Comiencen por mi templo
Débora: Los creyentes son la esposa de Cristo. Nancy DeMoss Wolgemuth se pregunta cómo nuestros compromisos afectan a nuestro Amado.
Nancy DeMoss Wolgemuth: ¿Qué dolor debe sentir el Salvador al contemplar a Su novia adúltera en sus vestidos de boda andrajosos, manchados y raídos? ¿Qué debe estar pensando, cómo debe sentirse, al ver a Su amada ser seducida, infatuada y contaminada por el mundo?
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones, con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de Rendición: El corazón en paz con Dios, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 21 de agosto de 2023.
Hoy nos sumergimos en los archivos para traerte un mensaje que Nancy dio hace más de veinticinco años, en un evento titulado Ayuno y Oración 96’. Este encuentro de líderes ministeriales, organizado por Misión América, se celebró en St Louis. Miles de creyentes de todo el mundo se unieron clamando a Dios en …
Débora: Los creyentes son la esposa de Cristo. Nancy DeMoss Wolgemuth se pregunta cómo nuestros compromisos afectan a nuestro Amado.
Nancy DeMoss Wolgemuth: ¿Qué dolor debe sentir el Salvador al contemplar a Su novia adúltera en sus vestidos de boda andrajosos, manchados y raídos? ¿Qué debe estar pensando, cómo debe sentirse, al ver a Su amada ser seducida, infatuada y contaminada por el mundo?
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones, con Nancy DeMoss Wolgemuth, autora de Rendición: El corazón en paz con Dios, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 21 de agosto de 2023.
Hoy nos sumergimos en los archivos para traerte un mensaje que Nancy dio hace más de veinticinco años, en un evento titulado Ayuno y Oración 96’. Este encuentro de líderes ministeriales, organizado por Misión América, se celebró en St Louis. Miles de creyentes de todo el mundo se unieron clamando a Dios en ferviente oración por nuestro mundo.
Nancy compartió ese día su carga por el arrepentimiento y avivamiento en la iglesia. Su mensaje está basado en Ezequiel capítulos 8 y 9, y se titula, «Comiencen por Mi templo». Al pensar en todo lo que está sucediendo en nuestro mundo hoy, creo que estarán de acuerdo en que este mensaje es muy necesario, más de lo que fue en el 1996.
Y mientras escuchas, te animo a que, si puedes, dejes de hacer lo que estés haciendo durante los próximos veinte minutos. Pregúntale a Dios qué quiere decirle a Su pueblo, a nuestros corazones, en nuestros días. Oremos ahora mismo.
Señor, te necesitamos. Te necesitamos desesperadamente en nuestro mundo hoy. Necesitamos una intervención divina para el quebrantamiento, el odio, las rencillas, la pecaminosidad y la rebeldía que son tan comunes hoy. Dios, ¿podrías comenzar Tu obra hoy en nosotras, mientras ponemos nuestros corazones atentos a Tu Palabra en Ezequiel capítulos 8 y 9? Te ruego, Padre, que aprendamos lo que significa estar en Tu santuario y que comencemos ahí. Unge estas palabras en cada corazón y vida. En el nombre de Jesús, amén.
Nancy: Nos hemos reunido a buscar el rostro de Dios y a clamar a Él en favor de nuestra nación. Reconocemos que no hay una solución humana para el torrente de maldad en nuestra tierra, y que nada que no sea la intervención divina puede superar las tinieblas y la perdición de nuestro mundo.
Pero creo que necesitamos recordarnos que hay algunas oraciones que Dios no escuchará; hay algunas asambleas solemnes a las que no asistirá; hay algunos ayunos que no serán de Su agrado.
Cuando los hijos de Israel vinieron a ayunar y a orar con manos y corazones impuros, Dios les dijo: «Por más que me imploren a gritos, ¡no los escucharé…!» (Ezeq. 8:18; Isa. 1:15 NVI).
NBLA: «…aunque griten a Mis oídos con gran voz, no los escucharé».
De hecho, las Escrituras van más lejos, y nosdicen que nuestras oraciones y nuestros ayunos son una abominación a Dios si no van acompañados de humildad y arrepentimiento.
- Todas estaríamos de acuerdo rápidamente con la necesidad de arrepentimiento fuera de nuestros muros. Pero, ¿somos tan rápidas para reconocer nuestra propia necesidad de arrepentimiento?
- Podemos identificar fácilmente los pecados de otros. Pero, ¿nos hemos vuelto ciegas a la corrupción de nuestros propios corazones?
- Condenamos el pecado de nuestro mundo. Pero, ¿no hemos tolerado prácticamente todos los mismos pecados en nuestras iglesias?
Hoy enfrentamos el peligro de pensar que el problema está «ahí afuera», en Washington, San Francisco o Hollywood, en los campos universitarios seculares, o quizás entre los miembros nominales de la iglesia. Pero al leer las Escrituras, vemos que las palabras más severas de reprensión no se dirigieron al mundo pagano, sino al pueblo de Dios.
El profeta Isaías clama:
«Oigan, cielos, y escucha, tierra, porque el Señor habla: “Hijos crié y los hice crecer, pero ellos se han rebelado contra Mí… Han abandonado al Señor, han despreciado al Santo de Israel, se han apartado de Él… Toda cabeza está enferma, y todo corazón desfallecido… Desde la planta del pie hasta la cabeza no hay nada sano en él, sino golpes, verdugones y heridas recientes… ¡Cómo se ha convertido en ramera la ciudad fiel…!”» (Isa. 1:2, 4-6, 21).
Por todo el Antiguo Testamento, el corazón de Padre, de Esposo de Dios, se afligió por la rebeldía de Su pueblo escogido. Una y otra vez Él les rogó que se arrepintieran. Y cuando se negaban, el Sabueso del cielo persiguió sus corazones obstinados y pecadores a través de una dolorosa disciplina.
En el Nuevo Testamento escuchamos la acusación de Jesús contra los líderes espirituales de Su tiempo, hombres famosos por hacer grandes ayunos y oraciones: «Este pueblo me honra con su boca» dijo, «pero sus corazones están lejos de Mí».
Las palabras iniciales del ministerio de Jesús aquí en la tierra no fueron: «¡Ayunen y oren!», sino primero, «¡arrepiéntanse!»
Y cuando el Señor Jesús ascendió, miró hacia abajo desde Su trono en el cielo, y Su mensaje final a las iglesias no fue, «¡vayan y prediquen el evangelio!», sino primero, «¡arrepiéntanse!» Porque una iglesia que no se arrepiente no tiene ni la motivación ni la capacidad para cumplir con la gran comisión de nuestro Señor.
Y a la primera de esas siete iglesias en Apocalipsis, Él le dijo: «¡Ustedes han cometido adulterio espiritual… Ustedes han dejado su primer amor… ¡Arrepiéntanse!» A otra de ellas le dijo: «Conozco tus obras; tienes nombre de que vives, pero en realidad estás muerto… Arrepiéntete» Y a la cómoda, autocomplacida iglesia de Laodicea, le dijo: «Porque dices: “Soy rico, me he enriquecido, y de nada tengo necesidad”. No sabes que eres un miserable y digno de lástima, pobre, ciego y desnudo… Arrepiéntete» (ver Apoc. 2:4, 3:1, 3:17)
Y aún hoy, el Señor Jesús le ruega a Su amada novia: «Sé pues celoso y arrepiéntete… Si no vendré a ti y quitaré tu candelabro de su lugar…» (Apoc. 2:5 y 3:19)
Me ha cautivado una y otra vez el relato de Ezequiel 8 y 9, donde Dios le da a Su siervo una visión del templo de Jerusalén. Y unas diez veces en el capítulo ocho, Dios le dice a Ezequiel: «¡Mira!, ¡ve! ¿Estás viendo lo que está sucediendo aquí? ¡Mira las cosas detestables que están teniendo lugar en medio de Mi santuario, de Mi templo!»
Le he estado pidiendo a Dios que me ayude a ver lo que Él ve cuando Sus ojos omniscientes examinan la iglesia de hoy en día en tantos lugares en nuestro mundo. La imagen no es bonita, y la verdad es dolorosa de admitir. Pero tenemos que ser honestas, si esperamos llamar la atención de Dios.
La verdad es que no solo hemos coqueteado, sino que hemos fornicado con el mundo. Cuando se trata de cómo pensamos, cómo vivimos, cómo nos vemos, cómo sonamos, y cómo «hacemos el ministerio», nos hemos vuelto prácticamente idénticos al mundo fuera de la iglesia.
Y nos hemos dejado llevar por las filosofías y las prácticas del mundo. Mientras que una vez la iglesia le dijo al mundo cómo vivir, ahora el mundo le dice a la iglesia cómo vivir. Nos hemos acomodado a la cultura, en lugar de llamar a la cultura a acomodarse a Cristo.
Así es como la iglesia y el ministerio se han convertido en un gran negocio. Estamos más familiarizados con los principios de mercadeo y administración, que con los principios de fe, humildad, pureza y oración. Muchos pastores y líderes cristianos se han convertido en directores ejecutivos en lugar de pastores espirituales.
Hemos utilizado casi todos los métodos mundanos posibles para atraer a los perdidos, y en muchos casos, hemos perdido la eficacia, nuestro carácter distintivo. Hemos edificado nuestros ministerios en el pragmatismo, «lo que funcione», sin detenernos a evaluar si los medios que estamos utilizando van de acuerdo con los caminos de la Palabra de Dios.
En un esfuerzo de convencer al mundo de que el cristianismo es divertido, nos hemos entretenido y divertido hasta la muerte. ¿Por qué los famosos y comediantes cristianos actúan ante multitudes que agotan las entradas, mientras que apenas unos pocos asisten a las reuniones de oración?
¿Qué ha pasado con el poder de Dios? Nos hemos vuelto dependientes de los métodos, las técnicas, las estrategias y los programas, más que de la oración y el Espíritu Santo.
¿Hemos perdido la confianza en el poder de la Palabra para dar convicción, del evangelio para convertir, y del Espíritu para atraer a las personas a Cristo? Hemos visto lo que el esfuerzo humano, el ingenio, la creatividad y la tecnología pueden hacer; sabemos lo que el dinero, la organización y la promoción pueden hacer; ¡pero todavía tenemos que ver lo que Dios puede hacer!
Nos preocupamos más por las relaciones públicas y por cómo nos ven los que nos rodean, que por cómo nos ve Dios; estamos más preocupados por nuestra reputación que por la de Él.
En nuestra mentalidad de buscar seguidores, nos preocupa más ofender a los visitantes que ofender a Dios. Nos preocupa más que las personas se sientan bien, que que estén bien. Queremos que las personas se vayan sintiéndose bien acerca de la iglesia, acerca de nosotros, y acerca de ellos mismos, ¡sin importar que han ofendido gravemente a un Dios santo y que están bajo Su condenación e ira!
Tenemos tanto miedo de parecer intolerantes o poco amorosos, que andamos en puntillas sobre temas cruciales de la Palabra de Dios. Nuestra cobardía al momento de identificarnos con Dios en temas como el divorcio y otros temas relacionados, nos ha hecho cómplices de la devastación de millones de familias cristianas. De hecho, ¡nos hemos colocado nosotros en la delicada posición de justificar y defender lo que Dios dice que Él aborrece!
Hemos comercializado y mercadeado el evangelio de Cristo a favor del beneficio económico y la aceptación del mundo. Hemos perseguido la unidad, a veces, a expensas de la pureza. Hoy en día, cualquiera que se atreva a llamarle al pecado por su nombre, o señale un error doctrinal, es probable que sea etiquetado de divisivo, falto de amor o «legalista».
En un esfuerzo por hacer que el cristianismo sea aceptable para nuestra generación blanda y egocéntrica, hemos predicado un mensaje diluido que evita el tema del pecado, elimina las demandas de la cruz y pasa por alto la necesidad de convicción y arrepentimiento.
En un esfuerzo por hacer nuestro mensaje «relevante», hemos terminado predicando «otro evangelio» que no es evangelio en absoluto. Hemos predicado el cristianismo como una forma de encontrar plenitud, en lugar de un llamado a tomar la cruz y seguir a Jesús.
En muchos casos, nos preocupan las cifras y las estadísticas más que los verdaderos convertidos o la calidad de esos convertidos. Y permítanme decirles algo que entristece profundamente mi corazón. Nunca antes en la historia de la iglesia hubo tantos millones de personas en las listas de la iglesia que profesan ser cristianos, que incluso pueden decir el tiempo y el lugar de su «conversión», pero cuyas vidas no dan absolutamente ninguna evidencia creíble de tener una relación salvadora con Jesús. ¡Que Dios nos ayude!
Dentro de la iglesia, y en muchas más maneras de las que podamos querer admitir, hemos fallado en vivir las Escrituras. Como el rey Saúl, decimos que hemos obedecido la Palabra de Dios; pero, ¿cómo explicamos la evidencia de lo contrario?
Por ejemplo, somos una comunidad de personas perdonadas que se niegan a perdonar. Vivimos con conflictos sin resolver en nuestros hogares, dentro de la iglesia, con el personal de la iglesia y del ministerio, y hasta en el púlpito.
Además, hemos ignorado o rechazado los estándares bíblicos para el liderazgo espiritual. En cambio, elevamos, exaltamos los talentos por encima de la santidad, y elevamos a hombres cuyas vidas y hogares están lejos de conformarse a las normas de la Palabra de Dios.
Escondemos el pecado debajo de la alfombra. ¿Por qué tan pocas iglesias practican la disciplina bíblica? ¿Y por qué los creyentes profesantes que se niegan a arrepentirse de sus pecados, continúan siendo miembros de la iglesia como que no ha pasado nada?
La novia ha olvidado cómo sonrojarse. Pecamos sin ninguna vergüenza, hemos perdido nuestra capacidad de llorar por el pecado. Incluso nuestro hablar delata nuestra teología e irresponsabilidad. Hablamos de líderes que «caen» en pecado, en lugar de reconocer que estos hombres y mujeres han escogido un camino de comprometerse y gratificar los deseos de la carne.
Y en conformidad con los tiempos en que vivimos, nosotras, las mujeres cristianas, hemos dejado de lado las anticuadas nociones como la virtud, la modestia, la feminidad y la sumisión. Cambiamos el adorno de un espíritu manso y humilde por un espíritu airado, exigente y controlador, abandonando nuestro papel de ayuda idónea creado por Dios. Hemos insistido en tomar las riendas en nuestros hogares y en la iglesia.
En nuestro cristianismo informal hay muy poco sentido de temor a Dios. ¿De qué manera pueden millones de asistentes a la iglesia sentarse bajo la predicación de la Palabra semana tras semana y salir sin ningún cambio, indiferentes? ¿De qué otra manera los llamados creyentes que dicen creer en la santidad, se sientan en sus salas o habitaciones, viendo la televisión y riéndose de chistes, estilos de vida y filosofías impías? ¿Cuándo fue la última vez que viste al pueblo de Dios «temblar ante la Palabra del Señor»? ¿Cuándo fue la última vez que nosotras temblamos ante la Palabra de Dios?
¿Debería sorprendernos que el mundo que nos observa rechace nuestro mensaje, cuando nuestras vidas dan tan poco testimonio de Su verdad y Su poder?
El centro de nuestro problema está en ese pecado sutil y mortal del orgullo, insidioso, canceroso, cegador. Estamos orgullosas de nuestra doctrina, orgullosas de nuestros logros espirituales, orgullosas de nuestras estadísticas y nuestra postura frente a asuntos morales, orgullosas de nuestra reputación y nuestro nivel de sacrificio.
El orgullo nos hace ser santurronas, autocomplacientes y autosuficientes. Nos ciega a nuestra verdadera condición y a nuestra gran necesidad. Produce en nosotras un temor a los hombres en lugar de temor de Dios. El orgullo causa que nos comparemos con los demás y promueve un espíritu competitivo y crítico. Nuestro orgullo está estrangulando la vida de Jesús fuera de la iglesia.
Sin embargo, al mencionar estos pecados, no nos vemos retratadas y algunas de nosotras podemos sentir que no hemos rechazado los caminos de la Palabra de Dios. Entonces, ¿puedo hacerte algunas preguntas que me he estado haciendo recientemente?
Si estamos tan cerca de Dios, ¿dónde está la pasión? ¿Dónde está la compulsión, la unción, el fuego? ¿Dónde están las lágrimas? ¿Dónde está el luto, la aflicción y el llanto? ¿Por qué están nuestros ojos secos, y nuestros corazones embotados? ¿Dónde están los gemidos, los gritos de dolor del alma?
¿Dónde están los que gritan con David: «Es tiempo de que actúe el Señor, porque han quebrantado Tu ley»?
¿Dónde están los Isaías que se revuelven para aferrarse a Dios, orando con fervor, «¡oh, si irrumpieras desde el cielo y descendieras»? (Isa. 64:1 NTV)
¿Dónde están aquellos que junto al salmista ruegan: «Haznos volver a ti, oh Señor Dios de los ejércitos celestiales, haz que tu rostro brille sobre nosotros…»? (Sal. 80:19 NTV)
¿Dónde están aquellos que aborrecen el pecado, ya sea en el mundo, la iglesia o en su interior que claman: «Profunda indignación se ha apoderado de mí por causa de los impíos que abandonan Tu ley»? (Sal. 119:53 NBLA)
¿Dónde están los Jeremías, cuyos corazones están en angustia y cuyos ojos están llenos de lágrimas por la desolación del pueblo de Dios?
¿Dónde están los profetas dispuestos a arriesgar su reputación, sus fondos de jubilación, su aceptación dentro de la comunidad cristiana, para decir lo que hay que decir a nuestra generación? ¿Dónde están los hombres que suenan la alarma para despertar a la iglesia de su sueño y letargo?
¿No es la Palabra de Dios como fuego y como un martillo que despedaza la roca? Entonces, ¿dónde está la predicación con convicción, confrontación, fuego divino y la unción del Espíritu Santo?
¿Dónde están la urgencia y la solemnidad, cuando hablamos a los hombres de la eternidad y de la condición de sus almas?
¿Dónde está la intensidad y el terror cuando hablamos del juicio y de la ira de Dios?
¿Dónde está la ternura y la pasión y compasión cuando hablamos de la hermosura, la belleza y la gracia de nuestro Señor Jesucristo? ¿Se han llenado nuestras mentes, sin que nuestros corazones estén cautivados?
¿Dónde están los corazones ardientes con llamas de fuego como carbones encendidos del altar del Señor?
¿Dónde están los hombres que han estado con Dios, que han permanecido en Su presencia hasta haber escuchado Su Palabra, y luego descienden del monte con la gloria de Dios irradiando en sus rostros y el poder de Dios resonando en sus corazones?
Habiéndole mostrado a Ezequiel las abominaciones que estaban sucediendo en el atrio interior del templo, Dios envía a la ciudad santa a un hombre con un marcador. «Y el Señor le dijo: “Pasa por en medio de Jerusalén, y pon una señal en la frente de los hombres que gimen y se lamentan por todas las abominaciones que se cometen en medio de ella”» (Ezeq. 9:4).
Luego se envían verdugos a la ciudad con instrucciones de masacrar a todos los que no tengan la marca del intercesor en la frente. Y dice el Señor: «Comenzarán por Mi santuario».
En ese pasaje, así como en esta audiencia, hay solamente dos grupos de personas: aquellos que son la causa del problema, y aquellos que se entristecen y lloran con corazones arrepentidos. No hay término medio.
Sabemos con certeza de Uno que lleva esta carga en Su corazón esta noche. ¿Qué dolor debe sentir el Salvador al contemplar a Su novia adúltera en sus vestidos de boda andrajosos, manchados y raídos?
Aquel que se hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él. Aquel que derramó Su preciosa sangre para comprar para Sí mismo una novia santa, sin mancha y sin defecto. ¿Qué debe estar pensando, cómo debe sentirse, al ver a Su amada ser seducida, infatuada y contaminada por el mundo?
Si nuestros corazones no están quebrantados por lo que quebranta el corazón de Dios, si no somos parte del remanente que suspira y gime y se lamenta en su interior por las cosas detestables que están sucediendo en el templo de Dios, entonces somos parte de la multitud que está en peligro de Su castigo y en desesperada necesidad de arrepentimiento.
Así que hoy Dios nosllama al arrepentimiento, a afligirnos, a lamentarnos, a llorar, primero por nuestro pecado. Porque Él no escuchará ni atenderá nuestras oraciones por nuestra nación, por sinceras que sean, hasta que primero nos hayamos humillado y arrepentido de nuestros malos caminos. «Pues ha llegado el tiempo del juicio, y debe comenzar por la casa de Dios».
En un momento, voy a sugerir que nos arrodillemos y nos humillemos en presencia del Señor; cada una de nosotros pedirá a Dios que escudriñe nuestros corazones. Durante este tiempo, ¿te unirías a mí en la oración?
«Oh Dios, no es mi hermano, no es mi hermana, no es mi pastor, no son los diáconos o los ancianos; no es la iglesia o el ministerio de la próxima esquina, soy yo, oh Dios. Haz brillar la luz de Tu santidad en lo más íntimo de mi corazón. Muéstrame cómo he pecado contra de Ti, cómo he venido a ser parte del problema, en lugar de ser parte de la solución. Muéstrame dónde debo arrepentirme».
Mientras el Espíritu Santo trae convicción a nuestros corazones, humillémonos, confesemos nuestros malos caminos, e imploremos a nuestro bondadoso Dios misericordia y perdón.
Escudriñemos y revisemos nuestros caminos; volvámonos a Él con todo nuestro corazón, con ayuno, con lamento y tristeza. Ahora, ¿podríamos doblar nuestras rodillas y nuestros corazones ante el Señor?
Débora: Escuchamos un mensaje de Nancy DeMoss Wolgemuth (quien era Nancy Leigh DeMoss en ese momento) que dio en el 1996.
Hay solo una respuesta correcta cuando somos confrontados con la poderosa verdad de la Palabra de Dios. Rendición. Arrepentimiento. Decir, «Dios, Tú tienes razón, yo estoy equivocada. He estado yendo por mi propio camino y antes de preocuparme por la paja del ojo ajeno, necesito ver la viga de mi propio ojo. Me rindo. ¡Tú estás a cargo ahora!»
Hacer una oración así puede ser un poco atemorizante y difícil, pero es una oración que te traerá libertad, descanso y paz.
Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth nos llama al arrepentimiento y a encontrar libertad, plenitud y abundancia en Cristo.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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