Tu vida ordinaria es importante para Dios

Como cristianos, a veces podemos segregar en nuestra mente lo que se considera de valor e importancia eterna. Creemos que solo aquellos que son misioneros en países del tercer mundo, que han escrito libros o tienen una plataforma pública para enseñar la Palabra de Dios están haciendo cosas importantes para Dios. Entonces restamos valor e importancia a las cosas ordinarias de nuestra vida, creemos que no somos tan importantes a los ojos de Dios si vivimos una vida «normal» con un trabajo regular o si nos quedamos en casa y cuidamos de los hijos. 

Incluso en la normalidad de nuestra vida, clasificamos las cosas que consideramos buenas obras como aquellas que son de una naturaleza más espiritual. Creemos que lo que hacemos los domingos en nuestra iglesia o el tiempo que pasamos en oración y leyendo la Palabra de Dios es de alguna manera mejor a los ojos de Dios que cuando estamos lavando los platos, limpiando desorden, respondiendo correos electrónicos y mensajes de texto, hablando con nuestra vecina, cambiando pañales, preparando la cena o yendo por la despensa o al trabajo.

Sin embargo, Dios nunca nos dice que las «buenas obras» son solo cuando hacemos «cosas espirituales» como leer la Biblia, orar, ir a la iglesia y servir en una capacidad formal. De hecho, Él dice que cualquier cosa que hagamos se debe hacer en Su Nombre; que todo lo que hacemos en fe cuenta para Su gloria (1 Corintios 10:31). Tenemos el ejemplo más grande de esta verdad en Jesús, el mismo Hijo de Dios.

Jesús vivió una vida muy «normal» durante la mayor parte de sus 33 años en esta tierra. Solo tuvo un ministerio formal y público durante los últimos tres años. Antes de llamar a los discípulos y hacer milagro tras milagro, culminando en Su muerte por nuestros pecados, pero resucitando para que pudiéramos tener la vida eterna, vivió en un pueblo pequeño, aprendió cosas en la escuela, siguió los pasos de Su padre terrenal y se convirtió en carpintero (Marcos 6:3; Mateo 13:55).

Estas cosas muy normales eran buenas obras que el Padre deseaba que hiciera. Jesús mismo dio testimonio de ello: «En verdad les digo que el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que hace el Padre, eso también hace el Hijo de igual manera» (Juan 5:19). Entonces, incluso antes de comenzar Su ministerio formal y público, estaba haciendo la voluntad del Padre en todas las cosas ordinarias y diarias que hacía; todo lo que Él hizo fue buenas obras.

Fuimos creadas para hacer buenas obras, incluyendo las cosas ordinarias. Efesios 2:10 dice: «Porque somos hechura Suya, creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas». Por lo tanto, cuando haces las tareas del hogar, cuando vas a trabajar, cuidas a los niños, cenas con tu cónyuge o tus padres, e incluso cuando comes, estás haciendo buenas obras si las haces con fe. No tenemos que segmentar nuestras vidas de lo espiritual y lo no espiritual; de lo que consideramos ordinario y lo que no. No tenemos que ser misioneros para que nuestras vidas se vean importantes a los ojos de Dios. Toda nuestra vida, lo que hacemos y cómo lo hacemos tiene el potencial de glorificar a Dios.

Entonces, ¿qué significa hacer las cosas «con fe»? Cuando hacemos las cosas «con fe» significa que creemos que se alinean con la Palabra de Dios y que podemos hacerlo con la conciencia tranquila (Ro. 14:23). Esto se aplica a todo lo que hacemos: lo que comemos, bebemos, miramos, escuchamos y dedicamos nuestro tiempo a hacer. Si podemos hacerlo con la conciencia tranquila porque estamos en la Palabra y creemos que no va en contra de nuestro propósito de amar a Dios y amar a los demás, entonces podemos glorificarlo cuando lo hacemos (Colosenses 3:23-24). Por eso, cuando limpiamos el baño o vamos a trabajar, podemos glorificar a Dios cuando lo hacemos con el deseo de servir a nuestra familia y servir a Dios. Sin embargo, cuando hacemos las cosas por razones egoístas y sabemos que claramente vamos en contra de la Palabra de Dios, entonces no glorificamos a Dios.

Siguiendo con el tema de hacer las cosas cotidianas, el otro día mi esposo me dijo que iba a lavar los platos y limpiar la cocina. Él saldría primero a hacer una diligencia y, sabiendo lo impulsiva que podía ser para querer limpiar las cosas, me pidió que no fuera a la cocina a limpiar porque quería servirme. Ahora, cuando se fue, debo admitir que estuve realmente tentada a levantarme y limpiar. Estaba tratando de convencerme a mí misma de que limpiar no iría en contra de los deseos de mi esposo porque realmente estaba tratando de servirle. Pero, después de un breve tiempo en oración, el Señor me mostró que yo no tenía motivos desinteresados para querer limpiar la cocina. Al elegir limpiar la cocina, no estaba totalmente queriendo solo servir a mi esposo; más bien, quería servirme a mí misma porque quería una cocina limpia y la quería ahora. Entonces, si limpiaba la cocina, no hubiera glorificado a Dios porque no hubiera sido sumisa a los deseos de mi esposo y lo estaría haciendo para servirme a mí misma. La tarea no se podría completar con mi conciencia limpia. Así que, decidí no hacerla porque hubiera sido un pecado si no buscaba glorificar a Dios, sirviéndole a Él y a mi esposo.

Así que, tu vida puede y tiene sentido a los ojos de Dios sin importar si tienes un trabajo o estás desempleado; si eres soltera, casada o viuda; si estás con niños o sin ellos; si eres misionera o trabajas en una empresa secular. Dios te ve y te está dando la oportunidad en cada momento del día para hacer un buen trabajo. 

Entonces, hermana, oro para que reconozcas la importancia de cada cosa que haces en un día cualquiera. Tienes esta increíble oportunidad de hacer que cada momento de tu vida sea importante y puedes hacerlo porque Jesús murió en la cruz por ti, ¡ahora es posible hacer cosas en Su Nombre! Toda la gloria sea para Él únicamente.

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Sobre el autor

Alejandra Minton

Salvada por gracia, hija del Rey de reyes, recién casada con Kyle y apasionada por estudiar y enseñar la Palabra de Dios.

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