Wyoming ha sido apodado «El Estado de la Igualdad» porque no solo fue el primero en otorgar a las mujeres el derecho al voto (superando a Texas por solo unas horas), sino que también afirma tener la primera gobernadora, juez y alguacil. El estado alberga el primer parque nacional del país (Yellowstone) y el primer monumento nacional (Devil's Tower).
Es fácil entender el lema: los «primeros» hechos son mejores calcomanías en los parachoques que, por ejemplo, «Wyoming: hogar de más antílopes que personas». Sin embargo, es cierto. Wyoming, el décimo estado más grande por área tiene la población más pequeña, lo que significa que la mayoría del estado está deshabitada. Si has conducido más allá del parque Yellowstone, sabrás que «deshabitado» en muchos casos significa «nada más que artemisas (y alguno que otro antílope) hasta donde alcanza la vista». Sin árboles, sin lagos, sin servicio celular, sin estaciones de servicio y, a menudo, sin baños. (Si vives en Wyoming, aprendes a planificar con anticipación).
Aunque el profeta Jeremías nunca visitó mi estado natal, como habitante de un país desértico sí sabía algo sobre tierras baldías. En el capítulo 17 de su libro, describe dos tipos de personas: aquellas cuyas vidas terminan como un desierto inhabitable; y los que eligen la «buena vida» y un paisaje fructífero. Abordaremos el primero de estos hoy.
Una vida en el desierto confía en la humanidad
«Maldito el hombre que en el hombre confía, Y hace de la carne su fortaleza, Y del Señor se aparta su corazón» -Jeremías 17:5
La primera señal de una vida en un desierto es una confianza fuera de lugar en las personas que puede tomar muchas formas diferentes.
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Confiar en una persona poderosa
Primero, podemos poner demasiada confianza en una persona poderosa. Esto sucede a menudo con nuestros políticos favoritos. Si tus esperanzas suben y bajan con cada ciclo electoral; si crees que, si el Candidato X es elegido o si el Candidato Y es derrotado, todo irá bien; o si te niegas a creer las malas noticias sobre la figura pública que amas; entonces estás confiando demasiado en una persona.
Pero esto no se aplica sólo a la política. También puede aplicarse en la iglesia, tanto local como global.
Cada una de nosotras tiene «cristianos famosos» que nos han guiado desde lejos y cuyos ministerios seguimos desde la distancia. Tenemos la bendición de tener muchos maestros maravillosos de los que podemos aprender de esta manera. Pero, ¿cómo responderías tú si mañana se demostrara que tu autor favorito es un fraude o que ha estado involucrado en un pecado continuo y sin arrepentimiento? ¿Esto devastaría tu fe? ¿Etiquetarías a la iglesia como un grupo de estafadores hipócritas?
¿Y qué de a nivel local? ¿Depende tu adoración de quién está predicando en la iglesia un domingo determinado? ¿Puedes recibir la Palabra con mansedumbre de quien sea de cuyos labios provenga? ¿Te ausentas si tu predicador favorito está de vacaciones?
Si es así, puedes estar confiando en una persona hasta un grado pecaminoso.
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Confiar en una persona cuya aprobación queremos
Proverbios 29:25 nos dice que «El temor al hombre es un lazo». Esta trampa omnipresente adopta muchas formas astutas:
- Revivir una conversación, tratar de analizar lo que deberías o no deberías haber dicho.
- Preguntándote qué piensa cierta persona de ti o qué pensaría de ti si haces esto o no haces aquello.
- Negándote a participar en una actividad en la que te podrían hacer quedar como una tonta.
- Desperdiciando una oportunidad obvia de compartir el evangelio debido a tu miedo a la respuesta.
Satanás usa cada uno de estos pensamientos para tender la trampa de confiar en la aprobación de una persona.
¿Suena esto como un problema de la escuela secundaria? Espero que no. Hoy está vivo y coleando en nuestras iglesias y hogares. Desde lo que elegimos usar para ir a la iglesia, e incluso a qué iglesia asistimos, el temor al hombre ama envolver sus desagradables zarcillos a nuestro alrededor.
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Confiar en los logros de la humanidad
Una tercera forma en la que podemos depositar una confianza indebida en la humanidad es encontrando esperanza en la gracia común de Dios en el avance de la civilización. No es necesario ser Elon Musk, Bill Gates o Jeff Bezos para saber que vivimos en una era de tecnología incomparable. Los padres pueden rastrear todos los movimientos de sus hijos adolescentes a través del GPS en los teléfonos celulares; una aplicación puede informarte de inmediato si has estado expuesto al COVID-19. Ya ni siquiera necesitas llevar una tarjeta de crédito (y mucho menos dinero en efectivo), ¡solo usas tu teléfono para pagar tu café con leche!
De muchas maneras, nuestras vidas han mejorado gracias a estos desarrollos.
Usar estas aplicaciones y aprovechar la gracia común de Dios no significa necesariamente que estés sirviendo a este ídolo. Sin embargo, debido a que la tecnología puede hacer tantas cosas por nosotras, podemos encontrar tantas respuestas en Internet y podemos lograr casi cualquier tarea con solo mirar un video de YouTube, podemos comenzar a creer la mentira de que no necesitamos a Dios. Por supuesto, nunca lo diríamos en términos tan descarados. Esta falsedad, contada por el propio padre de la mentira, se abre paso lenta y sutilmente en nuestras mentes. Antes de darnos cuenta, nos enteramos de un problema y recurrimos a Google en lugar de orar. Lentamente, nuestro corazón se aleja del Señor.
Amigas mías, a nuestros corazones les encanta confiar en la humanidad.
Una vida en un desierto hace de la carne su fuerza
Una vida en un desierto se caracteriza no solo por confiar en las personas, sino también por hacer de la carne su fuerza. Si bien la primera marca se centró en confiar en los demás, esta cambia el alcance para señalar directamente la confianza que depositamos en nosotras mismas.
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Confianza en mis propias habilidades
Como solucionadora natural de problemas, mi primera respuesta a los problemas es tratar de encontrar una solución. Si mi auto se averiaba cuando era soltera, lo primero que hacía era pensar en la cantidad de dinero que tenía en el banco. ¿Podría permitirme una visita al mecánico? Si era así, se me caería un ojo de la cara. Ya sea que se trate de una reparación en el hogar o un problema técnico, trato de resolver el problema de inmediato con mi propio ingenio o recursos.
Si bien estoy agradecida por una mente capaz de pensar críticamente y llegar a una solución a los problemas de la vida, olvido que esas soluciones son en realidad un regalo de Dios. Desde asistencia en el camino y un esposo que me ayuda, hasta un reembolso de impuestos justo a tiempo para pagar una reparación importante. Cada solución es un regalo de la gracia de Dios, no una prueba de mi propia soberanía. Sin embargo, yo, en mi arrogante confianza en mí misma, con frecuencia paso por alto Su misericordiosa providencia.
¿Y qué de ti?
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Confianza en lo que he logrado
Vemos la quintaesencia de este pecado en Daniel 4 cuando el rey Nabucodonosor contempla su reino y pontifica: «¿No es esta la gran Babilonia que yo he edificado como residencia real con la fuerza de mi poder y para gloria de mi majestad?» (Dan. 4:30).
Al observar los logros de sus manos, el rey de Babilonia sintió que había llegado al pináculo de su majestad. Sin embargo, tan pronto como estas palabras salieron de su boca, Dios le quitó la cordura y le recordó quién le había permitido realizar todas estas maravillas. Después de siete años, Dios restauró la razón del rey, y Nabucodonosor se dio cuenta que el cielo sí gobierna:
«Porque Su dominio es un dominio eterno, y Su reino permanece de generación en generación. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, mas Él actúa conforme a Su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra. Nadie puede detener Su mano, ni decirle: “¿Qué has hecho?”». (Dan. 4:34–35)
¿Está tu confianza en lo que han hecho tus manos o en el Dios Altísimo?
Consecuencias de la vida en el desierto
Jeremías nos dice que confiar en la humanidad conducirá a un corazón que se alejará del Señor. Santiago, el hermano de Jesús, nos dice que tratar de tener un pie en ambos campos, confiando en el hombre y confiando en Dios, conduce a la inestabilidad en todo (Santiago 1:8).
Jeremías usa términos más agrarios: «Será como arbusto en lugar desolado Y no verá cuando venga el bien; habitará en pedregales en el desierto, una tierra salada y sin habitantes» (Jer. 17:6).
Una vida marcada por una confianza fuera de lugar tendrá tanto poder de permanencia como un árbol joven en la arena. Llegará el calor de la vida, como ocurre con todos nosotros, y el árbol se marchitará y morirá.
No es una imagen muy esperanzadora para terminar, pero toma un tiempo para reflexionar sobre dónde perdiste tu confianza y permitiste que tu corazón se alejara del Señor. Luego, arrepiéntete y ten esperanza en esta preciosa promesa del evangelio:
«Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad» (1 Juan 1:9).
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