«Pero el ángel les dijo: “No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán
motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre”». -Lucas 2:10-12
Los cubanos conocemos muy bien el temor a «no alcanzar» o que algo se acabe. Miedo a no
conseguir determinada cosa que sumamente necesitamos. Cuando estaba embarazada tuve la dicha de alcanzar un colchón de canastilla en el tiempo oportuno, ya que en este tiempo de gestación el gobierno le asigna a las embarazadas un módulo como ayuda que incluye varios artículos que en ocasiones no llegan juntos ni en tiempo, como era el caso del colchón de cunas.
Recuerdo el día que me dieron la noticia que había entrado colchón al almacén de la tienda de
canastilla. Mi mente recorría las casas cercanas para saber si había algún conocido que pudiera
marcar un puesto en la fila con un turno cercano, y así aliviar la tensión del temor a no
alcanzar o que se acabara antes de yo comprar. Gracias a Dios pude contactar una persona que
me pudo marcar desde el día anterior y así llegar tranquila al lugar para comprar en mi turno.
Mientras estaba a la espera, recordaba el texto que dice: «Vosotros que en otro tiempo no erais
pueblo, pero ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia» (1 Pedro 2:10, RV 60). ¡Ya había alcanzado misericordia, hubiera alcanzado colchón o no! Y gracias a la Providencia Divina tuve mi provisión, ¡alcancé el colchón!
Cuán bendecida he sido por haber tenido un lugar dónde acostar mis bebés cuando nacieron;
una cuna y un colchón. Imposible es para mí no pensar en este tiempo, y cada vez que llega la
Navidad, el lugar donde nuestro Señor fue puesto cuando nació. Mi corazón se conmueve
cuando leo esto:
«Sucedió que mientras estaban ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz
a su Hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre…», el texto nos dice una causa humana, «… porque no había lugar para ellos en el mesón (Lucas 2:6-7).
Jesús conoce y entiende la pobreza y la escasez humana. La vivió en carne propia. Sabe los
trabajos que pasan los hijos de los hombres. Por eso, Apocalipsis nos dice que son bienaventurados los que mueren en el Señor porque descansarán de sus trabajos (Apoc. 14:13).
Jose y María, después de un largo y dificultoso viaje, no en autobús, ni en carros, ni en moto, a
pie o en burro, no tuvieron un lugar digno ni con algo de confort donde descansar estando ella
a término. No alcanzaron lugar, todo estaba lleno. José, como carpintero, ni siquiera pudo
ponerlo en una cuna hecha por sus manos. Un establo como cuarto, un pesebre como cuna, un
colchón de pajas secas y pañales como vestido fue lo que tuvo Jesús. El dueño de todo no
alcanzó, ¡y me quejo! ¡Ay Señor! ¡No soy mejor que Tú!
Sin embargo, a pesar de la insensibilidad de muchos que tal vez buscaban acomodarse primero
y resolver lo suyo propio como lo vemos en estos tiempos, más que una fatalidad humana,
sirvió como señal. Una cosa ordinaria y común fue una señal de confirmación de lo dicho por
los ángeles a los pastores.
Hilos y puntadas bien aseguradas por el Autor de la vida. El censo, el linaje, el viaje, la fecha en
el calendario de María, Belén y la falta de espacio en el mesón, todo parte del plan divino, y no
el resultado de circunstancias atravesadas. La Escritura estaba marcando el paso. Es el detalle en el primer plano inferior derecho del hermoso cuadro de la Navidad.
Tres veces se menciona esta palabra común en este relato, pero lo que la hace especial es a quién tiene puesto encima, al Salvador del mundo, al Creador hecho criatura y a tal estatura. Una
hermosa señal para quienes buscaban confirmar lo escuchado.
¡Qué gran acto de humildad! El dueño de todo, y no alcanza un lugar digno dónde nacer; siendo
rico, de pobreza se vistió y se presentó. Siendo Rey, no reclamó. ¡Oh cuán pobre somos al no
verlo a Él! ¡Cuán pobre soy cuando no le puedo ver con toda su bondad en medio de mi
dificultad!
¡Pobre es aquel que no puede ver y agradecer lo mucho que sin merecer ha recibido! ¡Qué hermosa señal! El cielo proyecta su gloria sobre lo común y lo ordinario y anuncia a pobres cansados y solitarios pastores la mejor de las noticias en una pantalla celeste.
«Pero el ángel les dijo: “No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lucas 2:10-12, NVI).
Ellos corrieron con gozo. Dios cambió su cansancio en pies ligeros, ¡la luz alumbró las frías
tinieblas de sus corazones y encendió su esperanza!
«Cuando los ángeles se fueron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: “Vamos a Belén,
a ver esto que ha pasado y que el Señor nos ha dado a conocer”». Así que fueron de prisa y encontraron a María y a José, y al niño que estaba acostado en el pesebre» (Lucas 2:25-26, NVI).
María, en silencio, no frustrada ni quejosa, asombrada, agradecida, maravillada y serena. Los pastores supieron distinguir la señal: Dios con nosotros. Salieron gozosos proclamando el
mensaje y señalando a Cristo el Salvador.
¿Cómo te sientes ante tus carencias y necesidades? ¿Como alguien en desventaja de valor y
dignidad? ¿Sientes vergüenza cuando vas a recibir una visita de personas más acomodadas o con
mejor nivel económico que tú? ¿Luchas con la amargura e inconformidad por aquellas cosas
que no has podido obtener y te hacen resbalar una y otra vez en el pantano del descontento?
Tus circunstancias pueden ser una señal para llevarte a ti y a otros a conocer al Salvador, al Rey,
al dueño de todo y a la única esperanza de nuestras almas. Mira a Cristo, todo cuanto dejó por amor a ti. Deja que el cielo proyecte Su gloria sobre estas dificultades. Mantengamos
una actitud como María, humilde, dependiente y confiada, y Dios hará de lo común y ordinario,
una hermosa señal de Su bondad y poder.
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