Afligidos en todo pero no agobiados (2ª Co. 4:8)
Durante los últimos años, la aflicción ha sido una poco grata compañera cercana. Siempre está a mi lado. Hace sentir su presencia de muchas maneras, y en ocasiones, la verdad de que ésta no me agobiará, me resulta difícil de asimilar.
El dolor es algo poderoso, en cuestión de unos momentos, con frecuencia derrota nuestra confianza en nosotros mismos, nuestra fortaleza mental, nuestra determinación humana, y nuestra actitud positiva.
Al escribir esto, con el dolor disparándose por todo mi cuerpo y mi alma cansada dentro de mí, considero la gran verdad de 2ª de Corintios. Y algunos días, a pesar de mis mejores esfuerzos de mantener la esperanza y fortaleza, el cansancio en mi alma y mi espíritu aumentan, debido a la lucha contra el dolor físico que debo soportar a diario. Con frecuencia, en momentos así, me encuentro haciendo una oración de quebrantamiento. “¡Ah!, Señor, ¿cómo puedo servirte en estas condiciones? ¡Cuánto más podría ofrecerte si estuviera saludable, con energía y fuerte! Señor, ¿Cuál es el propósito de este dolor?”
La realidad es que el dolor, sea emocional o físico, especialmente cuando es crónico, tiene su manera de quitarnos las máscaras que tendemos a ponernos, dejando nuestros corazones desnudos; y amenazando nuestra autosuficiencia. Disipa la niebla de distracciones vacías y de pronto nos hace enfrentar la pregunta: ¿Vale la pena seguir a Jesús cuando así es como será la vida?
Una vasija rota
Me encantan las palabras de Cristina Rossetti, una poeta del siglo XIX, en Una Resurrección mejor, donde plasma los crudos efectos del dolor y la aflicción en la vida de esta mujer piadosa, así como su decisión de rendir su voluntad humildemente en las confiables manos de nuestro Salvador:
Mi vida es como una vasija rota,
Una vasija rota que no puede contener
Una gota de agua para mi alma,
O una bebida en el frío escrutinio;
Esta perece al ser arrojada en el fuego;
Derretida y remodelada, hasta que sea
Una taza real para Él, mi Rey;
Oh Jesús, bebe en mí.
Aunque con un cuerpo roto y un espíritu cansado, ella se aferra a la única esperanza que permanece. Su rendición no es una rendición vencida, inútil, sino un humilde clamor de fe al poner delante la vida que deseaba, con tal de tener más de la presencia de Jesús. ¿Realmente es posible pensar de esa manera? ¿Cómo puedo sentir así en medio de mi propio dolor y aflicciones? ¿Cómo puedes hacerlo tú?
El dolor nunca es agradable, pero nada se puede comparar con el dolor de una eternidad sin Dios. Así pues, mi dolor hoy es un pequeño atisbo de aquello de lo que he sido salvada. ¿Cuánto más podemos comprender la hermosa y gloriosa promesa de eternidad con nuestro Salvador, libre de dolor, cuando tenemos un recordatorio diario de dónde hemos sido salvadas? Esta verdad del Evangelio nos da razón, propósito y esperanza para soportar.
Acudiendo a Aquel que comprende
No sé tú, pero tiendo a encerrarme en mi dolor y sentir como si nadie puede entender lo que sufro; con frecuencia soy tentada a quejarme, desanimarme y alejarme de aquellos a quienes amo. Pero hay Alguien que entiende –que ha pasado por todo lo que yo estoy atravesando, y lo que aún he de pasar, y más, mucho más: Jesús.
Entonces ¿Por qué Él es el último a Quien acudo? La verdad es que nadie puede entrar por completo en nuestro dolor de la manera que nuestro Salvador puede hacerlo, el Único que nos conoce íntimamente y ha caminado este difícil camino antes de nosotras. No hemos sido abandonadas a soportar el dolor de esta vida en soledad ni en nuestras propias fuerzas. Más bien, servimos a un Dios que lleva las cicatrices físicas de Su amor por nosotras y se compadece de nosotras como alguien que ha vivido como ser humano y sufrido más de lo que tú o yo jamás conoceremos.
Él anhela llenar con la esperanza del Evangelio y el poder sanador de Su presencia, aquellas piezas de nuestra vida que están rotas por el pecado y el sufrimiento. El pensamiento de que nadie comprende nuestras aflicciones, nunca será cierto. Tenemos un Dios con marcas de clavos en Sus manos. Hablamos con un Dios cuyo tiempo en la tierra fue acompañado por las aflicciones de pobreza, desilusión, traición, burla, azotes y muerte.
Y este Jesús nos ofrece misericordia y gracia en nuestro tiempo de necesidad. Por tanto ¡Clama a Él! Dios no nos abandona para que nos defendamos por nuestra cuenta. ¡Estoy tan agradecida por eso! Cuando ya no nos queda nada y batallamos para dar un solo paso al frente, podemos clamar a Jesús, quien no solamente comprende, sino que también nos fortalece cuando estamos débiles, nos capacita cuando estamos agotadas y saca algo bello de nuestro quebrantamiento. ¡Alabado sea el Señor que por la gracia y misericordia de Cristo Jesús tenemos una esperanza que trasciende nuestro dolor!
Una decisión
Al escribir, estoy hablando esta verdad a mi propia alma, así como a la tuya. Aunque hay ocasiones en que el dolor parece casi insoportable, tenemos una esperanza que muchos afligidos en el mundo no conocen. Aunque es natural que deseemos la sanidad de nuestro cuerpo o de nuestra mente, Jesús, por encima de todo, desea la sanidad de tu alma. Y puedes permitir que el periodo de dolor te acerque más a Jesús o, te aleje de Él. Tienes que estar consciente que la compañía de la aflicción puede causarte que te alejes de Jesús con una amargura agobiante, o hacia una dependencia inútil de ti misma, o puede conducirte a volver a Jesús, confiando en que Él sabe, le preocupa, te ayuda y un día te llevará a un mundo donde la fe será por vista y no habrá más dolor.
¡Clamemos a Él en nuestro dolor! Aunque estemos afligidas en muchas maneras, por la gracia de Cristo Jesús derramada sobre nosotras, no estaremos agobiadas. Él solamente permitirá lo que servirá para Sus propósitos amorosos de bien para tu vida, y si Él ha decidido permitir que soportes algún tipo de dolor o aflicción, puedes encontrar fuerza en la promesa de que Él solamente lo permitirá por un tiempo determinado que Él usará para tu bien y Su gloria.
No te rindas ni des lugar a la desesperación, porque hay un tesoro glorioso por encontrar, cuando el dolor de este mundo nos lleve a Jesús, que es de mucho mayor valor que cualquier alivio terrenal. Sí, el dolor y la aflicción son reales en este mundo. Jesús lo sabe. Pero lo que vino para angustiarte, si luchas con fe, puede ser el medio para transformarte.
Al parecer la aflicción será mi compañera cercana, a lo largo de esta vida. Pero cuando me tiente hacia la desesperación, tengo un Dios que entiende, que ayuda, y que lo usará para mantenerme Suya, y conformarme a Su imagen. La aflicción no me vencerá, porque Él es más grande que ella, y cuando ella ya no exista, Él me seguirá amando.
Ayúdanos a llegar a otras
Como ministerio nos esforzamos por hacer publicaciones de calidad que te ayuden a caminar con Cristo. Si hoy la autora te ha ayudado o motivado, ¿considerarías hacer una donación para apoyar nuestro blog de Mujer Verdadera?
Donar $3
Únete a la conversación