Es fácil pensar que Dios desea lo que nosotras deseamos: una vida llena de amor y felicidad, buena salud y posesiones. Por supuesto, no demasiadas posesiones, solamente aquellas por las que oramos fervientemente: una casa hermosa, un automóvil, suficiente dinero para irnos de vacaciones, y si sucede que también consideramos la casa de los sueños, que así sea (¡la compartiremos con familiares y amigos!).
Pero, ¿son esas las cosas que Dios desea para nosotras? ¿O la Biblia ofrece diferentes prioridades? Déjame decirte algo, Dios realmente desea que vivas una vida llena de amor, felicidad y buena salud, pero no es el tipo de amor, placer o salud que el mundo estima.
Las posesiones que Dios desea para nosotras son espirituales, no temporales.
Jesús nos asegura que nuestro Padre celestial está satisfaciendo activamente nuestras necesidades físicas y que no debemos preocuparnos por esas cosas (Mt. 6:25–33). La esperanza de Dios para ti no tiene sus raíces en este mundo, sino en la participación activa de Su reino.
Por lo tanto, la vida que Dios desea para ti se centra en Él, no en ti. La principal preocupación de Dios no es tu comodidad, la principal preocupación de Dios es tu compromiso. Él sabe que rápidamente caeremos en la tentación a menos que nos aferremos a Cristo y sabe que lucharemos con el miedo a menos que nos aferremos a Su Palabra. No tendremos lo que se necesita para vivir una vida piadosa en este mundo de impiedad a menos que vivamos fortalecidas por el Espíritu Santo.
Firmes en la Palabra de Dios
No podemos vivir la vida que Dios desea para nosotras sin llenar nuestras mentes y corazones con las Escrituras. La conclusión es esta: si no conocemos las Escrituras, entonces no conocemos a Dios. Buscar a Dios en otro lugar que no sea la Biblia es buscar un dios de nuestra propia creación; pero buscar al Señor a través de Su Palabra es encontrar al Dios verdadero.
Es el deseo de Dios que Su Palabra more en abundancia en todos Sus hijos (Col. 3:16). «¿Cómo puede el joven guardar puro su camino? Guardando Tu palabra» (Salmo 119:9). Nos aferramos a Dios adhiriéndonos a las Escrituras. Luchamos contra la tentación del enemigo arraigándonos en las palabras perfectas, eternas y firmes de nuestro Salvador.
Encuentro fortaleza en momentos de necesidad cuando me aferro a la Palabra de Dios como un niño asustado que se aferra a sus padres. Encuentro paz para hoy cuando me niego a soltar las promesas de Dios, ya sea que la vida esté tranquila o alborotada. Recibo dirección cuando miro fielmente al Señor en busca de ayuda. Negarse a soltar a Dios (y Su Palabra) es lo que Dios deseaba para Israel, y es lo que Dios quiere para nosotras.
«“Porque como el cinturón se adhiere a la cintura del hombre, así hice adherirse a Mí a toda la casa de Israel y a toda la casa de Judá”, declara el Señor, “a fin de que fueran para Mí por pueblo y por renombre, para alabanza y para gloria, pero no escucharon”» (Jer. 13:11).
La palabra aferrarse es un verbo fuerte en hebreo. Significa adherirse como un pegamento. No hay separación. La unión es tan fuerte que se romperá si se separa. Dios desea intimidad con nosotras. Dios desea que nos aferremos a Él sin importar nuestras circunstancias, pero solo hay una manera de hacerlo: adhiriéndonos a la Palabra de Dios como un pegamento. Entonces y solamente entonces vivirás la vida que Dios desea para ti.
Deseosas de perseguir la piedad
Dios no nos salvó para que pudiéramos hacer lo que queramos y aun así ir al cielo. Él nos salvó para que pudiéramos vivir nuestras vidas dedicadas a Él. «Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente» (Tito 2:11-12).
Es el deseo de Dios que vivamos de acuerdo con la justicia que nos ha otorgado a través de la fe en Jesucristo. En Él, somos renovadas, creadas «...en la justicia y santidad de la verdad» (Efesios 4:24) mediante el don del Espíritu Santo. Una vez fuimos esclavas del pecado, pero ahora no lo somos. Hubo un tiempo en que no podíamos evitar ceder a nuestras pasiones pecaminosas, pero ahora tenemos el poder para vencerlas.
Así que, ¡hazlo!, dice el Señor. Vive como una hija de Dios y busca imitar a tu Padre (Efesios 5:1). «…sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la bondad. Pelea la buena batalla de la fe. Echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado» (1 Tim. 6:11-12). En otras palabras, busca a Dios, quien es todos esos atributos y más.
No pongas tus esperanzas «…en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios» (1 Tim. 6:17). Asegura tu mente en Cristo. Participa en la expansión de Su reino y busca las cosas de arriba. No seas consumida con las posesiones terrenales, sino que acumula tesoros en el cielo. Cuando lo hagas, vivirás la vida que Dios desea para ti.
Llena del Espíritu Santo
La meta diaria de Dios para nosotras es caminar en el Espíritu; esa es la única forma en que no vamos a satisfacer los deseos de nuestra carne, que continuamente está haciendo guerra en nuestras almas. La vida cristiana no es fácil. Es un trabajo difícil llevar todo pensamiento cautivo a Cristo sin perder la esperanza, confiando en Él pase lo que pase.
No podemos hacerlo solas; necesitamos al Señor en todo. Nuestro entendimiento es insuficiente para tomar cualquier decisión sin Él. Por lo tanto, la dependencia completa es el deseo de Dios para Sus hijos. Educamos a nuestros hijos para que sean autosuficientes, para que hagan las cosas sin nosotros. Pero en nuestra vida espiritual, eso es lo opuesto a lo que Dios quiere para nosotras.
Sí, Dios quiere que experimentemos el amor, Su amor, para que podamos amar a otros como Él nos ama.
Sí, Dios quiere que nuestras vidas estén llenas de cosas buenas, pero no hay mayor posesión que la morada del Espíritu Santo.
Sí, Dios desea nuestra felicidad, pero esta no se encuentra en las posesiones del mundo; se encuentra en Él.
La vida que Dios desea para nosotras es una vida vivida en y a través del poder del Espíritu Santo, para que la gracia de Dios pueda sostenernos, para que el amor de Dios pueda fluir a través de nosotras, para que los deseos de Dios puedan alcanzarnos y Su presencia pueda rodearnos. Entonces, y solo entonces, viviremos la vida que Dios desea para nosotras: una vida rebosante con Él.
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