Escritora invitada: Heather Cofer
Jamás olvidaré aquellas mañanas, tejidas a lo largo de mi adolescencia como hilos de oro. Me despertaba justo antes del amanecer y salía a paso de tortuga de la habitación que compartía con mis tres hermanas pequeñas hacia la pequeña sala de estar de nuestro apartamento de estilo soviético en Mongolia. Mis ojos cansados se iluminaban con el resplandor de las velas y la mirada de mi madre sobre su Biblia.
Pronto la casa se llenaría con el bullicio de sus ocho hijos, y ella, una vez más, ocuparía su día preparando comidas, educando en casa, mostrando hospitalidad y sirviendo junto a su marido en nuestro hogar. Pero ella sabía (y nos lo decía constantemente) que su tiempo con el Señor era vital para poder hacer aquello a lo que Dios la había llamado. Eso nunca fue sólo un deber; podíamos ver que era su deleite.
Ahora soy madre de cinco hijos, y con cada nuevo bebé que llega a nuestra familia me siento más agradecida (y asombrada) por el ejemplo que mi madre me dio. En mi adolescencia no podía imaginarme la disciplina que requiere levantarse temprano y dedicar un tiempo regular a la Palabra y a la oración cuando has estado despierta a todas horas con un nuevo bebé, tienes innumerables obligaciones que cumplir y la tarea de satisfacer continuamente las necesidades emocionales y físicas de tu creciente familia. Sin embargo, mi madre eligió, por la gracia de Dios, modelar en su maternidad lo que yo más necesito en la mía: cultivar la intimidad con Cristo. Cada día que pasa siento un poco más la profunda necesidad, y crece mi anhelo de pasar tiempo en Su presencia.
Si pudieras ver cómo paso mi tiempo con el Señor en estos días, probablemente notarás una escena menos que tranquila: mi hijo de cuatro años apretándose en mi regazo para acurrucarse por la mañana, manos regordetas de bebé tratando de colarse por mi taza de café, y frecuentes pausas de la lectura o de mi diario de oración para dar instrucciones a mis otros hijos, pero debido al legado que me dejó mi madre, tengo una visión que va más allá de la serenidad y las velas. Quiero que mis hijos vean a una madre desesperada por Jesús, dispuesta a hacer lo que sea necesario para estar a Sus pies. Y, a su vez, oro para que ellos recuerden esta visión y se la transmitan a sus hijos algún día también.
Ningún esfuerzo nuestro puede hacer que nuestros hijos amen al Señor y no hay métodos para practicar disciplinas espirituales que sean «únicos» para cada familia (o para cada temporada). Sin embargo, Dios se preocupa más por nuestros hijos y su necesidad de Él que nosotras mismas, y Él nos dará sabiduría mientras buscamos crear un ambiente que haga del tiempo enfocado con el Señor una prioridad y un gozo.
Te comparto algunas formas de empezar:
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Recuerda: amor, no legalismo
He hablado con muchas mujeres que crecieron en hogares legalistas donde ciertas prácticas fueron enmarcadas como salvíficas (tenían el poder de salvar). Las disciplinas buenas y correctas, como leer las Escrituras y orar, también se mezclaban con reglas extra bíblicas que ensucian las aguas puras de la búsqueda diligente del Señor. Tristemente, conozco a muchas que han abandonado el cristianismo debido a este tipo de legalismo, y si bien debemos tener cuidado de no elevar las prácticas espirituales como un medio para la salvación, tampoco debemos tener miedo de modelar las disciplinas espirituales para nuestros hijos, debemos animarles a hacer estas cosas desde una edad temprana.
Siempre he tenido una inclinación natural hacia el legalismo. Esto, a veces, ha producido temor en mi corazón de que el legalismo es lo que voy a comunicar a mis hijos a través de mi práctica de las disciplinas espirituales. Sin embargo, el Señor me ha traído, una y otra vez, de vuelta al hecho de que puedo confiar en Él con los corazones de mis hijos mientras busco amarle fielmente a Él y a ellos. Él me recuerda que tiene toda la sabiduría que necesito para instruir a mis hijos, y todo lo que necesito hacer es pedírsela (Stg. 1:5).
Piensa también en versículos como estos del Salmo 119:
- «Me he gozado en el camino de Tus testimonios, más que en todas las riquezas» (v. 14).
- «Me deleitaré en Tus estatutos, y no olvidaré Tu palabra» (v. 16).
No son palabras de obligación sin vida: son declaraciones llenas de alegría de alguien que ha probado y visto que el Señor es bueno (Sal. 34:8). Estas palabras brotan de un corazón enamorado del Dios del universo y todopoderoso que, maravilla de maravillas, desea relacionarse con nosotras. Cuando damos prioridad a la lectura de la Biblia, a la oración y a otras disciplinas espirituales por amor al Señor, y nuestros hijos son testigos del fruto de esa devoción, por la gracia de Dios, se plantarán en sus corazones las semillas del anhelo de una relación íntima con su Salvador.
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Dales herramientas
Cuando tenía siete años, mis padres me regalaron mi primera Biblia, y me animaron a que empezara a dedicarle tiempo regularmente, atesoraba esa Biblia. Intenté leerla fielmente, como hacían mis padres (aunque esa determinación decayó un poco cuando llegué a la mitad de Génesis). Con el paso de los años, me dieron cuadernos y bolígrafos que se convirtieron en mis herramientas para el «tiempo de silencio». Cuando estaba en el instituto, mi madre nos llevó a mis hermanos y a mí a realizar estudios bíblicos inductivos y nos ayudó a memorizar juntos extensos pasajes de las Escrituras. Leímos juntas libros que enriquecieron mi comprensión del «por qué» de nuestra fe, y mis padres nos dieron libros teológicos apropiados para nuestra edad para que los leyéramos por nuestra cuenta. En cada momento de mi infancia, me prepararon para buscar al Señor, ese fue un gran regalo.
Eso es lo que mi marido y yo intentamos hacer con nuestros hijos. Tenemos una canasta de «tiempo de silencio» llena de libros bíblicos para niños, para que puedan pasar unos minutos practicando la quietud mientras yo termino mi lectura bíblica. Los niños que ya saben leer, tienen sus propias Biblias. La alegría en los ojos de mi hija cuando leyó el Salmo 1 (que hemos estado memorizando) por primera vez hizo que mis ojos se llenaran de lágrimas.
La forma en que esto se vea en cada hogar será diferente en función de los ritmos de vida y las circunstancias. Sin embargo, al igual que compramos zapatillas de ballet para nuestra pequeña bailarina o un martillo y clavos para nuestro aspirante a constructor, ¿por qué no íbamos a hacer todo lo posible para equipar a nuestros hijos en el aspecto más significativo de su vida: su relación con el Señor?
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Conecta doctrina con la vida diaria
No necesitamos mirar más allá de los fariseos para ver que incluso las disciplinas espirituales más estrictas no son nada si nuestros corazones no son transformados por la verdad de la Palabra de Dios (Mt. 5:20). Nuestros hijos necesitan ver que la Escritura es «viva y eficaz» (Heb. 4:12), y que, mediante el poder del Espíritu Santo, tiene la capacidad de transformar nuestra forma de vivir.
Nuestros hijos deben oír la verdad y la adoración fluyendo de nuestros labios desde el amanecer hasta el anochecer, deben ser testigos de nuestro arrepentimiento cuando pecamos, deberían ver el perdón, la bondad, la humildad, la amabilidad y la paciencia entretejidos en nuestras acciones y palabras. La oración debería ser para ellos tan normal como comer y beber, y reconocer las respuestas a esas oraciones debería ser frecuente.
Siento tan intensamente el peso de mi debilidad a la hora de ser capaz de vivir lo que afirmo creer, pero esta es la asombrosa verdad del evangelio: estamos siendo continuamente transformadas y capacitadas para vivir una vida justa sin mérito o esfuerzo propio, sino a través del sacrificio de Jesucristo en nuestro favor. ¿Y dónde aprendemos esto? En la Palabra de Dios. Qué tesoro tan inestimable se nos ha dado al tener la Biblia al alcance de la mano, qué alegría poder ir directamente a Su trono de gracia (Heb. 4:16), sabiendo que el Espíritu está intercediendo por cada una de nuestras oraciones habladas y no habladas (Ro. 8:26).
También quiero tomarme un momento para animar a aquellas que no tienen hijos o cuyos hijos ya son mayores. Aunque puede que actualmente no tengas un papel principal en la vida de los niños pequeños, tu apoyo y ánimo a las madres jóvenes como yo es una bendición increíble. Tienes la capacidad única de reforzar el entrenamiento diario de una madre «en las trincheras» de una manera que la bendecirá a ella y a sus hijos.
Mi casa está llena de recursos que nos han regalado quienes no tienen hijos. En numerosas ocasiones, cuando nuestros amigos solteros han cuidado a mis hijos, me he encontrado con historias sobre ellos orando juntos por objetos perdidos (y encontrados), conversaciones profundas sobre temas como el pecado, el perdón o el miedo, y mis hijos comprendiendo verdades bíblicas que les fueron articuladas de manera simple pero poderosa. Cada vez que alguien intencionalmente invierte en la vida de mis hijos, es otra joya añadida al cofre del tesoro espiritual que anhelo y trabajo para darles como herencia. Puede parecerte poco, pero no lo es.
Al final, mi oración es que mis labios y mi vida reflejen las palabras del salmista:
«Es muy pura Tu palabra, y Tu siervo la ama». - Salmos 119:140
Oro para que mis hijos también lo digan y lo vivan.
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