«Miren, hoy me voy por el camino de toda la tierra, y ustedes saben con todo su corazón y con toda su alma que ninguna de las buenas palabras que el Señor su Dios habló acerca de ustedes ha faltado. Todas les han sido cumplidas, ninguna de ellas ha faltado». -Josué 23:14
Al hablar de que nuestro Dios es confiable, debemos recordar que el cumplimiento de Sus promesas no depende de nuestra memoria. Como mujeres nos involucramos en muchas cosas. Tenemos muchas situaciones externas que demandan nuestra atención, que nos inquietan y nos causan ansiedades.
Muchas situaciones a nuestro alrededor tienen un potencial enorme de llenarnos de preocupación. Tales situaciones pueden involucrar lidiar con nuestros familiares, trabajos, y más aún, nuestros pecados. Estamos en una temporada difícil económicamente, la delincuencia nos está arropando, y todo se torna cada vez más oscuro y aterrador.
En la medida en la que nuestros pensamientos se llenan de estas realidades, el pensar en Dios se convierte en una lucha cada vez más difícil. Mientras tratamos de calmarnos, olvidamos las promesas de nuestro Dios. Promesas maravillosas sobre cómo debemos depositar nuestras ansiedades sobre Él, pues Él nos cuida; o recordar que Él prometió que no nos dejaría ni un solo segundo de nuestras vidas. Nos ha dicho que estará a nuestro lado todos los días, pues se hizo llamar Emmanuel: Dios con nosotros.
Y de la misma manera podemos mencionar muchas otras promesas que usualmente se nos olvidan cuando más las necesitamos. Esto es lo que el pecado ha hecho, nos acordamos de cosas que debiéramos olvidar y olvidamos cosas que nunca debiéramos olvidar.
Reflexionemos sobre dos eventos que le sucedieron a Agar, sierva de Sarai, para percatarnos de cuánto nos parecemos a ella. Los encontramos en Génesis 16:7-14 y 21:12-20. Cuando Agar quedó embarazada de Abram, Sarai la maltrataba y ella huyó hacia el desierto. Fue en esa situación de frustración, mezclada con su pecado de orgullo, que Dios la busca y la encuentra. Él, conociendo su situación, quiso oír de sus labios lo que pasaba.
Hermanas, ¡Dios nos quiere escuchar! ¡Él sabe lo que estamos pasando!
Cuando Agar le responde, ¡Dios le muestra qué hacer! Él le deja ver su pecado y le dice que vuelva a su señora y esté sumisa a ella. En Su bondad, Dios le muestra Su ternura y le hace una promesa acerca del niño que tenía en su vientre. Y para no olvidarlo, le puso el nombre de Dios al pozo donde Él la encontró.
En su segundo encuentro con Dios, cuando Abram la despide en obediencia a Él, ella sale como nosotras cuando estamos llenas de preocupaciones. Su mente no pensó correctamente. No sabía qué hacer. Todo lucía cada vez más complicado.
Mientras caminaba por el desierto, sin rumbo y en medio de la nada, su hijo tuvo sed, le pidió agua, y ella se da cuenta de que no le queda nada y está lejos de cualquier sitio donde pudiera encontrarla. En su agonía, decide poner a su hijo lejos para no verlo morir; una escena desgarradora para cualquier madre.
En ese momento, increíblemente, se olvidó de las promesas de Dios, se olvidó del Viviente que la veía, no recordó ni siquiera el significado del nombre de su hijo («Dios escucha»). No reclamó las promesas del Dios que adoraba Abram. Se olvidó que Dios existía.
Esa era una oportunidad para decirle a Dios: «Oh Dios de Abraham, Tú me prometiste hacer de mi hijo una gran nación y aquí morimos por falta de agua. ¿Dónde están tus bondades?».
Aunque ella no recordaba, Él sí. «Sea hallado Dios veraz, aunque todo hombre sea hallado mentiroso»(Ro. 3:4). Dios le recordó Su promesa. Le abrió los ojos y la hizo encontrar el camino, la hizo ver lo que no veía: el agua que necesitaba para seguir adelante. ¡Ahora podía continuar con gozo pues Dios la veía a pesar de sus pecados!
Él conoce nuestra situación actual y podemos llamarle igual que como lo hizo Agar: «El Viviente que me ve». La veía a ella y a nadie más. Ella ocupaba Su atención.
¿Cuántas de nosotras no hemos reaccionado igual? Se nos olvida ponerle gasolina al carro, olvidamos lo que teníamos que comprar, olvidamos pagar la tarjeta de crédito o cualquier otra cosa, y todo por haber salido turbada del hogar.
Amadas, nuestro Dios es confiable; es suficiente que Él haya prometido algo. El cumplimiento de Sus promesas no depende de mi buena memoria, sino del Dios confiable que tenemos.
Descansemos sabiendo que nuestro Dios hará todo lo que ha prometido hacer, ¡aunque no te acuerdes de Sus promesas!
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