Me encontraba tranquila sentada en el comedor, cuando de repente, ella entró por el pasillo como un mar en tempestad, directo a su habitación. Muy preocupada me dirijo a su aposento y la encuentro llorando desconsoladamente, indago sobre el evento que desató esa tormenta en sus emociones y consigo su confesión: se trata del maltrato ocasionado por una amiga.
En ese momento una multitud de posibles respuestas pasaron por mi cabeza: me vi tentada a contarle como muchas veces a su edad pasé por lo mismo, pensé que quizás debía decirle que no se preocupara que eso pronto pasaría y hasta se reiría de esto, o que algunos amigos no son tal sino que son personas pasajeras en nuestras vidas, que a lo mejor ése era el caso, pero antes de abrir mi boca el Espíritu Santo trajo a mi mente la historia de Jesús ¡Sí! ¡Eso era! Nuestro Señor es el máximo ejemplo en todo y Él tuvo amigos que le maltrataron, así que oré en mi interior “Padre dame sabiduría para consolar a esta alma con Tu Palabra y atraerla a Ti”. Entonces comencé a recordarle cómo Jesucristo había tenido amigos y la manera en que aún a Él le traicionaron, cómo Sus amigos cercanos en un momento de la historia lo abandonaron, cómo uno de Sus íntimos en la prueba lo negó, y así fueron brotando ideas y palabras para animar, edificar, consolar y restaurar a esta pequeña alma afligida que necesitaba de Cristo. ¡Qué reconfortante es saber que Él ha pasado por situaciones como las que enfrentamos a diario! Él sabe y puede identificarse con nuestras pruebas.
Mi hija no hizo profesión de fe ese día, pero sí pude ir con ella a los pies de Cristo para consolación, para apuntarle a Él, para traer el Evangelio a su vida. Cuántas veces desperdiciamos momentos enseñables como éste, con ejemplos banales. Por eso debemos orar que Dios nos capacite para abrir nuestra boca con sabiduría, que todo en nuestras vidas lo señale a Él y no a nosotras. Claro que hay lugar para conversaciones sobre nuestras experiencias y contarles de nuestra infancia, pero éstas no deben ser siempre las que reinen, sino que el aroma de Cristo debe ser la fragancia más común en la esfera del hogar, debo mostrar a mis hijos que no soy una cristiana de domingos, que no tengo un lenguaje para la iglesia y otro para la casa, debo esforzarme porque Cristo brille en mí.
Esta semana hagamos el ejercicio de traer más al Señor a nuestros pensamientos y a nuestras conversaciones. Oremos por esto y estudiemos más Su Palabra, para que ella more en abundancia en nuestros corazones y nuestro hablar sea lleno de gracia.
“No a nosotros, oh Jehová, no a nosotros, sino a tu nombre da gloria”. Sal 115:1a
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