Nada sucederá sin el poder de Dios
Débora: ¿A dónde acudes en tiempos de crisis?
Nancy DeMoss Wolgemuth: ¡En esa situación desesperada en tu vida, no hay programa, no hay consejero, no hay libro, no hay conferencia, no hay nada! No hay persona que pueda satisfacer las necesidades de la crisis de tu vida o de la mía, porque esas cosas no tienen poder a menos que Dios decida intervenir sobrenaturalmente.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 17 de julio de 2024.
Esta semana nos encontramos en la serie titulada, «Un nuevo aliento de vida». Si te has perdido alguno de los episodios anteriores, puedes escucharlos o leerlos en AvivaNuestrosCorazones.com. Ayer estudiamos 2 Reyes y aprendimos de la historia de una madre a quien la Biblia identifica como «la sunamita». Cuando su único hijo murió, ella pudo decir: «Todo está bien».
Aquí está …
Débora: ¿A dónde acudes en tiempos de crisis?
Nancy DeMoss Wolgemuth: ¡En esa situación desesperada en tu vida, no hay programa, no hay consejero, no hay libro, no hay conferencia, no hay nada! No hay persona que pueda satisfacer las necesidades de la crisis de tu vida o de la mía, porque esas cosas no tienen poder a menos que Dios decida intervenir sobrenaturalmente.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 17 de julio de 2024.
Esta semana nos encontramos en la serie titulada, «Un nuevo aliento de vida». Si te has perdido alguno de los episodios anteriores, puedes escucharlos o leerlos en AvivaNuestrosCorazones.com. Ayer estudiamos 2 Reyes y aprendimos de la historia de una madre a quien la Biblia identifica como «la sunamita». Cuando su único hijo murió, ella pudo decir: «Todo está bien».
Aquí está Nancy con la continuación de esta serie.
Nancy: Si acabas de integrarte a la serie, hemos hablado acerca de la hospitalidad, el corazón agradecido de la mujer sunamita (ella era del pueblo Sunem). Ella agregó una habitación de su casa para el profeta Eliseo.
Hemos visto cómo por medio de un acto milagroso de Dios, se le dio un hijo. Después de varios años el hijo que ella tanto amó, se enfermó y murió. Eso fue lo que vimos en la última sesión.
Ella sabía que no había manera alguna de que este hijo fuera vuelto a la vida aparte de un acto milagroso de Dios. El mismo tipo de milagro que le había concedido a su hijo, tendría que ser otro acto milagroso de Dios para que ella pudiera tener a su hijo de vuelta. Por la forma sobrenatural en que Dios le concedió este hijo a esta mujer, yo pienso, que para ella tal vez, no tenía ningún sentido que Dios tuviera la intención de quitarle a este hijo en ese momento.
El hecho de que las cosas terminaran de esta manera, para ella no tenía sentido porque no era consistente con quien ella entendía que Dios era. Pero al decir esto, me he dado cuenta de que algunas veces las cosas, a corto plazo, terminan de esta manera. Pero nosotras solamente estamos viendo el corto plazo y no la imagen completa, y eso es lo que quiero que veamos hoy en esta sección de la mujer sunamita en 2 Reyes capítulo 4.
Mientras la mujer sunamita conversa con Eliseo, ella le abre su corazón a él. Ella ha viajado quince, veinte o muchas millas para verlo. Indudablemente ella había escuchado al profeta Eliseo narrar la historia de otro hijo que había muerto en los días del predecesor de Eliseo, el profeta Elías.
Esa otra historia es narrada en 1 Reyes capítulo 17. Y tú podrás recordar allí a la viuda de Sarepta, cómo ella y su hijo estaban con el último bocado de comida y a punto de morir. Y Dios milagrosamente intervino y proveyó harina y aceite para que ellos sobrevivieran el hambre. Entonces, cuando el hijo de esta mujer se enferma y muere, la madre desconsolada le ruega a Elías, y Dios usa a Elías para traer a su hijo de vuelta a la vida.
Seguramente esta sunamita había escuchado esa historia. Esas cosas no ocurren todos los días, y puedo asegurarte que esta historia había hecho su recorrido. Ella conocía a Eliseo, el cual sabía todo acerca de esa historia, y ella oyó esa historia. Ella conocía el poder de Dios para dar vida, ella misma ya lo había experimentado y sabía acerca del poder de Dios para vencer la muerte.
Ella también sabía que el espíritu de Elías había sido otorgado a Eliseo. Así que, como resultado de todo esto, mientras ella hacía ese viaje sobre el asno hacia el monte Carmelo, ella no iba a perder la esperanza para su hijo, cuyo cuerpo sin vida yacía sobre la cama del profeta, en el cuarto del profeta, y dentro de su casa.
El comentario de Matthew Henry dice: «En esta fe ella no hace ninguna preparación para el entierro de su hijo muerto, sino para su resurrección. Ella no sabe lo que Dios va a hacer, pero ella está preparando el camino para poder decir que Dios puede, si Él elige, llevar a cabo una resurrección».
Por lo tanto, dejando el niño en casa, ensilla el asna y se da prisa a recorrer todas esas millas para encontrar al profeta. Entonces, el versículo 27 del capítulo 4 nos dice: «Cuando ella llegó al monte, al hombre de Dios, se asió de sus pies».
Ella se postra, se echa a los pies del profeta.
Tal vez ella ya no tenía aliento. Esta había sido una larga jornada. Ella había viajado lo más rápido que pudo, y se echa ante los pies del profeta. Yo creo que es una imagen de desesperación, de que algo está muy mal, «necesito ayuda». Pero también es una imagen de respeto, de humildad. Ella toma su lugar a los pies de Dios.
Ahora, Eliseo no es Dios, pero es un varón de Dios, él habla por Dios. Recuerden, como dijimos en la última sesión, que ella busca a Dios con todo su corazón. Después vemos una imagen diferente en otra parte de ese versículo; dice:
«Y Giezi se acercó para apartarla».
Él no tenía el corazón de Eliseo. Él no tenía el corazón de Dios para esta mujer.
Pero el hombre de Dios le dijo: «Déjala, porque su alma está angustiada y el Señor me lo ha ocultado y no me lo ha revelado».
Podemos ver un contraste entre estos dos hombres. Eliseo era un verdadero siervo del Señor. Cuando tú eres un siervo del Señor, tú amas al pueblo de Dios —tienes el corazón compasivo del Señor para ellos.
Giezi no tenía los mismos valores fundamentales que Eliseo tenía, como vemos en el próximo capítulo también en 2 Reyes capítulo 5, en otro incidente en su vida.
La sunamita le dice a él en el versículo 28:
«¿Acaso pedí un hijo a mi señor? (¿De quién fue esta idea? Tú fuiste el que trajo esto. Yo estaba satisfecha, y después tú tuviste esa idea de Dios dándome un hijo). ¿No dije: “No me engañes?”»
«No me des falsas esperanzas si solamente se van a desplomar». Eso fue lo que ella le suplico al profeta cuando él le dijo acerca de ese hijo que iba a nacer.
Hasta este momento, es que Eliseo se da cuenta, aunque ella no le ha dicho exactamente lo que ha ocurrido, que algo está mal con su hijo. Algo malo ha pasado; aquí hay un tipo de crisis. Él dice en el versículo 29:
«Entonces él dijo a Giezi: Ciñe tus lomos y toma mi báculo en tu mano, y vete; si encuentras a alguno, no lo saludes, y si alguien te saluda, no le respondas».
En otras palabras, «¡date prisa!»
Supuestamente, Giezi era un hombre más joven, Eliseo sabía que el sirviente podía llegar más rápido que él. Así que él le dice:
«(Tú ve) y pon mi báculo sobre el rostro del niño. Y la mamá del niño le dice, “Vive el Señor y vive tu alma, que no me apartaré de ti».
Ella no va a regresar con Giezi; ella se va a quedar con el varón de Dios. Ella cree realmente que Eliseo es, que Dios es, el que puede ayudarla en esta situación. Ella probablemente no ha visto el Espíritu de Dios, el mismo tipo de presencia de Dios, en la vida de este sirviente. Así que, tenemos a una mujer persistente. Ella no va a conformarse con nada menos que el poder de Dios, la presencia de Dios, el varón de Dios. Entonces él se levantó y la siguió. Versículo 31:
«Y Giezi se adelantó a ellos y puso el báculo sobre el rostro del niño, mas no hubo voz ni reacción. Así que volvió a encontrarlo, y le dijo: El niño no ha despertado».
El niño, en otras palabras, está muerto. No hay vida.
El báculo, en sí mismo, era inservible. Era un pedazo de madera. No iba a lograr nada milagroso sin tener el poder de Dios y el poder del varón de Dios detrás de él. Para mí esta es una imagen, una gran imagen de la futilidad del esfuerzo humano, de los planes humanos, y los programas humanos aparte de la presencia y el poder de Dios.
¡En esa situación desesperada en tu vida, no hay programa, no hay consejero, no hay libro, no hay conferencia, no hay nada! No hay persona que pueda satisfacer las necesidades de la crisis de tu vida o de la mía, porque esas cosas no tienen poder a menos que Dios decida intervenir sobrenaturalmente.
Si quieres ver ese corazón de tus seres queridos, tu amigo, esa persona restaurada, tienes que involucrar la presencia y el poder de Dios. Eso es lo que ocurre cuando Eliseo llega a la casa, versículos 32 y 33: «Cuando Eliseo entró en la casa, he aquí, el niño estaba muerto, tendido sobre su cama. Y entrando, cerró la puerta tras ambos y oró al Señor».
La palabra orar aquí significa «interceder». Él se pone entre ese niño y Dios y se aferra al trono de gracia, y dice, «Dios te necesitamos. ¿Puedes venir tú y hacer lo necesario en la vida de este niño?» Esto es lo que hace un intercesor. Él viene y se pone entre la necesidad humana y la capacidad divina; «Dios te necesitamos».
Eliseo sabía que él no tenía poder en sí mismo para dar vida. Ni tú tampoco, ni yo. Yo no tengo poder por medio del ministerio de radio para dar vida a nadie. Nosotros vemos las vidas de muchas mujeres y hogares transformados por medio de este ministerio. Vemos matrimonios restaurados, gente llegando a la fe por medio de Cristo, pero yo no tengo poder para hacer esto.
Es por esa razón que antes de venir aquí esta mañana, estaba de rodillas en mi estudio diciendo, «¿Señor, podrías tú venir y hablarnos hoy? ¿Podrías tú ungir estas palabras con Tú presencia, con Tu poder, con Tú Espíritu Santo? Nada sucederá en las vidas de estas mujeres como resultado de lo que enseñemos hoy, si Tú no lo haces».
Nosotros somos un báculo sin vida. Nosotras solamente somos Giezi; solamente somos Eliseo. No sirve de nada sin el poder de Dios. Así pues, Eliseo ora y reconoce que, «aparte, separado de mí, como dice Jesús, tú no puedes hacer nada».
Él lo hace solo. Él está solo allí con el niño; él cierra la puerta. No hay un espectáculo, solamente privacidad y oración ferviente.
Y me pregunto cuántas de ustedes que son madres, abuelas, están tomando el tiempo para cerrar la puerta y entrar en el closet y rogarle a Dios para que intervenga en la vida de tu hijo, de tu esposo, de tu ser querido. Él oró. Y entonces dice el versículo 34:
«Entonces subió y se acostó sobre el niño, y puso la boca sobre su boca, los ojos sobre sus ojos y las manos sobre sus manos» (v. 34).
Obviamente Eliseo era más grande que el niño, y no supongo que puso su cuerpo completo de una sola vez sobre el niño, pero parte por parte, mano con mano, cara con cara, colocándose sobre ese niño. Parece un poco extraño, hasta que ves cómo Dios lo utiliza.
«Y se tendió sobre él; y la carne del niño entró en calor» (v. 34).
Ahora, este niño estaba muerto. Este niño no estaba en coma, ni solamente enfermo, ni solamente dormido. Este niño estaba muerto. Sin vida. No fue el cuerpo de Eliseo que le dio vida al niño, fue el Espíritu Santo trabajando por medio del profeta de Dios, el varón de Dios, para infundir vida nueva y aliento dentro del cuerpo del niño muerto.
Es una imagen de cómo Dios quiere usarnos vida a vida, tendiéndonos sobre los seres que amamos. Me recuerda a Pablo cuando dijo en 1 Tesalonicenses que dice: «Teniendo así un gran afecto por vosotros, nos hemos complacido en impartiros no solo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas, pues llegasteis a sernos muy amados».
Tú no les das vida a tus hijos o a tus amigas o a las personas necesitadas en tu comunidad solo con decirles la verdad, tenemos que hacer eso, pero también lo haces dando vida, vertiendo tu vida, invirtiendo tu tiempo y tu dinero, tendiéndote sobre esa persona, para que Dios pueda trabajar por medio de ti con el poder de Su Espíritu Santo para traer vida nueva dentro de la persona que quieres.
Pues bien, aquí hay un proceso involucrado. La restauración no fue inmediata. El versículo 35 dice:
«Entonces Eliseo volvió y caminó por la casa de un lado para otro, y subió y se tendió sobre él; y el niño estornudó siete veces y abrió sus ojos».
Hubo un proceso allí; hubo perseverancia.
Eliseo no se dio por vencido cuando el niño no regresó totalmente a la vida la primera vez. Y finalmente, el niño regresó a la vida. ¡Es un milagro! Y entonces en los versículos 36 y 37 dice:
«Y Eliseo llamó a Giezi y le dijo: Llama a la sunamita. Y él la llamó. Y cuando ella vino a Eliseo, le dijo: Toma a tu hijo. Entonces ella entró, cayó a sus pies y se postró en tierra, y tomando a su hijo, salió».
Me encanta el orden en este asunto. Pensarías que lo primero que ella hubiera hecho era ir y abrazar a su hijo, ¿no es cierto? Pero no. Ella retorna a los pies del profeta. Ella empezó a los pies del profeta, implorándole que fuera con ella, y ahora Dios ha intervenido.
Entonces ella se postra nuevamente a los pies del profeta, se inclina la tierra y tenemos gratitud y tenemos adoración.
La primera vez estaba a sus pies en desesperación, pero ahora ella está a sus pies en exaltación, euforia, júbilo, regocijo y celebración. Ella regresa a dar las gracias antes de tomar a su hijo. La historia de la sunamita, sorprendente como es, nos dirige hacia una historia enorme y mucho más grandiosa.
El pueblo de Sunem era una aldea en la base sur de una montaña llamada Moriah, estaba aproximadamente a 1300 pies de altura, así que era más como una colina. Sunem estaba en la base de esa colina. Este milagro tuvo lugar en el pueblo de Sunem.
Ahora, adelantémonos aproximadamente novecientos años. A dos millas de Sunem, del lado opuesto de la misma colina de Moriah, la colina del norte, se encuentra otro pueblo llamado Naín. ¿Te suena conocido?
Lucas capítulo 7 de los versículos 11-15, dice:
«Aconteció poco después que Jesús fue a una ciudad llamada Naín; y sus discípulos iban con Él acompañados por una gran multitud. Y cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, he aquí, sacaban fuera a un muerto, hijo único de su madre, y ella era viuda; y un grupo numeroso de la ciudad estaba con ella. Al verla, el Señor tuvo compasión de ella, y le dijo: No llores. Y acercándose, tocó el féretro; y los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo: Joven, a ti te digo: ¡Levántate! El que había muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre».
No puedes perder el paralelo entre el milagro que se realizó con el hijo de la mujer sunamita en 2 Reyes 4, y el milagro que se realizó novecientos años después, a dos millas de distancia, en la aldea de Naín. Los dos ocurrieron en la base de la misma colina.
Los dos involucraban a un hijo muerto que era el único hijo amado de su madre. En ambos casos, el hijo era la esperanza de la madre para su provisión y su supervivencia en el futuro. Ambas circunstancias involucran al varón de Dios que era un profeta, y en ambos casos la vida del niño fue restaurada milagrosamente. En 2 Reyes 4, Eliseo le dice a la madre, «toma a tu hijo». En Lucas capítulo 7: «Jesús se lo entregó a su madre». Hay muchos paralelos entre estos dos pasajes.
Tal como la multitud durante los días de Jesús vio cómo este milagro tuvo lugar, no se pudieron haber resistido a hacer la conexión entre lo que habían visto y el milagro que había sido realizado en la misma colina casi novecientos años antes por el profeta Eliseo al cual ellos veneraban.
Los milagros del ministerio de Eliseo eran realmente un anticipo de los milagros del ministerio de Jesús. Así que después que Jesús trae a la vida este hijo en la aldea de Naín, la Escritura dice:
«El temor se apoderó de todos, y glorificaban a Dios, diciendo: Un gran profeta ha surgido entre nosotros, y: Dios ha visitado a su pueblo. Y este dicho que se decía de Él, se divulgó por toda Judea y por toda la región circunvecina».
Tengamos en mente que Jesús era el Mesías prometido. Los judíos se habían aferrado a esta esperanza por siglos. Él era al que Moisés llamó el Profeta. El propósito de los milagros de Jesús era dar validez a Sus afirmaciones de ser el Hijo de Dios, el Mesías prometido.
La gente tuvo mucha dificultad creyendo eso. Así fue pues, en la aldea de Sunem y después novecientos años más tarde en la aldea de Naín. Dos millas de distancia, la respuesta a un hijo muerto vuelto a la vida era una de alabanza, de gozo y de asombro. La gente durante los días de Jesús se dio cuenta que, «¡este es el profeta del cual Moisés habló!» Ellos conectaron los puntos.
«¡Él no es cualquier hombre ordinario! ¡Este es un hombre de Dios!» Esto era parte de la revelación al darse cuenta ellos quién era Jesús, y al conectar la historia con lo ocurrido novecientos años antes. Se dieron cuenta de que Dios es poderoso, el Dios redentor que había venido a liberar a Su pueblo de los estragos del pecado y de la muerte.
La sunamita, quien estaba tan acongojada por la pérdida de su hijo, no tenía ni idea que ella era parte de una gran historia, y que Dios estaba orquestando eventos en su vida con la intención de apuntar a la gente a Jesús novecientos años más adelante… y miles de años después, nosotras, al leer y hablar hoy acerca de esta historia.
Nosotras tenemos que recordar que en nuestras vidas no solo se trata de lo que podemos ver y experimentar aquí y ahora. Somos parte de un gran drama de redención que Dios está desenvolviendo a través de los siglos, para traer gloria a Su Hijo y para destruir las obras del diablo, así como leemos en 1 Juan capítulo 3.
Así que en esta historia del hijo de la sunamita que fue devuelto a la vida, podemos ver un poderoso anticipo del tema completo de la resurrección, la promesa de la resurrección. La muerte es un enemigo poderoso que es humanamente irreversible, pero este milagro en la aldea de Sunem demostró que Dios tiene el poder para traer a los muertos a la vida.
Él es el Dios de la resurrección. De hecho, si tú sigues la historia de esta mujer de Sunem, verás que hay un nacimiento milagroso, hay una muerte inesperada, y entonces el acto milagroso de ser devuelto a la vida. ¿A quién te recuerda esto? A otro hijo, el Hijo único de Dios, quien tuvo un nacimiento milagroso quien murió con una muerte violenta, que no se merecía, por crímenes que él no cometió; y quien fue devuelto milagrosamente a la vida por medio del poder de Dios.
Ese mismo Dios todavía tiene el poder de traer los muertos a la vida. De hecho, de acuerdo a la Escritura, si tú eres una hija de Dios, tú ya has experimentado una resurrección. Efesios nos dice que nosotras «estábamos muertas en delitos y pecados… Pero Dios, que es rico en misericordia…, aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, nos dio vida juntamente con Cristo… y con Él nos resucitó, y con Él nos sentó en los lugares celestiales en Cristo Jesús» (Efesios 2:1-6).
Esta historia también motiva a algunas de ustedes que son madres, que tienen amigas a las que aman y que no están en el camino de Jesús, a aferrarse a Dios, aferrarse a Él para la vida espiritual, la vida eterna, para redimir la vida de sus hijos, de sus nietos, los miembros de su familia, y otros seres que aman. ¿Recordarás que Dios es capaz de hacer lo imposible?
Esto es lo que leemos en Hebreos capítulo 11 versículo 35: «(Por medio de la fe) Las mujeres recibieron a sus muertos mediante la resurrección». Pero recuerden, no todas recibieron de vuelta a sus hijos en el aquí y ahora, porque ese versículo continúa diciendo, «y otros fueron torturados, no aceptando su liberación, a fin de obtener una mejor resurrección».
Tienes que mantener el cuadro completo en tu mente, viendo que Dios es un Dios redentor que levantará nuevamente a la vida a aquellos que han muerto en Cristo. Esa resurrección puede que no sea aquí y ahora, pero hay una resurrección que viene. La resurrección de todos lo que han muerto en Cristo.
El Señor mismo descenderá del cielo con voz de mando, con voz de arcángel y con la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo se levantarán primero. El hijo de la sunamita murió otra vez en algún momento, al igual que Lázaro después que él había sido levantado de entre los muertos, pero esta historia nos recuerda que la muerte no es el final. Hay una resurrección.
Los que han muerto en la fe, Él los levantará nuevamente a la vida, y Pablo dice, después que habla acerca de los muertos resucitados en Cristo: «Por tanto, confortaos unos a otros con estas palabras» (1 Tesalonicenses 4:18).
Débora: Acabas de escuchar a Nancy DeMoss Wolgemuth en la serie titulada, «Un nuevo aliento de vida». Hemos estado viendo la historia de una mujer que perdió a su único hijo y en medio de eso, ella fue capaz de responder con fe, diciendo: «Todo está bien».
Tantos pequeños inconvenientes se presentan en la vida que nos hacen actuar como si no todo estuviera bien. Ante ello, Nancy nos ha dado una perspectiva importante para centrarnos en la gloria de Dios en las pequeñas molestias y en las grandes tragedias.
Y bueno, en nuestro próximo episodio, el cual concluye esta serie, Nancy responderá a la pregunta: ¿Existe la «casualidad»? Ella nos recordará que tenemos un Padre Celestial que nos cuida en cada momento.
Nancy: El mismo Padre eterno que se ocupa hoy de ti, te cuidará mañana, y cada día. Sea que te guarde del sufrimiento, o que te dé fuerzas que no desmayen para soportarlo. Puedes estar en paz, y poner a un lado todas las imaginaciones y pensamientos ansiosos.
Débora: Te esperamos mañana para nuestro último episodio de la serie, «Un nuevo aliento de vida». ¡No te lo pierdas!
Adornando el evangelio juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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Recursos del Episodio
Serie, «El corazón de la hospitalidad»
Libro, «Sea agradecido»
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