
Así dice el Señor: el ministerio profético de Cristo
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos recuerda que después de que el Antiguo Testamento llegó a su fin, pasaron aproximadamente 400 años sin que el pueblo de Israel escuchara palabra del Señor.
Nancy DeMoss Wolgemuth: El silencio era ensordecedor, luego de años de profeta tras profeta hablar en nombre de Dios, aun así el pueblo esperó. Ellos se aferraron a la esperanza del gran profeta prometido en Deuteronomio 18.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, coautora de «Mentiras que las jóvenes creen y la verdad que las hace libres». Hoy, 26 de marzo de 2025.
En la serie en la que estamos actualmente titulada «Incomparable», hemos conocido a Jesús de nuevas maneras. Si te has perdido algún episodio hasta ahora, puedes escucharlos todos o leer las transcripciones en AvivaNuestrosCorazones.com o en la aplicación de Aviva Nuestros Corazones. Nancy continúa con nosotras el día …
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos recuerda que después de que el Antiguo Testamento llegó a su fin, pasaron aproximadamente 400 años sin que el pueblo de Israel escuchara palabra del Señor.
Nancy DeMoss Wolgemuth: El silencio era ensordecedor, luego de años de profeta tras profeta hablar en nombre de Dios, aun así el pueblo esperó. Ellos se aferraron a la esperanza del gran profeta prometido en Deuteronomio 18.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, coautora de «Mentiras que las jóvenes creen y la verdad que las hace libres». Hoy, 26 de marzo de 2025.
En la serie en la que estamos actualmente titulada «Incomparable», hemos conocido a Jesús de nuevas maneras. Si te has perdido algún episodio hasta ahora, puedes escucharlos todos o leer las transcripciones en AvivaNuestrosCorazones.com o en la aplicación de Aviva Nuestros Corazones. Nancy continúa con nosotras el día de hoy.
Nancy: Cuando miras el Antiguo Testamento, puedes ver tres oficios importantes que Dios ordenó. Estos son: profeta, sacerdote, y rey. Hubo diferentes hombres que fueron profetas, otros fueron sacerdotes, y otros fueron reyes. Y en algunos casos, eran más de uno. Pero eran personas que desempeñaban esos roles que les fueron designados, dados por Dios.
Todos estos oficios, y las personas que los ocuparon, prefiguraban y señalaban al Mesías, a Cristo. En la vida de Cristo vemos cómo Él cumplió a la perfección esos tres oficios. Hoy queremos echar un vistazo a uno de ellos, el oficio de profeta, y ver cómo Cristo cumple con el tipo de profeta del que aprendemos en el Antiguo Testamento.
Espero que durante este tiempo, en estos días previos a la Pasión de Cristo, a la Semana Santa, a la Pascua, te dediques a concentrarte en Cristo, a meditar en Él, a llenar tu corazón, tus ojos y tu visión de Cristo, y a preparar tu corazón para poder tener una celebración adecuada a la Pasión, a la Semana Santa y finalmente a ese Día de la Resurrección de Cristo.
Hoy vamos a considerar a Cristo como profeta en Su ministerio profético.
Ahora, las palabras «profeta» y «profecías» se suelen utilizar de muchas maneras diferentes, algunas son más bíblicas que otras. Así que vamos a ceñirnos a las Escrituras. Los profetas del Antiguo Testamento eran mensajeros. Eran comunicadores en nombre de Dios. Ellos eran elegidos y designados por Dios. No se autodesignaban. Nadie se levantaba un día y decía: «Oh, me gustaría ser profeta. Creo que iré al seminario y seré un profeta».
No, Dios los apartaba de cualquier otra cosa que estuvieran haciendo y les decía: «Te he ordenado como profeta». Así es como funcionaba: Dios hablaba a Sus profetas y les revelaba Su voluntad. Él les comunicaba directamente a los profetas lo que Él quería que Su pueblo supiera.
Tengan en cuenta que no tenían una Biblia. Así que este era el medio que Dios utilizaba para comunicarse con su pueblo. Dios les daba a los profetas anuncios, instrucciones, palabras de consuelo, palabras de advertencia. Cualquier cosa que Él quería que el pueblo supiera, Él le hablaba a los profetas, los profetas escuchaban y entonces le hablaban al pueblo.
Las palabras de parte de Dios a los profetas incluían dos tipos esenciales de comunicación. En primer lugar, estaba la proclamación y, en segundo lugar, la predicción.
- La proclamación era anunciar un mensaje, dar el mensaje de Dios que podría ser algo acerca de su pecado, o acerca de Su justicia, de la justicia de Dios, o acerca de Sus caminos o Su voluntad.
- Pero luego la predicción, que era sobre el futuro.
A veces en las profecías verás una de las dos: proclamación o predicción. A veces verás las dos mezcladas, pero podemos dividir las profecías en esas dos categorías: proclamación o predicción; proclamación y predicción. No todas las profecías eran sobre el futuro. Algunas eran sobre el presente: esa era la profecía proclamada. Pero había otras que predecían el futuro.
- Dios hablaba a sus profetas, les revelaba su voluntad, lo que quería que el pueblo supiera.
- Entonces los profetas escuchaban lo que Dios decía. Tenían que recibir Su revelación.
- Y entonces era la responsabilidad del profeta anunciar, proclamar al pueblo el mensaje que había recibido de Dios.
Así que existía una comunicación dinámica. Dios hablaba a sus profetas, los profetas escuchaban, recibían el mensaje y lo transmitían al pueblo.
A menudo, cuando los profetas hablaban, decían una frase que se ve muchas, muchas veces en el Antiguo Testamento: «Así dice el Señor».
Estas no eran las propias palabras del profeta. El profeta no estaba transmitiendo sus propios pensamientos o sus propias opiniones. No era como: «Esto es lo que pienso» o «Esto es lo que creo». Era: «Así dice el Señor».
Cuando los profetas hablaban con la autoridad de Dios, era como si Dios mismo hablara al pueblo.
Ahora bien, a veces había falsos profetas que decían: «Así dice el Señor», pero en realidad no hablaban en nombre de Dios, y había graves consecuencias para estos profetas.
Pero aquí estamos hablando de los verdaderos profetas del Señor. Ellos decían: «Así dice el Señor». Estas eran las palabras de Dios. Así que cuando ellos decían, «Así dice el Señor», el pueblo necesitaba detenerse y escuchar y darse cuenta de que cuando este profeta hablaba, Dios estaba hablando.
Ahora recuerda que Dios era quien los había llamado y designado, así que su trabajo era hablar lo que Dios les ordenara y dirigiera. Ellos trabajaban para Dios. Eran siervos de Dios. Eran Sus mensajeros, Sus comunicadores, y eran responsables de decirlo tal como lo oyeron, sin cambiarlo; sin añadir; sin quitar. Decirlo como lo oyeron.
Y déjenme darles un par de ejemplos de esto.
Por ejemplo, Dios le dijo al profeta Jeremías, en Jeremías capítulo 1:
«Porque adondequiera que te envíe, irás… Y todo lo que te mande, dirás… Entonces el Señor extendió Su mano y tocó mi boca. Y el Señor me dijo: “Yo he puesto Mis palabras en tu boca”»(vv. 7, 9).
Ese era un profeta.
Veamos también Ezequiel. Ezequiel capítulo 3:
«Me dijo además: “Hijo de hombre, ve a la casa de Israel y háblales con Mis palabras”» (v. 4).
Ese es un profeta, oye la Palabra de Dios, habla la verdad y la Palabra de Dios a otros.
Un libro sobre doctrina cristiana lo resume de esta manera: «Un profeta de Dios es aquel que habla en nombre de Dios, dando a conocer e interpretando la palabra y la voluntad de Dios al hombre». Ese es un profeta.
Ahora quiero llamar la atención sobre un pasaje muy importante del Antiguo Testamento.
Si tienes tu Biblia, permíteme animarte a que vayas al libro de Deuteronomio, capítulo 18. Esta es una profecía del Antiguo Testamento acerca de un profeta. Adquiere mucha importancia una vez que vemos a Jesús entrando en escena.
Aquí es Moisés quien está hablando. Él fue uno de los más grandes profetas del Antiguo Testamento. En los versículos del 9 al 14, que no leeremos ahora, le dice al pueblo: «No deben ser como las naciones paganas que nos rodean, que escuchan a adivinos o hechiceros para adivinar la verdad. Por el contrario, deben escuchar a Dios y a Sus mensajeros. Deben escuchar a Sus profetas». Luego entonces él habla de otro profeta, uno aún más grande que él, que estaba por venir. Mira lo que dice el versículo 15:
«Un profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el Señor tu Dios; a él oirán. Esto es conforme a todo lo que pediste al Señor tu Dios en Horeb el día de la asamblea, diciendo: “No vuelva yo a oír la voz del Señor mi Dios, no vuelva a ver este gran fuego, no sea que muera”» (vv. 15-16).
Ahora, Moisés estaba recordando un momento en el Monte Sinaí, donde el pueblo estaba aterrorizado de escuchar la voz de Dios directamente. No podían soportarlo. Temían ser consumidos por Su gloria. Así que le pidieron a Dios que les hablara a través de un intermediario, alguien que se interpusiera entre ellos y Dios. Eso es lo que era un profeta. Moisés era esa clase de profeta.
Dios le hablaba a Moisés allí en el monte, y luego Moisés bajaba de la montaña y le decía al pueblo lo que Dios le había dicho. Y Moisés les recuerda lo que ellos pidieron: «Ustedes dijeron: No dejes que Dios nos hable directamente. Nos matará. Envíanos profetas» (v. 17).
«Y el Señor me dijo: “Bien han hablado en lo que han dicho. Un profeta como tú levantaré de entre tus hermanos, y pondré Mis palabras en su boca, y él les hablará todo lo que Yo le mande. Y sucederá que a cualquiera que no oiga Mis palabras que él ha de hablar en Mi nombre, Yo mismo le pediré cuenta»(vv. 17-19).
Esta es una profecía del Antiguo Testamento con relación al Mesías. Los judíos, a lo largo de cientos de años, llegaron a creer y a ver que se trataba de una profecía de la venida del Mesías. Dios prometió que enviaría otro Profeta (con P mayúscula), un profeta como Moisés en algunos aspectos: que sería un maestro, un gobernante, un libertador, pero más grande. Sería el Profeta (con P mayúscula) definitivo a través del cual Dios se daría a conocer a Sí mismo y Su voluntad a Su pueblo.
Así que, a lo largo del Antiguo Testamento, una generación tras otra esperaba al Profeta prometido. Durante ese tiempo, Dios habló a través de muchos profetas diferentes (profetas con P minúscula), pero ninguno de ellos era «El Profeta» que había sido prometido.
Estos pequeños profetas no hacían más que allanar el camino para la venida de El Profeta (con P mayúscula), el Mesías, y esos profetas señalaban el camino hacia El Profeta, que, por supuesto, sabemos que era Cristo.
Así que tenemos estos diferentes profetas, muchos de los cuales leemos en las Escrituras. Tienen libros que llevan su nombre. Llegamos a la última parte del Antiguo Testamento, Sofonías es un profeta; Hageo es un profeta; Zacarías es un profeta; y luego Malaquías, el profeta Malaquías. Y entonces llegamos al final del antiguo pacto, el fin del Antiguo Testamento y luego tenemos por 400 años donde no hay profetas, no hay profetas verdaderos. Hubo algunos falsos.
¿Y por qué no hubo profetas en aquella época? Creo que hay dos razones. Una, la obvia, es que no había palabra de Dios. ¿Por qué no había palabra de Dios? Creo que una de las razones es porque la gente no escuchaba. No la recibían. Pero sabemos que no hubo palabra de Dios por medio de Sus profetas durante ese período de 400 años.
El silencio era ensordecedor, después de años de profeta, tras profeta hablar en nombre de Dios. Pero el pueblo seguía esperando. Se aferraban a la esperanza del gran Profeta prometido en Deuteronomio 18: «Un profeta como tú levantaré de entre sus hermanos, y pondré Mis palabras en su boca [dijo Dios], y él les hablará todo lo que Yo le mande».El Profeta. Ellos esperaban, y esperaban.
Ahora, avancemos 400 años desde la época de Malaquías, y aparece en escena un profeta: Juan el Bautista. Un hombre enviado por Dios. Él fue el último de los profetas del Antiguo Testamento. Los sacerdotes y los levitas le preguntaron a Juan el Bautista en el capítulo 1 de Juan: «¿Eres tú aquel profeta, el que fue prometido?» (Jn. 1:21).
Recuerda, que durante 400 años ellos no han oído ningún profeta. No tienen Biblia; no tienen palabra. Es como si Dios no existiera. Ellos saben que Él existe, pero no escuchan nada de Él. Entonces viene Juan, llega Juan, hablando con la voz de Dios, «Arrepiéntanse y crean El reino de Dios se ha acercado».
Y ellos le preguntan: «¿Eres tú el Profeta, ese Profeta?».
Y Juan dice, en esencia: «No, no lo soy. Soy un profeta, pero no El Profeta, ¡pero Él viene! ¡Él viene! Y yo he sido enviado a preparar el camino para Su llegada».
Entonces ahora avancemos hasta después de Pentecostés, en el libro de los Hechos. Pedro está predicando, y cita Deuteronomio capítulo 18. Encontrarás esto en Hechos capítulo 3, y él dice, en esencia: «¡Moisés estaba hablando de Jesús!» (ver v. 18). Jesús era ese Profeta. Y Pedro dice esto después de la muerte y resurrección y ascensión de Cristo. Él lo deja claro, en caso de que haya alguna duda en la mente de alguien de que Jesús era Ese Profeta.
Es algo hermoso ver durante la vida de Jesús aquí en la tierra cómo la gente comenzó gradualmente a reconocer que Él, Cristo, era un Profeta enviado de Dios; que Él era Ese Profeta prometido en Deuteronomio 18.
Si vemos el relato de la mujer del pozo, la mujer samaritana, ella dijo en Juan capítulo 4: «Señor, me parece que Tú eres profeta» (Jn. 4 19).
Y en Juan capítulo 7:«Entonces algunos de la multitud, cuando oyeron estas palabras, decían: “Verdaderamente Este es el Profeta”» (Jn. 7:40).
Cuando Jesús hizo milagros, esos milagros fueron una evidencia adicional, demostrando el caso de que Él era el Profeta anticipado (con P mayúscula).
Por ejemplo, después de la alimentación de los 5.000, la Escritura dice en Juan 6: «La gente, entonces, al ver la señal que Jesús había hecho, decían: “Verdaderamente Este es el Profeta que había de venir al mundo”» (Juan 6:14).
Ahora, estamos leyendo esto, y nos preguntamos: ¿y cuál es la gran cosa?Esto era una GRAN COSA para estas personas que no habían escuchado voz de Dios por tantos años y que desesperadamente necesitaban conocer Su voluntad y Su camino. Dios había prometido, «Yo enviaré un Profeta», y parecía que Dios no estaba cumpliendo Su promesa. Pero entonces ellos comienzan a darse cuenta: «Este es El Profeta».
Parte del propósito de los milagros era convencer a la gente de que Él era realmente el Mesías prometido.
Cuando resucitó al hijo muerto de la viuda de Naín en Lucas capítulo 7, dice la Escritura: «… y glorificaban a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros”. También decían: “Dios ha visitado a Su pueblo”» (Lc 7:16). ¡Wow! ¡Palabras verdaderas! «Dios ha visitado a su pueblo».
Jesús mismo afirmó que el mensaje que proclamaba lo había recibido de Dios. Escucha estos versículos del Evangelio de Juan. Jesús dijo, en Juan capítulo 7, versículo 16: «Mi enseñanza no es Mía, sino del que me envió». Suena como un profeta.
Juan 12, versículo 49:
«Porque Yo no he hablado por Mi propia cuenta, sino que el Padre mismo que me ha enviado me ha dado mandamiento sobre lo que he de decir y lo que he de hablar».
Parece profeta. Suena como un profeta.
«Porque les he dado a conocer todo lo que he oído de Mi Padre» (Jn. 15:15). ¿Te suena a profeta? Pues sí.
Y luego, en Su oración sacerdotal en Juan 17, esa oración íntima, Jesús le dijo a Su Padre: «Porque Yo les he dado las palabras que me diste; y las recibieron, y entendieron que en verdad salí de Ti, y creyeron que Tú me enviaste» (v. 8). Jesús aquí afirma que lo que estaba diciendo le había sido dado por Su Padre y que lo estaba dando como Profeta al pueblo de Dios.
Vemos, pues, que Cristo cumplió el oficio de profeta. En los dos tipos diferentes de profecías, Él lo cumplió al proclamar y al predecir.
Al predecir, predijo Sus sufrimientos, Su resurrección, etc. Era un profeta que anunciaba lo que Dios iba a hacer en el futuro: predecir. Pero también cumplió ese oficio profético de proclamar, de dar a conocer al pueblo la sabiduría de Dios, la Escritura, la ley, el evangelio. Dijo que había venido a anunciar las Buenas Nuevas a los pobres. Él estaba dando a conocer a Dios a Su pueblo al declarar la Palabra de Dios al pueblo. Así que vemos a Cristo cumpliendo el oficio de profeta.
Entonces ya sabes cuál es la siguiente pregunta. Eso ha sido «qué». ¿Cuál es entonces «y qué con eso»? Déjame darte algunas ideas sobre «¿Y qué con eso?».
La primera y obvia es que: si Él es, si Cristo es verdaderamente ese Profeta, y lo es, entonces debemos escucharle.
Ayer vimos el Monte de la Transfiguración, donde la voz de Dios habló desde el cielo y dijo: «Este es Mi Hijo amado en quien Yo estoy complacido; óiganlo a Él» (Mt. 17:5). Óiganlo a Él. Son las mismas palabras que pronunció Moisés en Deuteronomio 18.
Deuteronomio 18:15 dice: «Un profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará el Señor tu Dios; a él [¿qué?] oirán».
Así que cuando Dios dijo esas palabras desde el cielo, «Óiganlo a Él», esos discípulos conocían esa profecía en Deuteronomio 18. Sabían que Dios estaba afirmando: «Este es ese Profeta (con P mayúscula). Óiganlo a Él. Este es de quien hablaba Moisés. Este es a quien debemos escuchar por encima de todos los demás, porque Él es más grande que todos los demás profetas y que todas las demás voces. Cuando Él habla, Dios habla. Escucha atentamente todo lo que dice. Créelo. Inclínate ante Él. Obedécelo».
Y quizás tú digas: «Bueno, ¿cómo nos habla Dios?». Él nos habla a través de Su Palabra. Escucha lo que dice este pasaje en 2 Pedro capítulo 1. Recuerda, Pedro estaba allí en el Monte de la Transfiguración. Y Pedro dice:«Pues cuando Él recibió honor y gloria de Dios Padre, la Majestuosa Gloria le hizo esta declaración: “Este es Mi Hijo amado en quien me he complacido”. Nosotros mismos escuchamos esta declaración, hecha desde el cielo cuando estábamos con Él en el monte santo. Y así tenemos la palabra profética más segura»dice Pedro (vv.17-19).
Ahora, ¿qué podría ser más seguro que esa experiencia que tuvieron allí en el monte? Solo tres hombres la vieron, además de Moisés y Elías: Pedro, Santiago y Juan. Pedro dice: «Tenemos algo que es aún más seguro que nuestra experiencia de aquella noche en el Monte de la Transfiguración». ¿Qué puede ser eso? ¿Qué es más seguro, Pedro?
Es «la palabra profética más segura, a la cual ustedes hacen bien en prestar atención, como a una lámpara que brilla en el lugar oscuro, hasta que el día despunte y el lucero de la mañana aparezca en sus corazones» (v. 19).
Llegará el día en que estaremos cara a cara con Jesús. Estaremos en la presencia de Su gloria eterna por los siglos de los siglos, y entonces no necesitaremos profetas. Tendremos al Profeta, la Palabra de Dios, la presencia de Dios, la gloria de Dios junto a nosotros. Pero mientras tanto, tenemos una palabra profética.
Ahora, hoy en día, cuando se oye esa palabra, puede significar todo tipo de cosas diferentes. Pero de lo que está hablando aquí es de la Palabra de Dios. Está en este Libro. Esa es la Palabra profética. Esta es la palabra que Dios nos habló a través de las personas que escribieron estos diferentes libros, Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Génesis, Éxodo, Levítico, todos son la palabra profética. No necesitas otra palabra profética cuando tienes esta Palabra.
«No tenemos que caminar en oscuridad», dice Pedro. Podemos confiar en Su Palabra. Podemos conocer el corazón, la mente, los propósitos, la voluntad de Dios porque Cristo ha venido a esta tierra como nuestro Profeta, y nos ha dado Su Palabra que tenemos en nuestras manos, y podemos leer y estudiar y escuchar, recibirla como Palabra de Profeta (con P mayúscula).
Ahora, solo como un recordatorio aquí, no solo es importante escuchar la Palabra de Cristo, sino que hay consecuencias si no lo hacemos. Si descuidamos o ignoramos o rechazamos Su Palabra, pasamos por alto el corazón y la mente de Dios, entonces no llegamos a conocerlo.
Nos perdemos de mucho y experimentamos consecuencias cuando no lo escuchamos. Así que escúchalo.
Entonces, número dos: Créele. Su Palabra es verdadera. Tiene autoridad.
¿Recuerdas el pasaje de 2 Crónicas 20, cuando el rey Josafat dirigía a los israelitas contra ese gran enemigo? El profeta dijo: «Óiganme, Judá y habitantes de Jerusalén, confíen en el Señor su Dios, y estarán seguros. Confíen en Sus profetas y triunfarán» (v. 20).
Cree en la Palabra de Cristo, El Profeta, el último, el Profeta Supremo. Recíbelo, cree el evangelio que Cristo vino a proclamar.
Una vez más, solo una advertencia. Cuando Jesús vivió aquí en esta tierra, la gente que mejor lo conocía, no le creyó. Era un «profeta sin honra» en su propio tierra, en su propio país y en su propia ciudad. Estaban tan familiarizados con Él, que no supieron quién era. No creyeron.
Algunas de nosotras hemos estado en contacto con la enseñanza bíblica y la verdad por mucho, mucho tiempo, pero realmente no la estamos creyendo. No la estamos recibiendo como lo que realmente es, como la verdad. Créela.
Y luego alábalo y adóralo.
Él es el Profeta Supremo, no solo uno entre muchos profetas. Es el Cristo incomparable. Eso es lo que leemos en Hebreos capítulo 1, versículos 1 y 2: «Dios, habiendo hablado hace mucho tiempo, en muchas ocasiones y de muchas maneras a los padres por los profetas, [profetas con P minúscula] en estos últimos días nos ha hablado por Su Hijo», el Profeta.
Jesús es infinitamente más grande que cualquier otro profeta. No es menos que un profeta enviado por Dios. Pero no es solo un profeta, como creen los musulmanes. Él es el Hijo mismo de Dios. Es la Palabra de Dios, a través de la cual Dios nos ha hablado y se nos ha dado a conocer.
Por último, proclama Su Palabra a los demás.
Hay un sentido en el que Cristo continúa Su trabajo como profeta hoy, por Su Espíritu, a través de Su Iglesia, mientras proclamamos Su evangelio, mientras enseñamos Su Palabra por toda la tierra. Hay un sentido en el que Él nos ha confiado Su continuo ministerio profético en esta tierra.
¿Qué significa esto? Bueno, Juan 20 dice: «Como el Padre me ha enviado, [El Profeta] así también Yo los envío» a compartir Mi Palabra (v. 21).
«Vayan, pues, y hagan discípulos de todas las naciones»(Mt 28:19).
Débora: Jesús tuvo un papel muy importante como profeta. Tal vez nunca has considerado lo crucial que fue ese papel hasta hoy. Nancy habla más sobre eso en su nuevo libro Incomparable.
Y, hablando de eso, ¿qué te parece si volvemos a hablar con Randall Payleitner, de Moody Publishers? Randall, bienvenido de nuevo.
Randall Payleitner: Hola, Débora, me alegro de estar contigo. Estoy encantado de estar contigo hoy en el estudio y hablar de este gran libro.
Débora: Gracias por acceder y acompañarnos. Randall, como editor de Nancy, ¿cuáles son tus expectativas y oraciones? Sé que no publicas libros por dinero. Estás publicando libros porque tienes una misión.
Randall: Amén.
Débora: Tú estás en comisión y con la Gran Comisión. Y entonces, ¿cuál es tu oración y expectativa para este libro?
Randall: Esuna gran pregunta. Hemos sido los editores de Nancy durante veintitrés años, es una alegría y un privilegio en todos los frentes. Nuestra esperanza con este libro, y todos nuestros libros, pero honestamente, este libro con Jesús en el centro, la meta es ayudar a la gente a realmente encontrarlo. Seguirlo. Amarlo. Servirle.
¿Dónde estás en tu caminar con Cristo? ¿No está caminando con Él? Necesitas este libro. ¿Estás caminando con Él, pero te has perdido en el camino? Necesitas este libro. ¿Corres con Él en la misma dirección y, sin embargo, tus ojos están corriendo por todos lados? Necesitas este libro. ¿Sientes que todo está bien y que estás justo donde deberías estar? Estupendo. Ve a leer este libro. Yo diría que realmente no hay momento o persona equivocada para leerlo.
Y sí, soy editor de libros. Y sí, nos interesa que los libros lleguen al mundo. Siempre digo que los libros que se llenan de polvo en el almacén no hacen ningún bien a nadie. Queremos que los libros lleguen, y este, en este momento y en esta temporada, es uno que no puedo elogiar más, porque no apunta a Moody. No señala a Nancy, no señala a nadie más que a Cristo, solo a Cristo. Él es incomparable; Él es digno; Él es digno de confianza. Dondequiera que estés, este libro puede ayudarte a encontrar a Jesús de una manera que será única para ti. Pero también, y lo que es más importante, única para Él.
Débora: Gracias, Randall. Me encanta cómo describes el nuevo libro de Nancy Incomparable. Es una manera maravillosa de redescubrir quién es Cristo.
Y este es para ti, amiga, en cualquier temporada de vida en la que te encuentres, porque siempre necesitamos estar morando en Cristo.
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