Por Maryanne Helms
Todavía puedo recordar cuando estaba sentada en el hospital con mi último hijo, cómodamente segura en el espacio entre la adrenalina alta post-parto y la vida que me esperaba en casa. Para ese momento, sabía qué esperar en términos de los ajustes familiares que vendrían.
Estaría el triste y desplazado hijo más joven, necesitando mucho tiempo uno a uno. Mis hijos mayores reinando en asuntos de disciplina. Tendría que hacer los ajustes matrimoniales necesarios. Habría necesidad de mayor flexibilidad en términos de rutina y horario, Habría muchos cambios pequeños necesarios para cada aspecto de nuestras vidas, y yo anticipaba todas estas cosas mientras me encontraba sentada meciendo a Will, disfrutando mi más reciente experiencia de ser madre, otra vez.
Pero lo que mi mirada al futuro evitaba era una realidad impactante pero dolorosa: no sería la madre de mis sueños.
No bien había cortado el brazalete de mi muñeca luego de regresar a mi casa, y ya había despertado a mi imperfección y limitaciones de esta nueva vida que había creado.
El bebé estaba lleno de gases y era exigente. Mi bebé mayor estaba más animada que nunca antes, su alta energía se asemejaba mi bajo suministro. Mis hijos mayores se encontraban en un ciclo de escuela y actividades extra-curriculares, ninguna de las cuales parecía encajar con mi nuevo horario para dormir; tres hora aquí, una hora allí. Me desanimé rápidamente y me di cuenta que tendría que emplear una nueva estrategia de crianza para sobrevivir.
"La madre perfecta" estaba fuera de todo cuestionamiento. Mi registro manchado ya me lo había mostrado. Quizás "Buena Madre" pueda ser suficiente para mis pequeños.
Los meses que siguieron la llegada de Will estuvieron marcados por dolor en la medida en que Dios destruía mi perfeccionismo lentamente, día tras día en un reto. Pero también fueron meses marcados por la gracia de Dios a medida que Él me liberaba de sentirme exhausta de por tener expectativas irreales. A través de todo esto, hubo numerosas verdades que se hicieron más claras con cada meta no lograda, en cada plan interrumpido.
Busca la Fuente de perfección correcta
Solo hay una raíz suprema de perfección, y se encuentra en la persona de Jesús. Hebreos nos dirige a colocar nuestros ojos en Cristo, quien es el Autor y Perfeccionador de nuestra fe (12:2). Solo Cristo vivió una vida perfecta, y finalmente muriendo en nuestro lugar para que nos pudiéramos parar ante Dios sin mancha. ¡Sin mancha! Sin más culpa, imperfección y pecado que manchan cada uno de nuestros días. Él ha logrado la perfección a nuestro favor vaciando nuestra vida de la necesidad de luchar por aquello que humanamente no es posible tener. Estas son noticias sin paralelo para las madres. ¡Tu limitación está cubierta en la cruz!
Enfócate en promesas perfectas
Dios es el Dios de las promesas. Él las hace y se compromete a no romperlas una vez las ha hecho. La Palabra no enseña que Dios está con nosotros cuando nuestro yugo es pesado (Mateo 11:29). Promete que Dios generosamente nos da sabiduría cuando la pedimos (Santiago 1:5). No estar familiarizada con las promesas de Dios es enfrentar el día sin la armadura, vaciada de fuerzas. Conoce Sus promesas perfectas, y seguramente las manifestarás en tu vida, día tras día como un reto.
Enfócate en tus fortalezas
Conoce lo que te apasiona, pues lo más probable ésa sea tu fortaleza. Hay mamás que son buenas en las manualidades y otras, sirviendo. Las madres académicas y las organizadoras de habitaciones. Las madres de ministerio y las de juego de fútbol.
Todas seremos de alguno de estos tipos pero ninguna caeremos en todos los tipos. La manera más segura de terminar desgastada es tratar y ser todos los tipos de madre a la vez. Cada una de nosotras ha sido dotada de manera exclusiva por Dios para ser Quien Él nos ha mandado a ser y dentro del marco de la maternidad esto nos da gran libertad de expresión e individualidad. Sé tú, y ¡disfrútalo!
Baja tus expectativas
Esta es la bandera blanca de la rendición para las madres perfeccionistas. Pero es necesario que diariamente depongamos nuestras falsas expectativas por nuestra realidad o nos volveremos tan desgastadas rápidamente. Mi experiencia ha sido que la mitad o menos de todos mis objetivos de maternidad se han cumplido, y después de 12 años, ésta parece ser la regla no la excepción. Aunque este record manchado puede desmotivarme por momentos, trato de aceptar que mis deseos siempre reemplazarán las realidades de mi vida como madre.
En su libro No little People, Francis Schaeffer advierte contra la lucha por el perfeccionismo cuando dice "Si insistimos entre la perfección o nada, tendremos nada la mayoría de los casos." Hay una parte de mí que quisiera reclamar el título de “Madre Perfecta” y estoy segura que tú también. Sería un alto honor, una corona. Pero ya que “perfecto” está tan lejos de nuestro alcance, ¿por qué no luchar por ser una buena madre? Estoy haciéndolo.
Y ciertamente he podido disfrutar más la vida del otro lado del perfeccionismo.
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Este artículo procede del Ministerio Aviva Nuestros Corazones ® www.avivanuestroscorazones.com
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