Cuando la angustia y el gozo van de la mano
Débora: Margaret Nyman recuerda las instrucciones que le dieron las enfermeras con respecto al cuidado de su esposo en sus últimos días de vida. Como ella no tenía conocimientos médicos, se sintió abrumada.
Margaret Nyman: Oh, wow. . . ¡Yo no puedo hacer todo esto! Yo no estoy llamada a esto! Yo estaba de alguna manera, dando un paso atrás. Aunque estaba asintiendo y diciendo: «Está bien, está bien», en mi corazón decía, «¡Yo no, yo no!».
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy 5 de julio de 2024.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Estoy tan agradecida de tener con nosotras en el programa de esta semana a mi amiga, Margaret Nyman. Ella escribe blogs, es escritora, y madre de siete hijos. Por casi cuarenta años, ella estuvo casada con Nate Nyman.
Les comparto una pequeña información que algunas de nuestras …
Débora: Margaret Nyman recuerda las instrucciones que le dieron las enfermeras con respecto al cuidado de su esposo en sus últimos días de vida. Como ella no tenía conocimientos médicos, se sintió abrumada.
Margaret Nyman: Oh, wow. . . ¡Yo no puedo hacer todo esto! Yo no estoy llamada a esto! Yo estaba de alguna manera, dando un paso atrás. Aunque estaba asintiendo y diciendo: «Está bien, está bien», en mi corazón decía, «¡Yo no, yo no!».
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy 5 de julio de 2024.
Nancy DeMoss Wolgemuth: Estoy tan agradecida de tener con nosotras en el programa de esta semana a mi amiga, Margaret Nyman. Ella escribe blogs, es escritora, y madre de siete hijos. Por casi cuarenta años, ella estuvo casada con Nate Nyman.
Les comparto una pequeña información que algunas de nuestras oyentes apreciarán. Algunas de ustedes me han escuchado hablar a través de los años, sobre una mujer a quien yo llamo mamá Johnson.
Ella era la mamá de una familia con quien viví mientras estaba en la universidad. Durante muchos años ella invirtió en mi vida. Margaret Nyman es la sobrina de mamá Johnson, así que nos conectamos a través de los años por medio de esa relación y amistad.
En los últimos años Margaret ha sido introducida a este nuevo capítulo de la vida llamado «viudez». Margaret, aprecio mucho el hecho de que no solo caminaste a través de esto con el señor, sino que has estado dispuesta a compartir tu experiencia, al ministrar gracia, ayuda y consuelo a las demás también.
Así que, gracias por estar aquí con nosotras y compartir con nuestras oyentes.
Margaret: Muchas gracias por invitarme.
Nancy: Quiero hacer hincapié en que al leer tu libro, me doy cuenta de que no es solo para viudas. Pienso que es un libro que va a ministrar a mujeres casadas, y a aquellas que no se han casado también, a saber cómo caminar a través de la pérdida, a través del dolor; y también cómo ministrar a otras en situaciones similares. Es un libro práctico y te sigue apuntando hacia Cristo. Por eso quiero decir que este es un libro que pienso que bendecirá y servirá a mujeres que, por supuesto, son viudas, y también a las que no lo son.
Para aquellas que no escucharon la primera parte de esta historia, pueden ir a nuestra página AvivaNuestrosCorazones.com y escuchar el audio o leer la transcripción del último programa.
Nate tenía una sentencia de muerte de cáncer de páncreas, metástasis estadio IV, y resultó que en solo cuarenta y dos días el Señor se lo llevó al hogar celestial.
Ese fue un proceso muy rápido para ti, pero estoy segura de que debió haber parecido una eternidad en algunos momentos. Tú comenzaste un blog, y recuerdo haberlo leído durante ese tiempo. Lo llamaste, «Superando esto». Fuiste muy transparente. Informabas casi a diario con actualizaciones sobre Nate, por supuesto, con cosas que amigos y familiares querían oír. . . pero además contabas cómo Dios te estaba guiando a través de esto.
Compartiste un poco de esto con nosotras en el último programa, acerca de cómo Dios te ministró gracia durante ese tiempo. Cuando tuvimos que interrumpirte, estabas a punto de contarnos otra historia acerca de ese tiempo, sobre esas últimas semanas de la vida de Nate. Permíteme pedirte que continúes a partir de ahí.
Margaret: Muy bien. Un día yo estaba viendo la mesa llena de sus frascos de medicinas. Yo no soy una persona de números, y las instrucciones de cada botella eran un poco diferentes. Había unas treinta botellas diferentes ahí; por botellas me refiero a los pequeños frascos de pastillas que vienen de las farmacias.
Algunas eran analgésicos, algunas eran para la inflamación, otras eran para una variedad diferente de cosas. Una podría decir: «Tomar dos veces al día (tres veces si es necesario) antes de comer». Otra podría decir: «Tome con comida solamente, una vez al día, dos a la vez. . .» Era abrumador para mí como persona no muy numérica y sin ningún conocimiento médico.
Un día me quedé mirando todo eso mientras Nate dormía. Tenía como treinta de esos frasquitos, y pensé: no puedo hacer esto, Señor. No puedo hacer esto. Se está haciendo más y más complicado. No sé qué hacer. Por favor ayúdame. . . ayúdame. No puedo hacer esto.
Esa tarde, una enfermera ayudante llegó, y trajo supositorios para Nate. Ella dijo: «Estos son supositorios para el dolor, es posible que los necesite». Pensé, ¡oh no! Yo no creo que pueda hacer eso. Realmente no creo que pueda hacer esto. Era demasiado para mí.
La enfermera estaba explicándome que eventualmente Nate necesitaría que lo bañara en la cama, y yo pensé: Oh, wow. . . ¡Yo no puedo hacer todo esto! Yo no estoy llamada a esto! Yo estaba de alguna manera dando un paso atrás; aunque estaba asintiendo y diciendo: «Está bien, está bien», en mi corazón yo decía, «¡Yo no, yo no!».
Finalmente, el día estaba llegando a su fin, y fui ante el Señor y le dije: «¡No puedo hacer esto! ¿Qué quieres que haga?». Y Su respuesta simplemente salió de Génesis: «Sé su ayuda. Creé una mujer para ayudar a su hombre; aquí está tu hombre. Él necesita ayuda. Sé su ayuda. Es todo lo que quiero que hagas. Si se le cae algo, recógelo. Si pide una bolsa de hielo, dásela. Si sus calcetines están molestando sus tobillos hinchados, busca unas tijeras y córtalos. No te preocupes por nada más. Yo voy a enviar a alguien para ayudar con todo lo demás. Sé la ayuda que te creé para ser. Ayúdale a atravesar esto».
Y yo pensé: Bueno, esas son cosas que puedo hacer. Fue un momento de calma para mí. Después, al día siguiente, llegó mi hermana que es enfermera. Ella disfrutó la tarea de administrar esas treinta botellas y quitó ese peso de mis hombros.
Nate murió antes de que yo tuviera que darle un baño en la cama o ponerle un supositorio. El Señor sabía: «Yo no voy a pedirte que hagas esas cosas, solo sé su ayuda». Escribí un devocional sobre esto en el libro. Es lo que Él le pide a cada esposa que sea, solo ser ayuda. Fíjate en dónde necesita ayuda tu esposo y ve ayúdale.
Muchas de nosotras derribamos a nuestros esposos sin querer con una pequeña crítica, o tal vez decimos: «se podría haber hecho mejor», o «están mal puestos los trastos en el lavaplatos», o cualquier cosita. En su lugar, sé ayuda, en cierto sentido, como una asistente. Es algo tan gratificante. Es el diseño de Dios, y es maravilloso para ellos.
Nancy: Lo dulce es ver cómo el Señor vino a tu rescate, a ayudarte, a medida que te estabas rindiendo a hacer lo que Dios te estaba llamando a hacer. Qué buen recordatorio también de que Dios no pone sobre nosotras aquello que no podemos hacer o cargar, porque nosotras...ponemos nuestra imaginación a volar y fácilmente nos sentimos abrumadas, cualquiera que sea nuestro llamado, con todo lo que hay que hacer, todo lo que nos imaginamos que se va acumulando.
Pero Dios nos da dirección para el momento, y gracia y ayuda para nuestro llamado. Él nos quita las cosas que no tiene para nosotras en ese momento. Hay mucha libertad, en cualquiera que sea nuestra temporada en la vida, de abrazar lo que Dios nos ha dado para hacer en ese momento, recibiendo Su gracia para ello, y luego dejar que Él llene lo que no podemos hacer o no estamos llamadas a hacer. Pienso que es buena sabiduría para cada una de nosotras en cada temporada de la vida.
Margaret: Mi esposo también cayó en eso cuando tenía temor del dolor que llegaría al final. Todavía no había llegado ahí, y no tenía por qué preocuparse por eso. Pero todos hacemos eso. Nos adelantamos, y todos queremos asumir cargas, aunque no hemos llegado ahí todavía.
Puede que tengamos que enfrentarlas, es posible que tengamos que soportarlas, pero no hoy. Así que necesitamos manejar el hoy.
Nancy: Tengo una amiga, madre de ocho hijos y tiene a su cuidado a su madre con Alzheimer y tiene un montón de nietos. Su vida es complicada y abrumadora por momentos. Ella usa esta imagen verbal: Ella ha estado en cuevas subterráneas, en cavernas, donde te dan uno de esos cascos para mineros que tienen una luz que solo alumbra el camino donde estás, no alumbra más adelante.
A medida que avanzas, la luz se mueve contigo y alumbra el camino donde estás. Ella me recuerda a veces que la gracia de Dios es así. Es luz para nuestro camino justo donde estamos, no para donde vamos, no de donde venimos, o del futuro, o las cosas que podríamos imaginar que van a ocurrir.
Podemos caminar en la luz de esa gracia que Dios da para ese paso, para ese momento. A medida que he escuchado lo que has dicho, y que he leído lo que has escrito (mientras escribías ese blog durante esas semanas), eso es lo que Dios estaba haciendo por ti. Te estaba alumbrando ese momento, solo ese día.
Margaret: En cierta forma, escribir el blog al final de cada día resultó ser una experiencia renovadora para mí. Mientras me sentaba a escribir sobre las cosas horribles que podrían haber ocurrido ese día en el centro de tratamiento de cáncer, al final de haber escrito quinientas o seiscientas palabras, Dios me estaba recordando, «oh, pero recuerda esto que sucedió, esto fue bueno. Tomaste un buen chocolate caliente mientras estabas en la sala de espera para el tratamiento de radiación. ¡Eso fue agradable!».
Él levantaba mi espíritu al final de cada día, así que cuando ponía mi cabeza en la almohada, nunca sentí que iba a ser el fin del mundo. Podríamos lograrlo. Podríamos hacerlo. Podríamos superarlo, día a día.
Aun cuando me despertara pensando: ¿¡Oh, oh!? Qué ocurrirá hoy? Era una lección de que Dios iba a estar conmigo, con nosotros, con mi esposo. Él iba a estar ahí manejando los detalles. Él es un Dios de detalles. Está presente en maneras pequeñas y en maneras gigantes. Está presente en maneras compasivas y cariñosas, como Padre hacia cada una de nosotras.
Nancy: ¿Cómo experimentaste eso cuando llegó el final? El final como lo vemos, no en términos de la vida eterna. En esos términos ese es el «comienzo».
Margaret: ¿Cómo vi los detalles de Dios?
Nancy: ¿Cómo cuido de ti? ¿Cómo te guio a través de esa trayectoria?
Margaret: Los dos últimos días, las cosas fueron cambiando radicalmente, todo iba cuesta abajo rápidamente. Nuestros hijos, todos estaban en casa, entraban y salían de la habitación continuamente.
Nancy: Todos estaban en la casa porque habían venido a estar con su papá.
Margaret: Sí, mis hijos adultos estaban allí para estar con su papá y dos pequeños nietos. Querían tiempo con él, pero a la vez no querían perturbarlo. Mi esposo a menudo estaba dormido. Estaba en la cama de posición. Apenas se había subido a ella el día anterior.
En los últimos días, todavía andaba de pie, pero estaba muy débil. Cualquiera que ha tenido un ser querido con cáncer, se da cuenta de que esta enfermedad destruye desde adentro hacia afuera, y todo se vuelve débil y delgado. Ellos estaban conscientes de que un adiós se avecinaba. Todos lo sabíamos y lo aceptábamos, solo de mirarlo, pues él era una sombra de sí mismo.
Un día, esto fue obra de Dios por seguro, dos días antes de morir, uno por uno los chicos fueron entrando en su habitación y se sentaban en la silla que teníamos cerca de su cabecera. Él estrechaba su brazo delgado y los tomaba de la mano. Ellos decían algo que se escuchaba como una despedida.
Yo estuve ahí todo el tiempo, presenciando todo esto, «voy a ser fuerte», me decía a mí misma; esta es la despedida. Ellos hablaban con él de una forma especial, de esa manera en que solo hablan un padre y un hijo, o un padre y una hija. Hubo frases como «te amo», y para ese momento su voz ya estaba muy débil, ya no era su voz fuerte de antes.
Uno a uno, todos se reunieron con él, y finalmente todos estábamos apretados en esa pequeña habitación alrededor de su cama, diciendo «adiós». No teníamos idea de que iba a morir en dos días. Sabíamos que esto iba a ocurrir, pero uno siempre quiere alargar el tiempo.
Mi yerno entró y se sentó junto a él. No estaba segura si iba a querer hacer eso o no. Los hijos políticos no siempre son tan cercanos y él solo había estado en la familia tres o cuatro años. Se sentó y se inclinó sobre Nate y comenzó a orar. Después uno de los otros chicos empezó a orar también.
Sentí casi como si pudiera ver venir sobre nosotros al Espíritu Santo de Dios, y que nos cubría a todos juntos reunidos allí. Las lágrimas comenzaron a salir, pero no de una manera angustiosa, más bien en una forma de liberación y bendición. Al día siguiente, Nate estaba inconsciente, y hubiéramos perdido nuestra oportunidad de despedirnos si hubiéramos esperado.
No lo orquestamos. No dijimos, «tal vez quede inconsciente en cualquier momento». No había nada de eso. Fue Dios dirigiendo e incitando ese momento. Él estaba tan presente; había un resplandor cálido en la habitación. Fue insoportablemente doloroso, pero al mismo tiempo lleno de amor.
Creo que la angustia y el gozo, a veces van de la mano. Si es así, eso fue sin duda cierto en ese momento. Dos días más tarde cuando murió, las enfermeras decían que había resistido más tiempo de lo que pensaban. Ellas decían que no se quería ir.
He oído eso de una gran cantidad de hombres. No quieren abandonar a sus familias. A menudo mueren cuando su esposa sale de la habitación del hospital o lo que sea. Una de las enfermeras de cuidados intensivos, nunca olvidaré esto, se mantuvo dos noches antes de que él muriera en un pequeño taburete a los pies de su cama, y permitió que todos nosotros estuviéramos cerca de él.
Ella dijo: «Estuve mirándolo toda la noche», cuando todos estaban sentados en sillas dormitando y entrando y saliendo. Ella dijo: «Creo que él luce más y más joven». Yo pensé: Wow, ¿no es genial? Tal vez el Espíritu está haciendo algo, preparándolo para la juventud de la eternidad. No lo sé. ¿Quién sabe?
Estábamos reunidos a su alrededor justo cuando murió. Estaba inconsciente y se escabulló en paz, lo cual había sido mi oración. Porque he oído historias de gente gritando o llenos de angustia en sus rostros. Pensé, ¿qué pasa si los chicos ven eso? ¿Cómo vamos a poder quitar esta imagen de sus mentes?
Murió pacíficamente. Todos estábamos allí, sin embargo, no habríamos podido decir «adiós»; era demasiado tarde para eso. Si hubiéramos dicho «adiós», él ya no lo habría captado. Así que recuerdo dos días antes cuando estuvimos juntos. Él pudo comunicarse y hacer contacto visual y sonreír y tomarnos de la mano. Fue un regalo de Dios.
Murió a las siete y media de la noche. Habíamos pedido comida china, y la comida estaba en la cocina, y todos necesitaban comer. Estábamos allí pasando la caja de pañuelos de aquí para allá sobre su cuerpo, él se había ido, pero nosotros no nos queríamos ir de ahí.
Es un momento extraño, lleno de amor, incómodo. . . un momento sagrado cuando alguien se va. Mi cara estaba justo al lado de su nariz, nariz con nariz, lágrimas corriendo por mi rostro, en busca de cualquier atisbo de su encuentro con Jesús. Y, por supuesto, debido a la morfina, ese tipo de cosas no suelen ocurrir. Eso no sucedió al decir «adiós».
Yo estaba sosteniendo su mano y acariciando su antebrazo a medida que se desvanecía. En cuestión de segundos, estaba fría. Es un recordatorio de que el cuerpo que estábamos viendo, que estaba lleno de tumores y cáncer... el enemigo quiere matar y Dios quiere darle vida. Es como si Dios tomara la parte viva, y se deshiciera de la parte corrompida.
Ese cuerpo se había convertido en solo una tremenda carga para él, lleno de dolor y fracaso, y luego se marchó. Fue muy claro para todos nosotros que él se había ido. Entonces no fue difícil, después de aproximadamente una media hora, comenzamos a salir de la habitación. Él se había ido. Es tan claro cuando alguien muere, la diferencia, incluso de una persona que está en coma o en un sueño profundo. Simplemente se fue y eso es todo.
Así que no nos quedamos ahí, en ese lugar. La vida sigue adelante.
Nancy: ¿Te comiste la comida china?
Margaret: Finalmente lo hicimos. Nos quedamos ahí mirándonos unos a otros, los ojos hinchados de llanto y de compartir historias divertidas a través de nuestras lágrimas, riendo y hablando acerca de lo que Nate iba a estar haciendo ahora y a quién él estaba viendo. Nate era tan aficionado a la historia, ni siquiera puedo imaginar la emoción de eso. Pero, por supuesto, con quien realmente él quiere hablar es con Jesús, y obtener respuestas a sus preguntas, y conocer todos los misterios que anhelamos saber.
Ahí es donde él estaba; ahí es a donde él fue, y lo sabíamos. Estábamos seguros de ello y eso nos dio paz, aun cuando llorábamos por su partida. Esa es la realidad para un cristiano que muere.
Nancy: Has titulado tu libro, «Esperanza para un corazón dolido » (disponible en inglés). Esa es la fuente de nuestra esperanza, que Cristo ha tomado nuestra muerte, murió en nuestro lugar para que para nosotros la muerte no fuera definitiva, para el creyente, el seguidor de Cristo. Recuerdo que en el funeral de mi hermano de veintidós años de edad, acababa de morir en un accidente automovilístico (en una colisión automovilística) porque no hay accidentes para Dios.
Recuerdo que uno de los hombres que habló en ese servicio dijo: «Al contrario de lo que podamos pensar, David no se ha ido del mundo de los vivos para ir a la tierra de los muertos, sino que ha dejado la tierra de los muertos para ir a la tierra de los vivientes». Para el creyente en Cristo, hay esa confianza, no solo para el ser querido que se ha ido, sino para nosotros que quedamos atrás.
Cristo es nuestra vida y es nuestra esperanza. Como tú dices, hay una yuxtaposición de sentimientos de pena, dolor, tristeza, pero también de esperanza y paz. Has utilizado todas esas palabras, incluso dentro de la misma frase. La única persona que puede hablar de esa manera, y pensar de esa manera, es una persona que tiene una relación con Jesucristo. Por eso es tan importante que nos aseguremos de que esa relación está bien, antes de llegar a ese punto en que el espíritu pasa a la eternidad.
Me pregunto si no hay alguien escuchando, incluso esta conversación hoy, que no puede enfrentar la muerte, la de ella misma o la de alguien más, con la esperanza de la que has hablado. Tal vez necesitabas escuchar esta historia hoy y recordar que ahora es el momento para poner tu fe y tu esperanza en Cristo, para que cuando llegue el día, como pasará con todas nosotras, pueden ser días, semanas, meses o años, haya esa confianza de que cuando dejemos este cuerpo, estaremos para siempre con el Señor.
Y quiero animarte, si eres viuda o si tienes un miembro de la familia que ha perdido un ser querido, o si conoces viudas en tu iglesia o en tu comunidad de fe que necesitan aliento; quiero animarte a compartirles estos programas. Son un gran recurso para mujeres y acerca de mujeres que han perdido, en particular, a un compañero.
Débora: Gracias, Nancy. Esta serie está basada en el libro escrito por Margaret, titulado: «Esperanza para un corazón dolido» (disponible en inglés). El lunes, Margaret continuará compartiendo con nosotras su trayectoria, abrirá su corazón, y nos continuará hablando acerca de cómo el Señor ha estado con ella a lo largo de su situación. Hablaremos acerca de la vida después de la pérdida de un compañero, cómo se ve la viudez en sus primeros días, y también a medida que sigues en esa nueva temporada de la vida.
Mientras tanto, te damos un adelanto del próximo episodio. Luego de la muerte de su esposo, Margaret luchaba con aceptar el término «viuda».
Margaret: «Esta es mi amiga Margaret. Ella acaba de perder a su esposo». Se convierte en la identidad que te envuelve en un momento cuando estás luchando con tener esa identidad y hacerla parte de ti. Es una enorme palabra «Viuda». Es oscura; es negativa, ¡y eres tú!
Piensas, ¿está bien, cómo hago esto? Yo no quiero hacer esto. Yo nunca quise ser una viuda. Sin mencionar todas las batallas por las que estás pasando cuando estás extrañando a tu esposo en particular. Y ni siquiera puedes hablar con él.
Cuando dices «no», estás diciendo «no» a «no me presentes como una viuda. No me hagas tener una charla con personas que nunca había conocido antes. No digas: “esta es mi amiga, Kelly, y su mamá es viuda».
Dame un minuto para acostumbrarme a esto. Contra eso es que me estaba rebelando. Bueno, no realmente rebelándome, pero alejándome. La viudez es tanto un comienzo como lo es el matrimonio. No es algo que esperamos, pero es un comienzo, y puedes hacer con ello lo que Dios quiere que hagas de ello, o puedes envolverte bien y quedarte como yo estaba.
Hubo esa corta etapa de ermitaña para mí que duró algunos meses. Pero después de eso, fue como si Dios hubiera dicho, «bueno, vamos a continuar lamentando, pero el tsunami está detrás de ti. Creo que podemos hacer algo por otros ahora. Esto será bueno para ti».
Pienso que toda viuda necesita otra viuda. Tú necesitas a alguien que haya recorrido este camino primero. En la medida en que tú hablas, ves la luz delantera que ilumina las piedras que encuentras en el camino. Necesitas a alguien que lo haya recorrido antes que tú, para decir: «lo que estás sintiendo es normal. De esa manera fue como yo lidié con eso. Esto es lo que vas a experimentar después, por lo menos lo fue para mí». Te sientes como en casa con la vida de esa persona.
Débora: Te esperamos el lunes para la continuación de esta serie aquí en Aviva Nuestros Corazones.
Enfrentando cada etapa de la vida sin temor, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de La Biblia de las Américas a menos que se indique lo contrario.
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