Una mujer que se goza en su maternidad

También por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir, aun pasada ya la edad propicia, pues consideró fiel al que lo había prometido. (Hebreos 11:11)

Sara era la esposa del gran patriarca, Abraham. Su mayor anhelo era tener un hijo. Esto parecía una imposibilidad porque la misma Escritura relata que ella era estéril y no podía concebir (Génesis 11:29). Aparentemente, este anhelo insatisfecho afectaba mucho su vida.

En un momento dado, ella pareció haber “aceptado” su infertilidad. Pudo reconocer la soberanía de Dios sobre la concepción, y esto la hizo perder toda esperanza de algún día cargar un bebé en su matriz. Eso fue lo que expresó cuando al dirigirse a Abraham le dijo, “He aquí que el Señor me ha impedido tener hijos.” Tanto deseaba tener un hijo, que al creer que Dios no estaba dispuesto a dárselo, ella estuvo dispuesta a manipular para obtenerlo.

Pero Dios sí había prometido bendecir a Sara con un hijo. “Entonces Dios dijo a Abraham: A Sarai, tu mujer, no la llamarás Sarai, sino que Sara será su nombre. Y la bendeciré, y de cierto te daré un hijo por medio de ella. La bendeciré y será madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella (Génesis 17:15-16)

Sara tenía un papel fundamental en la promesa que Dios le dio a Abraham. Ella sería la madre de la descendencia que procedería de él, solo que en ocasiones dudó,  y experimentó momentos de incredulidad e impaciencia al no ver cumplida esa promesa.

Cada año que pasaba sin embarazarse, seguramente se preguntaba si ella misma estaba siendo un obstáculo para la promesa dada a Abraham. A pesar de su fe, humanamente era comprensible que estuviese desesperanzada, viendo cada vez más inalcanzable aquella promesa.

Pero aun a pesar de sus dudas y desatinos por no comprender completamente el pacto incondicional de Dios, Él se mantuvo fiel a Su promesa. Y nadie pudo negar que este nacimiento se trataba en efecto de un milagro de Dios, de una obra de Dios, que llegaba en el tiempo perfecto; en el tiempo de Dios.

Y Dios no solo le concedió su anhelo, permitiéndole deleitarse con tener un hijo entre sus brazos a sus 90 años, sino que Dios la usó como instrumento para traer liberación a Su pueblo y para traer al mundo la promesa de una nueva simiente.

¿Y acaso no es un milagro de Dios el nacimiento de cada niño? Si eres madre, tu hijo o hija es un milagro de Dios. Dar aliento de vida es posible solo a Aquél que tiene poder Creador; Él es el dador de la vida. Y cada madre consagrada a la que Dios bendice con hijos tiene el privilegio, al igual que Sara, de levantar generaciones de fieles para Él (1 Ti. 2:15).

Cada hijo llega en Su tiempo, y Sus planes son buenos, agradables y perfectos.  Disfruta cada una de esas dádivas milagrosas de Dios, y que tu boca pueda expresar las palabras de Sara cuando fue bendecida, “¡Dios me ha hecho reír!”.

“He aquí, don del Señor son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre.” (Sal. 127:3)

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Sobre el autor

Laura González-De-Chávez

Laura es esposa de Fausto y vive en Illinois, Estados Unidos.  Su pasión es discipular a las mujeres de todas las edades con el fundamento sólido de la Palabra de Dios y animarlas a vivir de acuerdo a la fe … leer más …


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