para darles una oportunidad de arrepentirse. Su mensaje nunca fue uno popular, pero estos fieles y valientes hombres de Dios nunca vacilaron en su incesante proclamación de la verdad.
Día tras día, año tras año, ellos confrontaron al pueblo de Dios por su pecado y les rogaron que se arrepintieran. Su mensaje era de juicio—de juicio terrible y cataclísmico que sería seguro si el pueblo de Dios se negaba a arrepentirse. Pero quiero decirte que su mensaje también fue uno de esperanza, un mensaje de gracia, de restauración y del triunfo final de Dios sobre el mal.
Quiero leer dos pasajes, uno del libro de Jeremías y el otro del libro de Isaías. Te voy a dar las referencias. Quizás desees anotarlas, pero quiero pedirte que solo escuches mientras leo estos pasajes que creo que nos hablan con tanta relevancia en el día de hoy como cuando se escribieron por primera vez.
El primer texto es de Jeremías, el capítulo 9, versículos 17 al 22. Luego voy a pasar al libro de Isaías, capítulo 32, versículos del 9 al 18. Escucha la Palabra del Señor.
Jeremías dijo,
«Así dice el SEÑOR de los ejércitos: Considerad, llamad a las plañideras, que vengan; enviad por las más hábiles, que vengan, que se apresuren y eleven una lamentación por nosotros, para que derramen lágrimas nuestros ojos y fluya agua de nuestros párpados.
Porque voz de lamentación se oye desde Sión: "¡Cómo hemos sido arrasados! En gran manera estamos avergonzados, porque tenemos que abandonar la tierra, porque han derribado nuestras moradas".
Oíd, pues, mujeres, la palabra del SEÑOR, y reciba vuestro oído la palabra de su boca; enseñad la lamentación a vuestras hijas y la endecha cada una a su vecina.
Porque la muerte ha subido por nuestras ventanas, ha entrado en nuestros palacios, exterminando a los niños de las calles, a los jóvenes de las plazas.
Di: Así declara el SEÑOR: “Los cadáveres de los hombres caerán como estiércol sobre la faz del campo, y como gavillas tras el segador, y no habrá quien las recoja”».
El profeta Isaías dice:
«Levantaos, mujeres indolentes, y oíd mi voz; hijas confiadas, prestad oído a mi palabra. Dentro de un año y algunos días, os conturbaréis, hijas confiadas, porque se habrá acabado la vendimia, y la recolección del fruto no vendrá.
Temblad, mujeres indolentes; conturbaos, hijas confiadas; desvestíos, desnudaos, y ceñid cilicio en la cintura; golpeaos el pecho, por los campos agradables, por la vid fructífera, por el suelo de mi pueblo donde crecerán espinos y zarzas; sí, por todas las casas alegres y por la ciudad divertida.
Porque el palacio ha sido abandonado, hecha un desierto la populosa ciudad. Collado y atalaya se han convertido en cuevas para siempre, un deleite para asnos monteses, un pasto para rebaños; hasta que se derrame sobre nosotros el Espíritu desde lo alto, el desierto se convierta en campo fértil y el campo fértil sea considerado como bosque.
En el desierto morará el derecho, y la justicia habitará en el campo fértil. La obra de la justicia será paz, y el servicio de la justicia, tranquilidad y confianza para siempre. Entonces habitará mi pueblo en albergue de paz, en mansiones seguras y en moradas de reposo».
Aquí escucho a los profetas llevar un mensaje en cuatro partes, simplemente estas cuatro frases: despierten (levántense), lamenten, adviertan a otros y esperen en el Señor.
Un mensaje en cuatro partes. Primero, hay un llamado a despertar, a pasar de la complacencia a la preocupación. «Levantaos, mujeres indolentes, y oíd mi voz; hijas confiadas». Lo que él dice es, «hijas confiadas, presten oído a mi palabra».
No sé tú, pero mientras yo leo estos pasajes percibo cierta intensidad, desesperación, urgencia; mientras dicen: «¡Considerad, llamad a las plañideras, que vengan…rapido!» Están diciendo que necesitamos despertar a nuestra condición actual—a cómo nos encontramos en este momento, para que veamos que estamos en problemas, que nuestra nación (o nuestras naciones) están en problemas. Nuestras iglesias están en problemas. Nuestra cultura está en problemas. Nuestros hogares están en problemas.
«Porque voz de lamentación –dice Jeremías– se oye desde Sión"¡Cómo hemos sido arrasados!… porque tenemos que abandonar la tierra, porque han derribado nuestras moradas"».
Luego, en el versículo 21 Jeremías dice: «Porque la muerte ha subido por nuestras ventanas, ha entrado en nuestros palacios, exterminando a los niños de las calles, a los jóvenes de las plazas». Jeremías dice: «La muerte está en todas partes. Está dentro. Está fuera. Está en todas partes».
Vemos imágenes de muerte en todas partes, desde eventos pasados, como los escombros de Kosovo, hasta las secuelas de los tornados asesinos en la ciudad de Oklahoma y la matanza que hubo dentro de la escuela secundaria de Columbine. Vemos que Jeremías dice: «Despierta a lo que está sucediendo a tu alrededor». Dios está tratando de llamar nuestra atención.
Estamos en problemas. Estamos en problemas cuando dos adolescentes entran a una escuela pública y le disparan a 14 de sus compañeros de clase y a uno de sus maestros, y salen riendo por los pasillos. La masacre en la escuela secundaria Columbine ha sido un llamado de alerta para mucha gente que dice: «No me di cuenta de lo mal que estaban las cosas».
Vemos que estamos en problemas cuando un hombre de 39 años se abre paso en su su automóvil a través del patio de una guardería matando a dos niños pequeños e hiriendo a otros cuatro, diciendo –mientras se lo llevaban detenido– «iba a matar a esos niños porque eran inocentes». Estamos en problemas, pero el problema en el que estamos no es solo una cuestión de violencia física y muerte.
Nuestros matrimonios están en problemas. Están muriendo. Nuestras relaciones están muriendo. Nuestra cultura está sufriendo la pérdida mortal de la pureza, la moral, la decencia y la integridad.
Amigas, estamos en problemas cuando se vuelven parte de nuestro vocabulario cotidiano términos como: divorcio, incesto, violación, anorexia, homosexualidad, eutanasia, suicidio asistido por un médico, aborto, pastillas antidepresivas, enfermedades de transmisión sexual. Todos los jóvenes hoy en día conocen estas palabras, pero el problema es que tenemos poca o ninguna comprensión de conceptos tales como: castidad, modestia, discreción, virtud, responsabilidad, fidelidad e integridad.
Y esto es lo que más me entristece—no es solo la cultura secular que nos rodea la que está en problemas; semana tras semana escucho el clamor de corazones desesperados de las mujeres en nuestras iglesias evangélicas—iglesias en las que se predica la Biblia.
Recientemente recibí una carta de una mujer que me escribió después de asistir a una de nuestras conferencias. Ella dijo: «He luchado con la adicción al internet. En un momento llegué a estar en mi computadora hasta 15 horas al día. Era mi forma de escapar de un matrimonio vacío y solitario».
Esta, por cierto, es una mujer que se graduó de una universidad cristiana. Ella sigue escribiendo:
«En los últimos meses, he reducido mi uso del internet. Me di cuenta de que estaba descuidando a nuestros seis hijos y decidí hacer algunos cambios. Sin embargo, conocí a un hombre maravilloso a través de un chat. Nos hemos visto cara a cara varias veces y estoy considerando dejar a mi esposo por este hombre».
Dirías: «Oh, esa es una excepción. Es tan extremo que es un caso raro. Seguramente estas cosas no están sucediendo como regla general en nuestras iglesias evangélicas». Bueno, eso es lo que tú piensas. En cada conferencia de Revive Our Hearts o Aviva Nuestros Corazones en que hablo, les pido a las mujeres que llenen tarjetas de oración los viernes en la noche, y que nos digan cómo podemos orar por ellas, y cómo podemos orar por sus familias.
Quiero leerles varios comentarios que recibí recientemente en esas tarjetas de oración. Estas son solo de una conferencia, es solo lo que algunas de estas mujeres tenían que decir, y hay muchos otros comentarios de mujeres que yo podría agregar a estos. Y es igual en todas partes. Escuchen:
«Mi relación matrimonial se está rompiendo. Durante más de 12 años ha sido un matrimonio sin amor y sin apoyo. Mi corazón está roto y estoy agotada. No me queda nada para darle a mi esposo o a este matrimonio. Mi hija de 17 años se fue de la casa hace nueve meses y se mudó con su novio. El dolor es muy profundo. Mi hija de 26 años ha negado su fe en Cristo y está involucrada en una relación homosexual. Mi hijo está en rebelión. Mi esposo está deprimido y apenas estoy aguantando. Mi corazón está endurecido. Ya no me importa nada».
Y este otro,
«Mi pastor y yo somos muy unidos. Ayer mismo, él reconoció en la sesión de consejería que se sentía muy atraído hacia mí, pero que él nunca actuaría según su deseo porque sabía que eso haría daño. Ahora me siento profundamente atraída hacia él. Ayúdame, Señor, a dejar esto atrás, y dame sabiduría para establecer límites. Yo le corto el cabello y le doy un masaje una vez al mes».
Y luego este,
«Oren para que Dios libere a mi hijo de 17 años de su adicción a la pornografía que ha tenido desde la infancia».
Y este otro,
«No he amado a mi esposo por mucho tiempo, y soy miserable. Tuve una aventura hace tres años y la terminé para quedarme con mi esposo por el bien de nuestros dos hijos (y ella escribe sus edades). Hace seis meses inicié nuevamente una aventura con el mismo hombre y me he enamorado de él. Sé que esto está mal. Él también es casado, pero yo no puedo imaginar la vida sin él».
De una sola conferencia, muchas tarjetas como estas. Y una de esas historias podría ser la tuya… Entonces, ¿qué dice el profeta Jeremías? «¡Levantaos!» «Despertemos a nuestra condición actual. Veamos que estamos en problemas». Pero él también dice que despertemos a nuestra condición futura, al aún mayor juicio de Dios que ha de venir.
«Dentro de un año y algunos días (dice Isaías), os conturbaréis, hijas confiadas... Porque el palacio ha sido abandonado, hecha un desierto la populosa ciudad…»
Y Jeremías dice: «Di: Así declara el SEÑOR: “Los cadáveres de los hombres caerán como estiércol sobre la faz del campo, y como gavillas tras el segador, y no habrá quien las recoja”».
Lo que Isaías y Jeremías están diciendo es: «Esto no va a parar. No va a mejorar. Va a empeorar», y creo que le dirían lo mismo a nuestra generación.
Durante años y años—décadas, hemos sembrado viento. Ahora estamos cosechando tempestades. Pero sabes, nuestra actitud natural no es la de estar realmente preocupadas por estas cosas—siempre y cuando no sean nuestros hijos a los que les están disparando, siempre y cuando las cosas estén relativamente bien en nuestras propias vidas. Si el mercado de valores sube, estamos seguras.
Es a ese tipo de personas a las que Isaías y Jeremías les están dirigiendo sus palabras, a las personas que dicen: «Tengo mi trabajo, mi casa, mis hijos, mis cosas, mi iglesia. Mientras esas cosas no me afecten ni amenacen mi estilo de vida, puedo seguir por la vida como de costumbre». Y así, estamos ciegas a lo que está sucediendo.
Hemos sido engañadas. El mundo siempre se ha burlado ante la amenaza de juicios inminentes. Sucedió en los días de Noé, y sucede en nuestros días.
El mundo sigue de fiesta, ajeno al peligro que se avecina. Pero lo que me entristece no es tanto que el mundo esté de fiesta, sino que la iglesia esté de fiesta. Que no estemos conscientes del peligro inminente y del juicio de Dios que se avecina. De alguna manera, no vemos la conexión entre nuestras elecciones pecaminosas—y quiero decir nuestras elecciones pecaminosas—y las consecuencias que seguramente cosecharemos.
No nos damos cuenta de que nuestras elecciones traen ciertas consecuencias. No se pueden evitar, y cuando hablamos del juicio de Dios, pensamos: «Esto no viene por ahora, esto va a seguir igual para siempre». Eso fue lo que dijeron en los días de Noé. «¡No habrá una inundación!» Se rieron de la idea.
Déjame decirte que en este momento estamos experimentando una especie de juicio de parte de Dios. Es el juicio correctivo de Dios. Es Dios retirando Su mano de gracia y dejándonos a nuestras expensas, a nuestros propios recursos, y el objetivo de ese juicio correctivo es darnos tiempo para arrepentirnos.
Ese es el juicio bajo el que estamos en este momento, pero te diré esto. Hay otra clase de juicio y está por venir. Es un juicio final y cataclísmico. Llegará el día en el que Dios cerrará la puerta del arca, y cualquiera que no esté dentro será condenado y se perderá eternamente. Se acerca el juicio, y necesitamos despertar ante la amenaza del juicio inminente, el juicio de Dios.
Durante tantos años—décadas, hemos rechazado a Dios. Hemos marginado a Dios. Lo hemos echado de nuestras escuelas, de nuestra vida política, de nuestra actividad cívica e incluso fuera de nuestras iglesias. Recientemente escuché a un gran predicador decir: «¿Oración de regreso en las escuelas públicas? Nosotros necesitamos recuperar la oración en nuestras iglesias y la oración en nuestros hogares!»
Hace cuatro días, un chico de 19 años en mi ciudad se quedó dormido al volante de su automóvil mientras conducía a casa después de un trabajo tarde en la noche. Él condujo el automóvil fuera del camino hacia su muerte. Su novia se encontró con los despojos en el camino.
Algunas de nosotras—muchas de nosotras—las que escuchamos este mensaje estamos dormidas al volante, y Jeremías e Isaías nos dicen hoy: «¡Levántate! ¡Despierta!» Despertemos a nuestra condición. Despertemos al juicio inminente de Dios.
Y te estarás preguntando, «¿y qué hacemos después de despertar? Yo sé lo que está pasando. Soy consciente. He sido despertada, entonces, ¿qué hago?»
Hay una segunda instrucción que nos dan los profetas, y es el llamado a lamentarnos. Está justo en el texto. «¡Considerad, llamad a las plañideras, que vengan» es una imagen de lloronas profesionales en esos días; «...que vengan; enviad por las más hábiles, que vengan, que se apresuren y eleven una lamentación por nosotros, para que derramen lágrimas nuestros ojos y fluya agua de nuestros párpados».
«Desvestíos, desnudaos», dice Isaías, «y ceñid cilicio en la cintura; golpeaos el pecho, por los campos agradables, por la vid fructífera, por el suelo de mi pueblo donde crecerán espinos y zarzas; sí, por todas las casas alegres y por la ciudad divertida».
Jeremías es conocido como el profeta llorón, el hombre que derramó su corazón por el pueblo rebelde de Dios. En el capítulo 9, en el primer versículo—no leí este antes, pero Jeremías dice: «Quién me diera que mi cabeza se hiciera agua, y mis ojos fuente de lágrimas, para que yo llorara día y noche por los muertos de la hija de mi pueblo».
Cuando leo esas palabras, no puedo evitar pensar en el corazón de nuestro Salvador –de quien leemos en Lucas capítulo 19– mientras contemplaba la ciudad y lloraba sobre ella. La palabra llorar aquí es una palabra que significa «sollozar», «gemir en voz alta», «una fuerte expresión de dolor y aflicción, especialmente de luto por los muertos».
Amigas, este no es momento para jugar. No es momento para fiestas. Este es un momento de llanto, lamento y aflicción por lo que está sucediendo en nuestras naciones, en nuestros hogares, en nuestras iglesias. Este no es el problema de otra persona. Tenemos que identificarnos con esto como nuestro problema.
Nancy: Bueno, mientras escucho este mensaje que di aproximadamente hace diez años, justo después de la fatídica masacre en la escuela secundaria Columbine, recuerdo cuán pesado estaba mi corazón y la gran carga que tenía de ver a Dios levantar mujeres que se postraran y clamaran a Él para que tuviera misericordia de nuestra nación.
Los disparos allí en Columbine ese día, resultaron ser solo el comienzo de una ola de violencia a través de toda la nación. Nuestra carga en Aviva Nuestros Corazones es llamar a las mujeres a la oración—hoy. Llamarlas a despertar y volverse de la alegría al duelo, a clamar a Dios a favor de nuestra tierra, a favor de nuestras familias y de nuestras iglesias; comenzando con arrepentimiento en nuestros propios corazones.
Mañana escucharás la conclusión de este mensaje que comenzamos a transmitir hoy. Este es el mensaje que estamos tratando de proclamar día tras día a través de los diversos alcances de Aviva Nuestros Corazones. Y antes de concluir este programa, me gustaría que oremos juntas.
Oh Señor, cómo oro para que en medio de tragedias terribles, Tú conviertas esas tragedias—lo que Satanás quiso para mal—Tú lo conviertas en un tiempo de arrepentimiento, y en última instancia, en grandes bendiciones para nuestras naciones. Que Tú vuelvas a ti los corazones de tu pueblo, porque Tú eres nuestra única esperanza. Oramos en el nombre de Jesús, amén.
Annamarie: Sentirse cómodo con el pecado es como estar en una casa ardiendo en llamas. Los que están dentro necesitan una advertencia fuerte e inmediata. Escucha más acerca de esto, en el siguiente programa de Aviva Nuestros Corazones.
Llamándote a orar por un derramamiento del Espíritu de Dios en tu familia, en tu iglesia y en el mundo, Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.
Todas las Escrituras son tomadas de la Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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