Creciendo en santidad
Annamarie Sauter: Tratamos de mejorar y crecer en diferentes aspectos, pero hay uno que no podemos olvidar.
Nancy DeMoss Wolgemuth: ¿Qué tanto te importa tu santidad? ¿Cuánto tiempo, atención y esfuerzo dedicas a convertirte en una mujer santa? ¿Evitas —de forma intencional— todo lo que pueda desagradarle a Dios y vives una vida de santidad?
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
La lectura de hoy de la Biblia es 1 Crónicas capítulos 6 y 7.
Iniciar una rutina de ejercicios, inscribirnos en una clase, comenzar un nuevo hábito—todas estas cosas pueden ser útiles, pero, ¿has pensado en crecer en santidad? Hoy Nancy nos dará una imágen de cómo podría lucir esto, como continuación de la serie titulada, «En busca de Dios».
Nancy: Tengo una buena amiga que es corredora, le gusta correr. Es una de las cosas que no …
Annamarie Sauter: Tratamos de mejorar y crecer en diferentes aspectos, pero hay uno que no podemos olvidar.
Nancy DeMoss Wolgemuth: ¿Qué tanto te importa tu santidad? ¿Cuánto tiempo, atención y esfuerzo dedicas a convertirte en una mujer santa? ¿Evitas —de forma intencional— todo lo que pueda desagradarle a Dios y vives una vida de santidad?
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
La lectura de hoy de la Biblia es 1 Crónicas capítulos 6 y 7.
Iniciar una rutina de ejercicios, inscribirnos en una clase, comenzar un nuevo hábito—todas estas cosas pueden ser útiles, pero, ¿has pensado en crecer en santidad? Hoy Nancy nos dará una imágen de cómo podría lucir esto, como continuación de la serie titulada, «En busca de Dios».
Nancy: Tengo una buena amiga que es corredora, le gusta correr. Es una de las cosas que no tenemos en común. Esta amiga decidió, el año pasado, correr en un maratón. Nunca había participado en un maratón.
Es bajita y menuda. Empezó a entrenar meses antes de correr en el maratón. ¡La preparación, la concentración y aquella disciplina con la que se preparó! Se iba a correr temprano en la mañana, sin importarle el frío, la lluvia, la nieve o los charcos de hielo... Nada le importaba.
Salía cuando no tenía deseos de correr. Salía cuando no había nadie más corriendo, y de seguro a veces consideraba esto como una empresa un poco solitaria. Corría incluso cuando personas —como yo, por ejemplo— pensaban que quizás estaba un poco loca. Corría cuando hasta ella misma pensaba que quizás estaba un poco —o muy— loca.
Ella leía acerca del tema —estudiándolo en la red— o hablando con personas que habían corrido maratones para aprender de ellas. Llevaba una dieta especial y una agenda estricta. Esas prioridades —junto con el Señor— tomaron gran relevancia durante ese período de entrenamiento.
Corrió en la carrera y la terminó. ¡Qué realizada debió haberse sentido! Sí, pero ella tuvo siempre —durante todos esos meses de entrenamiento— una meta en su mente: la recta final.
Llegar hasta el final de la carrera. Correr 26 millas. Al mirarla entrenar para ese maratón, me vino a la mente todo este asunto de la santidad. De lo que significa perseguir la santidad y cómo —siendo algo que se nos dice en la Biblia que hay que tomar en serio— tenemos que perseguirla y entrenarnos para ella.
La vida cristiana es un maratón y no una carrera corta. Más bien es un largo recorrido en el que hay que mantenerse fiel. Es quedarse en ella hasta llegar a la recta final, y a veces, es terriblemente difícil.
Para correr, en ese tipo de carrera, se necesita un entrenamiento como el de mi amiga para el maratón. Se necesita disciplina. Las Escrituras nos hablan de ejercitarse para la piedad. Se necesita hacer ejercicios para acondicionar y tonificar los músculos. Se necesitan la determinación y la perseverancia, y todas estas son palabras que nos hablan de dificultad.
Nos gustaría escuchar mejor palabras como «casual, fácil o divertido», pero cuando se habla de la vida cristiana, se necesita tener perseverancia y determinación. Es muy importante tenerlo en cuenta para que no nos decepcionemos cuando la vida cristiana se ponga difícil.
Recibí una carta, por ejemplo, de una mujer que estaba bien desalentada. Ella dijo:
«He sido cristiana por 30 años y me he mantenido activa tanto en la iglesia como en los estudios bíblicos. Todavía me pregunto por qué mi naturaleza pecadora es para mí el camino de menor resistencia. Un modo de pensar pecaminoso —la preocupación, la ira, la duda— parece ser mi estado mental natural. A menos que haga un esfuerzo, es hacia donde mis pensamientos se dirigen. Pensé que al ser una nueva criatura en Cristo, no iba a tener esa lucha».
La carta de esta mujer ilustra la lucha que todos los cristianos tenemos a veces, entre los deseos naturales de la carne y los deseos del Espíritu de Dios que mora en nosotros. Tenemos esta lucha y nuestra naturaleza tiende a llevarnos por la ruta más fácil, la de la carne.
Pienso que en el fondo, muchas de nosotras al igual que esta mujer, esperamos un camino hacia la santidad que no sea tan difícil. Queremos que sea instantáneo. Sin esfuerzo. Solo correr el maratón. Queremos llevar una vida cristiana sin que sea un proceso largo, sin que sea un proceso duro, que no sea una batalla dura.
No existe esa manera de llevar la vida cristiana, y si pensamos que sí se puede, nos vamos a decepcionar. El camino a la santidad requiere intención. Requiere intensidad y lo podemos ver en Hebreos 12, versículo 14 —déjenme leerles solamente una frase de ese versículo— el autor dice: «Buscad la paz... y la santidad».
Haz un esfuerzo para ser santo. Una traducción dice: «Esfuérzate por... la santidad». Otra traducción dice: «Procura la santidad» (DHH). Todas comunican la misma cosa: se requiere esfuerzo. Hay una lucha. Requiere disciplina. Se requiere determinación.
Es algo en lo que siempre piensas. Es algo que siempre debes estar persiguiendo. Es algo en lo que siempre estás trabajando. Hay un verbo imperativo que en ese versículo significa, «correr rápidamente para alcanzar algo, avanzar, perseverar».
Esta palabra —esforzarse, perseguir o buscar la santidad– es un verbo que se usa en el griego para referirse a alguien que corre rápido en una carrera con el objetivo de alcanzar una meta. Alguien que está «en avanzada». Transmite una sensación de emergencia e intensidad.
Dirás, «¿por qué hay que darle tanta importancia a esto de perseguir la santidad de forma intensa e intencional?» Porque creo que ilustra algo que a menudo olvidamos y es que para vivir la vida cristiana tenemos que correr hacia la santidad. Se requiere de un esfuerzo constante. Debemos hacer de la santidad una ambición y un objetivo consciente y constante.
Tenemos que trabajar en eso. Tenemos que concentrarnos como lo hacen los atletas —cuando se fijan la meta de obtener la medalla de oro— en los juegos olímpicos; o quizás en escalar el Monte Everest y hasta la forma en la que una guitarrista se esfuerza para convertirse en un músico de renombre mundial. Tanto la atleta como la guitarrista hacen esfuerzos para alcanzar la meta que se han propuesto.
Esa persona resiste el dolor con el propósito de alcanzar su meta. Ella hace a un lado todo lo otro en aras de alcanzar algo que considera importante. Por lo que si tú y yo queremos ser santas, tenemos que desarrollar la firme determinación de perseguir la santidad. Tenemos que hacerlo de manera intencional. Así que déjame preguntarte, ¿qué tan importante es la santidad para ti?
¿Cuánta atención, tiempo y esfuerzo le dedicas al desarrollo de tu santidad? ¿Estás dejando todo lo que no le agrada a Dios a un lado y haciendo el esfuerzo intencional de ser santa? ¿Es esa tu prioridad? ¿Es esa tu misión en la vida?
Déjenme preguntarles otra cosa —a aquellas de ustedes que son madres y abuelas— ¿qué tan importante es la santidad de sus hijos y nietos para ustedes? ¿Qué tanto les importa la santidad de sus hijos? ¿Qué tanto les importa que sus descendientes lleguen a ser mujeres y hombres de Dios?
Durante el proceso de crianza, visten, alimentan y envían a sus hijos a la escuela o a donde los eduquen de alguna manera. Hay cosas que hacen todos los días para ser buenas madres, pero es fácil dejar de hacer aquellas cosas que los llevan —o que los ayudan– a perseguir la santidad. ¿Qué quieren para sus hijos? ¿Para qué los están entrenando? ¿Para qué los están preparando?
Cuando sus hijos pecan, ¿se duelen ustedes porque Dios ha sido contristado o porque les causa dolor no verse como buenas madres? ¿Te lleva su pecado a tus rodillas para interceder por tus hijos? «Señor dales a mis hijos un corazón para la santidad». «Ayúdalos a amarte». «Ayúdalos para que se sientan satisfechos en Ti y quieran complacerte». ¿Estás entrenando de manera consciente a tus hijos para que no solo sean inteligentes y talentosos, sino santos también?
Por otro lado, ¿qué tanto te preocupa la santidad en el cuerpo de Cristo? ¿Qué tanto te importa que la iglesia sea santa? ¿Acaso te apena cuando ves cristianos en franco desamor y falta de perdón? ¿Te apenas cuando ves chismes o glotonería? ¿Te apena cuando ves personas —en el cuerpo de Cristo— que tienen un mayor interés por las posesiones materiales y el placer que por las riquezas espirituales y por ser agradables a Dios?
¿Te apenas cuando ves a los cristianos deshonrar a sus padres, cuando los ves divorciarse de sus parejas? ¿Te apena cuando las hermanas son rencillosas y malhumoradas, cuando usan palabras profanas? Dirás, ¿pero esas son cristianas? ¡Absolutamente!
¿Te apenas cuando son esclavas de la pornografía, cuando usan sus cuerpos y los de otros en formas poco piadosas? ¿Te apena que pequen con facilidad y que luego se rían en lugar de ruborizarse?¿Qué tanto te importa la santidad?
Cuando se trata de nuestra responsabilidad en el proceso de santificación, las Escrituras nos hablan de un proceso de dos partes que envuelve el quitarse algo y colocarse algo. Como hijas de Dios que persiguen santidad, tenemos que ser proactivas a la hora de despojarnos de algo y de vestirnos de otra cosa diferente.
¿De qué deberíamos despojarnos? La Escritura dice que debemos terminar con nuestro viejo, corrupto y pecaminoso estilo de vida. Lo llama «el viejo hombre, la carne», y todo lo que pueda exacerbar su crecimiento. En otras palabras, lo que debemos hacer es hacer un esfuerzo consciente para alimentar y nutrir la vida santa que es nuestra a través de Cristo.
Vemos estas dos caras de la misma moneda, a menudo en el mismo contexto o en distintos pasajes de las Escrituras. Por ejemplo, 2 Timoteo 2:22, dice: «Huye, pues de las pasiones juveniles» —eso es algo que tenemos que dejar atrás— entonces dice: «y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz».
Esas son las cosas con las que tenemos que vestirnos. En Santiago 1:21, dice: «desechando toda inmundicia y todo resto de inmundicia». Eso es lo que tenemos que quitar y entonces dice: «recibid con humildad la palabra implantada, que es poderosa para salvar vuestras almas». Esto es lo que tenemos que ponernos para poder incentivar, cultivar y nutrir nuestro crecimiento en la vida de Cristo que está en nosotras.
Hoy me quiero enfocar en el proceso de despojarnos o de eliminar. Hay una palabra para eso que los teólogos usan y es la palabra «mortificación». Viene de una palabra en Latín que significa «matar, dar muerte».
En el sentido espiritual, la mortificación se relaciona a la forma cómo lidiamos con el pecado, con la carne, y con la corrupción de este mundo y los ataques de Satanás. Indica que hay una lucha. Hay una batalla envuelta cuando lidiamos con el pecado. Indica que se requiere una acción decisiva y resuelta para poder dar muerte a los deseos de la carne, que tenemos que ser proactivas en hacerlo.
La palabra —mortificación— habla de poner el hacha a la raíz de nuestras inclinaciones pecaminosas y deseos. No como si cortáramos de un tajo cabezas de girasoles, sino yendo directamente a la raíz y arrancando las raíces del pecado en nuestras vidas. Es una palabra que implica intolerancia hacia cualquier cosa y hacia todo lo que sea contrario a la santidad de Dios en nuestras vidas, y que no nos ayude a crecer en santidad. Mortificación.
Esta es una parte importante del proceso de santificación —de la que no se habla mucho en estos días— y leí algo recientemente en un libro escrito por John Piper que quiero compartir con ustedes. Solo les voy a leer una parte. En su libro Traspasado por la Palabra, él tiene una sección fabulosa dedicada a todo este proceso de mortificación.
En el contexto de su libro, él habla de cuando eres tentada por el pecado sexual y la lujuria, pero si ampliamos esa aplicación podríamos incluir el ser tentadas por cualquier tipo de pecado. Para nosotras, las mujeres, podría ser hasta el apetito excesivo por la comida o por cualquier otra cosa —que es buena en sí— pero que nos podría llegar a controlar en lugar de estar bajo el control de Dios.
Cualquier pecado… llena tú el espacio en blanco, ¿cuál es el pecado que te asedia? ¿Qué es eso que te tienta repetidamente, tu talón de Aquiles, por así decirlo? Aquí hay unas palabras de sabiduría que voy a extraer del libro de John Piper y que nos instruyen en cómo lidiar con la tentación:
La primera palabra es: «Evita». ¿Qué debemos evitar? Las situaciones que despierten deseos impropios en ti, dentro de lo posible y en el marco de lo razonable. En otras palabras, aléjate de esas cosas —en la medida en que puedas—mientras sigas en este planeta. Evita las cosas que exacerban tu apetito por el pecado.
La segunda idea es: ¡Di que no! Dile que no a todo pensamiento lujurioso en los primeros cinco segundos. Cuando eres tentada sexualmente (o de cualquier otra forma) ¿peleas con tu mente y le dices que NO a la imagen y luego la sustituyes con imágenes poderosamente contrarias que le dan muerte a la imagen seductora?
Él dice: «Demasiadas personas piensan que luchar con la tentación se limita a orar por liberación y que con eso, el deseo se irá». Esa actitud es muy pasiva. Sí, «Dios obra en nosotros para poner el querer y el hacer por Su buena voluntad», pero tenemos que poner de nuestra parte ocupándonos de «nuestra salvación con temor y temblor». (Fil. 2:12-13, parafraseado)
«El sacarnos el ojo», puede ser una metáfora, y se refiere a lo que Jesús dijo en el Evangelio de Mateo, pero tiene un significado violento. El cerebro es un órgano de tejido suave que se presta para ser moldeado para alcanzar la pureza, y en el cristiano está cargado por el Espíritu de Cristo. Lo que esto significa es que no podemos darle a una imagen sexual —o a cualquier impulso pecaminoso— más de cinco segundos antes llevar a cabo un violento contraataque con la mente.
«Lo digo en serio, cinco segundos. En los primeros dos, gritamos: ¡No! ¡Sal de mi cabeza! En los otros dos gritamos: ¡Oh, Dios, en el nombre de Jesús, ayúdame! ¡Sálvame ahora! ¡Soy tuya!»
«Buen comienzo, pero ahora es cuando la verdadera batalla empieza. Esta es una batalla en nuestra mente. La necesidad imperante es la de eliminar esa imagen o impulso fuera de nuestra mente. ¿Cómo? Busca una imagen que exalte a Cristo, una que cautive tu alma, para que contraataque la imagen pecaminosa, y llévala a tu mente. ¡Pelea! ¡Empújala hacia fuera! ¡Sácala de allí! ¡No te rindas! Debe ser una imagen tan poderosa que las otras imágenes no puedan sobrevivir».
Y él continúa: «De manera que mi pregunta para ti es: ¿peleas o te limitas a orar, esperar y a tratar de evitar? Estamos hablando de una batalla despiadada y brutal en nuestras mentes, no solo de orar y esperar. Di ¡No! Dilo en los primeros cinco segundos. Dilo en voz alta si te atreves. Resiste y sé fuerte en la batalla». Como diría John Owen, uno de los más grandes escritores puritanos: «Dale muerte al pecado o él te matará a ti».
La verdad es que ese es un lenguaje fuerte. Él dice, «pelea, golpea duro». En cinco segundos y no dejes que pase de ahí. No esperes a que pasen los cinco segundos.
En tercer lugar: Dirige la mente forzosamente hacia Cristo y tómalo como una satisfacción superior. Ataca las promesas del pecado con las promesas de Cristo.
Y finalmente, sujétate a la promesa y al deleite en Cristo —firmemente en tu mente— hasta que las demás imágenes sean echadas fuera.
Y él dice: «Es aquí donde muchos fracasan. Se rinden demasiado pronto. Dicen, traté de sacar la fantasía de mi mente, pero no resultó. Yo pregunto, (dice John Piper) ¿Por cuánto tiempo lo intentaste? ¿Qué tan duro ejercitaste tu mente? Sé brutal. Coloca la promesa de Cristo delante de tus ojos. ¡Aférrate a ella! ¡Continúa aferrándote! ¡No la sueltes! ¡Sigue agarrándola! ¿Por cuánto tiempo? Todo el que sea necesario. ¡Lucha por amor a Cristo! ¡Pelea hasta que ganes!»
«¡Si la puerta eléctrica de tu garaje estuviera a punto de aplastar a tu hijo, la aguantarías con todas tus fuerzas gritando por ayuda y la aguantarías, la aguantarías, la aguantarías y la aguantarías aún más! Mucho más está en juego cuando luchas con los pecados lujuriosos, por lo que aférrate a la promesa y al placer de Cristo firmemente en tu mente hasta que saques a todas las demás imágenes fuera».
«Disfruta una satisfacción superior. Cultiva tu capacidad de deleitarte en Cristo. Encuentra en Él un placer superior que exceda a los placeres que encuentras en el mundo».
John Piper dice, «fuiste creada para atesorar a Cristo con todo tu corazón, más que para atesorar sexo, chocolate o azúcar. Si no has saboreado a Jesús, los placeres que compiten con Él van a triunfar. Ruégale a Dios por la satisfacción que no tienes. Luego mira, mira, mira a la Persona más increíble del universo hasta que logres verlo tal y como Él es».
Finalmente, muévete y busca actividades que estén lejos de la ociosidad y la vulnerabilidad de otros comportamientos. La lujuria crece rápido en el jardín del ocio. Encuentra un buen trabajo y trabaja con todas tus fuerzas.
«Que tu trabajo sea abundante. Levántate y haz algo. Barre el suelo. Martilla un clavo. Escribe una carta. Arregla un grifo y hazlo todo en el nombre de Jesús. Fuiste creada para dirigir y crear. Cristo murió para hacerte celosa de buenas obras. Desplaza la lujuria engañosa por una pasión por las buenas obras».
Si no pudiste captar todas estas ideas, puedes leer la transcripción en nuestra página AvivaNuestrosCorazones.com. Allí también podrás conocer cómo puedes adquirir el libro de estudio digital que se corresponde con esta serie sobre el avivamiento.
Lo que quiero que veamos ahora en particular, es la necesidad de ser proactivas al decir «no» a las acciones, deseos e impulsos de la carne. Cuando se te presenten oportunidades o circunstancias que te reten a complacer tu carne, no te detengas a pensarlo. No te engañes pensando que lo puedes manejar.
En cambio, haz lo que hizo José cuando la esposa de Potifar intentó seducirlo. La Escritura dice —simplemente— que él se rehusó a escucharla y cuando un día ella se le tiró encima, no se quedó para discutir la situación con ella. Actuó decisiva e instantáneamente. En Génesis 39, dice que «él le dejó su ropa en la mano, y salió huyendo afuera de la casa» (parafraseado; lee vv. 7-19)
¡Sal de aquí! «Huye de las pasiones» (2 Timoteo 2:22, parafraseado). Haz lo que tengas que hacer para mortificar y matar los deseos de la carne. Estamos leyendo la historia de José —en el día de hoy— porque en ese momento de gran tentación, él reaccionó tal y como tú y yo debemos hacerlo. Y no pienses que él no estuvo tentado. Estoy segura de que sí. Jesús también fue tentado y lo sabemos, pero al leer sus historias nos sentimos animadas y fortalecidas en nuestra fe.
¿Por qué? Porque ellos se rehusaron, Jesús se rehusó. José se rehusó. Otros hombres y mujeres de Dios se han rehusado a caer, ni siquiera por un momento, en los placeres de una relación ilegítima o de cualquier otra tentación que se les pudo haber ofrecido. «Da muerte al pecado, o él te matará a ti».
Annamarie: Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha traído una enseñanza que todas necesitamos escuchar y poner en práctica. Ella regresará para orar con nosotras.
No dejes pasar el día de hoy sin tomar las decisiones que te ayudarán a hacerle frente a la tentación. No te dejes engañar pensando que puedes continuar en hábitos pecaminosos evadiendo las consecuencias. Hoy, ven a Cristo y sé fortalecida con el poder de su fuerza.
Si este programa que has escuchado hoy te ha edificado, te animo a compartirlo con más mujeres en tu círculo de influencia. Encuentra tanto el audio como la transcripción de este programa en AvivaNuestrosCorazones.com. Allí en la transcripción tienes disponibles accesos a recursos relacionados, y la facilidad de compartir el programa en diversas plataformas.
No siempre puedes evitar la tentación—hoy mismo pudieras ser tentada. Pero lo que sí puedes hacer es poner cercas de protección que te ayuden a decir «no». Nancy nos hablará más acerca de esto mañana. Ahora ella regresa para orar.
Nancy: ¡Padre enséñanos a mortificar nuestra carne, cómo matarla! Sé que suena duro, de cierta forma, pero nos hemos olvidado de que estamos en guerra contra el pecado. Es una batalla por la santidad, por la santidad de nuestras almas. Es una batalla en la que Satanás nos está empujando y atacando todo el tiempo.
El mundo nos presiona. Nuestra carne grita para ser satisfecha, por lo que, Señor, por el poder de tu Espíritu Santo, ayúdanos a decirle que «no» al pecado; a decirle «no» a todo lo que pueda motivarnos a pecar, y a decirle «sí» a Jesús. Cuando podamos hacer esto, prorrumpiremos en cánticos e himnos de alabanza, adoración, y gozo, porque Tú nos habrás librado de todo aquello que nos pueda enredar o seducir. Gracias en Cristo Jesús, amén.
Annamarie: Llamándote a reflejar la belleza del evangelio al mundo que te rodea, Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth es un ministerio de alcance de Life Action Ministries.
Todas las Escrituras son tomadas de la Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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