Una llamada despertadora

Generalmente los hoteles ofrecen el servicio de llamadas despertadoras, el cual es invaluable cuando viajamos o tenemos una cita importante temprano al día siguiente.

El breve libro del profeta Malaquías constituye una llamada despertadora de Dios a Su pueblo. ¡Y qué llamada! Parece un sonido de muchas trompetas para despertarlos del sopor espiritual pues se habían apartado de la verdadera religión y adoración perdiendo el primer amor, el asombro y la reverencia ante su Creador. Consecuentemente se comportaban con indolencia y negligencia en su servicio a Él. Tan endurecidos estaban que cuestionaron Su amor pidiéndole ejemplos de evidencia del mismo (Mal. 1:2).

El pecado nos hace olvidadizas e ingratas. Dios los había amado y bendecido como a ninguna otra nación. ¡Y ellos lo sabían! «Desde lejos el Señor se le apareció, y le dijo: “Con amor eterno te he amado, por eso te he sacado con misericordia”» (Jer. 31:3). Pero aun así lo menospreciaron y deshonraron, llegando a robarle en Sus diezmos y ofrendas; dudando no solo de Su amor, sino también de Su justicia (Mal. 2:17).

Además, el pecado nos lleva a la locura, a la insolencia del barro cuestionando al alfarero: nos vuelve necias. Si lo dejamos nos conduce a lo peor. Pero Dios, en Su bondad y misericordia, nos envía llamadas despertadoras a través de Su Palabra: «“Las palabras de ustedes han sido duras contra Mí”, dice el Señor. “Pero dicen: ‘¿Qué hemos hablado contra Ti?’”» (Mal. 3:13). Es decir, Dios le dice a Su pueblo: «¡Vuelve en ti!». Como el hijo pródigo. «¡Deja la locura del pecado!».

Leyendo Malaquías me sentí aterrada e indignada por la respuesta del pueblo a Dios. Pero rápidamente los dardos de la conciencia se dirigieron hacia mí y a la Iglesia de Cristo de esta generación. En especial aquellas de nosotras que tenemos muchos años de convertidas y creemos que lo hemos oído todo; quienes, por haber leído tantas veces los mismos pasajes bíblicos, ya ni nos asombran. Estamos endurecidas, alabando a Dios con nuestros labios, pero con corazones lejos de Él (Mt. 15:8); más preocupadas por nuestro arreglo personal para ir a la iglesia que por preparar nuestros corazones en amor, gratitud y alabanza al Amado, dispuestas a escuchar y obedecer Su voz.

Al igual que los israelitas, llevamos una ofrenda defectuosa: mentes distraídas, corazones fríos, malas relaciones con nuestros hermanos y un espíritu hipercrítico hacia los predicadores y la iglesia (¡eso sí lo hacemos «bien»!). No disfrutamos Su presencia especial, prometida, donde se reúnan dos o tres en Su nombre. Y así, poco a poco, perdemos el discernimiento espiritual para diferenciar lo bueno de lo malo, o distinguir entre lo bueno y lo excelente.

Lo peor es llegar a cuestionar Su amor y justicia manifestados tan maravillosamente en la cruz. Si no estamos bien alertas y despiertas espiritualmente (Efesios 5:14, de paso, es otra llamada despertadora de las Escrituras), esto nos sucederá de una forma tan sutil que no nos apercibimos.

Desde el huerto del Edén, Satanás trata de hacernos dudar del amor de Dios. Repentinamente nos encontramos interpretando Su amor a la luz de nuestras circunstancias («Él me ama si todo me sale bien») y perdiendo nuestro propósito en la vida que es glorificarle, muy especialmente en medio del sufrimiento.

Gracias a Su gran misericordia no hemos sido consumidas. Al igual que el pueblo de Israel, Dios nos hace una llamada despertadora al arrepentimiento, a decidir de todo corazón dar gloria a Su nombre. Nuestra voluntad debe ser movida decididamente a vivir para Aquel que dio Su vida por nosotras y resucitó para traernos a novedad de vida (2 Cor. 5:14-15).

Nuestro Dios es bueno y perdonador (Sal 86:5) y en Su gran amor y bondad nos abre las ventanas de los cielos y derrama bendición que sobreabunde si atendemos Su llamada con arrepentimiento y fe. Ya nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo. Observemos con cuidado la lista de bendiciones que Pablo nos muestra en Efesios 1:3-14 para que la indignación se convierta en adoración y alabanza por darnos a Su Hijo, quien abrió camino y nos llevó al trono de la gracia.

Entonces, ¿cómo será nuestra adoración a Dios? ¿Llevaremos una ofrenda digna del Dios que adoramos, o llevaremos el cordero manchado y cojo? ¡Que el Señor bendiga Su Palabra para despertar nuestros corazones! ¡A Tus pies te adoramos, Señor!

 

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Sobre el autor

Gloria de Michelén

Gloria de Michelén, esta casada con el pastor Sugel Michelén desde 1981, ha enseñado a mujeres, tanto en su propia iglesia -Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo- en Santo Domingo, República Dominicana, así como en Cuba, España, Colombia , Venezuela y … leer más …


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