Un mejor Salvador, una fe superior, un Señor supremo: Hebreos 10

Escrito por Deborah Smith

El libro de Hebreos es una hermosa carta escrita a los judíos que estaban considerando lo que significaría seguir a Jesús o a algunos que estaban luchando con su nueva fe encontrada en Él. Puedo imaginar lo difícil que era para ellos el mensaje del cristianismo. Desafiaba todo lo que conocían y la tradición en la que estaban inmersos; además, contradecía su herencia.

Aquí estamos en la víspera de Navidad, y ¿cuántas de nosotras luchamos con la forma en la que Cristo desafía lo que conocemos, nuestras tradiciones y nuestra herencia? La verdad es que, incluso para los creyentes, puede ser una lucha mantenerse fieles a Cristo mientras celebran la Navidad. ¡Porque Cristo es la Navidad! Sin Él, el 25 de diciembre es solo un día festivo creado por el hombre con tradiciones vacías y mundanas.

El mensaje entero de Hebreos (y de la Navidad) es este: Jesús es mejor, el cristianismo es superior, y ¡Cristo es supremo! En el capítulo 10, que voy a compartir con ustedes, vemos estas hermosas verdades.

¡Jesús lo pagó todo, todo le debemos a Él!

Este capítulo comienza exponiendo los hechos de que la ley «solo tiene la sombra de los bienes futuros» (10:1) y que los sacrificios constantes de toros y machos cabríos nunca fueron suficientes para expiar completamente los pecados del pueblo. De ahí que los israelitas necesitaran repetir constantemente este ritual en el Antiguo Testamento. Pero Cristo es el verdadero Cordero de Dios que quita los pecados del mundo (Juan 1:29). El rescate de los pecadores por parte de Dios para redimirlos y unirlos a Él por medio de Jesucristo fue siempre el plan. Jesús vino con esa misión, aunque sabía el costo.

Estas son las palabras del Salmo 40:6-8: «Sacrificio y ofrenda de cereal no has deseado; me has abierto los oídos; holocausto y ofrenda por el pecado no has pedido. Entonces dije: “Aquí estoy; En el rollo del libro está escrito de mí; me deleito en hacer Tu voluntad, Dios mío; Tu ley está dentro de mi corazón”».

Era la voluntad de Dios mandar a Su Hijo y después aplastarlo por nuestra salvación. 

¡Oh, Dios! ¡Qué el peso de eso caiga sobre nosotras! Que Dios ilumine los ojos de nuestros corazones a la realidad de lo que Cristo vino a hacer y lo que cumplió

Jesús no hizo un intento de salvarnos; vino a pagar por los pecados de cada persona que creyera. ¡Consumado es! Eso es alucinante. ¡Y el hecho que Él pagó por ellos y nunca serán recordados o considerados contra nosotras de nuevo es simplemente asombroso! ¡Me asombra que, aunque todavía peco, el que no tiene pecado me cubrió tan completamente, Dios ni siquiera ve mi pecado! ¡Gloria a Dios! ¡Oro para que todas vivamos en la luz de esa demostración increíble de amor, y que nosotras también aceptemos humildemente nuestra misión y vivamos en obediencia, amando como Jesús al morir diariamente (1 Cor. 15:31) y matando las obras carnales por causa de Cristo! ¡Para que tengamos una bendita seguridad! 

Hermanas, Dios quiere que sepamos ¡que somos suyas y que Él es nuestro! Me encantan las palabras de este hermoso himno (Blessed Assurance, en inglés):

Grata certeza, ¡soy de Jesús!

Hecho heredero de eterna salud

Su sangre pudo mi alma librar

De pena eterna y darme la paz.

El versículo 19 de Hebreos 10 comienza con «entonces», así que sabemos que debemos preguntar ¿por qué se encuentra ahí? Bueno, todo lo que los versículos previos nos dicen es que teníamos una deuda que no podíamos pagar y Cristo pagó esa deuda a un alto precio—Su propia sangre. ¡Hizo esto para que podamos entrar confiadamente en la presencia de Dios y venir a Su trono de gracia, para que podamos tener comunión con Él, y para que podamos tener realmente una relación con Él con plena seguridad! ¡Jesús pagó por todo eso! ¡Esto es descomunal!

Creo que la falta de creencia en esta verdad es una de las razones principales por la que hay tantos cristianos sin gozo. Al fin y al cabo, no estamos libres de pecado; sin embargo, el Espíritu Santo nos da convicción de nuestro pecado. Si no tenemos la sólida seguridad de que todos nuestros pecados pasados, presentes y futuros son perdonados, lucharemos sin cesar en nuestro camino. 

Amigas, mi oración es que creamos y caminemos en el versículo 21 y 22: «y puesto que tenemos un gran Sacerdote sobre la casa de Dios, acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe».

Amadas, Dios quiere que estemos seguras de nuestra salvación para que podamos vivir libremente y servir con valentía, haciéndolo con gran gozo. Si te falta o luchas con la confianza, pídele a Dios que te dé más gracia para que estés segura y firme en tu fe. Oro que «mantengamos firme la profesión de nuestra esperanza sin vacilar, porque fiel es Aquel que prometió» (v. 23).

Como dirían los antiguos santos de la fe: «¡Puedes llevar eso al banco de Jesucristo!». Dios ha demostrado ser digno de toda nuestra confianza y obediencia. No seamos como aquellos quienes han sido iluminados para el conocimiento de la verdad, pero tienen una vida marcada por pecado deliberado, pues esa es la marca de aquellos que no conocen a Dios.

Amadas, que nunca olvidemos cómo fue la primera vez que creímos y cómo hemos soportado las dificultades inherentes al seguir a Jesús. El verso 37 dice:

«Porque dentro de muy poco tiempo, el que ha de venir vendrá y no tardará. Más mi justo vivirá por la fe; y si retrocede, mi alma no se complacerá en él».

Cristiana, ¡no somos de las que retroceden y se destruyen, sino somos de las que tienen fe y preservan sus almas! ¡Amén y Aleluya!

En esta Nochebuena (y todos los días) vivamos con una consciencia aguda de que nuestro Salvador vino en una misión de rescate: salvar a los pecadores y hacerlos nuevos. Si sabemos esto, ¡viviremos de una manera que no solo sea digna del evangelio, sino que nos demande compartirla!

¡Feliz Navidad! 


 

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