Las presiones sociales y el tic-tac del reloj biológico me indicaban que tenía que tomar una determinación. Así que con 27 años de edad, graduada de arquitecta y en Estados Unidos, pensé que era solo cuestión de tiempo antes de encontrarme con mi príncipe azul.
Como toda jóven deseaba formar un hogar, llenarlo de hijos y tener un esposo que cuidara de mí.
Pero de dos cosas estaba segura…
1) No me casaría con un hombre que no estuviera enamorado de Cristo, y
2) No tendría hijos fuera del matrimonio.
Los años siguieron pasando y como no se divisaba nada en el horizonte, se le sumó al tiempo mi preocupación por la vejez. Así que se me ocurrió la genial idea… ¡si a los 35 no me he casado adoptaré un bebé!
Sin embargo mis planes no eran los de Dios. Mi trabajo como decano era bastante absorbente. Llegaba diariamente a casa alrededor de las 10 de la noche y en los días mejores a las 8. Así que cuando llegué a los 35 y me vi soltera y sin compromiso entendí que adoptar tampoco era la voluntad de Dios para mí. No tenía sentido adoptar una criatura para tenerla hasta altas horas de la noche en un cuidado de niños.
El secreto del contentamiento
Fue ahí cuando finalmente me rendí y resuelta le dije al Señor: “Está bien. Acepto lo que Tú quieras para mi vida. Solo ayúdame a estar contenta cualquiera que sea mi condición.” Al mirar atrás parecería que mi oración tuvo una respuesta sobrenatural porque así ha sido hasta el día de hoy.
He aprendido que el contentamiento es una virtud cardinal en la vida cristiana. Es el gozo de vivir satisfechas cualquiera que sea nuestra condición (Flp. 4:12) o estado civil. No es resignación o conformismo. Es rendición. Es descansar en la suficiencia de Cristo sabiendo que podemos “echar toda nuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de nosotras” (1 P. 5:7).
Esto fue lo que el Señor le dijo al apóstol Pablo en 2 Corintios 12:9 con “Bástate mi gracia”. El contentamiento transfiere nuestras necesidades y preocupaciones al amoroso cuidado de Dios. La mujer contenta experimenta la suficiencia de la gracia de Dios en sus circunstancias y la suficiencia de la provisión de Dios para sus necesidades.
Mayor aún, el contentamiento nos da tranquilidad mental, estabilidad emocional, y satisfacción personal. Nos permite descansar confiadamente en Dios y deleitarnos aún cuando las circunstancias son adversas y nuestros sueños como humo parecen desvanecerse. En el caso particular de las solteras creo firmemente que el contentamiento es una virtud que acompaña a quienes el Señor ha reservado para Sí.
Cuando me rendí enteramente a la voluntad del Señor empecé a experimentar el gozo, la seguridad y la tranquilidad de saber que mi vida estaba totalmente bajo Su cuidado. Y noté que el contentamiento empezó a formar parte constante de mí corazón librándome de la preocupación por el futuro, y la dependencia en mis planes, recursos, y demás muletas que fabricamos.
¿De brazos cruzados?
Pero el contentamiento implica mucho más que estar feliz y satisfecha. De hecho, debe cultivarse mediante una vida de entrega a Dios, desarrollo personal, estudio de la Palabra, y servicio al Cuerpo de Cristo.
Deleitarme en Jesús me ha colmado de gozo y saciado mi alma.
El estudio de la Palabra me ha dado convicción ante la tentación e infundido esperanza mediante Sus promesas.
Y el servicio a los santos me ha consolado, y provisto del amor de una gran familia.
No cabe duda de que el Señor es el que produce el gozo perdurable. Sigo soltera, pero felizmente casada con Cristo. El me ha colmado de satisfacción y conducido mi vida por senderos que no hubiera imaginado y deleitosos. Sobre todo, he aprendido a vivir confiada y agradecida por todo y en todo (Flp. 4:6-7, 12-13, 19).
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