Abre tu corazón y tu casa
Débora: Quizá nunca lo has visto así, pero Nancy DeMoss Wolgemuth dice que preparar comida puede ser en realidad un acto de adoración.
Nancy DeMoss Wolgemuth: No minimices el ministerio de proveer alimentos o comidas para otros. Hacer esto es una expresión del corazón hospitalario de Dios, de nuestro Dios bondadoso, de nuestro Dios generoso, que se ocupa de nuestras necesidades.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 11 de julio de 2024.
Hoy aprenderemos de la historia bíblica de una mujer que experimentó profunda tristeza, como también gran alegría, y en medio de sus altibajos ella vio el gran poder de Dios obrando en su vida. El día de hoy, con este episodio, Nancy da inicio a la serie titulada: «Un nuevo aliento de vida».
Nancy: Quiero invitarte a que abras tu Biblia en 2 Reyes 4. Segundo …
Débora: Quizá nunca lo has visto así, pero Nancy DeMoss Wolgemuth dice que preparar comida puede ser en realidad un acto de adoración.
Nancy DeMoss Wolgemuth: No minimices el ministerio de proveer alimentos o comidas para otros. Hacer esto es una expresión del corazón hospitalario de Dios, de nuestro Dios bondadoso, de nuestro Dios generoso, que se ocupa de nuestras necesidades.
Débora: Estás escuchando Aviva Nuestros Corazones con Nancy DeMoss Wolgemuth, en la voz de Patricia de Saladín. Hoy, 11 de julio de 2024.
Hoy aprenderemos de la historia bíblica de una mujer que experimentó profunda tristeza, como también gran alegría, y en medio de sus altibajos ella vio el gran poder de Dios obrando en su vida. El día de hoy, con este episodio, Nancy da inicio a la serie titulada: «Un nuevo aliento de vida».
Nancy: Quiero invitarte a que abras tu Biblia en 2 Reyes 4. Segundo de Reyes viene después de Primero de Reyes en el Antiguo Testamento. Mientras lo buscas, permíteme establecer el escenario donde estaremos en esta nueva serie.
Esta parte de la historia de Israel es una época oscura. Está en la última parte del reinado y gobierno de los reyes de Israel. El rey en este momento era un hombre llamado Joram, quien fue el hijo del malvado rey Acab. Quizás estás más familiarizada con ese nombre.
Esta es una época de apostasía terrible en la tierra de Israel, de blasfemia, de adoración de ídolos y prácticas paganas. En última instancia, la nación va a ser enviada al cautiverio. Dios va a juzgarlos. Dios va a disciplinarlos, a castigarlos por su maldad, es una época salvaje, perversa, en la vida de Israel.
A lo largo de esta temporada, Dios en Su misericordia envía profetas para advertirles a las personas que están apartándose de Él, y para pedirles que se vuelvan a Él. Ellos le decían a la gente que si no se volvían a Dios, iban a sufrir las consecuencias de sus decisiones. Así que los profetas les rogaban que se arrepintieran.
Entre estos profetas hay dos hombres: Elías y luego su sucesor, Eliseo. Al llegar a 2 Reyes capítulo 4, estamos en la era de Eliseo, el segundo de estos dos profetas.
Cuando llegamos a 2 Reyes 4, vemos dos mujeres que recibieron al profeta de Dios (Eliseo, en este caso). Mujeres que escucharon a Dios, que respondieron a la Palabra de Dios; mujeres que fueron una rara excepción en esa época. Ahora, ambas mujeres eran temerosas de Dios. Eran mujeres que conocían a Dios, que amaban a Dios, que caminaron con Dios. Pero en muchos aspectos, estas dos mujeres eran muy diferentes.
No nos vamos a enfocar en la primera mujer en el día de hoy, solo les voy a dar un pequeño vistazo de ella aquí. En los primeros siete versículos de 2 Reyes 4, leemos acerca esta primera mujer, ella era viuda.
La segunda mujer, de la cual leemos a partir del versículo 8 y de los siguientes versículos, (que es en la que nos vamos a enfocar) era una mujer casada, esta era una esposa.
La primera mujer había sido golpeada por la pobreza. Estaba al borde de la quiebra. No tenía medios humanos de proveer para sí misma.
La segunda mujer, por el contrario, era una mujer rica. Ella y su marido tenían los medios de proveer para sí mismos y para ayudar a ministrar a otros.
La primera mujer tuvo dos hijos; mientras que la segunda mujer no tenía hijos. Ella era estéril, y veremos que esto es parte de su historia.
En el caso de la primera mujer, sus hijos estaban a punto de serle quitados y de ser convertidos en esclavos para pagar sus deudas, porque esta viuda no tenía dinero. Pero Dios intervino sobrenaturalmente para salvar su vida y la de sus hijos.
En el caso de la segunda mujer, Dios intervino sobrenaturalmente y le dio un hijo. Entonces, como vamos a ver, ese hijo murió, pero Dios intervino milagrosamente una vez más para devolvérselo.
Así que ambas mujeres experimentaron la intervención milagrosa de Dios en sus vidas.
En el caso de la primera, Dios utilizó a Eliseo para alimentar la viuda, a través de un milagro.
Dios usó la segunda mujer para alimentar a Eliseo, por medio, no de un milagro, sino a través del ministerio de hospitalidad.
Así que mientras nos enfocamos en la segunda mujer, comenzando en 2 Reyes 4, veremos que ella nos ilustra varias de las cualidades de lo que realmente significa ser una verdadera mujer de Dios.
Empecemos leyendo en 2 Reyes 4:8:
«Y aconteció que un día pasaba Eliseo por Sunem, donde había una mujer distinguida, y ella le persuadió a que comiera. Y así fue que siempre que pasaba, entraba allí a comer».
Ahora, iremos a través del pasaje, leyendo versículo a versículo y comentando sobre ellos.
El pueblo era Sunem. Sunem era un pueblo de la tribu de Isacar, que queda hacia el norte de la nación de Israel. Estaba a pocas millas al norte de la ciudad llamada Jezreel, que aparece en las Escrituras de manera destacada. Estaba en una ruta de intercambio entre Samaria y Carmel, que era una ruta frecuentada muy a menudo por Eliseo durante sus viajes. Así que este pueblo estaba en su ruta, por lo tanto, él pararía allí. Y esta mujer abrió su corazón y su casa a Eliseo, así que él pararía a visitarla.
No conocemos su nombre. La conocemos como la «mujer sunamita», y realmente ella es conocida como «la sunamita» en este pasaje. Así que la mujer sunamita es la mujer de Sunem. Así fue como ella obtuvo esta designación.
Ahora, aquí vemos que esta mujer era una mujer rica. Si estás utilizando la versión de la Biblia Nueva Traducción Viviente, esa es la palabra que usan. Otras traducciones traducen esta palabra de manera diferente. Puede ser que diga que ella era una mujer distinguida, o una mujer notable, o una mujer importante.
La Nueva Versión Internacional dice que era una mujer de buena posición. Esta es una palabra que significa rica, haciendo referencia a bienes materiales, o pudiera estar refiriéndose a que era una mujer de influencia. Ella fue una gran mujer, una mujer importante, una mujer rica, o quizás ambas cosas.
En la medida que leemos el pasaje, vemos algo más, y es que ella también era grande o rica en fe, una mujer que era rica en fe. Esto es interesante para mí, porque ser rica en fe, desafortunadamente no siempre va de la mano con las riquezas materiales.
Hay algunas que son ricas materialmente y de igual manera ricas para con Dios, son espiritualmente ricas, pero no son muchas. La mayoría de nosotras pudiéramos considerarnos materialmente ricas según los estándares del mundo en el día de hoy. Pero la pregunta que nos queremos hacer hoy mientras leemos este pasaje es: ¿Somos ricas espiritualmente? ¿Somos ricas para con Dios?
Esta fue una mujer que fue todo esto. Aquí vemos que abrió su casa, extendió la hospitalidad a Eliseo. Ahora, no tenemos ninguna indicación que en el principio ella supiera quién era él. Quizás sabía, pero no nos indica que ella sabía. Ella abrió su hogar a este viajero y descubrió que era un hombre de Dios. Como resultado de su hospitalidad, se desarrolló esta hermosa amistad entre esta mujer y su esposo, y Eliseo, el profeta.
Pienso que en el principio, ella no tenía manera de saber que este hombre, a quienes ellos bendecían, vendría a ser un medio de gran bendición para ella y para su esposo. No vemos que ella dio para obtener nada a cambio, pero en la medida que ella dio, ella obtuvo. Su dádiva fue grandemente recompensada, y no solamente a corto plazo, sino también a largo plazo.
Aquí vemos una mujer que fue generosa con lo que tenía. Utilizó sus recursos para sostener la obra de Dios. Compartió su comida con Eliseo. Abrió su casa para darle comida. Pero, podemos imaginarnos que con el pasar del tiempo, ellos llegaron a conocer a este profeta, a este hombre de Dios. Ella pensó, me gustaría hacer algo más por él, ¿qué más pudiera hacer además de proveerle una que otra comida mientras él está viajando?
Entonces ella y su esposo decidieron, como verás en el próximo versículo, que debían construir una habitación para huéspedes. Y ellos le hicieron una habitación adicional a su casa para poder ministrar al profeta. Versículo 9:
«Ella dijo a su marido: He aquí, ahora entiendo que este que siempre pasa por nuestra casa, es un hombre santo de Dios. Te ruego que hagamos un pequeño aposento alto, con paredes, y pongamos allí para él una cama, una mesa, una silla y un candelero; y será que cuando venga a nosotros se podrá retirar allí» (vv.9-10).
Así que, ella realmente se involucra en un proyecto de remodelación. Ellos añaden a su hogar un espacio privado, una habitación privada para el profeta. Aquellas de ustedes que alguna vez han hecho remodelaciones o han añadido espacios a sus casas, saben que esto requiere de algunos ajustes en su hogar, para que este hombre no solo se quedara para cenar, sino también prepararle una habitación para él y su siervo Giezi. Como veremos, ella estaba dispuesta a ser flexible, a hacer ajustes, de manera que Eliseo y su criado pudieran hospedarse en su casa.
Mientras pienso en este pasaje, pienso con cuánta frecuencia aquí en el próspero Occidente remodelamos nuestros hogares. Compramos casas más grandes. Compramos una segunda casa… no para ministrar a otros, sino para nosotras mismas, para nuestro placer. Y yo me pregunto, si hiciéramos una encuesta hoy, solamente en nuestra audiencia, cuántas habitaciones vacías con camas sin usar tenemos en nuestros hogares.
Ahora, algunas de ustedes tienen en sus casas más personas que habitaciones, pero muchas de nosotras tenemos habitaciones desocupadas. Quizás ya tus hijos han crecido y se fueron del hogar, estás en la etapa del nido vacío. Quizás tengas una casa que diseñaste para muchos hijos, pero ahora ya tienes espacio desocupado en esa casa. Piensa cuántas personas se encuentran agregando habitaciones. ¿Para qué? Para tener más espacio, placer o simplemente para disfrutarlo.
Bueno, aquí tenemos una mujer que dice, «quiero agregarle a mi casa, pero no quiero hacerlo para mí, quiero hacerlo para alguien más. Quiero hacerlo para ser de bendición, para ministrar a este profeta de Dios».
No minimices el ministerio de proveer alimentos o comidas para otros, comenzando por tu propia familia, también para invitados que puedan venir a tu hogar, y además, para los siervos del Señor. Hacer esto es una expresión del corazón hospitalario de Dios, de nuestro Dios bondadoso, de nuestro Dios generoso, que se ocupa de nuestras necesidades.
Cuando abrimos nuestros hogares para proveer alimentos, para hospedar a otros en nuestras casas por una noche, nos volvemos un reflejo de Dios, un reflejo de quien Él es, y un testimonio poderoso en una cultura que tiene muy poco conocimiento de cómo es Dios. Extender hospitalidad se convierte en un gran testimonio.
Así que ella le dice a su esposo, «sé que este hombre es un hombre santo de Dios. Hagamos algo para servirle».
Tuvo que haber algo en la vida de Eliseo que demandara una explicación sobrenatural. Me pregunto si otras personas pueden percibir que hay algo diferente en tu vida, en mi vida. Personas que han tenido un encuentro casual contigo, ¿pueden decir rápidamente que eres una mujer que conoce a Dios, una mujer que ama al Señor, una mujer que le teme? ¿Son atraídos ellos hacia ese aspecto de tu vida, así como esta mujer fue atraída hacia Eliseo?
Vemos en esta mujer un corazón bondadoso, un corazón compasivo, un corazón generoso. Vemos una mujer centrada en los demás, en oposición a una mujer centrada en sí misma, una mujer sensible. Ella estaba alerta, atenta a las necesidades de los demás, una mujer que toma la iniciativa de ministrar a las necesidades prácticas del profeta. Ella le provee alimento. Le provee albergue. Le provee un lugar privado donde él puede retirarse, donde puede descansar, donde puede estudiar, puede orar.
Ella y su esposo proveen comunión, una familia, una relación para este profeta que viajaba solo y estaba en este ministerio itinerante. Ten en cuenta que ella y su esposo estaban en esto juntos. Esto no fue algo que ella tuvo en el corazón, sino que ella lo hizo con la participación, el conocimiento y la aprobación de su marido.
Ella era una mujer que estaba atenta a los detalles. Pensaba acerca de cada cosa, «¿qué vamos a poner en esta habitación?» Pero además se dio cuenta de que esto no tenía por qué ser una provisión extravagante. Ella no construyó el Taj Mahal para el profeta, sino un lugar adaptado para su ministerio y para satisfacer sus necesidades.
No lo hizo para ministrarle una sola vez al profeta, sino que esto se convirtió en un patrón. Cuando el profeta iba por esa zona, se quedaba en la casa de esta mujer y su marido. Ella le proporcionó una relación, un «hogar lejos del hogar», si se quiere, para el siervo itinerante del Señor, junto con su criado Giezi.
Esto me recuerda unas hermanas en el Nuevo Testamento, Marta y María, que abrieron su casa para Cristo y sus discípulos. Ellas los alimentaron. Ellas les dieron albergue. Ofrecieron una relación a Jesús mientras Él viajaba y hacía Su ministerio terrenal.
Escucha, la hospitalidad es una gran manera de ministrar al Señor; de ministrar a los siervos del Señor, de ministrar a la familia, de ministrar a la gente que viaja. Tenemos muy poca apertura en los hogares hoy en esta era de los restaurantes y los hoteles. Rara vez abrimos nuestras casas a los demás, pero hay tantas bendiciones a través del ministerio de la hospitalidad. Por cierto, ¿escuchas la palabra de la cual se deriva esta? Hospital. Es un hogar donde se cuida a los heridos, un lugar donde ministras a las necesidades de los demás como hicieron esta mujer y su marido con Eliseo.
La hospitalidad realmente es abrir tu corazón y tu hogar, es ser generosa con lo que tienes, es buscar maneras de ministrar gracia a otros, de satisfacer sus necesidades. La hospitalidad realmente es decir, «he recibido la gracia de Dios. Él me ha bendecido con un lugar para vivir, con comida que comer, con una familia», con lo que sea que Dios te haya bendecido. La hospitalidad dice: «Quiero ser un canal de bendición para los demás».
Así que soy un recipiente de gracia y luego una dadora de gracia. Dios no solo nos da estas cosas para que podamos disfrutar de ellas para nosotras mismas. Él nos las da para que puedan fluir a través de nosotras a los demás y ser una bendición para otros.
Ser hospitalaria es tener un corazón acogedor, un corazón que dice: «¡Adelante!, quiero que seas parte de mi vida». Es la voluntad de compartir; es estar dispuestas a ser incomodadas algunas veces.
Pero hay tanta alegría que podemos encontrar al mostrar la acogida de Cristo a aquellos que necesitan un lugar para ser animados. Y esto lo puedes ver enfatizado a través de las Escrituras.
Romanos 12 nos dice: «Contribuyendo para las necesidades de los santos, practicando la hospitalidad» (v. 13). Esto es un mandamiento. Es un gran privilegio, pero también una responsabilidad.
1 Pedro 4:9: «Practiquen la hospitalidad entre ustedes sin quejarse». Una cosa es abrir tu corazón, pero tú sabes, puedo quedar sin aliento, «oh, esto es un dolor de cabeza». No, «practiquen la hospitalidad entre ustedes sin quejarse». Reconoce que es un gran privilegio.
De hecho, en 1 Timoteo 5, versículo 10, leemos que la hospitalidad es una cualidad de una mujer de Dios si esta quiere ser cuidada por la iglesia si enviuda, si ha sido hospitalaria. Escucha este versículo (estos son los requisitos si ella espera ser cuidada por la iglesia): Debe tener «un testimonio de buenas obras: si ha criado hijos, si ha mostrado hospitalidad a extraños, ha lavado los pies de los santos, ha atendido a los afligidos, y si se ha consagrado a toda buena obra».
¿Qué es lo que dice la Escritura aquí? «Si durante los años de procreación y la crianza de los hijos, para aquellas de ustedes que están casadas, si estás utilizando tu casa y tu corazón para practicar la hospitalidad, para ministrar a los afligidos, para lavar los pies de los santos, para cuidar de otros, estás haciendo para ti misma un tesoro, estás haciendo una inversión para más adelante en tu vida cuando tengas necesidades. Tus necesidades serán satisfechas». «Dad y se os dará».
Hebreos 13 dice: «No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles» (v. 2). Y eso nos lleva de nuevo al libro de Génesis, a la historia de Abram y Lot. Los hombres llegaron a su casa. Y ellos mostraron hospitalidad a estos hombres, y resultó que estaban hospedando los ángeles en su casa.
Eso hace que me pregunte si alguna vez he hospedado un ángel alguna noche en mi casa; no que yo sepa. Pero sí sé esto: Jesús dijo que cuando mostramos hospitalidad, en realidad le damos la bienvenida a Cristo mismo.
Tú dirás, «¿y de dónde sacaste esto?». Bueno, Mateo, en el capítulo 25, dice: «Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me recibisteis... Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recibimos? Respondiendo el Rey les dirá: “En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos, aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis”» (vv. 35-40).
Es un privilegio mostrar hospitalidad. Y es una responsabilidad, en particular, atender a las necesidades prácticas de los que son siervos del Señor. Esto lo ves enfatizado en las Escrituras.
Mateo capítulo 10, versículo 41, dice: «El que recibe a un profeta como profeta, recibirá recompensa como profeta; y el que recibe a un justo como justo, recibirá recompensa de un justo».
A medida que recibimos en nuestras casas, en nuestras vidas y en nuestros corazones a los que son siervos del Señor, ganamos un premio junto con ellos por su servicio y su ministerio. La preparación de esa comida no es tarea fácil. Ahora, digo, «preparando comida». No puedo decir que realmente estoy preparando las comidas en mi casa en este momento, pero me las arreglo para proveer la comida y debo asegurarme de que están comiendo. No quiero afirmar aquí que soy buena cocinera, pero me aseguro de que ellos se alimenten bien, que tengan un lugar para quedarse, que sea un ambiente acogedor para ellos.
Gálatas capítulo 6 dice: «Y al que se le enseña la Palabra, que comparta toda cosa buena con el que enseña»; ministrar a las necesidades prácticas de los que nos sirven (v.6).
Así que estamos para servir a las necesidades materiales y prácticas de los que sirven al Señor, de los que ministran la Palabra. «Son», como dice 1 Timoteo 5, «dignos de doble honor». Y el ministerio de la hospitalidad es una manera en que podemos honrar a estos siervos del Señor.
Ahora, al ir cerrando el programa, quiero hablar de nuevo acerca de esta mujer, de la mujer sunamita. Se dice que ella era una mujer rica. Permítanme recordarles que las Escrituras enseñan que no está mal tener riqueza, pero también enseñan que los creyentes, seguidores de Cristo, deben tener un punto de vista radicalmente diferente sobre las riquezas al punto de vista que el resto del mundo tiene.
Permítanme leer solo un breve pasaje de 1 Timoteo capítulo 6, que señala esto. Dice:
«A los ricos de este mundo enséñales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos. Enséñales que hagan bien, que sean ricos en buenas obras, generosos y prontos a compartir, acumulando para sí el tesoro de un buen fundamento para el futuro, para que puedan echar mano de lo que en verdad es vida» (vv. 17-19).
Entonces, ¿qué es lo que dice este pasaje acerca de la perspectiva que debemos tener de las riquezas materiales?
En primer lugar, debemos darnos cuenta de que son temporales. No confíes en ellas. Pon tu confianza y tu esperanza en Dios, y no, no vivas para la época actual sino vive, en cambio, para la eternidad.
No acumules tesoros en la tierra, pero, en cambio, haz tesoros en los cielos.
No debemos estar orgullosas de lo que tenemos, sino ser humildes de corazón.
No debemos usar nuestras riquezas materiales para ganancia egoísta o para nuestro placer personal, sino para los propósitos del reino.
No atesoremos, sino más bien seamos generosas, compartamos con los demás; no acumulemos solo para que podamos tener más cosas, sino para bendecir a otros.
No almacenemos tesoros aquí y ahora en la tierra, sino almacenemos las riquezas espirituales eternas para la eternidad.
Débora: Nancy DeMoss Wolgemuth nos ha estado hablando acerca de la importancia de la hospitalidad, y nos ha exhortado a hacer tesoros en los cielos.
En base a lo que has escuchado y aprendido de la enseñanza de hoy, ¿podrías decir que eres un canal de bendición para otros? ¿Atesoras para ti lo que Dios te ha dado, o das con gracia, así como has recibido por gracia? Espero que puedas reflexionar en lo que hemos aprendido el día de hoy, y orar para que Dios te dé oportunidades para bendecir a otros con lo que Él te ha dado, que en última instancia le pertenece a Él.
El día de mañana, escucharemos de algunas oyentes que han sido bendecidas con la enseñanza de hoy. Creo que escucharlas te dará ideas para crecer, en términos prácticos, en el área de la hospitalidad.
Asegúrate de acompañarnos mañana en Aviva Nuestros Corazones.
Adornando el evangelio juntas, Aviva Nuestros Corazones es un ministerio de alcance de Revive Our Hearts.
Todas las Escrituras son tomadas de la Biblia de Las Américas, a menos que se indique lo contrario.
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Recursos del Episodio
Serie, «El corazón de la hospitalidad»
Libro, «Sea agradecido»
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