Una pareja que alguna vez estuvo gozando de buena salud, terminó muerta con tres horas de diferencia. Ningún juego sucio. Ningún problema de salud. Ningún trauma de ningún tipo. Simplemente cayeron y dejaron de respirar, sus vidas fueron culminadas como juicio de Dios. Aunque suena más como el comienzo de un episodio de La ley y el orden, este tipo de muertes es poco común pero no inaudito en toda la Escritura.
- Los hijos de Judá: Er y Onán, fueron muertos por Dios por su trato cruel con Tamar (Génesis 38).
- Nadab y Abiú, hijos de Aarón, murieron cuando Dios los hirió con fuego después de que ofrecieron «fuego extraño» al Señor (Levítico 10:1–2).
- La tierra se tragó a Coré, Datán y Abiram debido a su rebelión contra Moisés (Números 16).
- Uza murió después de tocar el arca del pacto para sostenerla (2 Samuel 6:1-7).
La historia que quisiera abordar hoy es la de Ananías y Safira quienes le mintieron a Dios (Hechos 5:1-11).
En los primeros días de la iglesia, después de la ascensión de Jesús y la entrega del Espíritu Santo (Hechos 1–2), los nuevos discípulos de «el Camino» tenían lo que nos pudiera parecer una práctica curiosa. Vivían en comunidad y se cuidaban unos a otros, a menudo mediante la venta de su propiedad individual. Aunque no era obligatorio, esto era común. Ananías y Safira decidieron demostrar este tipo de generosidad y vendieron un terreno. Sin embargo, acordaron que le dirían a la iglesia que estaban donando todo el dinero; pero en realidad se guardarían una parte para ellos.
Ananías fue solo a presentarle el dinero a Pedro, quien por impulso del Espíritu Santo enfrentó a Ananías por su mentira. Antes de que pudiera dar cualquier tipo de respuesta o excusa, Ananías cayó muerto. El mismo destino le ocurriría a su esposa pocas horas después.
Este relato enseña muchas lecciones, la más fácil de ver probablemente sea: «No le mientas a Dios». Sin embargo, la mentira que dijeron Ananías y Safira comenzó mucho antes de que entraran a la congregación ese día. Comenzó en el mismo lugar donde todos nos extraviamos: en un corazón dividido.
Esta narrativa nos enseña que un corazón dividido (también conocido como doble ánimo) conduce al desastre.
Dividido con palabras
La primera indicación de doble ánimo viene a través de las palabras de Ananías y Safira. Para mantener la farsa de su generosidad, necesitaban mentirle a Pedro sobre el precio de venta de su propiedad. Para hacer eso, conspiraron juntos para aclarar su historia. Esto envía inmediatamente una alarma de advertencia.
Muchos de nuestros pecados favoritos nos llevan a pecar más, particularmente en el área de nuestro hablar. Puede ser algo «grande» como la pornografía, la infidelidad o tratos comerciales clandestinos; pero también podría ser algo mucho más pequeño y más «respetable». Podemos «estirar la verdad» sobre cómo pasamos nuestro tiempo en un día determinado, sin reconocer la hora que se nos escapó en las redes sociales.
Cuando explicamos la trama de una novela que estamos disfrutando, convenientemente podemos dejar de mencionar los elementos «apasionados». Tal vez la deshonestidad no salga de nuestras bocas, pero permitimos que nuestros pensamientos nos engañen. «Un brownie más; un episodio más; una compra más. No es la gran cosa. Nadie lo sabrá».
Nuestra sociedad se ha llamado a sí misma «posverdad». Los hechos son relativos; la verdad es flexible. Cuando aceptamos esta filosofía, nuestros corazones están listos para todo tipo de maldad.
Cuidado, amigas mías. Cuando nuestro corazón nos lleva a engañarnos a nosotras mismas o a otros, la lealtad se verá comprometida.
Doble ánimo con el dinero
A continuación, vemos que los corazones de Ananías y Safira juraron una doble lealtad con respecto a las finanzas. Sin embargo, debo ser clara en este punto: no fueron derribados porque no dieron todo lo que obtuvieron a la iglesia. Ellos estaban en su derecho de retener parte del producto de la venta de su propiedad. Como Pedro le dice a Ananías: «Mientras estaba sin venderse, ¿no te pertenecía? Y después de vendida, ¿no estaba bajo tu poder?» (Hechos 5:4).
Sus corazones estaban divididos porque querían adorar a Dios con algo de su dinero y quedarse con algo para su propio placer. Sin embargo, Dios nos llama a amarlo con todo nuestro dinero y posesiones.
Jesús habló a menudo sobre asuntos financieros. En Su discurso más famoso conocido como el Sermón del Monte (Mateo 5-7), Jesús habla extensamente acerca de confiar en Dios con nuestros recursos (6:24-34). Para iniciar esa discusión, Él afirma: «Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o apreciará a uno y despreciará al otro. Ustedes no pueden servir a Dios y a las riquezas»(Mat. 6:24).
Un corazón dividido por el dinero, dice Jesús, no permanecerá dividido por mucho tiempo. Finalmente, uno de los amos, Dios o el dinero, ganará. No es de extrañar que Pablo advierta a su joven discípulo Timoteo: «Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores» (1 Timoteo 6:10).
Lo que sí significa es que un corazón puro e indiviso reconocerá cada centavo como un regalo de Dios y deseará administrarlo para la gloria del reino de Dios, en lugar de la suya propia.
Para algunos, la mayordomía orientada al reino puede significar conducir un automóvil viejo o vivir en una casa más pequeña para apoyar un ministerio que lucha. Puede significar una cuenta de supermercado más alta para practicar la hospitalidad motivada por el evangelio. Puede significar perder unas vacaciones familiares para patrocinar a un adolescente que se dirige al extranjero en un viaje misionero a corto plazo. Para todos nosotros, requiere tener en cuenta la eternidad.
Así como lo hicieron Ananías y su esposa, a menudo quiero servir a Dios con mi dinero y también a mis ídolos. ¿Y tú?
Divididos en servicio y adoración
Finalmente, vemos que Ananías y Safira permitieron que sus corazones se dividieran en su adoración a Dios. Trajeron el dinero de la venta de su tierra como una ofrenda para el bienestar de todos en la iglesia. El hecho de que no dieran todo el dinero no fue el problema. El problema era que pensaban que podían fingir que lo estaban entregando todo mientras, de hecho, guardaban algunos de sus activos para su propio placer.
Sin embargo, como seguidoras de Cristo, se nos ordena estar dentro completamente o no estarlo en lo absoluto.
Considera estos versículos:
«Y a todos les decía: “Si alguien quiere seguirme, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de Mí, ese la salvará. Pues, ¿de qué le sirve a un hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se destruye o se pierde?”» (Lucas 9:23-25).
«Por tanto, hermanos, les ruego por las misericordias de Dios que presenten sus cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es el culto racional de ustedes» (Ro. 12:1).
El punto es que todo lo que hacemos, todo lo que decimos y todo lo que poseemos es una cuestión de adoración. No adoramos a Dios solo por una hora los domingos por la mañana; nuestros mismos cuerpos son templos, siempre destinados a adorar algo. Un corazón dividido en su adoración se dedica a sus ídolos y no a Dios.
¿Y ahora qué?
Ananías y Safira claramente tenían una lealtad comprometida con el que llamaban Señor, e incurrieron en una severa pena por su duplicidad. Afortunadamente, en Su misericordia, Dios generalmente no trata de esa manera con nosotras cuando nuestros corazones están divididos, aunque ciertamente podría hacerlo. Nuestra única esperanza para un corazón unido proviene de nuestra unión con Cristo. Su corazón perfecto e indiviso ahora es nuestro. Esa realidad espiritual se completará plenamente algún día; pero es igualmente cierto el día de hoy, aunque todavía nos enfrentamos a corazones insensibles que sirven a los ídolos y que tienen una lealtad dividida. Debemos recordar las verdades del evangelio a diario.
No existe una solución sencilla y única para la batalla de la doble mentalidad. De hecho, este es el problema que descarrila nuestros corazones idólatras. Sin embargo, la epístola de Santiago, cuyo tema completo es tener un corazón indiviso, nos da algunos pasos claves para la devoción decidida a nuestro Salvador:
«Por tanto, sométanse a Dios. Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes. Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes…Humíllense en la presencia del Señor y Él los exaltará» (Santiago 4:7, 8 y 10).
Que el clamor de David sea también nuestro clamor: «Unifica mi corazón para que tema Tu nombre» (Salmo 86:11).
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