Cuando tu fe es probada (Daniel 3)
Nancy DeMoss Wolgemuth: Cuando adoramos y servimos solo a Dios, cuando nos negamos a inclinarnos ante reyes y poderes terrenales, ideologías y sistemas que buscan usurpar el gobierno de Dios; cuando decimos: «No puedo adorarte, no puedo servirte, tengo que adorar y servir solo a Dios», preparamos el terreno para que Dios se manifieste, para que el poder de Dios y Su gloria se muestren aquí en la tierra, así como en el cielo. Preparamos el terreno para que Dios sea adorado y temido por aquellos que antes lo rechazaron.
Annamarie Sauter: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Esta semana nos encontramos en la serie titulada, El cielo gobierna. Si te perdiste alguno de los episodios anteriores, asegúrate de escucharlo o leerlo en nuestro sitio web, avivanuestroscorazones.com, o a través de nuestra aplicación.
Ya Nancy nos ha llevado …
Nancy DeMoss Wolgemuth: Cuando adoramos y servimos solo a Dios, cuando nos negamos a inclinarnos ante reyes y poderes terrenales, ideologías y sistemas que buscan usurpar el gobierno de Dios; cuando decimos: «No puedo adorarte, no puedo servirte, tengo que adorar y servir solo a Dios», preparamos el terreno para que Dios se manifieste, para que el poder de Dios y Su gloria se muestren aquí en la tierra, así como en el cielo. Preparamos el terreno para que Dios sea adorado y temido por aquellos que antes lo rechazaron.
Annamarie Sauter: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Esta semana nos encontramos en la serie titulada, El cielo gobierna. Si te perdiste alguno de los episodios anteriores, asegúrate de escucharlo o leerlo en nuestro sitio web, avivanuestroscorazones.com, o a través de nuestra aplicación.
Ya Nancy nos ha llevado a lo largo de los dos primeros capítulos del libro de Daniel. Hoy ella continúa con el capítulo 3 para ayudarnos a profundizar en lo que significa que Dios es soberano sobre todas las cosas.
Nancy: El día de hoy, al continuar nuestra serie sobre el libro de Daniel, veremos uno de los capítulos más conocidos de toda la Palabra de Dios. Y les cuento que he tenido dificultad para reducir estos programas a un día, incluyendo este. Estamos intentando cubrir un capítulo por día, sin embargo, a algunos de estos capítulos podríamos dedicarles días, e incluso semanas.
Robert me comentó hace un momento: «¿Necesitas hacerlo todo en un día?»
Le dije: «Bueno, voy a intentarlo», porque trataremos de presentar un panorama general de Daniel. Solo quiero que sepan que hay mucho más que se podría decir de estos capítulos. Esta semana estamos viendo cada uno de estos capítulos a través de un solo lente: el cielo gobierna. Estamos buscando evidencias de que el cielo gobierna.
Espero que estés leyendo el libro de Daniel conmigo cada día, y cuando veas una evidencia de que el cielo gobierna, márcala en tu Biblia, puedes colocar las iniciales ECG (el cielo gobierna).
Oremos para comenzar.
Señor, así como Robert me recordó hace un par de días mientras hablábamos de este pasaje, estamos viviendo en Babilonia hoy en día. Es difícil. Enviaste a Daniel y sus tres amigos hebreos a Babilonia en un momento duro, en una época difícil. A veces es difícil saber qué hacer, cómo hacerlo, cómo vivir correctamente, cómo entender lo que está aconteciendo. Pero enviaste a estos hombres allí para representarte en esa cultura. Así que oro para que abras nuestros ojos, abras nuestros oídos y abras nuestros corazones. Ayúdanos a verte a Ti. Y mientras te contemplamos y somos llenas de Ti y de Tu Palabra, oro para que nuestras vidas reflejen en este mundo que el cielo realmente gobierna. Oro en el nombre de Jesús, amén.
Bueno, en el último episodio estudiamos Daniel 2. Recuerden que el rey Nabucodonosor, el rey de Babilonia, tuvo un sueño, y Dios le reveló a Daniel tanto el sueño como la interpretación. El sueño era sobre una gran estatua que tenía una cabeza hecha de oro. Daniel le dijo a Nabucodonosor: «Tú eres la cabeza de oro. Tú, el rey, eres la cabeza de oro».
Las otras partes de esa estatua, esas partes del cuerpo estaban hechas de plata, bronce, hierro y arcilla, y cada una valía menos que la anterior. Estas partes inferiores significaban que el reinado de Nabucodonosor y su reino llegarían a su fin y serían reemplazados por otros reinos y otros reyes. Eso fue lo que vimos en la última sesión.
Hoy llegamos al capítulo 3 de Daniel y vemos otra estatua. Leamos Daniel 3:1: «El rey Nabucodonosor hizo una estatua». Esta es una estatua hecha por mano de hombre; no fue creada por Dios. «Una estatua de oro cuya altura era de 60 codos y su anchura de 6 codos…»
Si piensas en eso, es casi absurdo. Probablemente era como un obelisco. Lo busqué esta mañana. El equivalente a 60 codos son aproximadamente 27 metros; esto equivale a un edificio de ocho pisos. Así que es una estatua muy alta; y él instaló este obelisco, esta estructura, «…la levantó en el llano de Dura, en la provincia de Babilonia».
Detengámonos ahí. Es casi como si Nabucodonosor estuviera aturdido con el conocimiento que acababa de recibir de que en su sueño él era la cabeza de oro, así que levantó una enorme estatua hecha de oro. Los comentaristas opinan que probablemente no era de oro puro completamente, sino que posiblemente era de madera recubierta de oro. No obstante, era enorme y muy costosa. No puedes evitar preguntarte si al construir esta imagen completamente de oro (al menos en el exterior), Nabucodonosor esperaba extender la duración de su reino, todo lo contrario al mensaje que Dios le había dado en su sueño.
A medida que se desarrolla este relato, resulta evidente que el objetivo de Nabucodonosor era exhibir su fuerza, mostrar su poder y conseguir la aclamación universal para sí mismo y para su reino.
«Entonces el rey Nabucodonosor mandó reunir a los sátrapas, prefectos y gobernadores, los consejeros, tesoreros, jueces, magistrados y todos los gobernantes de las provincias para que vinieran a la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado.
Se reunieron, pues, los sátrapas, prefectos y gobernadores, los consejeros, tesoreros, jueces, magistrados y todos los gobernantes de las provincias para la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había levantado. Y todos estaban de pie delante de la estatua que Nabucodonosor había levantado» (vv.2-3).
Puedes ver tres veces, «la estatua que Nabucodonosor había levantado». Esto era obra suya, era algo suyo, este era su plan, su programa. Luego dice en el versículo 4:
«Entonces el heraldo proclamó con fuerza: «Se les ordena a ustedes, pueblos, naciones y lenguas, que en el momento en que oigan el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, se postren y adoren (marquen esa palabra, aparece como 11 veces en este capítulo) la estatua de oro que el rey Nabucodonosor ha levantado» (vv. 4-5).
Ahora, todo esto es absurdo. Es como nombrarte a ti misma la persona del año de una exitosa revista y luego ordenar a todos los que conoces que vengan y te feliciten y escriban comentarios halagadores sobre todos tus grandes logros. Eso me recuerda a la Torre de Babel. ¿Recuerdas que era un monumento dedicado al poder, el ingenio y la sabiduría humana? Esta estatua estaba destinada a ser un monumento al hombre.
Todos los súbditos de Nabucodonosor debían inclinarse y jurar lealtad a Nabucodonosor. Me recuerda a otros líderes políticos de la historia que en ocasiones han usado la religión para expandir o fortalecer su control. Han borrado las líneas entre la lealtad a un sistema político y la lealtad a Dios. Jesús dijo: «Pues den a César lo que es de César», es decir, denle lo que haya que darle al gobierno y a los funcionarios a cargo de él, y «a Dios lo que es de Dios». Aquí tenemos tantas veces a los líderes políticos –César– exigiendo para sí mismos lo que por derecho solo le pertenece a Dios. Le debemos adoración solo a Dios; no debemos adorar al César.
En este caso, cualquiera que se negara a obedecer la orden del rey sería considerado culpable de traición y ejecutado. Versículo 6:
«Pero el que no se postre y adore, será echado inmediatamente en un horno de fuego ardiente» (v.6).
Ahora, esta no era una amenaza vacía. La historia nos dice que Nabucodonosor tomaba muy en serio cualquier desafío a su gobierno soberano, y lidiaba con ello con dureza. Esta es una batalla por la adoración, que por cierto, es algo que se ve en todas las Escrituras, desde las primeras páginas del Génesis hasta el final del libro de Apocalipsis. Estamos en una batalla por la adoración, el reino de los cielos y el reino de Dios. La tendencia de la humanidad caída será siempre la de endiosar al hombre y disminuir a Dios. Es una tendencia de la humanidad exigir y rendir adoración a los seres creados, algo que solo le pertenece a Dios, al Creador. Pero también es una tendencia, destruir a todos los que se niegan a inclinarse ante esos dioses falsos.
De hecho, el libro de Apocalipsis, capítulo 13, describe un caso similar al final de los tiempos, cuando todos los que se nieguen a adorar la imagen de la bestia serán asesinados. El mundo entero, incluidos los creyentes, se enfrentarán a una intensa presión con el fin de que doblen sus rodillas ante esta bestia, ante la imagen de la bestia.
Versículo 7:
«Por tanto, en el momento en que todos los pueblos oyeron el sonido de (la música…) todos los pueblos, naciones y lenguas se postraron y adoraron la estatua de oro que el rey Nabucodonosor había levantado».
Al pensar en esta escena, lo que está sucediendo es que las personas están robando la adoración que le pertenece a Dios. Este rey está robando la adoración que solo le pertenece a Dios. El Salmo 117:1 dice: «Alaben al Señor, naciones todas; alábenle, pueblos todos». Pero, ¿qué estaban haciendo todas las naciones y los pueblos aquí? Estaban adorando y se estaban postrando ante esta estatua que levantó el rey Nabucodonosor.
Esta escena es una falsificación de la adoración en el cielo. Estaba leyendo sobre esto nuevamente en los capítulos 4 y 5 de Apocalipsis, allí leemos acerca de cómo los redimidos de cada tribu, lengua, pueblo y nación, caerán, se postrarán –no ante los monumentos de la humanidad, sino ante el trono de Dios y adorarán al Cordero. Hacia allá nos dirigimos, a eso apuntamos. Pero lo que el rey Nabucodonosor estaba diciendo era: «¡Quiero esa gloria! ¡Quiero esa adoración! Así que todas las naciones, todas las lenguas, póstrense y adórenme».
La multitud quedó atrapada en el fervor de todo eso –el fervor emocional, la intensidad religiosa– y obedecieron sin pensar la orden del rey. Se creyeron la mentira de que la autoridad de Nabucodonosor era absoluta. Simplemente, hicieron lo que se les dijo que hicieran. Algunas cosas nunca cambian. Pero en esta gran multitud de adoradores, había tres jóvenes que habían jurado lealtad a otro Rey, al Rey de los cielos. Como resultado, no podían obedecer la orden del rey.
Ahora, su resistencia podría haber pasado desapercibida entre esta enorme multitud si no hubiera sido por algunos babilonios que los identificaron. Al leer el siguiente párrafo, claramente estos hombres tenían una agenda. Quizás estaban celosos de que estos judíos habían sido promovidos –como vimos en el capítulo 2– y estaban buscando una oportunidad para causarles problemas. Los habían estado observando; habían estado examinando su comportamiento. Cuando vieron entre esta gran multitud que estos hombres no se postraron, fueron detrás de ellos.
Versículo 8:
«Sin embargo, en aquel tiempo algunos caldeos se presentaron y acusaron a los judíos. Hablaron y dijeron al rey Nabucodonosor: “¡Oh rey, viva para siempre! Usted, oh rey, ha proclamado un decreto de que todo hombre que oiga el sonido del cuerno, la flauta, la lira, el arpa, el salterio, la gaita y toda clase de música, se postre y adore la estatua de oro, y el que no se postre y adore, será echado en un horno de fuego ardiente. Pero hay algunos judíos a quienes usted ha puesto sobre la administración de la provincia de Babilonia, es decir, Sadrac, Mesac y Abed Nego, estos hombres, oh rey, no le hacen caso. No sirven a sus dioses ni adoran la estatua de oro que ha levantado”» (vv. 8-12).
Ahora, nota que estos tres hebreos no protestaron contra el edicto del rey. Eran ciudadanos responsables y respetuosos del Imperio de Babilonia. Sirvieron en la administración del rey. Pero no podían, ni adorarían a nadie más que a Dios. Aparentemente, no hicieron ningún intento de ocultar ese hecho. Estaban entre la multitud, pero no estaban adorando a la estatua. Esto se debe a que su objetivo no era preservar sus vidas; su objetivo era obedecer y honrar a su Dios.
Esto me recuerda que la Palabra de Dios nos manda a ser buenos ciudadanos de cualquier país que llamemos hogar. Pero tenemos que recordar que nuestra verdadera ciudadanía no está aquí en esta tierra. Nuestra lealtad no pertenece a ningún reino terrenal, sino al reino de Dios. Esa es la posición que tomó Jesús en la tentación en el desierto, donde se negó a adorar a Satanás. «Jesús le respondió: «Escrito está: “Al Señor tu Dios adorarás, y a Él solo servirás”» (Lucas 4:8). Como siervos del Dios Altísimo, no podemos postrarnos ni adorar a ningún rey que no sea Cristo.
Bueno, la resistencia de los tres hebreos no fue bien recibida por el rey Nabucodonosor. Las personas orgullosas no pueden tolerar que no se cumplan sus demandas. Necesitan tener autoridad absoluta y cuando las cosas no se hacen a su manera, se enojan y se vuelven despiadados. Veamos los versículos 13 al 15:
«Entonces Nabucodonosor, enojado y furioso, dio orden de traer a Sadrac, Mesac y Abed Nego. Estos hombres, pues, fueron conducidos ante el rey.Habló Nabucodonosor y les dijo: “¿Es verdad Sadrac, Mesac y Abed Nego que no sirven a mis dioses ni adoran la estatua de oro que he levantado?¿Están dispuestos ahora, para que cuando oigan el sonido de… y toda clase de música, se postren y adoren la estatua que he hecho? Porque si no la adoran, inmediatamente serán echados en un horno de fuego ardiente. ¿Y qué dios será el que los libre de mis manos?”».
Verás, Nabucodonosor creía que era más poderoso que los dioses. ¡Pensaba que era un dios! Era su propio dios. Así que aquí el desafía al Dios que estos jóvenes afirman adorar para que los rescate, si puede, del poder del rey. El desafío está en marcha. Nabucodonosor dice, «no tendrán más dioses que yo». Pero los tres hebreos servían y adoraban al Dios del cielo y de la tierra, que dijo: «No tendrán otros dioses delante de mí».
«Sadrac, Mesac y Abed Nego le respondieron al rey Nabucodonosor: “No necesitamos darle una respuesta acerca de este asunto. Ciertamente, nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente. Y de su mano, oh rey, nos librará”» (vv. 16-17).
Mientras meditaba en este pasaje, me encanta que no se percibe una sensación de pánico o terror. Aquí está el rey, que estaba indignado, fuera de control. Estaba furioso; estaba enloqueciendo porque estaba muy enojado. Pero aquí están estos hombres calmados con una quieta confianza. ¿Por qué? Porque conocían a Dios. Sabían que su Dios era el Dios vivo y verdadero, a diferencia de los dioses de Nabucodonosor. Sabían que su Dios era más poderoso que el rey, que pensaba que era todopoderoso y amenazaba con matarlos. Sabían que su Dios podía salvarlos de la ira del rey.
En el versículo 17 lo leemos dos veces. «Ciertamente nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego ardiente. Y de su mano, oh rey, nos librará». Lo repiten para enfatizar. Pero veamos el versículo 18: «Pero si no lo hace, ha de saber, oh rey, que no serviremos a sus dioses ni adoraremos la estatua de oro que ha levantado». Él puede rescatarnos, pero no sabemos si lo hará.
Haré una pausa ahí. Estos hombres no vieron a Dios como su siervo que estaba obligado a hacer lo que ellos querían que hiciera. Ellos eran siervos de Dios y estaban comprometidos a hacer Su voluntad, dondequiera que esto los llevara, costara lo que les costara. Versículo 18:
«Pero si no lo hace, ha de saber, oh rey, que no serviremos a sus dioses ni adoraremos la estatua de oro que ha levantado».
Sabían que su Dios podía rescatarlos; no sabían si Él elegiría hacerlo, pero estaban dispuestos a dejar su destino en manos de Dios.
Me recuerda lo que dice Job en Job 13:15: «Aunque Él me mate, en Él esperaré». Si crees en la resurrección, puedes hablar de esa manera. Si crees que Él es el Dios de los vivos, si crees que esta vida no lo es todo, entonces puedes decir: «Aunque Él me mate, en Él esperaré». Incluso si su Dios no los rescataba, todavía no servirían a los dioses del rey Nabucodonosor, ni adorarían su imagen. Se negaron a dar a cualquier ser humano la adoración que le pertenecía solo a Dios, y harían lo correcto sin importar cómo esto les afectara.
Esa fue una declaración de sumisión a su Dios. Esa fue una declaración de fe de que el cielo gobierna. Al leer esto no hay ninguna sugerencia o implicación de que intentaron «ir con la corriente», de que trataron de justificarse o de encontrar una manera de justificar la obediencia a la orden del rey. No hay indicios de que intentaron negociar un compromiso o que intentaron adaptarse a los babilonios. «Adoraremos a Dios en nuestro corazón. Simplemente, nos inclinaremos físicamente, pero en nuestro corazón estaremos adorando a nuestro Dios». No hicieron nada de eso. Para ellos, esto era un asunto de adoración bien definido. No iban a hacer físicamente algo que comunicara lo contrario a lo que había en sus corazones.
Recuerden que estos hombres habían sido probados previamente en asuntos menores. ¿Recuerdas en el capítulo 1, donde decidieron no violar su conciencia comiendo la comida del rey? Ahora que se enfrentaban a una prueba más grande –mucho más grande– pudieron mantenerse firmes, porque habían pasado las pruebas anteriores.
Dios está probándonos a algunas de nosotras hoy en día en cosas pequeñas, y lo que hacemos con esas pruebas, la manera en que obedecemos a Dios, cómo nos negamos a comprometernos con otras cosas, cómo lo honramos, está allanando el camino para cómo lo obedeceremos cuando las pruebas más importantes lleguen más adelante. Así que, aquí están. Pusieron todo en juego: sus trabajos, su reputación, sus vidas.
Bueno, esta respuesta solo enfureció aún más al rey. Había mucho en juego para él si perdía esta contienda. Tenía que guardar las apariencias. Estaba decidido a ganar esta lucha por el poder.
Versículo 19:
«Entonces Nabucodonosor se llenó de furor, y demudó su semblante contra Sadrac, Mesac y Abed Nego. Reaccionó ordenando que se calentara el horno siete veces más de lo que se acostumbraba calentar. Y mandó que algunos valientes guerreros de su ejército ataran a Sadrac, Mesac y Abed Nego, y los echaran en el horno de fuego ardiente. Entonces estos hombres fueron atados y arrojados con sus mantos, sus túnicas, sus gorros y sus otras ropas en el horno de fuego ardiente. Como la orden del rey era apremiante y el horno había sido calentado excesivamente, la llama del fuego mató a los que habían alzado a Sadrac, Mesac y Abed Nego. Pero estos tres hombres, Sadrac, Mesac y Abed Nego cayeron, atados, en medio del horno de fuego ardiente» (vv.19-23).
Solo quiero decir, si hubiéramos estado allí mirando ese día, junto con el resto de esa multitud, no habríamos tenido ninguna duda de que estos hombres serían incinerados en ese horno. Conocemos el final de la historia; ellos no sabían el final de la historia. Estos hombres no sabían el final de la historia y la gente que miraba no sabía el final de la historia; Nabucodonosor no conocía el final de la historia. Serían incinerados al igual que los hombres que se habían acercado lo suficiente como para arrojarlos a este horno ardiente. En ese momento, tenía que quedar claro que Nabucodonosor había ganado la contienda contra el Dios de los hebreos.
Así como pudo haber parecido cuando Jesús murió en la cruz. Un punto para el enemigo. Un punto para Satanás. Un punto para el rey extranjero y sus dioses falsos que quieren ser adorados. Pero, el cielo gobierna. El cielo siempre gobierna, no importa cómo se vea aquí en la tierra. Mira el versículo 24:
«Entonces el rey Nabucodonosor se espantó… y levantándose apresuradamente, preguntó a sus altos oficiales: “¿No eran tres los hombres que echamos atados en medio del fuego?” “Así es, oh rey”, respondieron ellos».
Esto me parece un poco divertido, porque los que debían haberse alarmado eran los jóvenes que arrojó al horno. El rey Nabucodonosor está a cargo; él tiene el control. Él acaba de ganar, ¿no es cierto? Pero ahora está asustado, está alarmado, está aterrorizado.
«“¡Miren!”, respondió el rey. “Veo a cuatro hombres sueltos que se pasean en medio del fuego sin sufrir daño alguno, y el aspecto del cuarto es semejante al de un hijo de los dioses”. Entonces Nabucodonosor se acercó a la puerta del horno de fuego ardiente y dijo: “Sadrac, Mesac y Abed Nego, siervos del Dios Altísimo, salgan y vengan acá”. Entonces Sadrac, Mesac y Abed Nego salieron de en medio del fuego» (vv. 24-26).
Espero que no hayas escuchado esta historia tantas veces desde que eras una niña, que de alguna manera hayas perdido la maravilla y el asombro y el milagro de todo esto.
Versículo 27:
«Y los…altos oficiales del rey se reunieron para ver a estos hombres, cómo el fuego no había tenido efecto alguno sobre sus cuerpos, ni el cabello de sus cabezas se había chamuscado, ni sus mantos habían sufrido daño alguno, ni aun olor del fuego había quedado en ellos» (v. 27).
El cielo gobierna. El Dios Altísimo, que es el personaje principal del libro de Daniel, bajó a la tierra para rescatar a Sus siervos. Y no solo eso, entró al fuego con ellos. Los teólogos creen que el cuarto hombre fue probablemente lo que ellos llaman una cristofanía: una aparición pre encarnada de Cristo aquí en la tierra, allanando el camino, haciéndonos saber que cuando Cristo viniera a esta tierra, vendría a nuestro horno, a nuestro juicio, a nuestra condenación, a nuestro mundo quebrantado, caído, enfermo, condenado, para estar con nosotros en el fuego. Él va al fuego con sus siervos. Los liberó de sus ataduras. Los liberó sobrenaturalmente del fuego, que no tuvo ningún efecto sobre ellos.
Ahora, permíteme recordarte que Dios no ha prometido librarnos de las pruebas. No siempre rescata a Sus siervos del peligro físico o de la muerte. Hay innumerables mártires a lo largo de los siglos que han dado su vida, han pagado el precio máximo, por adorar y servir al Rey del cielo. Hoy en día hay personas en prisión que aún no han sido liberadas. Hay personas que serán asesinadas esta semana, este mes por su fe, que Dios no las rescata de manera inmediata como lo hizo con estos hombres.
Dios no ha prometido librarnos de las pruebas, pero ha prometido sostenernos y librarnos, a través de las pruebas. Dios mismo nos acompaña en las pruebas y a través de las pruebas.
El Salmo 34:19 lo dice así:
«Muchas son las aflicciones del justo…»
No es un versículo sobre el que quieres escuchar un sermón. Las personas que honran a Dios, las personas que aman a Dios, las personas que han sido justificadas, tienen muchas adversidades. Pero el resto de ese versículo dice: «Pero de todas ellas lo libra el Señor» (a tiempo, a Su tiempo, a Su manera). En el tiempo de Dios, Él rescatará a Sus siervos de toda prueba, de todo fuego, de todo horno, de todo lugar caliente y difícil Él rescatará a Sus siervos.
Versículo 28:
«Entonces Nabucodonosor dijo: “Bendito sea el Dios de Sadrac, Mesac y Abed Nego que ha enviado a Su ángel y ha librado a Sus siervos que, confiando en Él, (nunca nos va mal cuando confiamos en Dios) desobedecieron la orden del rey y entregaron sus cuerpos antes de servir y adorar a ningún otro dios excepto a su Dios”» (v.28).
Dios libró a Sus siervos en ese momento de una manera tan dramática y visible, que el rey Nabucodonosor no pudo evitar reconocer que Jehová era real, poderoso y digno de ser alabado. Por eso dijo en el versículo 29:
«Por tanto, proclamo un decreto de que todo pueblo, nación o lengua que diga blasfemia contra el Dios de Sadrac, Mesac y Abed Nego sea descuartizado y sus casas reducidas a escombros, ya que no hay otro dios que pueda librar de esta manera».
Nabucodonosor no conocía a Dios como nosotros, no tenía la Palabra de Dios como nosotros, pero dijo lo correcto cuando dijo: «ya que no hay otro dios que pueda librar de esta manera como nuestro Dios».
«Entonces el rey hizo prosperar a Sadrac, Mesac y Abed Nego en la provincia de Babilonia» (v. 30).
Cuando adoramos y servimos solo a Dios, cuando nos negamos a inclinarnos ante reyes y poderes terrenales, ideologías y sistemas que buscan usurpar el gobierno de Dios; cuando decimos: «No puedo adorarte, no puedo servirte, tengo que adorar y servir solo a Dios», preparamos el terreno para que Dios se manifieste, para que el poder de Dios y Su gloria se muestren aquí en la tierra, así como en el cielo. Preparamos el terreno para que Dios sea adorado y temido por aquellos que antes lo rechazaron.
Mientras nos lamentamos y nos quejamos y lloriqueamos por todas las cosas que ocurren en nuestro mundo hoy, me pregunto si el mayor problema no se encuentra en lo que está ocurriendo en la iglesia de hoy.
- ¿Están viendo las personas evidencia de nuestra confianza y fe en Dios?
- ¿Están viendo a Dios liberar a Su pueblo?
- ¿Están viendo que Su pueblo confía, lo adora y le sirve por encima de todos los demás dioses de esta tierra?
- ¿Estamos preparando el escenario para que Dios sea glorificado, para que demuestre Su poder?
Llegamos al final de la historia en Apocalipsis 12:11. Dice: «Ellos lo vencieron (al dragón) por medio de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio de ellos, y no amaron sus vidas, llegando hasta sufrir la muerte». «Aunque Él me mate, en Él esperaré». Si este mundo nos mata, confiaremos en Él.
Ahora, la mayoría de nosotras no nos enfrentaremos literalmente a tener que elegir si postrarnos y adorar una gran estatua o ser arrojadas a un horno. Realmente no podemos imaginar esas circunstancias. Pero de maneras más pequeñas, día tras día, estamos llamadas a adorar a Dios y no a los hombres, a adorar a Dios y no al dinero, a adorar a Dios y no a nuestros trabajos, a adorar a Dios y no a nuestros gobiernos, a adorar a Dios y no a un partido político. Estamos llamadas a adorar a Dios. Y al hacerlo, Dios será glorificado, y creo que veremos incluso a reyes paganos, despiadados y enojados, humillados y abatidos, reconociendo que Él es Dios y digno de alabanza. Oh,que nuestras vidas reflejen esto. Amén.
Annamarie: Nancy DeMoss Wolgemuth te ha mostrado que en la batalla entre dos reinos, aun en medio de tus luchas diarias con los ídolos del corazón, tienes una elección por delante. ¿Adorarás a Dios? ¿Le dirás, «sí Señor»?
Y sabes, aún los corazones orgullosos tendrán que decir, «sí Señor». Nancy nos hablará más acerca de esto mañana, en la continuación de esta serie sobre la soberanía de Dios en el libro de Daniel.
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