La aflicción ha sido una compañera cercana e indeseable para mí durante los últimos años. Siempre está a mi lado y se hace notar de muchas maneras, a veces me resulta difícil comprender que no me aplastará.
El dolor es algo poderoso, en instantes, a menudo acaba con la confianza, la fuerza mental, la determinación humana y una actitud positiva. Mientras escribo esto, con el dolor recorriendo mi cuerpo y mi alma cansada dentro de mí, considero la gran verdad de 2 Corintios. Y algunos días, a pesar de mis mayores esfuerzos por aferrarme a la esperanza y la fortaleza, mi alma y mi espíritu se cansan de luchar contra el dolor físico que debo soportar a diario. A menudo, en esos momentos, levanto a Dios una oración de quebranto. «Oh Señor, ¿para qué te sirvo en este lugar? ¡Cuánto más podría ofrecerte si estuviera sana, llena de energía y fuerte! Señor, ¿qué sentido tiene este dolor?».
La realidad es que el dolor físico o emocional, sobre todo cuando es crónico, tiene una forma de despojarnos de las máscaras que solemos llevar, dejando al descubierto nuestro corazón y amenazando nuestras formas de vida autosuficientes. Despeja la niebla de distracciones vacías y de repente nos hace enfrentarnos a la pregunta: «¿Vale la pena seguir a Jesús si la vida va a ser así?».
«Porque no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino Uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Por tanto, acerquémonos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia, y hallemos gracia para la ayuda oportuna». -Hebreos 4:15-16
El dolor nunca es agradable, pero nada puede compararse con el dolor de la eternidad sin Dios. Y así, mi dolor de hoy es un pequeño atisbo de aquello de lo que he sido salvada. ¿Cuánto más podemos comprender la hermosa y gloriosa promesa de la eternidad con nuestro Salvador, libres de dolor, cuando tenemos un recordatorio diario de aquello de lo que hemos sido salvadas? Esta verdad del evangelio nos da una razón, un propósito y una esperanza para soportar.
Acudir a quien nos comprende
No sé tú, pero yo me encierro rápidamente en mi dolor y siento que nadie puede entender lo que sufro; a menudo me siento tentada a quejarme, deprimirme y alejarme de mis seres queridos, pero hay alguien que comprende, que ha pasado por todo lo que yo estoy pasando y por todo lo que yo pasaré, y mucho, mucho más: Jesús.
Entonces, ¿por qué suelo acudir a Él en último lugar? La realidad es que nadie puede entrar de lleno en nuestro dolor como puede hacerlo nuestro Salvador, el único que nos conoce íntimamente y ha recorrido este duro camino antes que nosotras. Servimos a un Dios que lleva las cicatrices físicas de Su amor y se compadece de nosotras como alguien que ha vivido como un ser humano y ha sufrido más de lo que tú o yo tendremos que conocer jamás.
Él anhela llenar los pedazos rotos de nuestras vidas, a menudo dejados por el pecado y el sufrimiento, con la esperanza del evangelio y el poder sanador de Su presencia. Un pensamiento sobre nuestras aflicciones siempre es: «Nadie las entiende». Tenemos un Dios con marcas de clavos en las manos. Hablamos con un Dios cuyo tiempo en la tierra estuvo acompañado por las aflicciones de la pobreza, de la decepción, de la traición, la burla, los golpes y la muerte.
Jesús nos ofrece misericordia y gracia en nuestros momentos de necesidad, así que clama a Él. Dios no nos abandona a nuestra suerte. Estoy muy agradecida por ello, cuando no nos queda nada y luchamos por poner un pie delante del otro, podemos clamar a Jesús, que no solo nos comprende, sino que nos fortalece cuando somos débiles, nos equipa cuando estamos cansadas y saca belleza de nuestro quebranto. Alabado sea Dios, porque tenemos una esperanza más allá de nuestro dolor por la gracia y la misericordia de Jesucristo.
Una elección
Mientras escribo, digo esta verdad tanto a mi propia alma como a la tuya. Aunque hay momentos en que el dolor puede parecer casi insoportable, tenemos una esperanza que gran parte del mundo que sufre no conoce. Aunque naturalmente desees la sanidad de tu cuerpo o de tu mente, Jesús desea sobre todo la sanidad de tu alma. ¿Permitirás que el período de dolor te acerque a Jesús o te aleje de Él? Sé consciente de que la compañía de la aflicción puede hacer que te alejes de Jesús, en una amargura paralizante o hacia una fútil autosuficiencia; o puede hacer que te vuelvas hacia Jesús, confiando en que Él conoce, cuida, ayuda, y un día te llevará a un mundo donde la fe se convertirá en vista y el dolor no existirá más.
¡Así que clamemos a Él en nuestro dolor! Aunque seamos afligidas en todas las formas, no seremos aplastadas debido a la gracia de Jesucristo que se derrama sobre nosotras. Él solo permitirá lo que será usado para Sus buenos y amorosos propósitos en tu vida, y si Él ha escogido permitirte soportar alguna forma de dolor o aflicción, puedes encontrar fortaleza en la promesa de que Él solo permitirá por un tiempo asignado lo que Él intenta usar para tu bien y Su gloria.
No te rindas ni cedas ante la desesperación, porque hay un tesoro glorioso que se encuentra cuando el dolor de este mundo nos lleva a Jesús, y es de mucho mayor valor que cualquier alivio terrenal. Sí, el dolor y la aflicción son reales en este mundo. Jesús lo sabe. Pero lo que podría aplastarte puede, a medida que luchas en la fe, ser el medio para moldearte.
La aflicción será mi compañera íntima, al parecer, a lo largo de esta vida. Pero cuando ella me tiente a la desesperación, tengo un Dios que comprende, y que la usará para mantenerme Suya y moldearme a Su semejanza. Ella no me vencerá, porque Él es más grande que ella y me seguirá amando cuando ella ya no esté.
Este post fue adaptado del libro de Sarah, escrito con Kristen Wetherell, «Esperanza en el dolor: Reflexiones bíblicas para ayudarte a comprender el propósito de Dios en tu sufrimiento».
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