Sé que no debo estarlo. Lo he escuchado todo sobre cómo Dios siempre gana. He cantado muchas veces estas palabras «si Dios es por nosotros, quién contra nosotros». Yo sé que «no debo temer», pero aun me pregunto cómo es posible no sentir temor hoy en día sin asumir una posición parecida a la del avestruz, la de esconderme de la realidad, pretender que nada está pasando e ignorar todo lo que pasa alrededor.
Además de sentir temor en lo profundo de mi ser, lucho con cómo reconciliar mis temores y mi fe.
- ¿Qué se supone que debo hacer con mi temor?
- ¿Es el temor «el regalo» que los psicólogos me dicen que es o es una evidencia de que mi fe está enferma y es inútil?
- He sido cristiana durante casi veinte y cinco años, ¿eso significa que debería tener la valentía de la Mujer Maravilla?
- ¿Es mi temor un pecado?
Puede que no tenga todas las respuestas, pero sé a dónde correr para encontrarlas. La Palabra de Dios tiene mucho que decir sobre el temor. De hecho, hay más de 400 versículos sobre el tema. Me imagino que es porque hay mucho que temer en nuestro mundo caído y porque no soy la única cuyo corazón adopta automáticamente la actitud de temor. Sí, la Biblia dice: «No temas.» En efecto, es el mensaje más consistente acerca del temor en la Biblia, pero no es todo lo que Dios tiene que decir sobre el tema.
Si tienes preguntas sobre el temor, la Biblia tiene respuestas. He aquí un resumen de la teología del temor encontrado en la Palabra de Dios.
El temor no siempre es la ausencia de fe. Muchas veces es el fundamento que la sostiene. Por eso, si fuera posible, me tatuaría Filipenses 4:6-7 detrás de mis ojos. «Por nada estéis afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo Jesús».
El temor hace que, de forma repentina y dolorosa, sea consciente de que no tengo el control. Hace que se explote la burbuja de ilusión de que puedo cuidarme a mí misma y me obliga a buscar un propósito y un significado más allá de lo trivial. Es ahí, cuando caigo en la desesperación por una esperanza verdadera.
En ese sentido, el temor es un regalo porque hace girar mis ojos hacia el único que puede hacer algo con todo lo que me amenaza. Por esa razón, Dios nos pide que no estemos ansiosas. No porque no exista nada por lo cual estar ansiosas. ¡Sí existe! Sino porque solo la paz de Dios es suficiente para sostenernos al enfrentar lo que nos asusta.
Jesús ofrece una forma diferente de paz
No existe un candado lo suficientemente seguro que pueda mantenerme a salvo de todos los hombres malos, no existe una vacuna que cure toda enfermedad, no existe un ejército lo suficientemente grande como para imponer la paz mundial. Esas son las duras y frías realidades de la vida de este lado del Edén, pero Jesús es el Príncipe de Paz (Is. 9:6). Él ofrece un tipo de bienestar diferente del que puedo encontrar en los sistemas de seguridad y en los planes de emergencias.
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo» (Jn. 14:27).
¿Acaso todos nuestros temores no están arraigados en un temor a la muerte? ¿No es por ese motivo que el cáncer nos da tanto miedo? ¿No es por eso que la guerra es tan aterradora? Como la muerte no puede tocar a Jesús, podemos estar seguras que nada de lo que nos atemoriza lo va a destruir. La paz es el regalo que Jesús entregó a sus discípulos en su regreso al cielo, sigue siendo un regalo extraordinario para los cristianos de hoy y la única esperanza que tenemos para ofrecer al mundo que nos rodea.
Como Él es omnipotente, omnipresente y soberano por encima de todo, Él puede ver el desenlace de la historia sin temor. Puedes pedir prestado un poco de esa valentía como su hija con el fin de no sobrellevar una carga de temor. Por experiencia, puedo decir que esa carga te aplastará. Sin embargo, Dios no me dice que ponga una cara feliz y actúe como si viviera en el País de las Maravillas. No, Él me da instrucciones muy específicas para saber qué hacer con mi temor.
¿Qué se supone que haga con mi temor?
«Humillaos, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os exalte a su debido tiempo, echando toda vuestra ansiedad sobre Él, porque tiene cuidado de vosotros» (1 P. 5:6-7).
¿Qué se supone que haga con mi temor y ansiedad? Se supone que debo llevarlos a la cruz. Porque a la luz del hecho de que Jesús murió en mi lugar y que ha asegurado un lugar eterno para mí con Él, todos mis temores, reales o imaginarios, quedan reducidos hasta ser insignificantes. ¿Cómo se ve en la práctica? Déjame darte un ejemplo.
Por muchos años, me desperté en medio de la noche con ataques de pánico varias veces al mes. No podía respirar; mi mente y mi corazón se aceleraban; y mi pecho sentía opresión, como si estuviera bajo un dominio malvado. Debes saber, que ya era creyente en ese entonces. Yo estaba sirviendo a Dios en el ministerio a tiempo completo. Leía mi Biblia a menudo y, aun así, el temor me acechaba algunas veces.
En esos momentos oscuros, yo no sabía cómo «echar mi ansiedad sobre Él»; pero más tarde, aprendí que el poder de la Palabra de Dios es mi arma ofensiva cuando algo aterrador me carga. Es por eso que Efesios 6:17 dice: «Tomad también el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu que es la palabra de Dios».
Cuando comencé a usar la Palabra como un arma, los ataques de pánico terminaron. Ahora, cuando me despierto con miedo, digo versículos como estos en voz alta:
«Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio» (2 Ti. 1:7).
«No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia» (Is. 41:10).
«Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino que habéis recibido un espíritu de adopción como hijos, por el cual clamamos «¡Abba, Padre!» (Ro. 8:15).
Cuando mis hijos tienen pesadillas, ellos quieren a su papá. Sus brazos fuertes y voz calmada proporcionan un oasis cuando se encuentran en el desierto del temor. No es casualidad que en este pasaje Dios nos recuerda que hemos sido liberadas de las cadenas del miedo y, entonces, nos recuerda que Él es nuestro «Abba Padre» Él es nuestro papá. Cuando tenemos miedo, podemos correr a Sus brazos fuertes.
El yugo del temor se rompió cuando Él te adoptó. Eso no quiere decir que nunca sentirás temor. Lo que sí quiere decir es que no tienes que estar encadenada a ese temor. Puedes poner un pie delante del otro, porque sabes que tu Padre celestial guarda constantemente a Sus amadas ovejas.
Por eso, saber la diferencia entre las amenazas eternas y las temporales cambia lo que temo. Salmos 56:11, 118:6; Hebreos 13:6 llegan a la misma conclusión… «¿Qué puede hacerme el hombre?»
Sé que la respuesta es extensa. El hombre puede herir nuestros sentimientos, arruinar nuestra reputación, corromper a nuestros hijos. El hombre puede maltratar nuestros cuerpos físicos y destruir nuestra propiedad. El hombre puede llevarse aquello que atesoramos. Sé que todas estas son amenazas reales; sin embargo, son temporales. Ninguna reputación o posesión irá con nosotras a la eternidad. Quizás puedan durar ocho años, pero nada comparado con la eternidad. Cuando Dios «sella eternidad en nuestros ojos» podemos ver claramente, aún en el peor de los escenarios, que tenemos esperanza de una perfecta existencia libre de dolor y de temor con Jesús. Entonces, si «no temas» es una cara de la moneda cuando se trata de cómo la Biblia describe el temor, «teme a Dios» es la otra.
Aproximadamente en 100 ocasiones la Biblia nos llama a «temer a Dios», porque a pesar de que Dios es nuestro Consolador y Príncipe de Paz, Él también es justo, recto, celoso y santo. Por lo tanto, en vez de vivir nuestras vidas con temor al hombre, preocupándonos por lo que la gente a nuestro alrededor pueda hacer o pensar, estamos llamadas a temerle a Dios y a tomar cada decisión bajo su voluntad.
Yo necesito la teología sobre el temor, porque sin ella pasaría la mayor parte de mis días y años retorciéndome las manos y comiéndome las uñas. Necesito recordarme a menudo todo lo que Dios dice acerca del temor y usarlo como un trampolín que me hace saltar hacia las profundas aguas de la verdad de Dios. El Salmo 23:4 trabaja como un chaleco salvavidas en medio de temibles y agitadas aguas.
«Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento».
La valentía del salmista se demostraba en que había situaciones que, en efecto, producían temor. Él estaba en el valle de sombra de muerte después de todo. Pienso en ese valle como el lugar donde nuestro corazón clama: «¡Si me tengo que quedar aquí un minuto más, moriré!», es un lugar oscuro y espantoso. Cuando nos encontramos allí, ¿por qué no debemos temer? Por causa de la presencia de Dios, porque su cayado está ahí para protegernos y su ejército está allí para pastorearnos. Él no nos dejará allí para siempre, porque Él se ha ido a preparar un lugar para nosotras en donde todo temor terminará. Recordar esto es el único remedio para mi corazón temeroso.
¿Qué te produce temor?
¿Tienes una correcta teología sobre el temor?
¿Cómo podemos mostrar paz en un mundo espantoso y aterrador?
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