Acércate a tus hijos adolescentes
Annamarie Sauter: Con nosotras Rebecca Ingram hablando acerca de una etapa de cambios en las vidas de tus hijos.
Rebecca Ingram Powell: Creo que como madres, al acercarse la época de adolescencia de nuestros hijos, algunas veces podemos pensar que todo está perdido. Pero necesitamos ver a los chicos y decir, «esta es una etapa en la cual realmente puedo invertir en mis hijos y conocerlos mejor».
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Nancy DeMoss Wolgemuth: ¿Recuerdas la época cuando eras adolescente? Probablemente es una edad a la cual quisieras regresar o tal vez te alegra haberla dejado atrás. Quizás tienes un hijo o una hija que está atravesando esa etapa de la vida y te estás preguntando, «¿qué está pasando con mi hijo o mi hija adolescente, y qué estamos haciendo al respecto?» Bueno, si esta pregunta despierta …
Annamarie Sauter: Con nosotras Rebecca Ingram hablando acerca de una etapa de cambios en las vidas de tus hijos.
Rebecca Ingram Powell: Creo que como madres, al acercarse la época de adolescencia de nuestros hijos, algunas veces podemos pensar que todo está perdido. Pero necesitamos ver a los chicos y decir, «esta es una etapa en la cual realmente puedo invertir en mis hijos y conocerlos mejor».
Annamarie: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín.
Nancy DeMoss Wolgemuth: ¿Recuerdas la época cuando eras adolescente? Probablemente es una edad a la cual quisieras regresar o tal vez te alegra haberla dejado atrás. Quizás tienes un hijo o una hija que está atravesando esa etapa de la vida y te estás preguntando, «¿qué está pasando con mi hijo o mi hija adolescente, y qué estamos haciendo al respecto?» Bueno, si esta pregunta despierta algunos pensamientos en ti, únete a nosotras en la conversación del día de hoy con Rebeca Ingram Powell y su hija, Danya Powell.
Rebecca, eres autora y conferencista, estás haciendo mucho para motivar a las mujeres en ese reto tan gratificante llamado maternidad.
Rebecca: Así es.
Nancy: En esta serie queremos hablar acerca de un libro que escribiste llamado Etapa de cambio. (Solo está disponible en inglés, Season of Change). El subtítulo es Criando hijos adolescentes con pasión y propósito. Etapa de cambio…pienso que es una gran manera de describir ese tiempo de la vida. De hecho, Rebecca, tú eres más joven que yo y quizás puedas recordar esos años. ¿Cómo fueron para ti?
Rebecca: Mis años de adolescente fueron traumáticos de muchas maneras. Primeramente, cuando yo tenía 11 años y estaba en el sexto grado, siendo hija de pastor, mi familia se mudó. Era solamente un viaje de tres horas en automóvil, pero para mí era un mundo de distancia, sobre todo cuando has crecido en la misma iglesia y en el mismo vecindario toda tu vida.
Nancy: Bastante traumático.
Rebecca: Así fue. En sexto grado cambié de la escuela secundaria a la escuela de la comunidad donde nos mudamos, era una escuela que recibía estudiantes de otras tres escuelas elementales. Así que todos se conocían, pero yo no conocía a nadie.
La escuela secundaria la inicié de manera muy brusca porque hubo muchos cambios involucrados.
Nancy: Cuéntanos acerca de tu primer día.
Rebecca: El primer día a todos los de sexto grado nos llevaban a un gran auditorio y allí tomaban grupos al azar para colocarnos en nuestras aulas. Esa era la manera en que hacían las cosas en esa escuela. Yo moría de miedo, no quería ir allí y enfrentar a toda esa multitud, así que le rogué a mi madre que fuera conmigo.
Ahora, mi mamá, no solamente era esposa de pastor, (aún lo es), también era profesora de bachillerato. Pienso que ella sabía que al ir conmigo, produciría –de cierta manera– una especie de muerte social para mí. Aún así le rogué. Yo estaba tan asustada, que aún la vergüenza de que mi madre estuviera allí conmigo no era suficiente para hacer que yo cambiara de parecer. Así que ella consintió y fue. Como imaginarán, todos se reían, se volteaban y me miraban, me apuntaban con el dedo porque ella era la única madre allí.
Después de unos minutos, cuando ella pensó que yo estaría bien, se marchó. Fue un día espantoso, un día terrible. Pero algo hizo la diferencia ese día. Mientras nos dirigíamos a nuestras aulas caminando por esos largos corredores que parecían no tener fin, especialmente ese día, una chica se me acercó y me preguntó mi nombre. Era muy amigable y simpática, bondadosa, ella me ofreció su amistad y nunca la voy olvidar.
Un ofrecimiento de amistad hace la diferencia para un adolecente y para nosotros los adultos también, pero especialmente a un adolescente que se siente solo.
Nancy: Entonces, cuando llegó el momento en que tu hija mayor, Danya, se convirtió en una adolecente, esos recuerdos que tú tenías te ayudaron a tener cierta sensibilidad para caminar junto a ella durante esos años. ¿Cuándo te diste cuenta realmente de que tenías una adolecente como hija?
Rebecca: Por extraño que parezca, Nancy, yo traté de enterrar esos recuerdos muy, muy profundamente.
Nancy: Los recuerdos de tus años de escuela secundaria—cuando eras una adolescente.
Rebecca: Así es, porque no había nada que valiera la pena recordar.
Nancy: A menudo he dicho, que yo no quisiera volver a tener 13 años. Creo que pasé todo ese año llorando sin ninguna razón específica.
Rebecca: Así es, pensar en ello te hace querer llorar otra vez. Lo que provocó que los recuerdos volvieran a mí, fue cuando Danya tenía alrededor de 11 años de edad. Nosotros la educábamos en casa, probablemente yo intentaba evitarle todo el drama y el trauma de la secundaria.
Nuestros hijos siempre han estado involucrados en la comunidad, en los deportes y en la iglesia. Y aquí es donde aparecen las chicas pesadas otra vez. Danya tenía 11 años. Estábamos en un parque de béisbol y este drama de chicas estaba ocurriendo. Inmediatamente me transportó al sexto grado. Fue allí cuando volvieron todos mis recuerdos.
Nancy: ¿Tuvieron también otra experiencia, cuando Danya estaba preparándose para ir a un campamento?
Rebecca: Danya estaba por pasar al séptimo grado, así que asistiría a su primer campamento de jóvenes. Ella se estaba alistando y preparando su equipaje y yo había subido a su cuarto para ver si podía ayudar en algo. Mientras yo revisaba esa habitación desorganizada, (a lo cual nunca había podido decir nada porque yo misma era desorganizada. Ella lo obtuvo de mí, así que nunca digo nada respecto a su habitación).
Nancy: Acabas de mencionar el conflicto número uno que teníamos mi madre y yo a esa edad. Justo me trajo una gran cantidad de recuerdos.
Rebecca: ¿Te gustaría regresar ahí por un minuto?
Nancy: No, no quiero volver para nada.
Rebecca: Así que mientras me tropiezo con sus cosas mientras ella estaba empacando, me doy cuenta de que a quien llamábamos Mimí, estaba tirada sobre su cama. Ahora, Mimí era su frazada, desde que era una bebé. Así que, ahí estaba Mimí tirada sobre la cama. Mimí había ido a todas partes con ella, a la casa de sus abuelos, a pijamadas…
Nancy: ¿Era su frazada de cuando era bebé?
Rebecca: Sí, y ella no se avergonzaba. Siempre la traía consigo. Lo que era interesante para mí, es que cuando sus amigas venían a dormir a nuestra casa siempre traían cosas con las que ellas dormían también. Me di cuenta que Mimí no iba entre las cosas de la maleta.
Así que levanté a Mimí, la puse entre mis brazos y le hablé. Dije, «bueno Mimí, yo creo que esto quiere decir que tú no vas a ir al campamento». Danya exclamó, «¡mamá!”
Nancy: Quiero escuchar de ti, Danya. ¿Recuerdas esto?
Danya Powell: No, de hecho no lo recuerdo. Pero si recuerdo que no la llevé.
Nancy: Así que en este punto, Rebecca, te diste cuenta que estaba sucediendo un cambio en tu hija, y así mismo en tu relación con ella.
Rebecca: En séptimo grado, en ese momento supe que las cosas eran diferentes. Era tiempo en que como padres debíamos hacer un corte en la crianza, y con ello darnos cuenta de que ella estaba dejando atrás algunas cosas de su niñez. Supe que tenía que respetar eso, aún cuando estuviera bromeando con ella. Era algo que obviamente ella había bloqueado.
Para los padres este puede ser un punto de referencia, pienso yo, ya que en la fe cristiana no se identifica como tal. Pero el séptimo grado es importante, o el sexto grado, es allí donde están entrando a la adolescencia. Ya sea que ese cambio surja al ir a un grupo de jóvenes o a la escuela secundaria, es importante, porque es reconocer una nueva etapa en su crecimiento.
Nancy: Desde tu perspectiva, Danya, al recordar cuando entraste a esa época de tu vida, ¿qué clase de cambios estabas experimentando?
Danya Powell: Tuve que crecer muy rápido al entrar a la escuela secundaria, porque nos mudamos cuando yo tenía 11 años. Por supuesto, cambiamos de iglesia y en lugar de asistir a una iglesia agradable, segura, suburbana, grande, en la que ya tenía a mis amigos y donde conocía a todo el mundo, nos cambiamos para comenzar a ministrar una iglesia en el centro de la ciudad donde no conocía a nadie.
Ellos no hacían las cosas de la misma manera. No había nadie como yo allí. Es decir, yo había sido educada en casa, había crecido en una familia cristiana, conocía las historias de la Biblia. En cambio, los chicos en esta iglesia no sabían nada de esto. Ellos venían, literalmente, a aprender, por primera vez. Sus padres no conocían las historias de la Biblia, sus abuelos tampoco las conocían. Me dí cuenta de que las personas no conocían a Jesús como yo pensaba que lo conocían.
Pasó también que yo tenía alrededor de seis meses en la iglesia cuando ya me correspondía entrar al grupo de jóvenes. En esta iglesia se entraba al grupo de jóvenes a partir sexto grado en lugar de séptimo grado, entonces no tuve mucho tiempo para adaptarme porque yo ni siquiera sabía que al estar el sexto grado ya me correspondía estar. Llegué un domingo en la mañana y solo nos llevaron al grupo de jóvenes.
Yo era probablemente la persona más joven en el grupo, así que había muchas cosas a mi alrededor a las cuales no estaba acostumbrada. Para mí era fantástico saber que mi mamá estaba orgullosa de la manera en la que yo me estaba comportando en el grupo de jóvenes, estaba orgullosa de la manera en que las personas me aceptaban y del lugar de liderazgo en el que me encontraba, aun cuando era la más joven y no pensaba estar tan preparada como realmente lo estaba.
Nancy: ¿Siempre te sentiste tan confiada y segura, o hubo momentos en los que sentiste en tu interior inseguridad, comparación o miedo?
Danya: Recuerdo un momento cuando iba a tocar el piano con el grupo de alabanza de los jóvenes, esta era la primera vez que yo iba a entrar en una banda. Mi papá y yo nos dirigíamos hacia el salón donde practicaban y escuché a algunos de los chicos hablando sobre mí. Ellos no me conocían así que no estaban seguros de qué podría suceder. Decían cosas como; «ella solo tiene 11 años. Probablemente no toque tan bien, ¿por qué le permitieron venir?»
Comencé a caminar más despacio. No estaba segura de lo que pasaría porque me acababa de dar cuenta de lo joven y de lo inexperta que era, además ellos no me conocían. Esto me puso a pensar, «¿y si ya no soy buena en el piano? ¿Y si no les agrado?» Todo esto vino a mi mente.
Recuerdo que les dije a mis padres que me sentía insegura y que sentía que no les agradaba a las personas, y ellos me enseñaron que si tú sabes que estás en las manos de Dios, entonces sabes que Dios está orgulloso de ti. Si tú sabes que tu relación con Él está bien, entonces puedes caminar con la confianza de que tú puedes ser la persona que recibe a otras personas, incluso, a los que son excluidos.
No importa lo que las personas piensen o asuman acerca de ti. Lo que importa es lo que tú sabes acerca de ti misma y de lo que Dios piensa sobre ti. Cuando tú caminas en esa confianza, entonces las personas te aceptan mucho más porque no sienten que compiten contigo o que tienen que hacerte sentir de cierta manera. Cuando estás arraigada en Cristo, estás segura en tu entorno también.
Nancy: Estoy intrigada por escucharte hablar acerca de tu comunicación con tu mamá. Tú mencionaste que les preguntabas a tus padres, tus padres te enseñaban cosas, tú los escuchabas y ponías atención a lo que ellos te enseñaban. Pienso que eso es un poco inusual.
He escuchado a madres decir cosas como, «mi hija cumplió 12 años, (o cualquier edad…se está volviendo alguien diferente), y ella se encierra en su habitación, no la hemos visto en meses, básicamente. Ella no habla, no se comunica». ¿Tú y tu madre, o tú y tus padres siempre han tenido una comunicación libre y abierta en estos años?
Danya: Sí, siempre hemos sido abiertos.
Nancy: ¿Siempre has sentido que puedes decirles cualquier cosa?
Danya: No, no siempre. Cuando era pequeña, antes de ir a la escuela secundaria, tuve una amiga que me dijo que no era cool –genial– contarle todo a mi madre.
Nancy: ¿Y le creíste un poquito?
Danya: Un poquito, sí. Luego me di cuenta de que ella estaba equivocada. Ella me decía esto porque esa era su perspectiva. Más adelante, cuando yo le pregunté a mi mamá acerca de esto, le pregunté a mi mamá porque mi conciencia me molestaba, mi mamá me contó la verdad. Me di cuenta de que mi amiga no lo sabía todo, pero mi mamá sí. Eso me abrió los ojos para ver que mis padres realmente saben más del crédito que les doy.
Nancy: Me gustaría escuchar de qué manera, al mirar hacia aquellos años pasados, y no solamente con Danya, sino con tus otros dos hijos, uno de ellos más joven todavía en la escuela secundaria, ¿cuáles son algunas de las maneras que has utilizado para cultivar esa comunicación abierta, para mantener las vías abiertas con tus hijos? Y Danya desde tu perspectiva, ¿cómo han logrado tus padres hacer esto?
Rebecca: Una de las cosas que Danya y yo comenzamos a hacer cuando ella tenía alrededor de 11 años, era ir al cine juntas. Veíamos películas románticas o de comedia, películas de chicas. Yo buscaba siempre las reseñas para estar segura de que podían verse en su totalidad, y si no, entonces nos daba algo de qué hablar.
Pienso que uno de los momentos esenciales en nuestra relación fue cuando, en una de las películas que fuimos a ver, nos reímos demasiado y en las mismas partes.
Se sorprendía cuando me reía a carcajadas. No había muchas personas, pero obviamente podíamos decir cuando algo era divertido para nosotras porque las dos éramos algo ruidosas. Recuerdo haberla escuchado decir a otras personas, «mi mamá y yo nos reímos en las mismas partes». Surgió esa conexión que ella sabía que había entre nosotras. Y eso comenzó a ser como nuestra noche de chicas o nuestra cita de las tardes.
Danya: Mamá no era engreída. Ella estaba de acuerdo con tener diversión. A ella le gustaba simplemente pasar tiempo conmigo y salir a pasear.
Rebecca: Creo que como madres, al acercarse la época de la adolescencia, algunas veces podemos pensar que todo está perdido. De alguna manera, Satanás sabotea nuestra mentalidad de tantas maneras. Si nosotras pensamos eso, puede convertirse en una profecía cumplida. Necesitamos mirar a esos adolescentes, abrazar esta etapa y decir, «tengo estos años con mis hijos antes de que ellos crezcan. Tengo este tiempo antes de que tengan las llaves de un carro y se sumerjan en sus estudios y no tengan más tiempo. Esta es una etapa en la cual realmente puedo invertir en mis hijos y conocerlos mejor».
Lo que he disfrutado más de mis hijos en la medida en que ellos han ido creciendo es ver sus personalidades comenzando a emerger, su sentido del humor. Mi esposo dice que tienen mi sentido del humor porque captamos los chistes, bromeamos y de manera individual, cada uno piensa que somos muy divertidos. Tenemos un hogar muy divertido.
Probablemente la razón por la que nos comunicamos bien tiene que ver con la decisión que tomamos de irnos de nuestra iglesia progresista suburbana cuando ella tenía 11 años, para someterme a lo que mi esposo quería hacer, a su liderazgo y seguir al Señor. Aunque son solo algunos kilómetros de distancia de nuestra casa, comenzamos a visitar otro campo misionero cada domingo y cada miércoles. Éramos los únicos que conocíamos que hacíamos algo como eso.
Danya: Eso fue motivo de discusiones acaloradas, el cambio de iglesia, el compañerismo intenso. Recuerdo haberles preguntado, ¿por qué yo tengo que ir?
Nancy: Estabas dejando atrás lo que era seguro para ti
Danya: Correcto. Mi excusa era que no había suficientes oportunidades para mí en la nueva iglesia. Yo estaba en el coro de niños en la otra iglesia. Estaba en clase de Biblia y de oratoria, había eventos de jóvenes a los que yo quería ir. Esta nueva iglesia no tenía nada de eso. Lo gracioso era que mi mamá y mi papá solamente decían, «Dios nos ha llamado a nosotros a ir allá, iremos como una familia. No vamos a dejar que nuestra familia se divida. Queremos que ores por esto. No queremos que le digas a Dios, «por favor ayuda a mis padres y permíteme a mí volver a nuestra antigua iglesia». Aprendí que se trataba de que yo pidiera al Señor que mis ojos se abrieran para ver las oportunidades que podría haber en esta nueva iglesia.
Allí fue donde yo comencé a participar junto al equipo de adoración de las alabanzas en la iglesia, es ahí en donde estoy ahora y es lo que quiero seguir haciendo el resto de mi vida.
Nancy: Así que el Señor estaba escribiendo tu historia y tú no podías verlo en ese momento.
Danya: Exactamente.
Rebecca: Para darle seguimiento a la historia, con relación a haber sido aceptada en el grupo de alabanza como una jovencita de 11 años, fue porque ellos necesitaban un tecladista. Era increíble que ella pudiera participar. Así que ella básicamente hizo una audición, y se sorprendieron porque (y puedo decirlo, soy su madre), ella es muy talentosa. Ella había estado tomando clases de piano por más de cinco años en ese tiempo.
Después de esto la historia fue completamente diferente. Tuvo que dar pasos para estar frente aquellas personas –que no estás segura sí van a aceptarte o no– y de todas maneras tratar de seguir adelante. Creo que allí hay algo, también. Si podemos comunicarnos con nuestros hijos diciéndoles, «Dios te ha dado este talento. Él quiere que uses cualquier talento para glorificarlo a Él». Eso hace que dentro de ellos se forme una confianza que puede ayudarlos a través de esos años de adolescencia.
Nancy: Rebecca, tú tienes mucha seguridad al hablar. ¿Alguno de tus hijos es más callado o se encierra y no habla mucho y quizás batalla para comunicarse?
Rebecca: Yo pienso que todos tenemos momentos en los que no queremos hablar de algunas cosas.
Nancy: ¿Cómo los sacas de ahí? ¿Los dejas que se encierren en esa «cueva»? ¿Cómo lo haces?
Rebecca: Bueno, yo pienso que hay un tiempo para esto, porque se trata de un asunto de respeto. Con mis hijos… A uno de ellos no le gusta hablar de temas que yo creo que sí se deben hablar. Como mamá es difícil hablar acerca de diferentes aspectos de la sexualidad con nuestros hijos, por ejemplo. Yo creo que necesitamos preparar el terreno antes de que el mundo lo haga por nosotros.
Tal vez tengas un hijo que se resiste a hablar acerca de esas cosas. Debes respetar eso, pero al mismo tiempo, quizás preparar la conversación diciendo, «te invito a comer una hamburguesa y quiero que hablemos de algunas cosas durante ese tiempo». Así tendrán tiempo de prepararse, y de entender que mamá espera que ellos sean parte de esa conversación.
Así que respeta eso y luego construye esas oportunidades. Muchas veces las mejores conversaciones que he tenido con mis hijos han sido en el carro regresando a casa de sus prácticas, ellos están cansados, y vamos camino a comer algo. Me dí cuenta que ese era el tiempo perfecto porque sus defensas están bajas, por así decirlo, ahí es cuando hablan.
Mi hijo mayor estaba teniendo una situación difícil con un chico de su equipo de béisbol. Él lo hacía el blanco de sus bromas. Se burlaba de él para verse bien. Después de una práctica, él estaba desgastado físicamente y ese día había recibido todas las burlas que podía soportar. Yo no sabía que esto estaba ocurriendo.
Cuando subió al auto no pudo más y dejó salir todo lo que sentía hacia ese chico. Fuimos a buscar algo de comer y hablamos acerca de la razón por la que un chico lastima a otros. Algo lo lastima y él se está desquitando contigo. Pensemos cómo podemos orar por él y que podamos verlo, no como un chico odioso y difícil, sino como un chico que está herido y que necesita un amigo.
Ellos nunca llegaron a ser amigos, pero mi hijo pudo ver la situación de una manera muy diferente. Cuando tuvo la edad suficiente, él habló frente a un grupo de jóvenes acerca de cómo nuestras palabras afectan a otras personas. E inmediatamente puso ese ejemplo, de cómo esas palabras lo habían lastimado, y cómo él tuvo que entender que venían de un chico lastimado.
Danya: Algo que quiero agregar es que mis padres siempre respetaron cuando ellos nos preguntaban si queríamos hablar y nosotros decíamos «no». Ellos sabían que si se mantenían diciendo; «nosotros necesitamos hablar acerca de esto», eso nos iba a enojar aún más, y nos iba a callar aún más rápido.
Nancy: ¿Alguna vez los dejaban esquivar la conversación?
Danya: Por un tiempo, no completamente. Si yo llegaba, y estaba enojada por algo y mamá me pedía que lo habláramos, y en ese momento yo decía que «no», cinco minutos más tarde salía todo, yo sabía que ella me daba ese tiempo para no hablar acerca de la situación. No me presionaba, y yo no estaba obligada a hablar. Yo lo hacía voluntariamente, y lo hacía porque necesitaba alguien con quien hablar. Y confiaba en ella. Yo pienso que era realmente importante que aún cuando nosotros nos retraíamos, mamá no se escandalizaba, no entraba en pánico. Ella simplemente nos daba un momento para considerar y procesar todo antes de comenzar a hablar.
Nancy: Desde luego, la meta de tener una comunicación abierta y saludable en las relaciones con tus hijos adolescentes es que ellos no se queden siendo niños. La meta es que ellos crezcan y se conviertan en hombres o mujeres de Dios. Mientras hablamos he estado pensando en el pasaje de segunda a Timoteo capítulo 1, donde Pablo le dice a Timoteo: «Porque tengo presente la fe sincera que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también».
Así que, como lo hemos dicho anteriormente, debemos pasar el bastón de la fe de una generación a otra; y esta es la meta de esa relación de una madre con sus hijos. Hay algunos asuntos sobre los que me gustaría hablar mañana en la continuación de esta conversación, aquí en Aviva Nuestros Corazones. Rebecca, te haré algunas preguntas prácticas y específicas que yo sé que algunas madres con hijos adolescentes se están haciendo. Preguntas como, ¿cómo manejas las citas amorosas? ¿Cómo manejas el consumo de los medios de comunicación y las redes sociales? ¿Qué debemos tomar en cuenta al momento de tocar temas relacionados a la sexualidad?
Bueno, mañana regresaremos con un próximo episodio para escuchar las respuestas a estas preguntas. Queremos saber cómo ha funcionado tu familia y cuáles son algunos de los principios que pusiste en práctica y que has visto que son efectivos al criar a una joven mujer y a dos hijos adolescentes que han puesto su fe en Cristo; quienes más adelante la pasarán a sus hijos también.
Annamarie: Este es un tema muy importante para padres y mentoras de jóvenes adolescentes. Nancy DeMoss Wolgemuth ha estado conversando con Rebecca Ingram Powell y su hija Danya Powell a través de una llamada en línea.
Puedes ponerles reglas a tus hijos y requerir de ellos que las obedezcan, pero ellos necesitan más que eso. Ellos necesitan un corazón para servir al Señor. Mañana nuestras invitadas estarán hablando acerca de cómo puedes crear un ambiente que conduzca a tus hijos a la fe.
No te pierdas la continuación de esta serie de Aviva Nuestros Corazones.
Llamándote a pasar el bastón de la fe a la próxima generación, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
La lectura para hoy en el Reto Mujer Verdadera 365 es el libro de Malaquías.
Todas las Escrituras son tomadas de la Nueva Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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