Una historia de amor

Día 4: Preparando el corazón para Mujer Verdadera 2017 “En Busca de Dios”

Desde lejos el Señor se le apareció, diciendo: Con amor eterno te he amado, por eso te he atraído con misericordia. Jeremías 31:3

Todas tenemos una historia de amor. Eso es así porque fuimos creadas para dar y recibir amor. Fuimos hechas para tener intimidad. Sin embargo, muchas conocemos más acerca de la ausencia de intimidad que de la realidad de la misma. Desde temprano en nuestra infancia tratamos de llenar ese vacío, anhelando cercanía, calidez y afecto. Anhelamos saber que le importamos a alguien, que una persona aún nos ama, a pesar de conocernos realmente.

Sin embargo, aún en las mejores familias y relaciones humanas, lo máximo que podemos hacer es ínfimo de cara a ese anhelo. Nadie en esta tierra lo satisface completamente. Es así debido a que el Dios que nos creó con ese hueco en el corazón, es el Único que puede llenarlo. En la Palabra encontramos un Dios que se acerca a nosotras, que busca acercarnos a Él, que nos conoce íntimamente, y nos invita a conocerlo de la misma manera.

Desde el principio hasta el final, la Palabra de Dios es una increíble historia de amor. Y ¡oh, maravillas de maravillas!, es una historia que tiene escrito tu nombre y el mío.  Ya sea que hayas crecido o no, asistiendo a la iglesia; o, que tu trasfondo sea respetable o confesamente manchado; o, que conozcas mucha Biblia o apenas te estés familiarizando con ella, hay lugar en esta historia de amor para ti.  Quienes beben de los pozos profundos de Su amor divino siempre han encontrado en Él, la cercanía que su alma anhela. Que cada día que pases en Su Palabra y en Su presencia sacie tu sed por intimidad con el Creador- Amante- el Único que llena ese hueco de necesidad en nuestros corazones con Él mismo.

¿Has experimentado la incapacidad de las relaciones humanas de satisfacer los anhelos más profundos de tu alma? Agradece a Dios por Su amor eterno, Su cercanía, Su fidelidad. Pídele que satisfaga tu corazón con Su amor.

Extraído de El lugar apacible, por Nancy DeMoss Wolgemuth