Cuando necesitas perseverancia (Daniel 9)
Nancy DeMoss Wolgemuth: El cielo gobierna, sí, pero eso no significa que no tengamos que hacer nada bajo el gobierno del cielo. Dios se mueve en respuesta a las oraciones, la humildad y el arrepentimiento de Su pueblo, para lograr Sus propósitos en este mundo. Nuestras oraciones importan.
Annamarie Sauter: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
¿Te ha pasado que tus oraciones se convierten en una especie de comunicación rutinaria sin fe? ¿O que como Dios es soberano entonces podemos orar o no orar y es lo mismo? Bueno, tenemos mucho por descubrir cuando aprendemos a orar basadas en la verdad y en fe. Hoy Nancy nos inspira a orar con fervor y a buscar al Señor de todo corazón, al continuar su estudio basado en el libro de Daniel.
Nancy: Mientras hacía los preparativos finales para grabar este programa, …
Nancy DeMoss Wolgemuth: El cielo gobierna, sí, pero eso no significa que no tengamos que hacer nada bajo el gobierno del cielo. Dios se mueve en respuesta a las oraciones, la humildad y el arrepentimiento de Su pueblo, para lograr Sus propósitos en este mundo. Nuestras oraciones importan.
Annamarie Sauter: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
¿Te ha pasado que tus oraciones se convierten en una especie de comunicación rutinaria sin fe? ¿O que como Dios es soberano entonces podemos orar o no orar y es lo mismo? Bueno, tenemos mucho por descubrir cuando aprendemos a orar basadas en la verdad y en fe. Hoy Nancy nos inspira a orar con fervor y a buscar al Señor de todo corazón, al continuar su estudio basado en el libro de Daniel.
Nancy: Mientras hacía los preparativos finales para grabar este programa, recibí un mensaje de texto de una amiga que es maestra en una escuela. La semana pasada sufrió una caída en su salón de clases y se rompió el brazo. Me dio los detalles técnicos, no recuerdo todo lo que me dijo, pero tuvo que someterse a una cirugía, y ahora su brazo y su mano están enyesados. Estaba atravesando por mucho dolor.
Ella sabía que yo estaba enseñando esta serie acerca del cielo gobierna y me envió un mensaje de texto, me dijo: «Me sentí impulsada mientras oraba por tu preparación para este tema, a escribir, el cielo gobierna, en mi yeso. El problema es que el yeso está en su mano derecha, y ella es diestra. Me dijo: «No puedo escribir con la mano izquierda», así que con un marcador escribió las siglas ECG (el cielo gobierna) y me envió una foto de su yeso.
Pensé, esta es una excelente ilustración del tema de toda esta serie. Ya sean huesos rotos, corazones rotos o naciones rotas, el cielo gobierna. Eso es lo que estamos viendo a lo largo del libro de Daniel.
Ahora, mientras leemos el libro de Daniel –y espero que lo estés leyendo a lo largo de esta serie. Lo estoy leyendo una y otra vez, a veces en voz alta, a veces escuchándolo mientras alguien más lo lee. Estaba haciendo esto de camino a la grabación de hoy. Veremos que los capítulos del 1 al 8 se centran en las naciones gentiles y en el plan de Dios para ellas. Luego, los capítulos del 9 al 12 se enfocan en el pueblo de Dios. Ahí es donde continuaremos hoy.
Vayamos al capítulo 9 de Daniel. Mientras lo haces, quiero mencionar que hemos visto en este estudio que Daniel era un hombre valiente. Fue un hombre de gran sabiduría y de gran habilidad. También era, como veremos hoy, un hombre de oración. Creo que la razón por la que era un hombre de oración era porque sabía y creía que el cielo gobierna. Si realmente creyeras eso, ¿no crees que estarías levantando tu mirada y tu corazón al cielo y pidiéndole a Dios que hiciera lo que solo Él puede hacer?
Hemos visto que Daniel era un hombre de oración. ¿Recuerdas en el capítulo 2 cuando el rey Nabucodonosor amenazó con matar a todos sus consejeros si no eran capaces de decirle al rey lo que había soñado la noche anterior? ¡Ni siquiera puedo recordar lo que soñé anoche, mucho menos puedo decirte lo que tu soñaste! Pero Nabucodonosor dijo que los iba a matar si no le contaban el sueño y su significado.
Así que Daniel se fue a su casa, les dijo a sus amigos sobre la crisis, y luego en el capítulo 2 dice: «para que pidieran misericordia del Dios del cielo acerca de este misterio». Él dijo: «Oremos». Y Dios escuchó sus oraciones. Dios respondió a sus oraciones y le reveló el sueño y su significado a Daniel.
Luego vimos en el capítulo 6, cuando el rey Darío firmó una orden ejecutiva, un decreto que hacía ilegal que alguien en el reino orara durante treinta días, siendo amenazados de muerte. Entonces, ¿qué hizo Daniel? Dice que Daniel «entró en su casa… Continuó arrodillándose tres veces al día, orando y dando gracias delante de su Dios». Y lo hizo con la ventana abierta para no esconder esto; pues no era ningún secreto. Luego nos dice que sus oponentes «encontraron a Daniel orando y suplicando delante de su Dios».
Este impulso, este ritmo de oración, era parte del alma de Daniel. Día tras día, sin importar lo que sucediera a su alrededor, sin importar el ajetreo del día, sin importar las amenazas, sin importar los problemas y desafíos, él oraba, era un hombre de oración.
Ahora que llegamos al capítulo 9, una vez más encontramos a Daniel orando. Solo les daré un desglose del capítulo para que puedan tener una idea de hacia dónde nos dirigimos.
En los primeros diecinueve versículos veremos la oración de Daniel. Esta es una oración ferviente y extensa a favor del pueblo de Dios. Es un modelo de oración intercesora. Incluye: alabanza, confesión, intercesión y súplica. Esos son los primeros diecinueve versículos.
Luego, desde el versículo 20 hasta el final del capítulo, versículo 27, veremos la respuesta celestial a la oración de Daniel. Entonces, mientras Daniel todavía estaba orando, el ángel Gabriel fue enviado por Dios con la respuesta y para ayudar a Daniel a comprender la visión que se le había dado. Es decir que veremos la oración de Daniel y luego veremos la respuesta del cielo.
El versículo 1 del capítulo 9 nos da el contexto histórico de esta oración. Estaba sucediendo un cambio político masivo. El rey Belsasar y el Imperio babilónico –hemos leído sobre ellos– habían sido depuestos, derrocados, y ahora había un nuevo rey, un nuevo imperio.
Versículo 1: «En el año primero de Darío, hijo de Asuero, descendiente de los medos, que fue constituido rey sobre el reino de los caldeos» (v.1).
Hagamos una pausa justo aquí. Si hubiéramos tenido titulares ese día, la prensa de Babilonia o lo que sea, habría dicho: «¡Nuevo rey coronado! ¡Las reglas de Darío!»
Daniel había estado exiliado en Babilonia desde que era un adolescente, y ahora tenía alrededor de ochenta y un años de edad, por lo que había visto a muchos reyes ir y venir, pero no estaba enfocado en la nueva administración. No estaba estresado por cómo las políticas del rey lo afectarían a él y a su pueblo. ¿Por qué? Porque Daniel sabía que el cielo gobierna.
Así que mientras que la atención de todos los demás estaba dirigida hacia Darío, los ojos de Daniel estaban fijos en el Dios Altísimo y Su reino. Eso era lo que le importaba a él. Daniel estaba ansioso por saber, con todo esto sucediendo –no qué había en las noticias, qué podía ver la gente, sino ¿qué estaba haciendo Dios en aquellos días? ¿Qué estaba haciendo Dios en su parte del mundo? ¿Qué estaba diciendo Dios?
¿Cómo pudo Daniel saber eso? ¿Y cómo podemos saber nosotras lo que Dios está diciendo y haciendo en nuestros días, cuando los gobernantes o administradores van y vienen? Bueno, observa el versículo 2:
«En el año primero de su reinado (de Darío), yo, Daniel, pude entender en los libros el número de los años en que, por palabra del Señor que fue revelada al profeta Jeremías, debían cumplirse las desolaciones de Jerusalén: setenta años» (v. 2).
Piensa en eso. Daniel no entendió lo que estaba sucediendo desde la perspectiva de Dios yendo a las redes sociales o las noticias por cable, como muchas de nosotras hacemos. «¿Qué está pasando en nuestro mundo?» ¿Qué hacemos? Miramos las noticias; miramos nuestras actualizaciones en las redes sociales. Daniel consiguió su ancla, obtuvo su perspectiva, su esperanza, su guía, mirando hacia arriba y leyendo la Escritura.
Y mientras estudiaba esos pergaminos, el libro de la profecía de Jeremías –y particularmente, estaba leyendo lo que hoy llamaríamos Jeremías 25 y 29. Puedes ir a esos capítulos y leer lo que Daniel estaba leyendo– Daniel se enteró de que el cautiverio babilónico y la desolación de Jerusalén en su tierra natal durarían setenta años. Todavía quedaban algunos años más en esa línea de tiempo. Entonces, después de esos setenta años, Dios juzgaría a los babilonios y restauraría a Su pueblo de regreso a su tierra natal.
Jeremías había escrito esta profecía que Dios le había dado. Ahora Daniel lee esa profecía y se asombra, se estremece, se emociona, se conmueve en su alma, porque vislumbra lo que Dios va a hacer y está haciendo.
¿Qué hizo Daniel? ¿Qué hizo con lo que había visto en la Palabra? Él oró. Mira el versículo 3.
«Volví mi rostro a Dios el Señor para buscarlo en oración y súplicas, en ayuno, cilicio y ceniza» (v.3).
De modo que el estudio de Daniel de la Palabra lo llevó a ponerse de rodillas, lo llevó a orar. Y las oraciones de Daniel fueron alimentadas por las Escrituras, por la Palabra de Dios. Las dos cosas van de la mano, como debería ser para nosotras. Dejemos que nuestro estudio de la Palabra de Dios nos mueva a la oración, y que nuestras oraciones estén arraigadas en la Palabra de Dios.
Daniel dijo: «Volví mi rostro a Dios el Señor para buscarlo en oración». Desvió su atención de todo lo que estaba sucediendo en esta nueva administración, todo lo que estaba sucediendo con el nuevo rey y el nuevo imperio y cambios en las reglas, leyes y políticas. «Volví mi rostro a Dios el Señor para buscarlo en oración».
Si vamos a orar de manera eficaz, tendremos que desviar nuestra atención de algunas cosas para que realmente podamos buscar a Dios. Necesitamos desviar nuestra atención de cualquier preocupación que pueda estar presionándonos, dejar de lado las distracciones innecesarias.
Para mí esa es la parte más difícil de la oración, todas las distracciones. Daniel tenía intencionalidad con respecto a su oración. Apartó su atención de su teléfono celular, por así decirlo, lejos de aquellas cosas que eran parte de su día y sus distracciones y sus ocupados deberes como funcionario de alto rango en el gobierno, y dirigió su rostro al Señor, se volvió al Señor.
Si nuestros ojos están en todas las cosas que suceden a nuestro alrededor y ese es nuestro enfoque, no seremos mujeres de oración. Para ser personas de oración cuyas oraciones hacen la diferencia, vamos a tener que poner nuestros ojos en la Palabra y luego levantar nuestra mirada y volver nuestra atención hacia Él y buscarlo por medio de la oración.
Nota también que Daniel no se sentó pasivamente una vez que vio esta profecía y esta promesa –en setenta años terminará el cautiverio babilónico. Ese conocimiento no lo hizo sentarse y esperar pasivamente a que Dios cumpliera Sus promesas. «Está bien, eso es lo que Dios ha dicho que va a hacer; eso es lo que va a hacer. ¡Genial! Solo esperaré a que eso suceda». «¿Jesús va a volver? ¡Estupendo! Me quedaré aquí sentada y esperaré a que eso suceda». ¡No! Daniel se humilló después de leer esa profecía, después de enterarse de lo que Dios estaba a punto de hacer, él oró.
El cielo gobierna, sí, pero eso no significa que no tengamos nada que hacer bajo el gobierno del cielo. Dios se mueve en respuesta a las oraciones, la humildad y el arrepentimiento de Su pueblo, para lograr Sus propósitos en nuestro mundo. Nuestras oraciones importan.
Eso es algo que veo en la vida de Daniel, y es algo que he visto en la gente que ora. Por lo general, no son las personas más famosas o cuyos nombres se ven en vallas publicitarias o en grandes conferencias. Las personas de oración son las que Dios está usando para lograr Sus propósitos en nuestro mundo. Él ha ordenado esos medios. Así que el cielo gobierna, pero nuestras oraciones siguen siendo importantes.
Así que la oración de Daniel se encuentra en los versículos del 4 al 19. Me encantaría tomarme el tiempo para leerlo todo. No voy a poder hacer eso, pero me gustaría que tú la leyeras después de escuchar esta sesión; léela en oración, atentamente. Aprendemos a orar al escuchar a otras personas orar, y he estado aprendiendo mucho sobre la oración mientras me sumergí en la oración de Daniel durante estos últimos días. No fue una oración casual, no fue una oración apresurada. De hecho, es una de las oraciones más largas y fervientes que encontrarás en las Escrituras. Daniel derrama su corazón delante de Dios.
Les daré una breve descripción general de la oración, pero nuevamente, quiero animarte a que regreses y te sumerjas en cada palabra de esta oración. La he escuchado vez tras vez, la he leído una y otra vez.
Él empieza en el versículo 4 diciendo:
«Oré al SEÑOR mi Dios e hice confesión y dije:
“Ay, Señor, el Dios grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia para los que lo aman y guardan Sus mandamientos”».
¿Cómo comienza Daniel su oración? Con alabanza y adoración, con un enfoque hacia Dios. Exalta el carácter de Dios que guarda el pacto.
Entonces, ¿qué sucede cuando vemos la grandeza, la gracia y la bondad de Dios? Nos vemos más claramente en Su luz. La adoración de Daniel lo llevó a una conciencia de pecado y a una confesión sincera de pecado, como sucederá con nosotras. Cuando adoramos, comenzamos a ver cuán pecadoras y necesitadas somos de la misericordia y la gracia de Dios.
En el versículo 5 dice:
«Hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho lo malo, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de Tus mandamientos y de Tus ordenanzas. No hemos escuchado a Tus siervos los profetas, que hablaron en Tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros padres y a todo el pueblo de la tierra».
Y así hasta el versículo 15, él confiesa el pecado.
Ahora, notarás en esta extensa oración de confesión, que no se menciona ni una sola cosa de los pecados de los babilonios o de los medos y persas. Tenían muchos pecados, no me malinterpretes, pero eso no fue lo que confesó Daniel. ¿Qué dice en el versículo 5 (y lo hace repetidamente) a través de esta oración? «Hemos pecado». En el versículo 20 dice: «Aún estaba yo hablando, orando y confesando mi pecado y el pecado de mi pueblo Israel…» Daniel se identificó a sí mismo con los pecados del pueblo de Dios. No se excusó. No culpó a otros. No se defendió. No racionalizó. Simplemente confesó humildemente: «Hemos pecado».
Luego continúa en esa oración y básicamente le dice a Dios: «Debido a que hemos pecado, Tú nos has traído desastres. Este cautiverio es algo que hiciste. En última instancia, los babilonios no fueron los responsables de esto. Hiciste esto porque nos dijiste que si nos alejábamos de Ti traerías desastres sobre nosotros».
Él le cita la Palabra de Dios a Dios. Ve la mano de Dios en este exilio babilónico. Dice: «Nos merecemos todo lo que nos ha pasado. Eres justo en todo lo que has hecho. Nos has disciplinado y sin embargo todavía nos hemos negado a apartarnos de nuestro pecado y volver a Tu verdad». Eso es lo que confiesa en esa oración.
Luego dice: «A pesar de todo esto, Tú eres compasivo y perdonador». Así que sabiendo eso acerca de Dios, llegamos al versículo 16, y Daniel hace su petición, su súplica. Alaba a Dios, luego confiesa el pecado, y ahora vienen la petición y la súplica.
Versículo 16: «Oh Señor…apártese ahora Tu ira y Tu furor de Tu ciudad Jerusalén…» Versículo 17:«…haz resplandecer Tu rostro sobre Tu santuario desolado por amor de ti mismo, oh Señor…» Versículo 18: «Abre Tus ojos y mira nuestras desolaciones… Pues no es por nuestros propios méritos que presentamos nuestras súplicas delante de Ti, sino por Tu gran compasión. ¡Oh Señor, escucha! ¡Señor, perdona! ¡Señor, atiende y actúa! ¡No tardes, por amor de Ti mismo, Dios mío! Porque Tu nombre se invoca sobre Tu ciudad y sobre Tu pueblo» (vv.16-19).
Daniel le ruega a Dios que actúe de acuerdo a Su carácter. Él le pide misericordia con humildad y valentía, sabiendo que no la merecen. Él dice: «Señor, esto no es por nosotros, esto es por Ti. No se trata de nosotros; se trata de Ti y de Tu gran nombre».
¿Dónde están hoy en día los hombres y las mujeres que oran de esta manera? No hay muchos, ¿cierto? En las últimas semanas, me he preguntado mientras meditaba en este pasaje, «¿por qué no oro de esta manera?», aun conociendo la condición desesperada del pueblo de Dios y las maravillosas y bondadosas promesas de Dios. Este es el tipo de oración que surge de una comprensión correcta de los caminos de Dios.
Bueno, en los versículos del 20 al 27, vemos la respuesta celestial. Comenzando en el versículo 21:
«Todavía estaba yo hablando en oración (la respuesta llegó mientras él oraba) cuando Gabriel, el hombre (el ángel) a quien había visto en la visión al principio, se me acercó, estando yo muy cansado (estaba exhausto de derramar su corazón) como a la hora de la ofrenda de la tarde. Me instruyó y me dijo: “Daniel, he salido ahora para darte sabiduría y entendimiento”» (vv. 21-22).
En el capítulo anterior, capítulo 8, once años antes, Gabriel, el mensajero de Dios, había venido a explicarle a Daniel la visión del carnero, el macho cabrío y el cuerno pequeño. Ahora Gabriel aparece de nuevo para explicar más de los propósitos de Dios y el plan de Dios a Daniel. Versículo 23:
«Al principio de tus súplicas se dio la orden, y he venido para explicártela, porque eres muy estimado por Dios…»
En Deuteronomio 14, Dios le dijo a Su pueblo: «…el SEÑOR te ha escogido para que le seas un pueblo de Su exclusiva posesión…» (v.2). El pueblo de Dios es un tesoro para Dios. Él lo ama, lo escucha y responde sus oraciones. Entonces Gabriel dice:
«… Pon atención a la orden y entiende la visión…»
Versículo 24: «Setenta semanas han sido decretadas sobre tu pueblo (los judíos) y sobre tu santa ciudad…» (Jerusalén que estaba a cientos de millas de distancia y en ruinas (v. 24).
Ahora, setenta semanas. Podríamos pasar una semana o más tratando de descifrar estos últimos siete u ocho versículos del capítulo 9. Los comentaristas casi universalmente están de acuerdo en que esto es setenta y siete, setenta semanas de años, igual a 490 años; pero difieren sobre cuándo comienza y cuándo termina ese período. Puede ser entre el regreso de los judíos del exilio en Babilonia a su tierra natal en Jerusalén hasta la muerte de Cristo. Desde el regreso del exilio hasta la muerte de Cristo hay unos 490 años, más o menos dependiendo de cuándo comienza y cuándo termina. Pero el resultado final de este período de tiempo está claro en este pasaje. Continúa diciendo en el versículo 24:
«Setenta semanas han sido decretadas…para poner fin a la transgresión, para terminar con el pecado, para expiar la iniquidad…» (v. 24).
Ahora, vamos a detenernos y pensar en lo que Daniel acababa de orar. Él había estado confesando los pecados y había estado diciendo: «¡Dios, escúchame y perdona nuestro pecado!» ¿Qué dice Dios antes de que Daniel termine de orar? «He escuchado tus oraciones y durante este período de tiempo voy a poner fin a su rebelión. Voy a expiar la iniquidad. Voy a poner fin al pecado». Todo en respuesta a la oración de Daniel.
Luego dice: «…para traer justicia eterna…» No solo va a quitar el pecado, sino que va a crear un orden mundial completamente nuevo donde no hay pecado. ¡Qué grandioso es eso! «…para sellar la visión y la profecía…» La profecía y las visiones ya no serían necesarias porque todo se habrá cumplido y la fe será vista; veremos al Señor; «…y para ungir el lugar santísimo» (v. 24).
Ahora, el resto de este capítulo no es muy largo, pero es una profecía extremadamente detallada y compleja sobre este período de setenta semanas. Los eruditos de la Biblia han escrito mucho tratando de averiguar a quién y a qué se refieren estas profecías y cuándo se llevarán a cabo. La mayoría está de acuerdo en que, como ocurre con muchas profecías del Antiguo Testamento, estas profecías tienen tanto una visión cercana como una lejana.
El cumplimiento cercano no es como mañana. La visión cercana cubre eventos relacionados con el pueblo de Israel a lo largo de cientos de años, incluida la venida de Cristo a la tierra. Esa es la vista cercana –cientos de años. Esas profecías que tienen esta visión cercana se cumplieron con un detalle asombroso y una sincronización precisa en el tiempo. Cuando Dios dijo que estas cosas sucederían. Y si separas estas profecías, puedes ver que hasta el día exacto Dios cumplió estas profecías.
Pero también hay un cumplimiento lejano de estas profecías que apunta al fin de los tiempos, cuando el plan eterno de Dios para todas las generaciones, todas las épocas, será terminado, consumado.
Ahora, hay muchas cosas que no están claras en este pasaje y en los últimos capítulos del libro de Daniel. A veces me he preguntado: «Señor, ¿podrías enviar a Gabriel para que me ayude a entender esto?», como he estado tratando de estudiar. Entonces recuerdo, creo que es por eso que tenemos el Espíritu Santo, ¡para mostrarnos lo que necesitamos saber y entender! Pero hay cosas que son realmente difíciles de entender en estos últimos capítulos de Daniel. Pero solo quiero resaltar varias cosas que están claras al final de este capítulo: Dios tiene un plan para Su pueblo, entonces y ahora; y Su plan es poner fin a nuestro pecado, expiar la iniquidad y traer la justicia eterna (v.24). ¿Qué podría ser más importante que eso?
Luego, en el versículo 25, para llevar a cabo todo esto, Dios prometió enviar un Ungido a la tierra; «el Mesías Príncipe», dicen algunas de sus traducciones. En el versículo 26 dice que el Mesías sería «muerto». Esta es una referencia a la crucifixión de Cristo. Eso es lo que traería el perdón de los pecados y la expiación por nuestra iniquidad.
También vemos en el versículo 26 que un «gobernante maligno» destruiría una vez más la ciudad santa, Jerusalén y el templo. Ahora, en el cumplimiento cercano, eso se cumplió en el año 70 D.C., cuando los romanos destruyeron Jerusalén. Por otro lado, desde el punto de vista a largo plazo, esa profecía se cumplirá con el Anticristo hacia el final de esta era.
También vemos en estos versículos que, hasta el fin de los tiempos, habrá dificultades y desolaciones en la tierra, incluyendo desastres naturales, guerras, persecución del pueblo de Dios. No se sorprendan cuando sucedan estas cosas, porque todas ellas han sido decretadas por Dios.
Vemos en este pasaje que Dios controla el momento exacto en que suceden todas estas cosas, y Dios controla la medida precisa en que estas fuerzas pueden poner en obra la maldad. Él lo controla todo, y eso incluye las fuerzas que vienen contra Su pueblo. Vemos en este pasaje que no importa lo que le suceda al pueblo de Dios, Él nunca abandona a los suyos, los que le pertenecen.
Vemos en el versículo 27, que finalmente Dios restaurará y purificará a Su pueblo, y derramará destrucción sobre aquellos que provocaron estas desolaciones en la tierra. Cuando parezca que las personas malvadas, los reyes, los gobernantes, las personas malvadas con designios malvados están ganando –como si la suciedad fuera agua de alcantarilla en todo el mundo– recordemos, llegará el momento en que todo eso terminará y Dios destruirá a todos los que han traído maldad y desolación a esta tierra. A pesar de todo lo peor que los gobernantes terrenales y sus esfuerzos puedan llevar a cabo contra el pueblo de Dios, el cielo todavía gobierna.
Luego se nos recuerda en el versículo 26, dos veces: «Todos estos problemas llegarán a su fin». Verás esa palabra «el fin» repetidamente en estos últimos capítulos de Daniel. Habrá un fin al pecado, la violencia, los asaltos, los ataques, la iniquidad y la maldad. Estas cosas llegarán a su fin.
Daniel oró para que Dios perdonara e interviniera a favor de Su pueblo, y la respuesta que trajo Gabriel fue que Dios había escuchado la oración de Daniel, y que Dios haría lo que Daniel le había pedido…en Su tiempo. Mientras tanto, el pueblo de Dios no debe desanimarse.
Necesitamos soportar las dificultades, aferrándonos con fe a Aquel que ha prometido que un día todas las cosas de esta tierra serán redimidas y hechas nuevas. En el centro de este plan complejo, detallado y eterno que es plenamente conocido solo en la mente de Dios, está el Ungido de Dios, Su Mesías. Este pasaje apunta a Jesús. Él es nuestra esperanza. Él es la respuesta a todos los anhelos más profundos, a todas las crisis más grandes y a todas las oraciones fervientes de Su pueblo.
Así que oremos: «Venga tu reino; hágase Tu voluntad, en la tierra como en el cielo», y confiemos en que Dios está escuchando. Dios está respondiendo incluso cuando no podemos ver la respuesta, incluso cuando todavía faltan cientos o miles de años, tal vez; pero sabiendo que en Cristo todas esas oraciones serán contestadas y todas las cosas serán hechas nuevas.
Annamarie: Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha estado animando a perseverar en oración. Y tú, ¿dónde estás poniendo tu atención?
Una forma en la que puedes arraigarte hoy en la Palabra es leyendo atentamente la oración de Daniel en el capítulo 9, versículos 3 al 19 –como Nancy te animó.
Y en el próximo episodio veremos el capítulo 10 de Daniel. Léelo y anota «ECG» al margen cuando veas evidencias de que El cielo gobierna. ¡Te esperamos el lunes para el próximo episodio!
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