¿Un regalo?

¿Cuántas veces hemos oído que el mejor regalo de la Navidad es Jesús? La palabra «regalo» se ha trivializado tanto. ¿En qué pensamos cuando la oímos? ¿Bombones, chocolates, juguetes para los niños? Pero el Jesús de la Escritura es más que un regalo, es la mayor bendición que ha tenido el mundo, es más que todas las maravillas del mundo juntas, ¡es Dios con nosotros!

La encarnación del Hijo de Dios fue un evento tan grandioso que fue anunciado a María por el ángel Gabriel; y los pastores fueron rodeados del resplandor de la gloria de Dios apareciendo luego en el cielo una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios. ¡El cielo estaba conmovido pues el Verbo se hizo carne! Y Juan añade que «vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1:14). Es notorio su esfuerzo por expresar un suceso tan trascendente que las palabras no son suficientes para describir que el Dios todopoderoso, Jehová de los ejércitos, el Creador de todo el universo, nuestro Hacedor, se hizo carne y habitó entre nosotros. Siendo rico se hizo pobre para que nosotras fuéramos enriquecidas, pero no materialmente (algo pasajero), sino espiritualmente y por toda la eternidad.

Dios en persona vino a salvarnos, muriendo en nuestro lugar. Nos dio vida eterna, nos mostró el camino al Padre y nos reveló muchos de Sus atributos: Su poder sobre la creación, Su compasión y amor por los que sufren, Su misericordia hacia el débil y el despreciado; incluyendo a las mujeres, que en ese tiempo eran tratadas como ciudadanas de segunda categoría.

Nuestro Señor Jesucristo nos enseñó tantas cosas sobre el reino de Dios y sobre Su Padre; sobre nuestra necesidad de arrepentirnos y confiar en Él. ¡Qué maestro! Él nos instruye como un padre tierno enseñando a sus hijas.

Esa presencia de Dios fue una bendición que tuvieron Adán y Eva desde la creación; luego perdieron ese hermoso privilegio por causa de su desobediencia, pero les fue dada promesa que en Cristo les sería restaurada la comunión con Dios.

A partir de ese momento esa presencia especial de Dios vino a ser el eje central de las promesas bíblicas (Gn. 17:8; Ex. 6:6-7; 2 Sam. 7:14; Jer. 31:33; Ap. 21:3). Pero tuvo su cumplimiento final y más glorioso en la primera Navidad. El Dios encarnado caminó por este mundo viviendo entre pecadores y llevando a cabo Su obra de redención. Y al ascender a los cielos prometió que estaría con nosotras todos los días, hasta el fin del mundo (Mt. 28:20). Él no nos dejó huérfanas, sino que envió al Consolador, que no es otro que el Espíritu Santo, el Dios Trino con nosotras (Jn. 14:16-18). ¿Acaso no te maravillas, mi hermana, ante un hecho tan extraordinario? Al venir al mundo en carne se hizo más palpable, a nosotras que tenemos mentes finitas y limitadas, Su amor, compasión, poder y gracia abundante. 

Es humillante y consolador a la vez ver y recibir tanto amor inmerecido. Solo en el cielo entenderemos por qué Dios nos creó a sabiendas de que le costaríamos tan caro: ¡la encarnación y muerte de Su único Hijo! Mientras tanto, nos deleitamos en la dulzura y gozo de Su presencia, y nos entregamos confiada y enteramente a Él. Admiramos la belleza de Su misericordia y gracia; le reverenciamos asombradas de Su gran compasión, sabiduría y perfección infinitas. Él es el superlativo de toda excelencia, es inigualable e indescriptible, es nuestro Dios y está con nosotras. ¡Gracias Señor!

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Sobre el autor

Gloria de Michelén

Gloria de Michelén, esta casada con el pastor Sugel Michelén desde 1981, ha enseñado a mujeres, tanto en su propia iglesia -Iglesia Bíblica del Señor Jesucristo- en Santo Domingo, República Dominicana, así como en Cuba, España, Colombia , Venezuela y … leer más …


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