00:00
00:00

Sus últimas palabras: «¡Mujer, ahí está tu hijo!»

Mientras un soldado romano clavaba la carne de su hijo, ella sintió que su cuerpo también se desgarraba. Su agonía reflejaba la de Él, y su angustia emocional la atravesaba tan profundamente que parecía física. Ella cayó al suelo, ¡era su hijo, su precioso hijo!

Las palabras proféticas que se habían pronunciado hace tanto tiempo, aquellas que tal vez no había querido entender, estaban dando vueltas en su mente: «Una espada traspasará aun tu propia alma» (Lc. 2:35). 

Colgaba desnudo, ensangrentado, irreconocible, pero ella seguía viendo al recién nacido que amamantó por largas noches, aquel niño dando sus primeros pasos, al muchacho que se ocupaba de los asuntos de Su Padre (Lc. 2:49), al hombre que convirtió el agua en vino.

¿No podría haber sido de otra manera?

Ella sabía lo que Él debía hacer, pero el dolor la estaba ahogando. La brutalidad que había sufrido su hijo era demasiado para comprenderla, pero entonces…

Cuando Jesús vio a Su madre y al discípulo amado, cerca el uno del otro, dijo a Su madre: «¡Mujer, ahí está tu hijo!». Luego dijo a Su discípulo: «¡Ahí está tu madre!», y desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa (Jn. 19:26-27).

Aunque Jesús luchaba por respirar empujándose sobre Sus pies clavados para que Sus pulmones se expandieran, Su compasión, como dice el himno «Grande es Tu fidelidad», nunca falla.

En medio de un dolor atroz, Jesús cuidó de Su madre.

Detengámonos aquí un momento.

Una canción navideña popular plantea esta pregunta: «María, ¿lo sabías?» El drama se manifiesta en la letra y la orquestación alcanza el clímax: «El niño dormido que sostienes es el gran ¡Yo Soy!».

La canción continúa enumerando cosas extraordinarias sobre Jesús: «¿Sabías que Él caminaría sobre el agua? ¿Sabías que haría ver a los ciegos? ¿Sabías que gobernaría a las naciones? ¿Sabías que liberaría a los cautivos?».

¡Por supuesto que María lo sabía! Desde que leemos sobre ella cuando escuchó una verdad asombrosa por primera vez en un día normal (que resultó ser cualquier cosa menos normal). Estoy segura de que había cosas que ella no entendía del todo, pero como descubrimos más adelante: «María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón» (Lc. 2:19).

María tuvo meses para pensar en lo que le había dicho el ángel, ella conocía las profecías del Antiguo Testamento que proclamaban que el Mesías haría ver a los ciegos, andar a los cojos y liberar a los cautivos (Is. 61). Sí, lo sabía, sabía que Su hijo sería el Mesías.

¿Qué otras cosas sabía María?

María sabía que Jesús sería divino. Le llamarían «Hijo de Dios», «Hijo del Altísimo». Éste era un título reservado para Uno: el Dios de Israel.

Asimismo, sabía que sería concebido de forma sobrenatural. «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Niño que nacerá será llamado Hijo de Dios» (Lc. 1:35). Y también sabía que sería el Rey cuyo reinado duraría para siempre (Lc. 1:32-33).

A María se le revelaron aún más cosas sobre este Hijo tan esperado en el momento de Su nacimiento. ¡Jesús sería el Salvador! Su nacimiento fue anunciado por los ángeles: «Porque les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor» (Lc. 2:11). Sobre Él cantaron legiones de guerreros celestiales: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace» (Lc. 2:14). Seguramente estos pastores habrían dicho a María sobre este anuncio.

Algunos días después, el fiel Simeón, a quien se le había prometido no morir hasta que hubiera visto a Cristo, se regocijó diciendo: «Mis ojos han visto tu salvación» (Lc. 2:30).

Por las palabras de Simeón, María también pudo vislumbrar por primera vez que su camino incluiría dolor. Habría oposición contra Jesús y el corazón se le iba a romper; él le dijo: «Una espada traspasará aún tu propia alma» (Lc. 2:35).

¿Estas palabras tenían el significado que ella pensaba?

María vio crecer a Jesús. Seguramente se sorprendió al ver una caravana de magos trayendo regalos extravagantes a Jesús, tal vez reflexionó sobre el significado de esos tesoros: oro, digno de un rey; incienso, para un sacerdote; mirra, una especia funeraria. Más tarde, cuando Herodes exigió la muerte de todos los bebés varones, huyó con su esposo para proteger a su hijo.

María observaba a diario Su perfección. Nunca le pegó a un hermano airado, jamás tomó un juguete de forma egoísta, nunca usó Sus palabras para herir o engañar. Qué humildad ser una madre imperfecta de un hijo perfecto.

«Hagan todo lo que Él les diga» (Jn. 2:5). Así instruyó a los sirvientes en el banquete de bodas, aunque todavía no había llegado Su hora, ella no dudaba de que Él proveería. María sabía quién era Él. Creía que Él ayudaría y dirigió la atención de los demás hacia Él porque Suya era la gloria.

Ahora, en la cruz, vio como la vida terrenal de Jesús llegaba a su fin. Su hora había llegado.

¿Qué hizo Jesús?

María entró en trabajo de parto para dar vida a Jesús; ahora Él sangraba para darle vida eterna. Así como ella experimentó el intenso sufrimiento del parto para traer alegría; Jesús experimentó el sufrimiento supremo para que María tuviera alegría suprema. Pero Su sufrimiento no solo fue por María. El Hijo prometido cargó con los pecados de todo el mundo y sufrió para que nosotros pudiéramos vivir. Sangró y murió para que nosotros no lo hiciéramos, y tomó el cáliz de la ira del Padre para que nosotros recibiéramos el cáliz de la gracia de Dios.

En Su hora más oscura, Él satisfizo las necesidades de otros: del ladrón crucificado a Su lado y las de Su propia madre.

Así como Él proveyó para María, Jesús la honró cumpliendo la ley incluso al punto de la muerte. En medio de un dolor incomprensible por la crucifixión, y de la agonía aún más grande por separarse del Padre, le prestó especial atención a Su madre.

«Su tierna preocupación por ella a la hora de su agonía mortal ilustra Su verdadera humanidad y compasión»1, dijo un teólogo. No era un Dios distante y egocéntrico (si lo hubiera sido, nunca habría ido a la cruz). Era el Salvador derramándose y sirviendo a la humanidad… pero también sirviendo a María.

¡Qué compasión! Te conoce y también te sirve.

Su provisión para María fue precisa. Cuando Jesús abandonó Su papel en la relación madre-hijo, le dio un nuevo hijo. María, una viuda de unos cuarenta o cincuenta años, habría tenido poca capacidad para cubrir sus propias necesidades económicas, pero decirle: «Ahí está tu hijo», en lugar de decirle: «Éste será tu cuidador», le proporcionaba una familia. Le dio a alguien que no solo la mantendría, sino que la amaría.

Jesús cuidó de María y cuida también de ti.

La obediencia de Juan fue sencilla: «Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su propia casa» (Jn. 19:27). Obedeció las instrucciones de Jesús y cuidó de ella como si fuera su propia madre. Aquí vemos cómo los miembros de la iglesia deben cuidarse unos a otros. Nuestro cuidado mutuo fluye de Su cuidado por nosotros.

En medio de ese tierno momento, algo más grande estaba sucediendo. Jesús reorientó la familia. Las familias naturales son importantes, pero en la cruz, Jesús modeló lo que quiere para la iglesia. 

Cuando nos convertimos en creyentes, tenemos una conexión espiritual modelada por Cristo y se nos invita a vernos a nosotros mismos en esta nueva familia que ha de satisfacer las necesidades y mostrar compasión tangible que daríamos a nuestros parientes consanguíneos. En este hermoso momento, el cuidado de Jesús por María equipa nuestra compasión por otros.

Al final

Traspasaron el costado de Jesús, igual que habían traspasado el alma de María.

El último acto de Jesús antes de entregar Su vida voluntariamente fue ocuparse de María de forma personal. ¡Qué amor tan asombroso!

Mientras Jesús satisfacía la justa ira de Dios y pagaba la pena del pecado por toda la humanidad, al mismo tiempo proveía tiernamente para Su madre.

El cuerpo de Jesús estaba roto, el alma de María estaba rota, pero no terminó ahí… el dolor dio paso a una gran alegría, porque resucitó tal como había dicho.

  1. John H. Sailhamer, Tremper Longman, and David E. Garland, The Expositor's Bible Commentary, Abridged Edition (Grand Rapids, MI: Zondervan, 2017), 365.

Ayúdanos a llegar a otras

Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?

Donar $3

Sobre el autor

No Photo Avaible for Escritora Invitada

Escritora Invitada

En Aviva Nuestros Corazones contamos con algunos invitados especiales para compartir sobre temas de la vida cristiana y lo que Dios está haciendo en sus vidas.

Únete a la conversación