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Sus últimas palabras: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

Hace casi veinte años, La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, retrató con todo lujo de detalles el horror de la crucifixión, llevando a la gran pantalla una representación de la forma de ejecución más agónica jamás concebida. Desde el brutal azotamiento, los latigazos con piedras y pedazos de vidrio, la extracción de Su barba, Sus manos y pies clavados en la cruz, y finalmente Su muerte por asfixia; el sufrimiento físico que Jesús soportó en el Calvario sobrepasa cualquier cosa que cualquiera de nosotras pudiera enfrentar. Sin embargo, tan dolorosa y espantosa como fue Su muerte física, ese no fue Su mayor sufrimiento. Las primeras palabras de Jesús desde la cruz capturan la angustia que sobrepasó incluso la crueldad física que le fue causada: 

«Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has abandonado?». -Mateo 27:46

El clamor del salmista. . . Mi clamor

Antes de estudiar esta expresión desde la cruz, hay que conocer su origen. El clamor agonizante de Cristo es una cita del Salmo 22:1, un salmo de David. Aunque un estudioso de las Escrituras probablemente no pasará por alto el significado mesiánico de este salmo, debemos recordar que el salmo se sitúa en un contexto histórico. No sabemos exactamente cuándo escribió David este poema, pero es evidente que estaba siendo perseguido y acosado por sus enemigos. Tal vez lo escribió cuando Saúl estaba tras él, tratando de eliminarlo porque era una amenaza a su reinado. (Si no estás familiarizada con esta parte de la vida de David, solo tienes que leer 1 Samuel 18-31). Aunque los sufrimientos de David fueron probablemente más intensos que los tuyos o los míos, él hace eco de los clamores de nuestro corazón en medio del sufrimiento:

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación y de las palabras de mi clamor?». -Salmo 22:1

En tiempos de tinieblas, el enemigo nos tienta a creer que Dios ha roto Su promesa de no abandonarnos ni desampararnos. El manto de las tinieblas, las ataduras de nuestras circunstancias y la confusión de la angustia, pueden abrumarnos hasta el punto de que clamemos como David: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?». 

Aunque David probablemente no lo sabía en aquel momento, su salmo de lamento no solo encontraría su cumplimiento definitivo en el Mesías, sino que ese cumplimiento sería también la respuesta a su pregunta. 

Jesús lloró

Volvamos ahora a la cruz. Para entender mejor el clamor de Jesús, tenemos que hacer un poco de ejercicio teológico. Puede que hace mucho tiempo que no ejercitas los músculos, pero podrás seguir el ritmo, te lo prometo. 

En primer lugar, debemos recordar la doble naturaleza de Jesús. En Juan 1 aprendemos que el Creador se hizo hombre y habitó entre nosotros (Jn. 1:1, 14). Estamos familiarizadas con la encarnación de Jesús. La celebramos cada diciembre al recordar Su nacimiento por medio de María en un establo de Belén. El segundo miembro de la Trinidad, «Dios Hijo», se despojó de toda la gloria y el honor de Su divinidad y decidió asumir la naturaleza humana (Flp. 2:5-8). Jesús era (¡y es!) plenamente humano. 

Al asumir la humanidad, Jesús no menguó en absoluto Su divinidad. Por lo tanto, aunque se le viera físicamente, seguía siendo (¡y es!) Dios mismo. Así lo afirma muchas veces en los Evangelios, como aquí en Juan 8: 

«Jesús les dijo: “En verdad les digo, que antes que Abraham naciera, Yo soy”» (v. 58).

Aunque esto puede no parecer evidente en nuestro contexto moderno, los oyentes originales de Jesús (los fariseos) sabían exactamente lo que quería decir. Al usar la frase «Yo soy», Jesús se identificó con el Dios del pacto de los judíos, cuyo nombre es (lo has adivinado) «YO SOY» (Ex. 3:14). Para más pruebas de que tanto Jesús como los fariseos sabían exactamente lo que Él estaba diciendo, considera la respuesta registrada de los fariseos, en el versículo siguiente: 

«Entonces tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se ocultó y salió del templo». -Juan 8:59

Los fariseos no creían que Jesús fuera Dios, por lo que Su afirmación era equivalente a la blasfemia, un pecado castigado con la muerte. No nos equivoquemos, Jesús afirmaba ser Dios. Él lo sabía y los fariseos también.

Podríamos encontrar muchas otras pruebas de la divinidad de Jesús. Consideremos el primer versículo del Evangelio de Juan: 

«En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». -Juan 1:1

O esta afirmación del propio Jesús: «Yo y el Padre somos uno». -Juan 10:30

Ya entendiste la idea.

Pero, ¿qué importancia tiene esto con lo que Jesús dice en la cruz? 

Para que se cumpla la salvación, necesitamos tanto la deidad como la humanidad de la naturaleza de Jesús. Tuvo que hacerse hombre porque pagó la muerte de la humanidad, pero tuvo que ser Dios para soportar una condena infinita en un periodo de tiempo limitado. La única manera de que un ser humano pagara la culpa de su pecado era separarse de Dios por un tiempo infinito (ir al infierno por toda la eternidad). Pero Jesús, infinito en Su naturaleza divina, pudo soportar esta separación por un período limitado de tiempo (seis horas en una cruz romana). 

Mientras Jesús, Dios hecho hombre, era crucificado aquel viernes por la tarde, soportó lo que nadie en la tierra había soportado antes: la verdadera separación del Padre. Cuando esas palabras salieron de Su boca: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?», estaba soportando el infierno por ti y por mí.

Nuestra esperanza 

Mientras Jesús permanecía desnudo, sangrando, ante una multitud que se burlaba de Él, tuvo lugar una gran transformación: 

«Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él». -2 Corintios 5:21

Jesús soportó la separación que tú y yo merecemos; a cambio, tú y yo recibimos la justicia de Cristo. El autor del himno «Su manto por el mío», Chris Anderson lo expresó así: 

«Su manto por el mío; ¡gran dolor!

Al Hijo amado el Padre condenó.

Por mí Jesús sufrió la maldición,

Por Cristo yo hoy gozo salvación».

Porque Jesús fue literalmente abandonado por Dios Padre aquel día, tenemos la esperanza y la confianza de que Él nunca nos abandonará. De hecho, ocurre todo lo contrario, en lugar de ser abandonadas o mantenidas a distancia, se nos invita a acercarnos a Su presencia: 

«Entonces, hermanos, puesto que tenemos confianza para entrar al Lugar Santísimo por la sangre de Jesús…acerquémonos con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, teniendo nuestro corazón purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura». -Hebreos 10:19, 22

No importa cuán profundo sea el valle, cuán oscura sea la noche o cuán devastadora la prueba, podemos afrontarla sabiendo que Cristo soportó la separación de Dios en nuestro nombre. Él fue abandonado para que pudiéramos acercarnos. 

Ahora podemos decir con David estas palabras llenas de esperanza del Salmo 23:4:

«Aunque pase por el valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo».

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Sobre el autor

Cindy Matson

Cindy Matson vive en un pequeño pueblo de Minnesota con su esposo, su hijo y su ridículo perro negro. Le gusta leer libros, tomar café y entrenar baloncesto. Puedes leer más de sus reflexiones sobre la Palabra de Dios en … leer más …


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