Escrito por: Claudia Chalé
«Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”».
- Juan 6:68
Vivir en este mundo no es nada sencillo. Desde el momento de nacer enfrentamos miedos e inseguridades, abandonando la comodidad del vientre materno para adentrarnos en un hogar caído por el pecado.
Como mujeres, estamos propensas a responder con emociones caídas y a ser más sensibles al dolor. En este mundo el dolor es inevitable, como nos lo recordó el Señor Jesucristo en Juan 16:33: «Estas cosas les he hablado para que en Mí tengan paz. En el mundo tienen tribulación; pero confíen, Yo he vencido al mundo». El verdadero enfoque no es evitar la aflicción, sino cómo enfrentarla cuando el Altísimo Dios nos permite vivirla.
Hay dos maneras de abordar el tiempo de prueba: enfrentarlo solas o atravesarlo con el amado Señor Jesucristo. La primera opción lleva a la desesperanza y a la desolación, mientras que la segunda ofrece aliento y esperanza, como dice el Salmo 23:4: «Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento».
Dios nos consuela por medio de Su Palabra, allí encontramos todas las instrucciones sobre cómo enfrentar las pruebas con una perspectiva divina. En 2 Corintios 4:17-18, Pablo nos alienta al recordarnos que nuestras dificultades actuales son pequeñas y no durarán mucho tiempo, pero que nos producen una gloria que durará para siempre y que es de mucho más peso que las dificultades que podamos enfrentar. Esta visión eterna nos impulsa a perseverar con esperanza, sabiendo que nuestro sufrimiento no es en vano.
En Juan 6:68, el apóstol Pedro expresó una convicción profunda al decir: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Pedro ancló su vida en Cristo al reconocer Su identidad divina, afirmando: «Y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios» (Jn. 6:69). Como siervas y seguidoras de Jesucristo, hemos sido también llamadas a anclar nuestras vidas en Él y en Sus promesas.
En los últimos meses, mis hermanos y yo hemos enfrentado una prueba difícil con la salud de nuestra madre. En medio de la enfermedad, el Dios Todopoderoso se ha revelado a nosotros, nos ha llevado a conocerlo más y nos ha maravillado con Su bondad y Su amor inagotables.En medio de esta prueba, Él nos ha consolado, nos ha fortalecido y nos ha llevado a depender completamente de Él.
Proverbios 23:26 dice: «Dame, Hijo mío, tu corazón, y que tus ojos se deleiten en mis caminos». Entregar nuestros corazones a Dios cada día implica confiar en Él, enfocar nuestros pensamientos en Él y ser intencionales en ver Su bondad y su especial cuidado en medio de nuestras aflicciones, dependiendo de Su gracia un día a la vez.
La Biblia dice que cada día trae su propio afán, por lo tanto, no es sabio preocuparnos por el mañana; hemos sido llamadas a enfocarnos en el hoy, a entregarle a Él todas nuestras cargas y direccionar nuestros pensamientos en la persona de Jesucristo. Cuando ponemos nuestra mirada en las cosas de arriba nos será posible ver la inmensa bondad de nuestro Señor, Su cuidado, Su misericordia y Su Amor.
Cuando somos intencionales en enfocarnos en lo eterno, nuestros corazones se inclinan a la gratitud; así es, podremos dar gracias por la aflicción. Agradecer por las pruebas puede parecer absurdo para quienes no conocen a Cristo, pero para nosotras, que lo tenemos y lo amamos, sabemos que cada aflicción tiene un propósito eterno que nos bendice, nos purifica, nos transforma a Su imagen y semejanza y nos hace más dependientes de Él. Es necesario que Dios nos someta a pruebas que parecen no tener solución para despojarnos de toda nuestra autoconfianza y llevarnos a una completa dependencia de Él.
Isaías 40:29 nos recuerda que Dios da fuerzas al fatigado y aumenta el vigor del que no tiene fuerzas. Como seguidoras de Jesucristo, reconocemos que no podemos enfrentar las dificultades sin Él, ya que, separadas de Él no podemos hacer nada (Jn. 15:5). Como sus hijas, anhelamos al Señor, permanecemos en Él, buscamos refugio en Él y aceptamos Su voluntad, confiando en que siempre es buena, agradable y perfecta.
Cuando le agradecemos a Dios por nuestras aflicciones, la acción del Espíritu Santo se hace evidente en nosotras al ayudarnos a mantenernos fieles, llenas de gratitud y de esperanza aun en medio de las tribulaciones de la vida. Es Su mismo Espíritu en nosotras quien nos ayuda a enfocarnos en la persona de Jesucristo en medio de nuestro sufrimiento.
Entonces podremos reconocer que cada prueba no solo nos acerca más a Él, sino que también nos hace más parecidas a Él. Y todo para la gloria de Su Nombre:
«Pero todos nosotros, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu». -2 Corintios 3:18
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