Conoce a Sue Thomas
Débora: Sue Thomas, quien perdió la capacidad auditiva cuando tenía dieciocho meses, creció aprendiendo sobre la soberanía de Dios. Sin embargo, cuando estaba en la universidad, cuestionó todo lo que se le había enseñado.
Sue Thomas: «Mis padres cometieron un error cuando me dijeron que Dios nunca comete errores». Yo estaba convencida de que Dios había cometido un error.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Rendición: el corazón en paz con Dios», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 28 de agosto de 2024.
Si te pidiera un ejemplo específico de un momento en que Dios te dio un nuevo comienzo, ¿qué responderías? ¿Qué historia me contarías? Pudieras quizá contarme sobre el momento en que le entregaste tu vida al Señor, confiando solo en Cristo para obtener esperanza en esta vida y en la venidera.
O tal vez me contarías de cuando …
Débora: Sue Thomas, quien perdió la capacidad auditiva cuando tenía dieciocho meses, creció aprendiendo sobre la soberanía de Dios. Sin embargo, cuando estaba en la universidad, cuestionó todo lo que se le había enseñado.
Sue Thomas: «Mis padres cometieron un error cuando me dijeron que Dios nunca comete errores». Yo estaba convencida de que Dios había cometido un error.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de «Rendición: el corazón en paz con Dios», en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 28 de agosto de 2024.
Si te pidiera un ejemplo específico de un momento en que Dios te dio un nuevo comienzo, ¿qué responderías? ¿Qué historia me contarías? Pudieras quizá contarme sobre el momento en que le entregaste tu vida al Señor, confiando solo en Cristo para obtener esperanza en esta vida y en la venidera.
O tal vez me contarías de cuando estabas yendo en la dirección equivocada, interesada solo en ti misma, y Dios con su gracia orquestó las circunstancias para despertarte de alguna manera.
Bueno, nuestra invitada de hoy en Aviva Nuestros Corazones tuvo ese tipo de experiencia. Sue Thomas visitó a Nancy en el estudio. Aunque Sue no puede oír, lee los labios sorprendentemente bien. Esta es una parte de esa conversación. ¡Escuchemos!
Nancy: Me encantaría que compartieras cómo tus padres se enteraron de que eras sorda. Tú no naciste sorda. ¿Cómo se enteraron tus padres de que habías perdido la audición?
Sue: Yo tenía dieciocho meses y estaba viendo televisión con mis hermanos. De repente, corrí y subí el volumen al máximo. Mis hermanos lo bajaban, yo lo subía y ellos nuevamente lo bajaban. Mi mamá y papá entraron corriendo a la habitación para entender de qué se trataba todo el alboroto.
Esa noche, cuando me acostaron para dormir, ninguno de los dos se dio cuenta de que sería la primera larga «noche silenciosa» del resto de mi vida.
A la mañana siguiente, cuando desperté, mi madre me estaba hablando. . . pero los sonidos se estaban apagando. . . Ella se dio cuenta de que yo era totalmente ajena a lo que me rodeaba. Y ella se preocupó y llamó a nuestra vecina que era enfermera.
Y después de mucha discusión, me metieron en el auto y me llevaron al hospital. Allí los médicos me examinaron y le dijeron a mi madre estas palabras que la seguirían el resto de su vida: «Ella no oye. Tiene una pérdida auditiva profunda».
Ellos no comprenden por qué perdí la capacidad auditiva esa noche. No estaba enferma; no había ningún instrumento ni nada que perforara mi oído. Ellos no lo saben. Pero hoy con la ciencia médica y debido a que tengo esclerosis múltiple, es muy posible que en ese entonces ya tuviera esta enfermedad, porque se sabe que esta enfermedad causa sordera.
Pero no lo sabré hasta que esté ante Dios y Él revele el misterio de mi silencio.
Durante los primeros treinta y cinco años de mi vida, mi sordera fue mi peor enemiga. Era lo que despreciaba y odiaba más.
Nancy: ¿Cómo respondieron tus padres al hecho de que su pequeña hija de dieciocho meses había perdido la audición?
Sue: Tanto los médicos como los educadores coincidían en que yo era un caso perdido. Dijeron que nunca aprendería a hablar, que me sería difícil simplemente aprender.
Mis padres no aceptaron eso después de haber esperado tanto tiempo, y se comprometieron a hacer todo lo posible; me dieron todas las herramientas posibles para ayudarme a vivir y sobrevivir en el mundo del sonido.
Débora: Entonces, Sue aprendió a leer los labios. Pasó años en terapia de lenguaje y lecciones de voz, aprendiendo a hablar. Su madre incluso le enseñó piano. Pero la vida no era fácil para Sue.
Sue: En la escuela, se burlaban de mí y me ridiculizaban por hablar gracioso. Se burlaban de mí y me ridiculizaban por ser tonta; por hacer las preguntas, pero nunca obtener las respuestas. Mis notas eran bajas
Nancy: No estabas en una clase especial; estabas con niños que podían escuchar. ¿Cómo fue esa experiencia para ti?
Sue: Empecé como una niña normal en la escuela pública. La maestra sabía que yo era sorda, entonces me puso en la primera fila para que leyera sus labios lo mejor que pudiera. Y en aquel tiempo, yo no leía muy bien los labios.
Pero intenté seguir la clase. Cualquier cosa que ellos hicieran, yo también lo haría. La sesión de apertura fue cuando nos pidieron que nos presentáramos a nuestros compañeros de clase. Seguí a todos y llegó mi turno. Recuerdo que me levanté y me paré junto a mi escritorio y miré con mucho orgullo a mis compañeros de clase.
¡Dije mi nombre de una manera tan confusa y horrible, que toda la clase estalló en carcajadas! Recuerdo que miré a mi alrededor para tratar de entender por qué todos se reían tanto, y cuando no pude entenderlo, simplemente me senté.
Pero me di cuenta de que cada vez que abría la boca para hablar, toda la clase estallaba en carcajadas. Llegué al punto en que no abría la boca.
Recuerdo que en la escuela me sentaba al frente, en la primera fila, y veía a mi maestra hacer todo tipo de preguntas como: «¿Cuál es la capital del estado de Ohio?». Luego yo esperaba la respuesta, sin darme cuenta de que algún chico inteligente detrás de mí había alzado la mano y dado la respuesta.
Nancy: Pero no podías escucharlo.
Sue: Como resultado, tenía todas las preguntas (la mayoría), pero nunca obtenía la respuesta. Mis notas eran muy bajas. Recuerdo que mi maestra se acercó a mi escritorio. Se veía terriblemente triste ese día. Se agachó, tomó mi mano entre las suyas y me llevó fuera del aula de clase. Ese día caminamos por el pasillo (se sintió como una caminata muy larga) y entré en otra clase. Me inscribieron en la «clase de tontos» con niños con retraso mental.
Débora: En la escuela secundaria, Sue tenía una maestra de mecanografía que se dio cuenta de que su alumna no era «tonta» de ninguna manera. Gracias al trabajo amoroso y perseverante de esa maestra, Sue pudo ir a la universidad.
Nancy: Cuando saliste de la universidad, querías encontrar un trabajo, pero no fue muy fácil.
Sue: No. No había ni una sola persona que estuviera dispuesta a contratarme. Yo no podía contestar el teléfono. Tenían temor porque yo era sorda, no los entendería y cometería errores.
Terminé volviendo a la misma clínica para terapia de lenguaje que me enseñó a hablar. Toqué su puerta, pidiendo trabajo. Sé que sintieron lástima por mí. ¿Por qué? Me contrataron incluso sin trabajo. Yo era como la encargada de hacer mandados, de hacer oficios varios. Recuerdo que algunos días saqué clips de una caja para meterlos en otro armario. Ese era mi trabajo.
Pero Dios todavía estaba escribiendo el capítulo de mi vida porque yo tenía un amigo en la clínica para terapia de lenguaje, que a su vez tenía un amigo que trabajaba en el gobierno federal, y que a su vez tenía un amigo que trabajaba para el Departamento de Estado, que a su vez tenía un amigo que trabajaba para el FBI.
Nancy: ¿Cómo escribe el Señor esas historias? ¡Es increíble!
Sue: Lo es.
Nancy: Y recibiste el mensaje de que podría haber un trabajo para ti en el FBI.
Sue: Yo no me había dado cuenta de que estaban buscando personas sordas para iniciar un nuevo programa para examinar huellas dactilares. Como yo le explico a la gente, todas esas líneas divertidas en la punta de sus dedos son huellas dactilares, y no hay dos personas que tengan las mismas.
Entonces, ellos pensaron que las personas sordas buscarían las huellas dactilares, y que serían mucho más rápidas y mucho más detalladas que tener una persona oyente que lo hiciera, lo cual era la situación actual.
El trabajo consiste en mirar la huella y contar cada una de esas líneas. Bueno, para una persona oyente, en medio del conteo, si alguien estornuda, ellos miran buscando quién estornuda, y tienen que empezar por el principio y volver a contar. O si a alguien se le cae un libro, un oyente querría averiguar qué libro se le ha caído, tendría que empezar una y otra vez.
Pero hubo una idea brillante en el FBI de contratar a personas sordas, ya que la gente podría estornudar, las puertas se podrían cerrar de golpe y los libros se podrían caer. Los sordos nunca lo oirían, así que seguirán contando. Así sucedió.
Mientras estaba allí contando las líneas de las huellas, un día mi supervisor se me acercó y me dijo que querían verme en la oficina principal. Cuando entré, había nueve hombres esperándome. Me dijeron que me sentara y empezaron a hacerme preguntas.
Y luego se dieron cuenta de que tenían un gran problema. Estaban trabajando en un caso en el que filmaron al sospechoso en video, pero en este caso en particular, cuando la cámara se activó, el mecanismo de sonido falló. Así que tenían toda esta película con los malos hablando, pero no podían escuchar, y querían saber si yo podía verla y tomar nota de las palabras.
Dije: «Claro, no hay problema».
Desde ese día, nunca volví a leer huellas dactilares. Leía labios para el FBI. Y para resumir mi trabajo, perseguía a los malos, leía sus labios y les decía a los buenos lo que decían los malos. ¡E incluso me pagaban también por hacerlo! Así que ese era un trabajo completamente único. Fui reconocida como el arma secreta del FBI.
Nancy: Aquí estabas experimentando éxito profesional y tu vida parecía ir muy bien, pero por dentro, las cosas no estaban bien.
Sue: Todas las señales externas eran mentiras. La persona alegre y despreocupada que representaba para la sociedad. Pero, por dentro, me sentía tan defectuosa.
Cuando llegué a la universidad, me di cuenta de que ya no solo cuestionaba a mis padres. Básicamente, me di cuenta de que mis padres cometieron un error cuando me dijeron que Dios nunca comete errores. Yo estaba convencida de que Dios había cometido un error.
Nancy: Al hacerte sorda.
Sue: Porque cuando Dios me creó, Él me hizo con un corazón que ama absolutamente a las personas. Florezco con la gente. Amo a la gente. Y en esa misma creación que ama a las personas, Dios permitió que el silencio se apoderara de mí.
Soy una experta lectora de labios. Puedo leer cada uno de tus gestos con los labios. Incluso soy tan buena que puedo hacerlo con dos personas. Cuando hay dos personas, es como ver jugar tenis. Ellos hablan y paran. Hablan y paran. Hablan y paran. Yo puedo leerlos.
Por cada persona que se agrega a mi lío interno me deterioro, porque alguien va a decir algo, y cuando encuentro a la persona que habló, ya ha terminado de hablar y la conversación continua. Ya no puedo hacerlo bien. Lo que amo, lo que quiero, no lo puedo tener.
Nancy: Porque quieres estar con las personas.
Sue: Quiero estar con la gente. Cuando Dios me creó, me creó con un espíritu muy, muy fuerte.
Él sabía que tenía que hacerlo así, para que yo soportara el camino del silencio, el rechazo, la soledad. Él sabía que tendría que tener un espíritu que soportara. Así que me bendijo con ese espíritu.
Y me he dado cuenta de que, con la fuerza de ese espíritu, si se usa para mi voluntad y mi deseo, será para la destrucción total de todos los que me rodean, incluyéndome a mí misma. Pero si esa fuerza se usa para la gloria de Dios, puede mover montañas. Tuve que aprender esto en mi caminar con Él, para que Él me enseñara, pero tuve que tocar fondo antes de comenzar a aprender.
Nancy: Y entonces te propusiste encontrar a Dios.
Sue: Me propuse encontrar a Dios y terminé encontrándolo en un seminario en Carolina del Sur.
Nancy: Pero creo que fuiste allí por una razón inusual: querías encontrar a Dios para mostrarle que Él había cometido un error.
Sue: Sí, que Él cometió un error.
Y Dios sabía que yo iba en esa búsqueda. Creo que Él me estaba esperando porque no solo tenía a una persona para ser mi amiga. Me puso con veinte personas, ¡veinte personas! Él sabía que yo no podía hacerlo. Pero, eso es lo que Él tenía para el ejército o equipo, para lo que me enfrentaría. .
Nancy: Esas eran las veinte personas de tu clase, ¿cierto?
Sue: Veinte personas; esa era toda mi clase. Nos unimos como un equipo. Comíamos juntos. Estudiábamos juntos. Cuando estábamos en clase cantábamos juntos. Nos reíamos. Estaba con esas veinte personas. Me reía con ellos. Pero fingía todo porque cuando volvía a mi apartamento, todo a mi alcance, me autodestruía totalmente por la ira.
Muchas veces clamé a Dios: «Por favor, dame mi capacidad auditiva». Siempre recibía la misma respuesta: el silencio.
Nancy: Ahora bien, cuando llegaste al seminario, le dijiste a un amigo en la escuela algo que no era cierto.
Sue: Así es.
Nancy: ¿Qué le dijiste?
Sue: Juré que, si Dios no estaba dispuesto a cambiar mi dolor, tomaría el asunto en mis propias manos. Fui a ver a una de mis amigas de ese grupo y le dije una mentira. Le dije que tenía una enfermedad terminal y que me estaba muriendo.
¿Cómo pudiste? ¿Por qué lo hiciste? Por mi pensamiento pervertido. Pensaba que si me creía, ella querría pasar el mayor tiempo posible conmigo en persona. Y lo que pensé era cierto. Eso es exactamente lo que pasó.
Pero no me di cuenta en ese instante de que dije esa mentira que duraría algo más de siete meses. Y no tenía ni idea que a la primera persona que le dije esa mentira la contaría, no solo a las veinte personas de mi grupo, sino a toda la escuela.
Y ciertamente no tenía idea de que esa mentira me consumiría y destruiría por completo.
La escuela estaba orando por sanidad. Pero tenemos un Dios que lo sabe todo, que ve todo, que oye todo. Y Él sabía que yo no necesitaba sanidad física.
Nancy: Entonces le contaste a la estudiante, quien contó, y que todos lo oyeron, que te estabas muriendo de una enfermedad terminal.
Sue: Le dije a ella, y esa información se extendió al grupo de veinte; los veinte la contaron, y la información se esparció. Cuando mi asesor en la escuela bíblica lo supo, los profesores también lo supieron. Ellos estaban orando por mí.
Nancy: Oraban para que Dios te sanara.
Sue: La escuela estaba orando. Y Dios respondió, no por la sanidad física, sino por la sanidad espiritual. Cuando puso Su mano pesadamente sobre mí, cuando mi cuerpo se estaba consumiendo, mi mente se desorientó tanto que no pude soportarlo más. Fui a la primera persona a la que le dije esa mentira y le dije: «Por favor. Haz una llamada telefónica. Necesito ver a mi asesor lo antes posible, y él necesita traer a otro miembro de la facultad con él».
A la mañana siguiente me reuní con mi asesor. Le conté la verdad de que todo había sido mentira. Las lágrimas corrían por mi rostro. Sabía que tendría que ir a las veinte personas para decirles la verdad, y estaba lista para hacerlo. Pero lo que no sabía era que tendría que comparecer ante todo el comité académico.
No podía darles la cara. Saqué mi maleta y comencé a empacar para salir corriendo. Mientras empacaba, mi Biblia cayó al piso y se abrió. Me agaché, la levanté y la puse en mi regazo. Me senté en mi cama y la miré. Luego miré de nuevo, y me encontraba en el libro de Oseas. Y, Nancy, en ese momento de mi vida ni siquiera sabía que había un libro de Oseas en la Biblia.
Así que estoy mirando el libro de Oseas. Estoy en el capítulo catorce, empiezo a leer, y escuché la voz de Dios mientras leía. No fue solo Su Palabra. Él me estaba haciendo una promesa. Oseas 14:1-8, y usó allí mi nombre: «Vuelve, oh, Sue, pues has tropezado a causa de tu iniquidad. Toma contigo palabras, y vuélvete al Señor. Te amaré generosamente, pues mi ira se ha apartado de ti, Sue. Florecerás como lirio. Extenderás tus raíces como los cedros del Líbano y tu pueblo regresará del exilio y morarán a tu sombra».
He visto su promesa cumplida en todos los sentidos. Pero ese último versículo que habla de que Su ira se ha apartado de mí… Veo su amor todos los días. Mi pie no se ha movido.
Y cuando estoy afuera, la gente suele decir: «Oh, eres tan hermosa». Y, uno piensa: los amigos dicen eso, pero de este pedazo de arcilla, ¿cómo pueden decir eso?
Entonces Dios siempre me para en seco cuando me recuerda que me prometió que florecería como un lirio. Y la gente que dice eso, puede verlo a Él. Él ha prometido cada una de esas cosas, y Él ha jurado que veré el día en que se cumplirá para cada persona, cuando su pueblo regrese del exilio y descansará bajo la sombra.
La promesa fue tan abrumadora que me arrojé al suelo, boca abajo, y clamé por misericordia y le dije a Dios que no podía caminar por el camino que Él había elegido, que era insoportable, que no podía hacerlo; que yo no quería vivir, pero si esto era lo que Dios tenía para mí, Él tendría que vivir en mí. Tenía que hacerlo.
Esa noche, en la oscuridad, entregué mi vida completamente a Cristo. Vine totalmente a Él con mi vergüenza.
Nancy: Cuando fuiste al seminario, estabas buscando a Dios, ¡para hacerle confesar que había cometido un error! Pero al salir del seminario, ¿cuál era tu perspectiva en cuanto a tu sordera? ¿Todavía creías que Dios había cometido un error?
Sue: No. Verás, desde el momento en que me entregué a Él y le dije que tenía que vivir en mí, hubo una sanidad que comenzó a tener lugar en la aceptación de mi sordera. La aceptación es una cosa, asumirla y vivirla es otra.
Él me enseñó que es realmente en el silencio donde escuchamos la voz suave y apacible de Dios, seas sorda o no. Para entrar en Su presencia, solo puedes venir con el silencio.
Así que, entre más crecía en ese entendimiento, más buscaba el silencio. No solo lo acepté. Llegué a amarlo, sabiendo que Él hablaría. La transformación de esa cruz, cuando experimentas el antes y el después, ¡es tan poderosa! Incluso es difícil testificar qué hay en esa transformación.
Y para mí, cada día, cuando me despierto en el silencio, alabo a Dios por los ojos que pueden contemplar Sus atributos y Su belleza. Él ha tomado algo, pero lo ha reemplazado por algo mucho más grande: el silencio.
Nancy: Cuando tenías treinta y cinco años, ni siquiera podías imaginarte todas las cosas que Dios tenía reservadas para ti, todas las formas en que planeaba usarte para proclamar el evangelio en todo el mundo.
Una de las formas en que Dios comenzó a abrir esas puertas y esas oportunidades fue a través de un programa de televisión. Muchos de nuestros oyentes saben de ti porque han visto una serie de televisión basada en tu vida y en tus años en el FBI.
Sue: Te confieso a ti, así como a tus oyentes, que de muchas maneras he visto esa serie de televisión como un aguijón. ¿Por qué? Porque el mundo me conoce como «Sue Thomas: el ojo del FBI». Pero no quiero que el mundo me conozca como «Sue Thomas: el ojo del FBI». Quiero que el mundo me conozca como «la mayor pecadora, salva por la gracia de Dios, ¡y solo por Su gracia!».
Cuando me invitan a una iglesia, la iglesia quiere escuchar acerca del FBI. Pero me he dado cuenta de que en este mundo estoy en exilio, porque el cielo es mi hogar y este mundo es mi exilio. Pero Dios me ha enseñado y me ha mostrado que este es el camino que Él ha elegido para que yo tenga las puertas abiertas para proclamar la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Débora: A menudo, el camino hacia arriba implica primero descender y llegar al punto en el que la única esperanza que tenemos es clamar al Señor por Su ayuda.
Acabas de escuchar a la presentadora de Aviva Nuestros Corazones, Nancy DeMoss de Wolgemuth, en una conversación con Sue Thomas.
La historia de Sue es una de varias que estamos presentando esta semana, historias que muestran el poder redentor de Dios. Me encanta que cada historia es única y, como las facetas de un diamante, hacen lucir a Dios más hermoso con cada giro.
Una de las facetas del diamante de la asombrosa gracia de Dios, es la historia del personaje bíblico Rahab. A pesar de que su ocupación había sido vergonzosa (pues a menudo se le conoce como «Rahab la ramera» o «Rahab la prostituta»), Dios tenía un mejor plan para su vida, que incluía elegirla como una de las tatarabuelas del rey David e incluso de los padres terrenales de Jesús. Su vida brilla de manera hermosa en las páginas de las Escrituras.
En Aviva Nuestros Corazones contamos con un estudio bíblico de la vida de Rahab. Si te interesa profundizar más en la vida de esta mujer, te invitamos a ir a nuestro sitio web AvivaNuestrosCorazones.com y adquirir este estudio.
El día de mañana, voltearemos ese diamante de gracia para ver otro punto brillante en él. La vida de Karen iba en una dirección totalmente equivocada, a causa de esto ella y su familia estaban sufriendo, pero Dios la salvó. Mañana conocerás la historia de Karen Watts.
Por favor, regresa con nosotros para escuchar otro programa de Aviva Nuestros Corazones.
Llamándote a libertad, plenitud y abundancia en Cristo, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
*Ofertas disponibles solo durante la emisión de la temporada de podcast.
Únete a la conversación